9 jun 2016

El mito de la diferencia y la igualdad de género

El mito de la diferencia y la igualdad de género/ Marta Fraile pertenece al Instituto Universitario Europeo-SPS y al CSIC.
 El País, Miércoles, 08/Jun/2016
De acuerdo con el informe de Naciones Unidas más reciente (de 2015), la representación de las mujeres en los parlamentos de todo el mundo es de un 22%. Mientras que sólo un 18% son ministras (la mayoría de ellas con carteras relacionadas con temas sociales) y un 19% del total de Tribunales Supremos están presididos por mujeres. Más de la mitad de las compañías que trabajan en el sector industrial y de la construcción no tienen ni una mujer en sus consejos de administración. ¿Por qué hombres y mujeres no están igualmente representados en las posiciones de liderazgo político y económico? ¿Por qué la segregación ocupacional por sexo es tan alta?

 Las explicaciones más recurrentes se centran en las diferencias biológicas entre sexos. Por ejemplo, abundan los argumentos que defienden que hombres y mujeres priorizan cosas distintas en su vida: mientras que las mujeres priorizan las relaciones personales, la empatía, y el cuidado, los hombres dan mayor relevancia al bienestar económico, al liderazgo, a la competición. Como consecuencia, deberíamos aceptar este hecho y no preocuparnos en exceso por los desequilibrios de género señalados, ya que los mismos serían el reflejo natural de la diferencia de prioridades entre sexos. Otras explicaciones parecidas aluden a la falta de ambición de las mujeres, a la menor confianza en sus propias capacidades en comparación con los hombres. Sin embargo, este razonamiento no tiene base científica. No es más que un mito. Entonces ¿por qué está tan extendida esta idea?
 Los medios de comunicación han contribuido a que este razonamiento se popularice, convirtiéndose en una especie de verdad absoluta que se acepta sin discusión. Títulos como Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus, Tu no me entiendes o Género y discurso han disfrutado de una difusión editorial y de una publicidad inmensa. Sin embargo, ninguno de estos grandes ventas son libros con una base científica. Ninguno muestra con evidencia rigurosa que hombres y mujeres tengan capacidades intelectuales o psicológicas distintas, simplemente se limitan a presentar algunas generalizaciones sobre el modo supuestamente diferente de comunicarse de hombres y mujeres.
 Estudios científicos que han pasado desapercibidos para las grandes editoriales y para los medios en España muestran que las diferencias entre sexos destacadas por los superventas son sencillamente un mito. Los mitos son creencias falsas que contribuyen a que las personas interpreten la realidad a través de ellas, rechazando cualquier contraejemplo que no encaje con sus expectativas. Los mitos alimentan los estereotipos y los prejuicios. Y es así como un mito (las diferencias biológicas) es el argumento que más a menudo se utiliza (o variantes del mismo) para explicar la ausencia de mujeres en posiciones de liderazgo o el alto nivel de segregación ocupacional por sexo.
 Aunque aún no se hayan traducido al castellano (y no creo que sea casualidad), reivindico la difusión de obras como Cerebro rosa, cerebro azul: cómo pequeñas diferencias se convierten en brechas insalvables y qué podemos hacer al respecto, de la profesora de Neurociencia Lise Eliot. O El mito de Marte y Venus: ¿Hablan hombres y mujeres lenguajes distintos? de la profesora y lingüista Deborah Cameron. Estas autoras sugieren que las diferencias psicológicas y de comportamiento entre sexos se deben mucho más probablemente a la forma en la que los padres criamos a nuestros hijos, la manera en que las escuelas los educan y la influencia que los medios de comunicación tienen en la formación de valores y creencias de niños y niñas sobre el papel que les corresponde en la sociedad. En pocas palabras: la socialización parece contar más que las diferencias biológicas.
 Claro que hombres y mujeres son distintos. Pero no porque su cerebro o capacidades sean distintas sino porque su sexualidad es diferente y ello tiene consecuencias físicas y sociales. Pero sobre todo como resultado de interminables siglos de injusto trato desigual. Recordemos que hace menos de un siglo los hombres tenían el monopolio de la autoridad legal, el poder político y civil, el derecho exclusivo de la propiedad.
 Luchemos contra la inercia del pasado. Cambiemos un sistema forjado y desarrollado por y para los hombres. Fomentemos el equilibrio de género tanto en nuestros hogares como en nuestro lugar de trabajo. Cambiemos el modo en que gestionamos nuestros roles en las dimensiones pública e íntima: hombres y mujeres tienen que ser igualmente capaces y estar dispuestos a participar en la misma medida en las dos dimensiones. Fomentemos la idea que hombres y mujeres tienen que compartir de forma equilibrada las posiciones de poder y de decisión en los gobiernos, en el mundo de los negocios, y en todos los sectores económicos. Porque sencillamente no es eficiente que menos de un 20% del total de las mujeres tengan acceso a esas posiciones. La estabilidad y la sostenibilidad de nuestras sociedades necesita del equilibrio de género. Porque una sociedad justa no puede seguir permitiéndose el lujo de desaprovechar la inteligencia y la creatividad de millones de mujeres.

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