Periodismo
y terrorismo/Béatrice
Delvaux
Béatrice Delvaux es editorialista jefe de Le Soir.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
© Lena (Leading European Newspaper Alliance)
El
País, 1 de agosto de 2016
Los
medios de comunicación, ¿oxígeno del terrorismo? Es lo que dijo a finales de
julio un juez antiterrorista francés, que acusó a los periodistas de que, al
informar sobre los atentados y las emociones suscitadas, contribuyen a la
difusión del terror que buscan los yihadistas. Que incluso empujan a los
individuos indecisos a actuar, por mimetismo o por exceso de imágenes. “Los
medios multiplican el acto terrorista, como si se reprodujera millones de veces
en cada hogar”, acusó un politólogo. ¿El periodista europeo se ha convertido en
aliado del ISIS, queriendo o sin querer? He aquí tres mandamientos para
protegernos.
Asumirás
que eres políticamente correcto. Es la acusación que se hace contra los medios
de calidad: demasiado asépticos, demasiado ingenuos, demasiado amables,
demasiado políticamente correctos. Pero habrá que resignarse a recibir esos
calificativos, porque ¿cuál sería la alternativa? ¿Apoyar a Erdogan cuando
asegura sentirse obligado a cumplir los falsos deseos de una muchedumbre que
reclama, según él, la recuperación de la pena de muerte, o cuando amordaza a la
prensa? ¿Alentar a Sarkozy cuando declara a las familias francesas reunidas un
domingo por la noche ante el televisor: “Estamos en guerra, una guerra total,
es ellos o nosotros”? ¿O callarse cuando los partidos de la oposición, sean o
no extremistas, intentan hacernos creer que existen recetas milagrosas contra
el terrorismo y que es posible un riesgo cero?
Habrá
que asumir que somos políticamente correctos y seguir escribiendo que hay que
construir puentes con las otras comunidades, fortalecer los lazos con los
musulmanes que viven en Europa, invertir en la educación, la razón y la
inteligencia, porque son los únicos instrumentos para impedir el paso a la
barbarie.
Tendremos
que seguir siendo políticamente correctos y apoyar a los políticos que unen
Estado y nación, en vez de separarlos. Como explicaba hace poco el politólogo
belga Jacques Henrotin en Le Soir, no habrá más remedio que adaptarse. “¡No
vamos a dejar de respirar! La capacidad de adaptación de la sociedad es la
manera de reaccionar a las agresiones sin ver alterados sus valores
fundamentales. Uno de sus factores clave es disponer de la información
adecuada, en calidad y en cantidad. Es decir, dar sentido a la situación”.
Habrá que asumir que somos ingenuos para esa marea de chivos expiatorios,
análisis simplista y anatema fácil. Habrá que negarse a confrontar el odio con
odio y trivializar el racismo o incluso justificarlo, habrá que presentar
verdades frente a la humareda de palabras desacomplejadas de los Trump, Farage
y Johnson.
Ampliarás
tus límites. Esta es nuestra otra gran dificultad. ¿A quién llegamos? ¿A esas
élites a las que también acusan de estar desconectadas de los jóvenes y menos
jóvenes que buscan sentido, de esa famosa clase popular que ya no se siente
escuchada ni representada por los partidos y se venga de su sentimiento de
abandono? ¿De qué sirve explicar si no predicamos más que a los convencidos?
Nuestro reto es llegar a la comunidad de los perdidos, los indignados, los
amargados. Un reto difícil cuando nuestros modelos económicos están
derrumbándose y los periodistas se cuestionan su futuro y el sentido de su
oficio. ¿Sigue siendo la defensa de la democracia un proyecto editorial viable
para muchos periódicos que nacieron en ese combate por los derechos y las
libertades hace 70 años, vibrantes, populares y activos en aquella Europa de la
posguerra y el posfascismo? Habrá que creer que sí y aferrarse a ello.
Huirás
de las emociones. Qué difícil es, cuando se acumulan los muertos, un camión
atropella a unos niños en plena fiesta nacional, un viejo sacerdote muere
degollado, arrodillado en su pequeña iglesia, los pasajeros de un tren se ven
atacados a hachazos, no mostrar el dolor y el espanto, no exigir la venganza
del Estado. Pero nuestras plumas europeas, capaces de emocionarse, deben
permanecer secas, no zozobrar en la negrura de los sentimientos. Debemos seguir
preguntándonos sobre los sucesos que se acumulan, iluminarlos de razón y no
dejar terreno libre al terror que siembra la propaganda del ISIS.
Actuar
con calma parece ridículo frente a la máquina de destrucción masiva en suelo
europeo. Pero es lo más útil. El periodismo es una de esas armas contra la
barbarie, siempre que se practique (de nuevo) de forma responsable, profesional
y al servicio de la población. Con el recuerdo del espíritu de los fundadores y
sin encerrarnos tras los muros.
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