El
mito de la diferencia y la igualdad de género/ Marta Fraile pertenece al Instituto Universitario Europeo-SPS y al CSIC.
El
País, Miércoles, 08/Jun/2016
De
acuerdo con el informe de Naciones Unidas más reciente (de 2015), la representación
de las mujeres en los parlamentos de todo el mundo es de un 22%. Mientras que
sólo un 18% son ministras (la mayoría de ellas con carteras relacionadas con
temas sociales) y un 19% del total de Tribunales Supremos están presididos por
mujeres. Más de la mitad de las compañías que trabajan en el sector industrial
y de la construcción no tienen ni una mujer en sus consejos de administración.
¿Por qué hombres y mujeres no están igualmente representados en las posiciones
de liderazgo político y económico? ¿Por qué la segregación ocupacional por sexo
es tan alta?
Las
explicaciones más recurrentes se centran en las diferencias biológicas entre
sexos. Por ejemplo, abundan los argumentos que defienden que hombres y mujeres
priorizan cosas distintas en su vida: mientras que las mujeres priorizan las
relaciones personales, la empatía, y el cuidado, los hombres dan mayor
relevancia al bienestar económico, al liderazgo, a la competición. Como
consecuencia, deberíamos aceptar este hecho y no preocuparnos en exceso por los
desequilibrios de género señalados, ya que los mismos serían el reflejo natural
de la diferencia de prioridades entre sexos. Otras explicaciones parecidas
aluden a la falta de ambición de las mujeres, a la menor confianza en sus
propias capacidades en comparación con los hombres. Sin embargo, este
razonamiento no tiene base científica. No es más que un mito. Entonces ¿por qué
está tan extendida esta idea?
Los
medios de comunicación han contribuido a que este razonamiento se popularice,
convirtiéndose en una especie de verdad absoluta que se acepta sin discusión.
Títulos como Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus, Tu no me
entiendes o Género y discurso han disfrutado de una difusión editorial y de una
publicidad inmensa. Sin embargo, ninguno de estos grandes ventas son libros con
una base científica. Ninguno muestra con evidencia rigurosa que hombres y
mujeres tengan capacidades intelectuales o psicológicas distintas, simplemente
se limitan a presentar algunas generalizaciones sobre el modo supuestamente
diferente de comunicarse de hombres y mujeres.
Estudios
científicos que han pasado desapercibidos para las grandes editoriales y para
los medios en España muestran que las diferencias entre sexos destacadas por
los superventas son sencillamente un mito. Los mitos son creencias falsas que
contribuyen a que las personas interpreten la realidad a través de ellas,
rechazando cualquier contraejemplo que no encaje con sus expectativas. Los mitos
alimentan los estereotipos y los prejuicios. Y es así como un mito (las
diferencias biológicas) es el argumento que más a menudo se utiliza (o
variantes del mismo) para explicar la ausencia de mujeres en posiciones de
liderazgo o el alto nivel de segregación ocupacional por sexo.
Aunque
aún no se hayan traducido al castellano (y no creo que sea casualidad),
reivindico la difusión de obras como Cerebro rosa, cerebro azul: cómo pequeñas
diferencias se convierten en brechas insalvables y qué podemos hacer al respecto,
de la profesora de Neurociencia Lise Eliot. O El mito de Marte y Venus: ¿Hablan
hombres y mujeres lenguajes distintos? de la profesora y lingüista Deborah
Cameron. Estas autoras sugieren que las diferencias psicológicas y de
comportamiento entre sexos se deben mucho más probablemente a la forma en la
que los padres criamos a nuestros hijos, la manera en que las escuelas los
educan y la influencia que los medios de comunicación tienen en la formación de
valores y creencias de niños y niñas sobre el papel que les corresponde en la
sociedad. En pocas palabras: la socialización parece contar más que las
diferencias biológicas.
Claro
que hombres y mujeres son distintos. Pero no porque su cerebro o capacidades
sean distintas sino porque su sexualidad es diferente y ello tiene
consecuencias físicas y sociales. Pero sobre todo como resultado de
interminables siglos de injusto trato desigual. Recordemos que hace menos de un
siglo los hombres tenían el monopolio de la autoridad legal, el poder político
y civil, el derecho exclusivo de la propiedad.
Luchemos
contra la inercia del pasado. Cambiemos un sistema forjado y desarrollado por y
para los hombres. Fomentemos el equilibrio de género tanto en nuestros hogares
como en nuestro lugar de trabajo. Cambiemos el modo en que gestionamos nuestros
roles en las dimensiones pública e íntima: hombres y mujeres tienen que ser
igualmente capaces y estar dispuestos a participar en la misma medida en las
dos dimensiones. Fomentemos la idea que hombres y mujeres tienen que compartir
de forma equilibrada las posiciones de poder y de decisión en los gobiernos, en
el mundo de los negocios, y en todos los sectores económicos. Porque
sencillamente no es eficiente que menos de un 20% del total de las mujeres
tengan acceso a esas posiciones. La estabilidad y la sostenibilidad de nuestras
sociedades necesita del equilibrio de género. Porque una sociedad justa no
puede seguir permitiéndose el lujo de desaprovechar la inteligencia y la
creatividad de millones de mujeres.
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