Piensen
lo que piensen, (pero) voten/Timothy Garton Ash es profesor de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, donde dirige el proyecto freespeechdebate.com, e investigador titular en la Hoover Institution, Universidad de Stanford. Su nuevo libro, Free Speech: Ten Principles for a Connected World, se publicará en primavera.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia
El
País, 8 de junio de 2016
La
decisión de que Reino Unido permanezca o no en la UE puede estar en manos de
neozelandeses, australianos y canadienses. Una de las numerosas peculiaridades
del sistema electoral británico es que muchos ciudadanos de la Commonwealth que
viven en Reino Unido tienen derecho a votar en el referéndum, mientras que los
franceses e italianos que llevan 30 años viviendo aquí, no. No tiene ningún
sentido, pero, como decía Benjamin Disraeli, en Inglaterra no gobierna la
lógica, sino el Parlamento.
En
cualquier caso, si tiene usted derecho a votar, sea joven o viejo, inglés,
escocés, irlandés o jamaicano, por favor, inscríbase para hacerlo. El plazo
termina el martes, 7 de junio, a medianoche.
Lo
único en lo que están de acuerdo las dos partes de un debate cada vez más
enconado es en que esta es la decisión más importante que van a tomar los
británicos desde hace 40 años. Si creemos en el autogobierno democrático, es
obligatorio que acudamos a votar cuantos más mejor. El autogobierno democrático
es un punto fundamental de la campaña para el Brexit. De hecho, es su argumento
más noble, muy alejado del alarmismo sobre la inmigración. En unos comicios que
están perdiendo a toda velocidad cualquier atisbo de respeto mutuo, me parece
importante decir que en el bando favorable a la salida hay algunos, no recién
llegados como Boris sino euroescépticos de toda la vida, que llevan años
hablando de ello.
Y,
si el argumento central de los que quieren marcharse es que los británicos
deben decidir democráticamente sus leyes y su futuro, entonces son ellos
quienes deberían insistir más en que la gente se inscriba para votar. Pero
resulta que pasa todo lo contrario. Los que están exhortando a ejercer el
derecho democrático al voto son los partidarios de seguir en la Unión, mientras
que sus adversarios guardan un extraño silencio al respecto. No me extrañaría
que alguno de los más fanáticos acuse al primer ministro de manipulación
desvergonzada, porque el Gobierno y la comisión electoral —totalmente
independiente— están gastando mucho dinero (6,4 millones de libras en el caso
de la comisión) para animar a los votantes, especialmente a los jóvenes.
El
motivo del extraño silencio de los del Brexit está claro. Si en los próximos
días se inscribe más gente y el 23 de junio hay más participación, eso
favorecerá seguramente a la opción de quedarse. Sobre todo si esos nuevos
votantes son jóvenes. Según el último recuento, las personas con derecho a voto
que se han inscrito son aproximadamente el 95% de los mayores de 65 años, pero
solo el 70% de los que tienen entre 20 y 24 años. Los de más edad tienden a ser
partidarios de marcharse, y los más jóvenes, de permanecer. Por tanto, siendo
realista —¿o cínico?—, el bando del Brexit debería querer que los mayores hagan
su larga marcha hasta los colegios electorales y que los jóvenes se dediquen a
llenarse de pastillas y se vayan al festival de Glastonbury, que se celebra
precisamente en esas fechas. En lugar de la mentira de que Gran Bretaña envía
350 millones de libras semanales a Bruselas, sus autobuses deberían llevar este
lema: “Acude, abuelo; relájate, nieto”.
He
hablado con la comisión electoral para intentar averiguar cómo están las cosas.
Un minucioso estudio realizado en 2014 llegó a la conclusión de que había
alrededor de 7,5 millones de personas mal inscritas, el 15% del electorado.
Desde entonces el nuevo sistema de inscripción electoral ha hecho que hayan
desaparecido de las listas algunas personas y se hayan apuntado otras. Los que
menos se inscriben suelen ser los jóvenes, los que acaban de mudarse de
domicilio y los que viven de alquiler (podemos aventurar que en estas dos
últimas categorías se incluyen muchos jóvenes, aunque también personas más
pobres que, según los sondeos, estarían más dispuestos a votar por el Brexit).
Otro informe indica que en las elecciones generales de 2015 solo votó el 43% del
grupo de entre 18 y 24 años, frente al 78% de los mayores de 65. Incluso con el
margen de error de las cifras, es una brecha de edad importante.
Una
pregunta interesante pero imposible de responder es hasta qué punto esa
abstención es fruto del azar y de la apatía, de cambios de domicilio sin darse
cuenta de que hay que inscribirse, o más bien una exhibición activa de
partidismo. Incluso entre mis alumnos de Oxford, que no son precisamente el
grupo más desfavorecido del país, me encuentro con muchos que dicen que “si el
voto cambiara las cosas, lo abolirían”: piensan que la política es cosa de unas
élites remotas e interesadas y que el verdadero poder lo tienen las grandes
farmacéuticas y Google. Además, aunque mis estudiantes son mayoritariamente
partidarios de que Reino Unido permanezca en la UE, hay muy pocos que se
sientan enardecidos por el tema.
Algunas
de las medidas dirigidas a los jóvenes recuerdan a una abuelita poniéndose una
minifalda de cuero. David Cameron ha utilizado Tinder, la aplicación de citas,
para convencerlos. Una campaña publicitaria llamada #votin (votin.co.uk)
utiliza una jerga supuestamente juvenil mientras una chica se sumerge en el
océano. Es de vergüenza ajena, y más bien condescendiente.
Pero
no me parece mal que una organización llamada Bite the Ballot (muerde la
papeleta), que asegura que en las últimas elecciones ayudó a inscribir a
500.000 personas, haya lanzado una campaña para que se apunte la gente antes de
que acabe el plazo. Unos estudiantes de Oxford tienen una página de Facebook,
Pledge2Reg, en la que la gente deja fe de que se ha inscrito. Ofrecen
recompensas como 150 donuts y la visita de un camión de helados para los
colleges con más inscritos. Yo he añadido a los donuts un premio de 500 libras
al college de Oxford que tenga mayor porcentaje de alumnos inscritos para votar
según la oficina electoral de la ciudad (un criterio dudoso, lo sé, porque
muchos estarán inscritos en sus domicilios familiares, pero no se nos ha
ocurrido nada mejor).
No
voy a negar que espero que esos estudiantes voten por la permanencia, pero les
aseguro que prefiero que voten por la salida a que se abstengan. Pase lo que
pase, este debe ser un gran momento para la democracia deliberativa, igual que
lo fue el referéndum sobre la independencia escocesa en 2014. Hasta ahora, la
campaña de la consulta del Brexit ha sido una mezcla entre una partida de
mentiroso y una riña de bar. Pero todavía tenemos 20 días para mejorarla.
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