Li smantal Kajvaltike toj lek - "La ley del Señor es perfecta del todo y reconforta el alma"..
Así empezó la Homilía en Chiapas con las comunidades indígenas de Chiapas.
Así empezó la Homilía en Chiapas
Participan las comunidades indígenas locales.
Li
smantal Kajvaltike toj lek – la ley del Señor es perfecta del todo y reconforta
el alma, así comenzaba el salmo que hemos escuchado. La ley del Señor es
perfecta; y el salmista se encarga de enumerar todo lo que esa ley genera al
que la escucha y la sigue: reconforta el alma, hace sabio al sencillo, alegra
el corazón, es luz para alumbrar el camino.
Un Pueblo que había experimentado la esclavitud y el despotismo del Faraón, que había experimentado el sufrimiento y el maltrato hasta que Dios dice basta, hasta que Dios dice: ¡No más! He visto la aflicción, he oído el clamor, he conocido su angustia (cf. Ex 3,9). Y ahí se manifiesta el rostro de nuestro Dios, el rostro del Padre que sufre ante el dolor, el maltrato, la inequidad en la vida de sus hijos; y su Palabra, su ley, se volvía símbolo de libertad, símbolo de alegría, de sabiduría y de luz. Experiencia, realidad que encuentra eco en esa expresión que nace de la sabiduría acuñada en estas tierras desde tiempos lejanos, y que reza en el Popol Vuh de la siguiente manera: El alba sobrevino sobre las tribus juntas. La faz de la tierra fue enseguida saneada por el sol (33). El alba sobrevino para los pueblos que una y otra vez han caminado en las distintas tinieblas de la historia.
Nuestro
Padre no sólo comparte ese anhelo, Él mismo lo ha estimulado y lo estimula al
regalarnos a su hijo Jesucristo. En Él encontramos la solidaridad del Padre
caminando a nuestro lado. En Él vemos cómo esa ley perfecta toma carne, toma
rostro, toma la historia para acompañar y sostener a su Pueblo; se hace Camino,
se hace Verdad, se hace Vida, para que las tinieblas no tengan la última
palabra y el alba no deje de venir sobre la vida de sus hijos.
De
muchas maneras y de muchas formas se ha querido silenciar y callar este anhelo,
de muchas maneras han intentado anestesiarnos el alma, de muchas formas han pretendido
aletargar y adormecer la vida de nuestros niños y jóvenes con la insinuación de
que nada puede cambiar o de que son sueños imposibles. Frente a estas formas,
la creación también sabe levantar su voz; «esta hermana clama por el daño que
le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios
ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y
dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón
humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de
enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres
vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está
nuestra oprimida y devastada tierra, que “gime y sufre dolores de parto” (Rm
8,22)» (Laudato si’, 2).
El
desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos impactan a todos (cf.
Laudato si’,14) y nos interpelan. Ya no podemos hacernos los sordos frente a
una de las mayores crisis ambientales de la historia.
En
esto ustedes tienen mucho que enseñarnos, que enseñar a la humanidad. Sus
pueblos, como han reconocido los obispos de América Latina, saben relacionarse
armónicamente con la naturaleza, a la que respetan como «fuente de alimento,
casa común y altar del compartir humano» (Aparecida, 472).
Sin
embargo, muchas veces, de modo sistemático y estructural, vuestros pueblos han
sido incomprendidos y excluidos de la sociedad. Algunos han considerado
inferiores sus valores, sus culturas y sus tradiciones. Otros, mareados por el
poder, el dinero y las leyes del mercado, los han despojado de sus tierras o
han realizado acciones que las contaminaban. ¡Qué tristeza! Qué bien nos haría
a todos hacer un examen de conciencia y aprender a decir: ¡Perdón!, perdón
hermanos. El mundo de hoy, despojado por la cultura del descarte, los necesita
a ustedes.
Los
jóvenes de hoy, expuestos a una cultura que intenta suprimir todas las
riquezas, características y diversidades culturales en pos de un mundo
homogéneo, necesitan estos jóvenes que no se pierda la sabiduría de sus
ancianos.
El
mundo de hoy, preso del pragmatismo, necesita reaprender el valor de la
gratuidad.
Estamos
celebrando la certeza de que «el Creador no nos abandona, nunca hizo marcha
atrás en su proyecto de amor, que no se arrepiente de habernos creado» (Laudato
si’, 13). Celebramos que Jesucristo sigue muriendo y resucitado en cada gesto
que tengamos con el más pequeño de nuestros hermanos. Animémonos a seguir
siendo testigos de su Pasión, de su Resurrección haciendo carne Li smantal
Kajvaltike toj lek – la ley del Señor que es perfecta del todo y reconforta el
alma.
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