El
“show” de Televisa/ARTURO
RODRÍGUEZ GARCÍA
Revista Proceso, 13 de febrero de 2016
Concentración
del poder político, del religioso y de la farándula. Atrás quedaron las
aspiraciones de laicidad que, por dogma o hipocresía, solían enarbolar los
presidentes de México a la hora de lidiar con la decimonónica separación
Iglesia-Estado, y con júbilo –para usar la expresión del conductor del acto– se
volcaron juntos en una celebración espectacular.
Tan
espectacular que, apenas acabada la salutación del presidente Enrique Peña
Nieto y su esposa, Angélica Rivera, el jerarca católico debió recibir a cuatro
pequeños, expuestos al frío inclemente, usados para entregarle al Papa un cofre
cuyo contenido era un poco de tierra de cada una de las 32 entidades
federativas.
Francisco
debió escuchar y ver en pantalla gigante a los cantantes convocados por la
primera dama, quienes interpretaron una canción llamada “Luz”; luego recorrió
la alfombra roja para saludarlos, antes de que la comitiva vaticana y la
representación del Estado mexicano protagonizaran la ceremonia protocolaria
correspondiente a una visita de Estado.
En
un traje blanco –no blanco enfermera, blanco de diseño– Angélica Rivera se veía
entusiasta para llevar a Bergoglio junto a sus amigos y algunos niños
dispuestos ahí para saludar a ese argentino que desde que se colocó al frente
de la Iglesia, en 2013, se propuso abrazar la causa de los pobres que ahí, en
la recepción oficial, salvo por lo menores convocados, no había.
Peña
Nieto, en traje oscuro, estaba sonriente. No como aquel José López Portillo que
con desdén recibió a Juan Pablo II en 1979. No como Vicente Fox que se inclinó
y besó el anillo papal. La tarde del viernes 12, el jefe del Estado mexicano
optó por recibir al Papa con un festival.
El
“set” del hangar
Dos
templetes, una alfombra roja y cinco pantallas gigantes; al fondo, fotografías
evocativas de joyas arquitectónicas del país, en dimensiones faraónicas;
poderosas bocinas mezclan ritmos de moda.
El
escenario está puesto y a partir de las 16:00 horas la concurrencia empieza a
colocarse en los graderíos, unas 7 mil butacas, apropiado sitial para unos
asistentes que no parecen estar acostumbrados a pasar horas bajo el sol y que
se enfundaron en sus mejores galas, las mismas con las que acudirán a los baños
portátiles y desfilarán luego para procurarse una bolsa de agua, pues no hay
líquido embotellado que pase por los arcos de seguridad.
Llegaron
de distintas ciudades por invitación de la Presidencia, pero cuando el
conductor las va mencionando, no encuentra tanta respuesta como la que provoca
la mención de Toluca, que sí desata una ovación de la concurrencia.
Ondean
dos banderas frente al Partenón contemporáneo al que conduce la enorme alfombra
roja: la tricolor mexicana y la bicolor vaticana. El Papa será recibido horas
después en este lugar, el hangar presidencial recién construido y estrenado a
cortesía –a cambio de mil millones de pesos– de Juan Armando Hinojosa Cantú, el
constructor y financiero de la llamada Casa Blanca.
Pero
ese detalle no es motivo de atención. La explanada de asfalto donde suelen
hacerse las maniobras del nuevo TP-01, encontró como uso alternativo el
festival musical dispuesto para una recepción de Estado que se convirtió en un
monumental set de televisión, con todo y juego de luces, cámaras para
transmitir desde numerosos ángulos e instrucciones para que los asistentes se
conduzcan como se debe.
Para
ellos lo importante es ensayar las porras: “¡Te queremos, Francisco, te
queremos!”, intentar una ola y finalmente ponerse a bailar “La pelusa”. Pero el
ánimo no decaía y de pronto el ensayo de porras se suspendió pues el mariachi
de la Secretaría de Marina inundó los altavoces con canciones de exaltación de
la mexicanidad: “México lindo y querido”, “Soy mexicano”, “México en la piel”,
“El rey”…
Las
instrucciones, repetidas cuatro veces, fueron: al decir que éste es un momento
importante y se cante la canción “Luz”, todos deben encender la luz de sus
celulares. La última vez que el maestro de ceremonias dio la instrucción dijo:
“Conforme
la luz del sol se aleja, más cerca está de nosotros la luz de Su Santidad”, y
entonces volvió a instruir sobre el momento en que, al aparecer el prelado,
tendrían que lanzar una ovación.
La
bendición
A
Francisco, conocido por romper el protocolo, esta vez Peña Nieto le ganó la
partida. El protocolo quedó para después.
Con
el ballet folclórico de Amalia Hernández y un mariachi entonando Cielito lindo
como marco, el avión de Alitalia se posicionó frente el hangar presidencial.
Ahí aparecieron Peña Nieto, Angélica Rivera, el nuncio apostólico Christophe
Pierre y el embajador Miguel Malfavón. Estos dos últimos subirían para escoltar
a Francisco.
Conforme
al guion, Francisco se detuvo a escuchar y ver en las pantallas gigantes la
canción que entonaban Pedro Fernández, Pandora y Cristian Castro, a quienes se
acercará a saludar.
Desde
su aparición, la concurrencia le reclamaba una bendición, pero Bergoglio
parecía resistirse y, cuando estaba a punto de ingresar al hangar presidencial,
algo le dijo Peña Nieto al oído. Entonces el Papa se dirigió a una estructura
de gradas y soltó su bendición, repitiendo la señal de la cruz ante cada
estructura hasta quedar junto al mariachi y el ballet de Amalia Hernández, y
terminar con un sombrero de charro.
Media
hora después de su llegada, por fin, el protocolo siguió su curso y las
delegaciones se encontraron frente al hangar, para hacer las presentaciones
correspondientes. Afuera el festival continuó una hora más. l
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