28 jul 2015

Veinte años de Norberto Rivera…., dos más que Corripio Ahumada

Norberto Rivera, celebró este domingo el 20 aniversario de su inicio como arzobispo Primado de la Ciudad de México.El pasado mes de junio cumplió 73 años, le quedan dos en el cargo de acuerdo a la legislación eclesiástica.
De los obispos denominados por Roqueñí como El Club de Roma, ya sólo queda élSe fueron Onésimo Cepeda, Juan Sandoval, Berlie...

La Arquidiócesis Primada de México, la más grande demarcación católica que existe en el mundo. Con casi mil templos, más de mil sacerdotes y una población de millones de feligreses; en sus manos está la administración del mayor de los recintos católicos de América Latina: La Basílica de Guadalupe.
El julio de 1994 –al cumplir 75 años-, el eminentísimo Cardenal Ernesto Corripio Ahumada, deja el cargo y la arquidiócesis quedó vacante un año.  Un año despues --justo- e 25 de julio de 1995 llega en su lugar Norberto Rivera Carrera, venía como obispo de Tehuacán, Puebla…
El nuncio era Girolamo Prigione, jefe del hoy secretario de Estado Pietro Parolín.
'Cuando se da el cambio, Corripio le dijo de manera especial que le dejaba bajo su responsabilidad "la reliquia más preciada de la fe de los mexicanos, la imagen original de Santa María de Guadalupe".
Subrayó entonces Corripio: "hemos de reconocer que la Arquidiócesis de México está identificada con el Distrito Federal; esta ciudad es la sede del poder político nacional y asume la máxima importancia cultural, comercial, social y religiosa".

La verdad es que Corripio peleó fuertemente en Roma por el que la Basílica no se separara del arzobispado Primado de México, como era la intención entonces de Girolamo Prigione.
Este domingo, Norberto aprovechó la misa dominical para dar las gracias a sus  “mis sacerdotes” y pidió que el Señor “les pague todos sus esfuerzos y desvelos, que compense todo el empeño por llevar la alegre noticia de Jesucristo y por procurar la salvación de las almas”. 

Agradeció también a los laicos que, con generosidad y entrega en su vida familiar, “en su apostolado en el mundo y en su amor a la Iglesia” y con su testimonio “han sido para mí una motivación constante”.
Dijo:
“Hace ya veinte años, el 26 de julio de 1995, con gran cariño y esperanza fui recibido en esta misma Catedral como arzobispo de México, por mi antecesor el señor cardenal Ernesto Corripio Ahumada (en paz descanse), los señores obispos auxiliares, los venerables cabidos de la Catedral y de la Basílica de Guadalupe, el presbiterio, religiosos, religiosas y los fieles de esta muy querida Arquidiócesis.“
Recuerdo perfectamente cuando llego Norberto al cargo.., yo estaba como servidor público en la Oficina de Asuntos Religiosos, el secretario de Gobernación era Emilio Chuayffet.., el subsecretario era Andrés Massieu Berlanga.
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Homilía pronunciada por Norberto Rivera C., Arzobispo de México, en la Catedral Metropolitana de México
Domingo, 26 de julio de 2015 13:00 Horas
Hoy y los cuatro domingos siguientes tendremos la lectura del capítulo sexto del Evangelio de San Juan en el cual se nos revela el misterio de Cristo a través de la Eucaristía. La lectura del Evangelio de este domingo la entendemos mejor si la enmarcamos en el contexto del domingo pasado en donde Jesús enseñaba a la multitud porque andaba como oveja sin pastor. Con atención hemos escuchado la narración de la multiplicación de los panes y de los peces. Es un verdadero milagro a favor de la multitud hambrienta, pero en el leguaje del evangelista, también es un "signo" de una realidad que se nos manifestará más claramente en la Última Cena. Valoremos el acontecimiento prodigioso y humano de la multiplicación pero no perdamos de vista su dimensión final que es revelar a Jesucristo como "Pan de Vida". 
El hambre del hombre es física y Dios se preocupa de esta hambre: "Abres, Señor, tus manos generosas y sacias el hambre de todo viviente". Hemos escuchado cómo el profeta Eliseo recibe como primicias veinte panes de cebada y grano tierno en espiga y como él ordena dárselo a la gente. Aquel pan se multiplicó y todos comieron hasta saciarse y sobró. En el Evangelio Cristo da de comer a la multitud hambrienta con sólo cinco panes y dos pescados que traía un muchacho. Jesús realiza el prodigio de la multiplicación, todos comieron hasta saciarse y además con lo que sobró llenaron doce canastos. Es escandaloso que en nuestra gran ciudad se desperdicien miles de toneladas de alimentos, y una multitud vague hambrienta por nuestras calles, porque no hay quién les reparta esa riqueza que Dios hizo para todos y no sólo para unos cuantos. "Jesús dijo a sus discípulos: recojan los pedazos sobrantes, para que no se desperdicien". Es escandaloso que Dios nos siga bendiciendo con abundancia de agua y que nosotros la sigamos desperdiciando con malas tuberías, sin tratar, sin inyectar los mantos acuíferos, contaminándola y desperdiciando.
El hambre del hombre es también espiritual. La narración de la multiplicación de los panes está tejida en el Evangelio de San Juan para llevarnos a Jesucristo, porque "no sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios". El compromiso social no puede separarse del compromiso de la salvación espiritual porque la religión se desvirtúa o se vuelve enajenante. La unidad de la fe no se puede profesar si no está ligada al amor, y al amor efectivo. Cristo no es el estadista revolucionario que sueña la multitud, pero tampoco es el místico separado del mundo que otros presentan. Cristo es el Hijo de Dios, encarnado.
La Iglesia y todo cristiano debemos hacer presente a Jesús, primero en la producción y multiplicación de los bienes materiales y también en la repartición de ellos a los más necesitados. Nadie puede sentirse exento de este deber de "dar de comer al hambriento". Si no nos gusta llamarlo "Obra de Misericordia", llamémosle de justicia, pero cumplámoslo, que es lo importante. Mientras haya una sola persona que muera de hambre, y cerca de nosotros hay miles, no podemos encogernos de hombres como si fuera un asunto que no es de nosotros. Es muy aleccionador el ejemplo del muchacho del Evangelio de hoy. Sólo tiene cinco panes y dos peces, pero se los dio a Jesús generosamente. No hay que caer en la tentación de que el reparto de los bienes materiales es para "las cumbres de la ONU", para los gobiernos, para las instituciones. Todos ellos tienen una responsabilidad, pero también los particulares tenemos que aportar nuestro granito de trigo para saciar el hambre del mundo. Y no sólo de pan, sino de educación, salud, de todos los derechos y necesidades fundamentales del ser humano. Cada uno de nosotros siempre tiene algo que puede hacer por los demás como exigencia básica del seguimiento de Jesús.
Hace ya veinte años, el 26 de julio de 1995, con gran cariño y esperanza fui recibido en esta misma Catedral como arzobispo de México, por mi antecesor el señor cardenal Ernesto Corripio Ahumada (en paz descanse), los señores obispos auxiliares, los venerables cabidos de la Catedral y de la Basílica de Guadalupe, el presbiterio, religiosos, religiosas y los fieles de esta muy querida Arquidiócesis.
Convertirme en arzobispo primado de México, fue y sigue siendo para mí una gracia inmerecida, un reto imposible de realizar sin la ayuda de Dios que siempre se ha mostrado misericordioso, pese a mi fragilidad, Jesús no se ha cansado de insistir: “apacienta mis ovejas”,  y yo me he confiado a la acción del Espíritu Santo que es la que impulsa y santifica a esta iglesia del Anáhuac.
Ante la nueva misión que el Señor me encomendaba, acudí como un peregrino más a los pies de la Virgen  de Guadalupe, fui a ponerme en su regazo, a pedir su amparo materno para poder llevar a cabo la encomienda hecha a mi predecesor, fray Juan de Zumárraga, de custodiar la divina tilma y propagar tan maravilloso milagro.
Como gratitud a la Morenita del Tepeyac, he custodiado con devoción su imagen sagrada, durante mi episcopado -gracias a la generosidad de tantas personas-, la Plaza Mariana se amplió al doble de su capacidad y se construyó el complejo destinado a ser un centro de evangelización.
En la Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe,  a nombre de México, recibí en dos ocasiones al Papa que más ha querido a los mexicanos, San Juan Pablo II, y tuve la dicha de ver subir a los altares al humilde vidente San Juan Diego, testigo del hecho guadalupano que nos dio fe, patria e identidad.
Desde mi arribo a esta Arquidiócesis, asumí con entusiasmo las directrices del II Sínodo Diócesano, sus prioridades siempre han estado en mi corazón: los pobres, las familias, los jóvenes, las vocaciones y los alejados, durante mis tres visitas pastorales he podido palpar  las alegrías y las tristezas, las angustias y esperanzas de nuestros fieles y he procurado con mis obispos auxiliares y sacerdotes ir dando respuesta a los retos que nos presenta la nueva evangelización, al desafío de convertirnos en discípulos y misioneros.
Sé que la encomienda pastoral que el Señor me ha hecho sería imposible de realizar sin la colaboración de mis sacerdotes, por eso aprovecho este momento para decirles de todo corazón: ¡gracias! Que Nuestro Señor les pague todos sus esfuerzos y desvelos, que compense todo el empeño por llevar la alegre noticia de Jesucristo y por procurar la salvación de las almas.
Gracias también a la generosidad y entrega de tantos laicos en su vida familiar, en su apostolado en el mundo y en su amor a la Iglesia; su testimonio, mis amados fieles laicos,  ha sido para mí una motivación constante.
El Seminario Conciliar ha estado presente en mis prioridades pastorales, así como la formación permanente del clero y de los fieles laicos. Doy gracias a Dios porque se pudo llevar a buen puerto el seminario Redemptoris Mater y el Seminario Hispano de Nuestra Señora de Guadalupe, que prepara a seminaristas para trabajar con nuestros hermanos hispanos en los Estados Unidos;  así mismo, agradezco a la Santa Sede el honor de hacerme el Gran Canciller de la Universidad Pontificia de México, de la que he procurado su promoción, ampliación y conservación.
Una especial mención merecen los sacerdotes, religiosos y religiosas de la Vida Consagrada, cuyo año estamos celebrando; gracias por su amor a la Iglesia, por su colaboración y cariño, pero sobre todo por sus oraciones, especialmente me siento agradecido con las religiosas de vida contemplativas, pues sin el apoyo de su oración no me hubiera sido posible llevar avante esta gran responsabilidad.
También, quiero manifestar públicamente, mi reconocimiento y gratitud a los medios de comunicación que han hecho posible que el mensaje de Cristo llegue a los fieles e incluso a los que están lejos del influjo del Evangelio.
En estos veinte años tan fecundos, la cruz y las pruebas no han faltado, tanto en mi episcopado como en el devenir de la Arquidiócesis, pero con la ayuda de Dios y la protección de la Virgen hemos salido adelante. Y también doy gracias a Dios de ello.
También este aniversario es un momento para pedir perdón a quien incluso, sin querer, he ofendido o decepcionado, pero sobre todo, es un momento para mostrar mi profunda gratitud a Jesús, Buen Pastor que me ha llamado y sostenido durante toda mi vida, y a ustedes, Pueblo Santo de Dios que peregrina en la Arquidiócesis de México, por darme esta oportunidad de servirlos, de amarlos, de ser su pastor; un pastor cargado de debilidades –es cierto-, pero lleno de gran alegría y desbordado de amor por ustedes, las ovejas que Dios me ha confiado.
Una y mil veces más: ¡Gracias! Y sigo pidiendo no solo su oración sino su colaboración constante para que esta Iglesia tenga vida y de vida en abundancia, porque ese es el deseo de Jesús.
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20 años sirviendo a nuestra Arquidiócesis/Guillermo Gazanini Espinoza
SIAME, lunes, 27 de julio de 2015 12:00 Horas
Hace veinte años, el II Obispo de Tehuacán, Monseñor Norberto Rivera Carrera, llegó a apacentar una realidad dinámica y plural, la de una Iglesia en crecimiento, boyante por la evangelización, pero interpelada por los desafíos y la ebullición de una sociedad más crítica. La Arquidiócesis de México, regida desde 1977 por el cardenal Ernesto Corripio Ahumada, entró en la dinámica de análisis y autorreflexión sobre su tarea evangelizadora, pero también de su papel ante los cambios políticos de un sistema empecinado en perpetuarse y, sin embargo, con el germen de la transformación gracias al trabajo de la ciudadanía para renovar el sistema político. 
El 29 de septiembre de 1994 llegó a su fin un gobierno pastoral de casi 17 años, encabezado por el cardenal Ernesto Corripio Ahumada. Entraba en acción la maquinaria para elegir al hombre más capaz e idóneo. Los retos no eran menores. Desde luego, esa época de vertiginosos cambios y profundos cuestionamientos sociales se asomaba a la esperanza de un nuevo milenio. México había cambiado desde 1977 cuando Ernesto Corripio Ahumada sucedió al cardenal Miguel Darío Miranda (1895-1986), y desde la primera visita del Papa Juan Pablo II en 1979, la cual conmovió los cimientos del laicismo mexicano, hasta la segunda visita papal de 1990, el restablecimiento de relaciones diplomáticas con el Estado Vaticano y el reconocimiento jurídico de las iglesias en 1992. 
El Segundo Sínodo de la Arquidiócesis de México (1992) dio la radiografía completa de un territorio agobiado por la pobreza, la marginación y el subdesarrollo. Los trabajos sinodales vieron la urgencia de activar la pastoral de la opción por los pobres, atender las condiciones de los alejados de la fe, observar el crecimiento de los nuevos movimientos religiosos y sectas, el progresivo individualismo de las grandes ciudades, la marginación y la propiciación del pluralismo de las sociedades modernas. El diagnóstico estaba dado, pero los remedios serían aplicados paulatinamente y tal vez hasta interrumpidos ante la incertidumbre de la sucesión del cardenal Corripio Ahumada. El nuevo pastor debería revitalizar una acción evangelizadora calificada de “urgente” para responder a las exigencias de la pastoral encarnada en las culturas del Distrito Federal. 
El 18 de junio de 1995, la publicación quincenal de la Arquidiócesis de México, Nuevo Criterio, saludaba la designación del II Obispo de Tehuacán para suceder al cardenal Corripio Ahumada. Un editorial, impregnado de ese ánimo del II Sínodo, alabó la renovación abriendo los brazos para recibir a un pastor a fin de “caminar juntos”, según la proclama sinodal, trazando sendas inéditas con nuevo ardor y métodos para evangelizar. Ese editorial recordó los rasgos de la Arquidiócesis plural, centro de contrastantes corrientes culturales y del pensamiento, del dinamismo económico, político y social del país, pero sobre todo de la riqueza cristiana. Corripio Ahumada diría a su sucesor Norberto Rivera: Viene a enfrentar todo un reto de la nueva evangelización que el II Sínodo ha planteado.
Después del 13 de junio de 1995, los medios y fieles de la Iglesia católica arquidiocesana se apresuraron por conocer quién era ese joven Obispo de 53 años, nacido en La Purísima Concepción del Estado de Durango, el 6 de junio de 1942; hijo de Ramón Rivera y Soledad Carrera, comerciantes de catres, cobijas y cal, quienes fundaron una familia de nueve hermanos de los cuales cinco murieron prematuramente, sobreviviendo sólo cuatro. De un  pastor marcado por el testimonio de hombres celosos del Evangelio; de su párroco, el P. José Soledad de Jesús Torres Castañeda (1918-1967) después primer Obispo de Ciudad Obregón, Sonora; del Papa Paulo VI, quien lo ordenó sacerdote el 3 de julio de 1966 y de monseñor Antonio López Aviña (1915-2004), Arzobispo de Durango, quien le impulsó en su trayectoria de servicio a la Iglesia y consagró II Obispo de Tehuacán, el 21 de diciembre de 1985. 
Según algunas opiniones, Monseñor Rivera Carrera no era el idóneo para suceder al cardenal Corripio Ahumada; sin embargo, él estuvo dispuesto a cumplir con los designios de Juan Pablo II, y ofreció su mano para trabajar conjuntamente con el clero de la Arquidiócesis de México, mostrando respeto hacia los que diferían del nuevo pastor. Las primeras declaraciones del Arzobispo electo fueron de apertura y tolerancia, incluso observadores externos a la vida de la Arquidiócesis de México veían una decisión estructurada y planeada con sólidos fundamentos por la Santa Sede. 
El 29 de junio de 1995, el Arzobispo electo partió a Roma para recibir el palio de los metropolitanos de manos del Sucesor de Pedro. Desde Roma, en el Pontificio Colegio Mexicano, el arzobispo Norberto Rivera Carrera habló de los graves problemas de México, entre ellos la pobreza, fruto de las injustas estructuras económicas. No sería la primera vez, que como Obispo de Tehuacán había denunciado la gravedad de los sistemas injustos y la corrupción donde lo urgente era la protección de la familia, el matrimonio y el fomento de los valores éticos.
El 26 de julio de 1995, el arzobispo Norberto Rivera Carrera tomó posesión de la Cátedra a las 10:30 horas en un acto meramente simbólico. La celebración vespertina principal de la Basílica de Guadalupe fue el marco para anunciar la llegada de un peregrino, como él mismo se consideró. El trabajo pastoral inició con el conocimiento de la compleja realidad para aplicar las conclusiones del Sínodo. En veinte años, el Arzobispo Primado de México, cardenal Norberto Rivera Carrera, ha visto el paso de cuatro presidencias de la República en un trato cercano, a veces cortés y otras de tensión con las autoridades principalmente de la Ciudad de México. En pocas líneas no puede resumirse el trabajo de dos décadas entre las que destaca la organización administrativa y económica de la Arquidiócesis, las acciones de caridad, la atención de los encarcelados, la creación de dos Seminarios y del impulso de medios de comunicación arquidiocesanos, hoy referentes obligados para las fuentes informativas religiosas. 
Una de las principales obras del cardenal Norberto Rivera Carrera es el rescate de monumentos históricos y religiosos propiedad de la nación, Catedral Metropolitana y la antigua Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, además de la restauración de bienes muebles históricos invaluables. 
No obstante, el dolor está presente. En la historia contemporánea de la Arquidiócesis de México, el cardenal Norberto Rivera soportó el cierre inédito del culto público en Catedral Metropolitana al no haber seguridad suficiente para los fieles cuando simpatizantes de partidos políticos irrumpieron violentamente en el recinto sagrado en noviembre de 2007 y por la crisis de influenza del 2009, la cual obligó a condiciones sanitarias estrictas como prohibir reuniones públicas masivas. Otro dolor del Arzobispo fue el penoso viacrucis de acusaciones judiciales de las cuales fue exonerado por la ausencia de elementos contundentes sobre su responsabilidad. No le son ajenos los lamentables ataques contra la vida y la familia que han fincado la cultura de la muerte en la capital del país. “No se asusten si su obispo es pisoteado”, diría en diciembre de 2010.
El 26 de julio de 1995, ante la Virgen de Guadalupe, Norberto Rivera Carrera puso bajo los cuidados maternales de María el inicio de un ministerio. Esa tarde, el peregrino y extranjero se convirtió en hermano, compañero y servidor. Su amplio magisterio aún falta por ser estudiado y escrutado: Cartas, Instrucciones y Orientaciones tocan a todos los estratos de la Iglesia en la Arquidiócesis. Un ministerio fecundo generador de cientos de sacerdotes y diáconos y creador de Obispos y Pastores quienes conducen los destinos de varias diócesis del país. Veinte años de ministerio reflejan una dedicación celosa y fiel por difundir el Evangelio de la Vida. 
No han faltado persecuciones, sin embargo, en el testimonio del Cardenal Norberto Rivera Carrera se encuentra al padre y sacerdote, hermano y servidor para mostrar a Cristo, Luz de las Naciones, realizando lo escrito en el libro del profeta Ezequiel: Ser el Pastor que busca a la oveja perdida, hace volver a la descarriada, cura a la herida, robustece a la débil… Para apacentarlas en la justicia en medio de la sociedad azotada por el mal, pisoteada por la corrupción y despedazada por la violencia.

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