Revista
Proceso
# 2091, 27 de noviembre de 2016...
El camino a “Proceso” y sus
cuarenta años/
JORGE MUNGUÍA ESPITIA
Tres
meses después, en diciembre de 1986, apareció mi primera nota. La emoción fue
grande porque Aparecía en una publicación hecha por periodistas independientes
y críticos, que lo mostraban semanalmente en sus trabajos.
Era
el año de 1968. En ese entonces acababa de entrar a la secundaria. A mi casa
llegaba el periódico Excélsior desde hacía dos años. En ocasiones lo
consultaba. Vivía al sur de la ciudad y para ir a la escuela tomaba un camión
que pasaba cerca de la Preparatoria 8 de Plateros. Un día, en Barranca del
Muerto se subió un grupo de estudiantes a repartir volantes; uno de ellos
explicó a los pasajeros que el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz y la policía
preventiva de la Ciudad de México –su jefe era el general Luis Cueto Ramírez y
el subjefe Raúl Mendiola Cerecedo– estaban reprimiendo al movimiento
estudiantil.
Habló
también de la detención de varios estudiantes. Cuando terminó, sus compañeros
pasaron con botes a recoger el apoyo económico. Mujeres y hombres sacaron
monedas y billetes y los depositaron en las latas; algunos pasajeros les dieron
palabras de aliento, les pidieron no ceder ante las arbitrariedades del
gobierno.
Al
día siguiente esperé el periódico y leí que había sido atacada la Preparatoria
1 con una bazuca, que destruyó la centenaria puerta principal. A partir de ese
momento mis fuentes de información fueron los estudiantes que escuchaba en los
camiones o en el mercado de Mixcoac y el diario Excélsior. Ediciones
fundamentales fueron las de los días posteriores al 2 de octubre, porque
desaparecieron los activistas en las calles y el fervor olímpico desvió la
atención. Aunque regularmente leía algunas noticias y las opiniones de los
editorialistas. No las entendía, por lo que pedía a mi padre que me las
explicara.
Adquirí
el hábito de la consulta periodística que me causaba serias confusiones porque
en otros periódicos (Novedades, El Universal), en la radio y la televisión se
informaba sobre los sucesos de manera muy diferente a la de Excélsior. Además,
se calumniaba a este diario y a sus periodistas en esos medios de tener oscuros
lazos con el comunismo o de ser tendenciosos. No me lo parecía porque había
averiguado sobre algunos de sus articulistas que eran personas honestas, como
Daniel Cosío Villegas, destacado historiador; Juan José Hinojosa, recto
político del PAN; Heberto Castillo, luchador inquebrantable de izquierda;
Ricardo Garibay y Jorge Ibargüengoitia, connotados escritores, y los
caricaturistas Abel Quezada y Eduardo del Rio (Rius), quienes con sus
caricaturas me mostraban un México diferente. Cómo adolescente la sociedad que
yo veía en la vida cotidiana a través de los campesinos, obreros, estudiantes,
amas de casa, maestros y burócratas aparecía descrita y dibujada en el
periódico Excélsior.
Con
los meses, mi visión del país fue cambiando a pesar de las promesas de reforma
del presidente Luis Echeverría. Los articulistas cuestionaban la eficiencia de
los cambios prometidos y en eso ocurrió otra matanza de estudiantes el jueves
10 de junio de 1971, realizada por el grupo paramilitar de Los Halcones. El
suceso indignó a la gente, entre otras cosas gracias a la información, análisis
y fotografías que aparecieron en Excélsior. Ante esto el presidente Echeverría
ordenó investigar lo sucedido y, para no interferir, Alfonso Martínez Domínguez
renunció como el regente de la ciudad. El gobierno no llegó a ninguna
conclusión y dejó que el tiempo pasara dando largas al asunto. Sin embargo, en
el diario se responsabilizó al presidente y a su grupo.
Ante
el continuo cuestionamiento el gobierno de Echeverría organizó el golpe a
Excélsior. El 8 de julio de 1976 llegó a la casa el periódico con una página en
blanco. Después me enteré que en ella debería aparecer un desplegado en donde
los periodistas y escritores denunciaban la campaña de desprestigio en contra
del diario por su revisión crítica y variada de la realidad mexicana. Al día
siguiente revise el diario y no se diferenciaba en nada del Novedades o El
Universal, don Julio Scherer y otros colaboradores habían dejado la
publicación.
Para
esas fechas yo estudiaba en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM. Hubo
algunas asambleas informativas y nos enteramos con más detalle de lo ocurrido.
Recuerdo el sentimiento de desolación que sentí al saber que se perdía una
fuente importante de información y análisis. El suceso era terrible por el
poder que ejercía el Estado sobre los medios de comunicación a los que manejaba
de acuerdo a sus intereses. He de decir que quedaba la revista Siempre! en la
que se mantenía un espíritu crítico.
Varios
de nuestros maestros en la UNAM habían sido colaboradores de Excélsior o
conocían lo sucedido y en sus clases nos comunicaban que un grupo de
periodistas se estaba organizando para crear una publicación alternativa. Se
hablaba de un periódico o una revista. Muchos de nosotros nos dirigimos a
varias facultades para informarnos de cómo avanzaba la propuesta. Escuche los
comentarios de Carlos Pereyra y de Abelardo Villegas en Filosofía. También a
Mario Monteforte Toledo, Gastón García Cantú y a Carlos Quijano en Ciencias
Políticas. Hasta que corrió la información de que la publicación sería una
revista semanal, se llamaría Proceso y saldría el sábado 6 de noviembre de
1976.
Ese
sábado me levanté temprano y recorrí varios puestos. Ningún voceador la
conocía. Me dirigí a la UNAM y no la encontré. Días después la encontré en un
expendio del Centro de la ciudad. Inmediatamente me fui a un café y la leí
desde la primera página. El editorial, el cambio de Excélsior a Proceso, el
fragmento de las Memorias de Daniel Cosío Villegas, la sección Inventario de
José Emilio Pacheco, que trataba de Saul Bellow…, hasta la última hoja,
ilustrada con una caricatura de Magú.
A
partir de ese momento compré la revista todas las semanas. Para mis estudios
fue una fuente central en cuanto a los análisis y opiniones, así como en
relación a la información. Después surgieron otros periódicos que consultaba,
pero Proceso era indispensable. Varios años pasaron, 10 para ser precisos, y
había logrado entrar a la Universidad Autónoma Metropolitana como maestro de
tiempo completo. En clases discutíamos la realidad nacional a través de la
consulta de diferentes medios en los que siempre estaba la revista Proceso.
En
esos tiempos leí una biografía de Emma Goldman que me pareció importante, por
la posición de la anarquista ante el poder. Entonces lo comenté con mis alumnos
y al escuchar sus consideraciones decidí escribir un comentario crítico y
llevarlo a Proceso para su publicación. Llamé a la revista y pregunté a quién
tenía que dirigirme para poner en consideración mi trabajo. Me informaron que
el coordinador de la sección cultural era Armando Ponce, a él tenía que
presentárselo. Llegué a la calle de Fresas número 13. Me sorprendí porque
pensaba que la revista se encontraría en un edificio moderno, pero no, se
hallaba en una casa de los años cincuenta adaptada como oficinas. Ingresé por
un corredor, entre cubículos pintados de blanco, y llegué al patio trasero.
Regresé y pregunté dónde se encontraba el señor Ponce y me indicaron que en los
primeros cubículos a mano derecha.
No
había nadie. Pocos minutos después apareció Ponce. Me presenté y le dije lo que
buscaba y que mi comentario era acerca de una biografía. Déjame leerlo, me
dijo, luego sacó una pluma y empezó a hacer indicaciones en el texto, tachar
palabras y oraciones. Después de varios minutos me lo devolvió y dijo que le
había gustado, pero sugería modificarlo. Había hecho algunas observaciones. Si
yo las estimaba, podía hacer los cambios pertinentes y llevárselo de nuevo.
Leí
sus señalamientos y durante varias semanas corregí el texto. Cuando regresé se
sorprendió de verme. Leyó el comentario y dijo que lo publicaría en cuanto
hubiera un espacio. Tres meses después, en diciembre de 1986, apareció mi
primera nota. La emoción fue grande porque aparecía en una publicación hecha
por periodistas independientes y críticos, que lo mostraban semanalmente en sus
trabajos. Después le llevé otras notas que fueron apareciendo regularmente.
A
partir de entonces formé parte de la revista Proceso en su sección Cultura. Los
jueves era el día de cierre y los colaboradores llevábamos nuestros trabajos.
Por lo general nos quedábamos a conversar sobre los asuntos de la semana,
sentados alrededor de la mesa de juntas. Ahí estuve con José Antonio Alcaraz,
Federico Campbell, Vicente Leñero y Marco Antonio Campos, luego con Víctor Hugo
Rascón Banda, Alberto Paredes, Rafael Vargas y Eduardo Soto Millán, entre
otros.
En
una ocasión estábamos en la mesa con Armando Ponce, su hermano Roberto y Víctor
Hugo Rascón cuando llegó Vicente Leñero. Nos pusimos hablar de política. Era el
sexenio de Carlos Salinas, y Leñero contó una sabrosa anécdota que refiero: por
x razones, él o don Julio estuvieron en un lugar en el que se encontraban
varios políticos. Después de comentar algunos asuntos uno de ellos los espetó,
por el carácter amarillista de Proceso, al darle lugar a los crímenes que
ocurrían, la corrupción, el contubernio de los políticos… etcétera.
Inmediatamente Leñero contestó que la revista no era amarillista, sino que la
realidad era amarilla.
A
lo largo de los años, nunca se me ha pedido borrar una línea o cambiar mi
opinión. Tampoco sugerido un libro para comentar. Yo los he elegido de acuerdo
a mi criterio. En su momento recibí apoyo técnico, como programas y archivos.
Cuando he realizado reportajes, ayuda fotográfica; ambos con un gesto amable.
Un
aspecto importante ha sido el trato entre los periodistas y colaboradores.
Recuerdo que en la tercera ocasión en que entregué mi colaboración no se
encontraba Armando Ponce. El cubículo estaba sólo. En eso veo llegar a don
Julio Scherer que al verme se dirige a mí y con un abrazo me saluda. Le digo
quién soy y me dice: Ya leí su colaboración. Bienvenido. La misma actitud la
recibí de Enrique Maza, Rafael Rodríguez Castañeda y Salvador Corro.
En
la revista hay un espíritu de colaboración resultado de su historia. La
necesidad de agruparse, crear una revista y mantener una línea editorial
crítica consolidó esa tendencia, que se vio amenazada cuando don Julio Scherer
decidió retirarse y propuso una dirección colectiva. La presencia de tres
directores creó una división y provocó que algunos hicieran una especie de
proselitismo que se tradujo en duras confrontaciones que provocaron la salida
de algunos periodistas y luego de dos de sus directores. Bajo una dirección,
que quedó en manos de Rodríguez Castañeda, Proceso volvió a la estabilidad.
Muchas
son las vicisitudes que enfrenta la revista, como la presión de los políticos y
partidos, las amenazas del narcotráfico, el retiro de la publicidad…, y con las
innovaciones cibernéticas el cambio en la manera de conocer la información. La
variación ha afectado las ventas, ante esto se han implementado cambios. La
revista cuenta con una página en internet, ahí se pueden consultar las noticias
del día y el número de la semana de manera restringida, sólo los subscritores
pueden hacerlo.
En
Facebook aparece información del momento abierta a los usuarios de esa red
social. Me parece que en el caso de la página la suscripción limita la
consulta. Otros periódicos abren sus ediciones a todo el público y cargan los
costos a las empresas anunciantes. Eso debería hacer Proceso. Como maestro e
investigador de la UAM sé que los universitarios por esa restricción consultan
otras fuentes.
Hay
también nuevos retos, como el de la televisión y la radio. En el caso de la
primera, el semanario ya cuenta con un espacio. No así con la radio. Los nuevos
cambios en las leyes de la comunicación han abierto las posibilidades de contar
con una emisora, a través de la cual difundir noticias y programar música. Por
los avances tecnológicos esto es factible sin una inversión considerable. Una
revista como Proceso, que además es una agencia de noticias, necesita contar
con diversos medios para dar a conocer hechos y opiniones.
En
el transcurso de los años mis colaboraciones se han publicado con regularidad,
pero algunas veces no aparecieron hasta el siguiente número o posteriores. La
razón: falta de espacio. En la conformación de la revista cuando aparecen
reportajes o comentarios extensos los editores, entre otros, cortan las
columnas de la sección Cultura y lo hacen de manera mecánica. Siempre la última
columna: la de libros. Esta ha sido la razón de mi ausencia. Me parece que
podrían alternarse los cortes. La revisión literaria es importante sobre todo
para estimular la lectura en un país con bajos índices e invitar a los lectores
regulares a acercarse no sólo a las novedades, sino a otras ofertas.
Para
mí, ser colaborador de Proceso es motivo de orgullo, por ser una publicación en
la que participan hombres y mujeres, que en sus tareas informativas y
analíticas hacen un análisis crítico de la realidad nacional desde diferentes
perspectivas. Además, ha sido un foro de debate, en donde se han manifestado
diversas y encontradas posiciones que les han dado a los lectores un espectro
amplio del estado de la discusión.
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