Navarro-Valls:
“Así convenció Wojtyla a Fidel para festejar la Navidad”
EL
ex vocero del Papa polaco: quería saber todo de Juan Pablo II
La
histórica visita cubana de Juan Pablo II en 1998
Vatican
Insider, Pubblicato il 27/11/2016
Este artículo fue publicado en la edición de hoy del periódico «La Stampa».
ANDREA
TORNIELLI
«Fidel
Castro me tuvo hablando con él por 6 horas. Tenía mucha curiosidad sobre Juan
Pablo II, e incluso celoso de su interioridad se comprendía que quería ir más a
fondo… Le dije que era un hombre afortunado, porque el Papa rezaba todos los
días por él. Por una vez se quedó en silencio». Joaquín Navarro-Valls, el
portavoz de Juan Pablo II en ocasión de la histórica visita de Wojtyla a Cuba
en 1998 tuvo un papel que fue mucho más allá del papel oficial de director de
la Sala de Prensa vaticana. Y lo cuenta en esta entrevista que concedió a «La
Stampa».
¿Cómo se llegó a la visita del Papa
que había contribuido en la caída del Muro de Berlín a uno de los últimos
baluartes del comunismo?
Durante
una decena de años Juan Pablo II había enviado a sus delegados a Cuba. También
fue el “ministro del Exterior” vaticano, Jean Luis Tauran. El Papa tenía el
deseo de visitar la isla, pero la invitación no llegaba. Finalmente en
noviembre de 1996 Castro vino a Roma para una reunión de la FAO y fue recibido
en el Vaticano. Ahí invitó formalmente al Pontífice.
¿Cómo se preparó el viaje?
Durante
todo 1997 se trabajó en la organización. Tres meses antes de que se diera, en
octubre de ese año, llegué a La Habana y me encontré con Fidel. Fue un
encuentro largo, que duró seis horas y concluyó casi a las tres de la mañana.
Castro tenía mucha curiosidad, quería saber todo sobre Juan Pablo II, qué
familia había tenido, cómo había vivido. Quería saber más sobre el hombre Wojtyla
y dejaba ver su admiración por él. Se percibía que quería ir más a fondo. Le
dije: “Señor presidente, le envidio”. “¿Por qué?” “Porque el Papa reza por
usted todos los días, presa para que un hombre de su formación pueda volver a
encontrar la vía el Señor”. El presidente cubano por una vez se quedó en
silencio.
¿Qué
le pidió usted a Castro por cuenta de la Santa Sede?
Le
expliqué que, como ya había sido fijada la fecha de la visita, el 21 de enero
de 1998, era interesante que fuera un gran éxito. “Cuba debe sorprender al
mundo”, le dije. Fidel se declaró de acuerdo. Entonces yo añadí algo sobre las
sorpresas que el Papa se esperaba. Le pedí a Castro que la Navidad, a la vuelta
de la esquina, se celebrara en Cuba como una fiesta oficial por primera vez desde
el inicio de la revolución.
¿Cómo
reaccionó el Líder Máximo?
Dijo
que habría sido muy difícil, la Navidad caía en plena cosecha de la caña de
azúcar. Respondí: “Pero el Santo Padre querría poderle agradecer públicamente
este gesto desde su llegada al aeropuerto de La Habana”. Entonces, después de
una larga discusión, Castro acabó diciendo que sí. Aunque añadió: “Pero podría
ser solo por este año”. Le limité a decir: “Muy bien, el Papa le estará muy
agradecido. Y en cuanto al año próximo, ya se verá”. Como se sabe la fiesta de
Navidad siguió siendo desde entonces fiesta civil.
¿Qué
pensaba Papa Wojtyla sobre Castro?
Durante
el vuelo hacia La Habana, un periodista le preguntó al Papa qué le habría
aconsejado al presidente de Estados Unidos sobre la posición que debía mantener
con Cuba: “To change!”. Su consejo era cambiar. Después le preguntaron qué se
esperaba del presidente de Cuba. Juan Pablo II respondió: “Espero que me
explique su verdad, como hombre, como dirigente y como comandante”. Yo no estaba
en el avión, ya estaba en La Habana. Recibí el texto de aquella respuesta y se
la enseñé a Castro mientras esperábamos que aterrizara el Papa. Así, ya había
un orden del día escrito para su encuentro. El encuentro cara a cara duró mucho
y al salir ambos estaban serenos y sonrientes. Recuerdo la misa en la Plaza de
la Revolución con los hermanos Castro en primera fila y la multitud que
acompañaba la homilía con el grito “¡Libertad, libertad!”. Y recuerdo las
palabras con las que Fidel se despidió de Juan Pablo II en el aeropuerto antes
de volver a Roma: “Le agradezco por todas las palabras que dijo, hasta por las
que habrían podido no gustarme”. Tenía esta elegancia humana, mientras Wojtyla
sonreía: con esa visita inauguró un tiempo de lentas pero reales aperturas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario