La memoria de un hombre está en sus besos…/ de Emilio Calderón
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Besos
históricos/Vicente
Molina Foix
El
País, 31 de julio de 2016
El
primer día de octubre de 1930, en una carta al pintor Gregorio Prieto, por
entonces un amigo muy próximo a él, Vicente Aleixandre escribió lo siguiente:
“Estoy seguro en que llegará una década de libertad, de máxima libertad.
Nuestra generación no lo verá ya. Lo que hoy no está más que apenas tolerado, y
mal, tan mal, será el día de mañana cosa corriente, formas distintas. El amor
lo justificará como debe ser, como tiene que ser, porque como se habrá impuesto
habrá hecho que la comprensión penetre hasta en las capas hoy más absolutamente
impermeables. Será una obra de reparación que la humanidad se dará a sí misma y
que hoy sólo se ve en las zonas más cultas”. La reparación amorosa a la que el
poeta se refería ha ido llegando, en efecto, aunque las décadas se hicieron
esperar, entre la guerra y la inicua paz de Franco, que algunos hoy querrían
perpetuar.
Lo
curioso es que, mientras se reconstruía en su plenitud humana la de otros
escritores de su generación, la más íntima verdad de la vida de Aleixandre
quedó en la nebulosa de los sobrentendidos y los breves apuntes ocasionales de
alguno de sus amigos, hasta que, por fin, se cuenta con La memoria de un hombre
está en sus besos, una biografía escrita por Emilio Calderón, premiada y
publicada por la editorial de Barcelona Stella Maris. Es un libro concienzudo
en su investigación, equilibrado entre lo biográfico y lo literario (aunque,
como en casi todas las biografías, la infancia y el árbol familiar del
estudiado produzcan cierta fatiga genealógica), al que se le puede reprochar
una hinchazón lírica en momentos puntuales, arrastrado quizá su autor por el
ímpetu del verso aleixandrino.
Calderón
proporciona datos interesantes sobre la figura paterna, Don Cirilo Aleixandre,
ingeniero militar y hombre dado a escribir, con diversos textos publicados de
álgebra y de geografía, así como un descubierto opúsculo de divertido título,
Manual de las obligaciones del soldado, cabo y sargento. La involuntaria
comicidad de las nomenclaturas corporativas también la hallamos en Aleixandre
hijo, quien, tras concluir estudios de Derecho e Intendencia Mercantil,
desempeñó breves trabajos, siendo el último en la Compañía de Caminos de Hierro
del Norte de España. La mala salud prematura y la vocación literaria centraron
a partir de 1925 la actividad de Vicente, que publicó su primer libro de poemas
en 1928, un año después del histórico homenaje a Góngora celebrado en Sevilla,
punto de partida y cuño de la Generación del 27. Aleixandre, nombre fundamental
de la misma, no pudo asistir por sus dolencias renales.
La
enfermedad, sin embargo, no es lo que define la personalidad del premio Nobel
de 1977, por mucho que sus altibajos la jalonaran (dándole alguna vez excusa
para quitarse pelmas de encima). Una de las virtudes del libro de Calderón, que
no trató al poeta, es trasmitir la vitalidad jovial, el humor, la curiosidad y,
por primera vez con minuciosidad equilibrada, la vida sentimental del autor, a
la que se había hecho alusión (en los meritorios pero circunspectos recuentos
de Leopoldo de Luis, José Luis Cano y Antonio Colinas) consignando sólo su
parte heterosexual y silenciando la indiscutible centralidad homosexual del
autor de Espadas como labios.
La
biografía de Emilio Calderón aspira asimismo a analizar la obra y el contexto,
y destacan a ese respecto los incisos sobre Aleixandre como gran prosista y
ferviente lector de novela (con su declarada filiación galdosiana), la
recensión bien hecha (en el capítulo 11) del surrealismo aleixandrino, y el
foco sobre su maravillosamente atrevido poema de 1930 El vals, tan celebrado
por Luis Cernuda, para quien la enorme impresión que su lectura causó a García
Lorca pudo hacer que Federico escribiese a continuación, en Poeta en Nueva
York, su Vals en las ramas y su Pequeño vals vienés, musicado éste de forma
memorable, mucho tiempo después, por Leonard Cohen. También se presta atención
a los acontecimientos de nuestro país en los esperanzados, turbios y trágicos
años que van desde 1930 a 1949, cuando Aleixandre es nombrado académico de la
Lengua y se rompe con esa valiente elección su ostracismo. Y mezclada con la
historia en mayúscula, la pequeña historia de la vida íntima; desde sus amoríos
pintorescos pero substanciales (recordados siempre con afecto por el escritor)
con una cupletista de nombre artístico Carmen de Granada, mujer vivaz y
promiscua que le trasmitió una grave infección venérea, arrastrada toda su
vida, hasta la prolongada “amitié amoureuse” con la profesora alemana Eva
Seifert y la breve fijación con una enigmática “niña rubia”, de cuya existencia
real hay motivos (de orden estratégico o prudencial) para dudar.
En
La memoria de un hombre está en sus besos (cita de un verso del poeta) se
consignan junto a otros enamoramientos masculinos de diversa consistencia las
dos grandes pasiones hacia hombres más jóvenes que él, trascendentales en la
“historia del corazón” de Aleixandre. La primera fue su relación con Andrés
Acero, persona atractiva y desdichada, víctima como tantas de la Guerra Civil y
el destierro, y sobre el cual Emilio Calderón ha llevado a cabo una encomiable
labor de identificación y datación, aquilatando y corrigiendo detalles de su
final suicida en México, que el propio Aleixandre, separados los dos amantes
desde el verano de 1937, no pudo saber con precisión cuando, en alguna
rememoración emocionada, lo refería. Un episodio dramático fue el encuentro de
un Acero devastado y empobrecido con el entonces joven profesor Carlos Bousoño,
a quien el primero oyó dar en la capital de México, a principios de 1948, una
conferencia sobre la poesía aleixandrina; al acabar, Acero, ignorando tal vez
el vínculo más que literario que el conferenciante tenía con el poeta, le
mostró a Bousoño el único bien que había conservado en su duro exilio de
militar republicano, un ejemplar encuadernado ex profeso en 1935 de La
destrucción o el amor, en el que su autor, sabedor de que Andrés vivía con los
padres, se limitaba a firmar, poniéndole al final, en la escritura
estenográfica que había estudiado, una cifrada declaración amorosa.
Carlos
Bousoño fue largo tiempo el último y seguramente definitivo amor de Vicente
Aleixandre, y el libro de Calderón lo pone de manifiesto (no sin alguna
cortapisa) y corrobora con una brevísima muestra documental que deja un sabor
agridulce; los fragmentos de un par de misivas, fechadas precisamente en 1948,
presentan a un extraordinario escritor de 50 años desbocadamente enamorado del
joven Carlos, y expresándose con el descaro rayano en la cursilería que las
cartas de amor, según decía Pessoa, han de tener. Substancian en cualquier caso
lo que antes corría como chisme, y confirman que, en número por lo visto
superior a las 60, esta correspondencia existe, sin sufrir el destino de otras
mutilaciones pías. Lo que quiere decir 200 páginas inéditas de Aleixandre en
plena madurez. ¿Habrá que esperar más décadas para que la reparación completa
se realice?
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