El Comercio de Perú, DOMINGO
28 DE JUNIO DEL 2015 |
La
masacre de Charleston: ¿terrorismo o solo odio?
Desde
el 11-S, los ataques de radicales y extremistas superan largamente a los
cometidos por yihadistas en Estados Unidos
Gisella
López Lenci
@gisellacatalina
El
5 de agosto del 2012 un supremacista blanco irrumpió en un templo sij en Oak
Creek, Wisconsin. Seis personas murieron, todos de origen indio. El tirador
murió en el lugar tras ser herido por un policía. El 14 de abril del 2014, un
sujeto disparó contra dos centros judíos en Kansas City y mató a tres personas.
El sospechoso, un sujeto de 70 años, gritaba “Heil Hitler” mientras disparaba.
El 10 de febrero del 2015, Craig Stephen Hicks mató a tres musulmanes –un
hombre y dos mujeres universitarias– que eran sus vecinos en Chapel Hill,
Carolina del Norte.
Ninguno
de los tres casos ocurridos en Estados Unidos fue tipificado como crimen de
odio, pese a que fueron crímenes perpetrados contra una comunidad específica y
con el objetivo de dejar un mensaje: acá no los queremos.
Pero
tampoco fueron considerados actos terroristas, pese a que fueron atentados
premeditados, sobre todo en los casos del templo sij y los centros judíos. El
concepto de ‘lobo solitario’ es el que predomina, de ese ‘desequilibrado’ que
no pertenece a ninguna organización y actúa por su cuenta para dejar sentada su
ideología racista o xenófoba.
La
tragedia de Charleston del pasado 17 de junio remeció a la sociedad
estadounidense. Esta vez las víctimas no eran de religiones extranjeras, no
usaban turbantes o velos, o recitaban los versículos delante de una pared. Lo
que hizo Dylann Roof, al matar a nueve afroamericanos en una iglesia, atacó al
corazón del país y puso al descubierto una historia no resuelta, de
reconciliaciones hechas a medias.
Las
redes sociales no dejaron de criticar a las autoridades y la cobertura de los
medios tradicionales. “¿Por qué no se dicen las cosas por su nombre?”, “Si
hubiese sido un musulmán, esto hubiera sido un acto terrorista”, “Si un negro
mata a otros, es pelea de pandillas”, “Si fueran latinos, no era noticia”. Las
frases que Twitter albergó durante las horas que siguieron al ataque subían de
calibre.
Cuestión
de conceptos
Lo
cierto es que el FBI distingue entre terrorismo y crímenes de odio. El
terrorismo doméstico “involucra a los actos peligrosos para la vida humana que
violan la ley federal o estatal; actos hechos para intimidar o coaccionar a una
población civil, para influir en la política de un gobierno mediante la
intimidación o coerción, o para afectar la conducta de un gobierno con armas de
destrucción masiva, asesinato o secuestro. Se cometen dentro del territorio
estadounidense”.
Un
crimen de odio es el “delito contra una persona o propiedad motivado, en su
totalidad, o en parte, por el sesgo de un delincuente contra una raza,
religión, discapacidad, origen étnico u orientación sexual”.
Pese
que los separa una delgada línea, para las autoridades hay diferencias. Hasta
el momento, el FBI ha considerado el ataque de Dylann Roof como un crimen de
odio, pues no le han encontrado vinculación o pertenencia con alguna
organización terrorista, ni la utilización de armas de destrucción masiva. En
Estados Unidos, la libertad de expresión –sean cuales sean las ideas– está
protegida por la Primera Enmienda de la Constitución y una organización
supremacista como el Ku Klux Klan, por ejemplo, no se considera terrorista a
menos que cometa un atentado premeditado.
“Ambas
definiciones son muy similares. El crimen de odio suele ser más espontáneo, y
por lo general lo cometen personas jóvenes con problemas de alcohol o drogas, y
que buscan adrenalina”, señala el profesor Pete Simi, de la Universidad de
Nebraska y autor de “La esvástica americana”.
Solo
para recordar, Timothy McVeigh –quien perpetró el atentado de Oklahoma en 1995
donde murieron 168 personas– fue calificado de terrorista, pues preparó una
bomba, una acción considerada más premeditada que adquirir un arma, algo que
además sigue siendo de libre acceso en la mayoría de estados.
Blancos
vs. Islamistas
Al
margen de las opiniones y consideraciones, las estadísticas muestran una cara
más cruda del problema.
Datos
de la fundación New America, consignados esta semana por “The New York Times”,
señalan que, desde el 11 de setiembre del 2001, el día de los atentados a las
Torres Gemelas, 48 personas han sido asesinadas en Estados Unidos a manos de
supremacistas blancos, fanáticos antigubernamentales y otros radicales no musulmanes,
quienes cometieron 19 ataques. Mientras que los proclamados yihadistas
perpetraron siete ataques en los que murieron 26 personas. Es decir, casi la
mitad del número de muertos.
“Muchos
de los incidentes no yihadistas son atribuidos a un individuo solitario y
trastornado, sin considerar el enorme contexto de ideologías extremistas y
movimientos supremacistas blancos. Parece que no sufrimos la misma miopía
cuando el atacante es musulmán”, opina Simi.
Los
continuos tiroteos masivos que ocurren en Estados Unidos advierten desde hace
años que el enemigo está en casa, en el propio corazón del país, y las víctimas
no son solo de las minorías. Solo basta recordar la matanza de niños en una
escuela primaria de Connecticut o la masacre en un cine de Aurora en Colorado.
Como
apunta el profesor John Horgan, experto en terrorismo de la Universidad de
Massachusetts-Lowell: “La amenaza de los movimientos de extrema derecha y la
violencia contra todo lo que representa el gobierno ha sido subestimada”.
Cada
matanza invita a una nueva reflexión a los estadounidenses, una mirada a sí
mismos, pero la violencia se sigue repitiendo. Esta vez, tiene que ser una
mirada auténtica sobre las heridas de la historia que no se han sanado.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario