Revista
Proceso
# 2091, 27 de noviembre de 2016...
El
plebiscito del pasado 2 de octubre (que votó por el “no”) obligó al gobierno y
la guerrilla colombianos a adecuar los términos del acuerdo de paz al que
habían llegado en septiembre; cedieron en muchos de los puntos impuestos por
las fuerzas de derecha, entre las que destaca el grupo del expresidente Álvaro
Uribe. Aun así, los latifundistas y caciques vinculados con las mafias locales,
y los muchos grupos paramilitares, siguen objetando que las FARC se conviertan
en un partido político. El nuevo acuerdo, que esta semana será refrendado por
el Congreso, sigue bajo fuego de los señores de la guerra.
BOGOTÁ.-
Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) no sólo son la única
guerrilla en el mundo que ha firmado dos acuerdos de paz en 59 días, sino
también la más tercamente empeñada en dejar las armas e incorporarse a la vida
civil, pese a todos los obstáculos que le ha puesto la extrema derecha para que
concrete esos propósitos.
Y
es que, según dice el senador Iván Cepeda, en Colombia la extrema derecha no es
una abstracción ideológica. Es un entramado en el que confluyen latifundistas,
empresarios, caciques políticos vinculados a las mafias regionales y un nuevo
tipo de paramilitarismo que está agazapado en la delincuencia organizada y
tiene mucho poder de fuego.
Pero
las acciones de “resistencia civil” y el “referendo ciudadano” anunciados por
el exmandatario y senador serán, sin duda, un factor de perturbación política
los próximos meses.
Y
es que la puesta en marcha de lo negociado y renegociado con las FARC requiere
de leyes y reformas constitucionales cuyo trámite podría llevar hasta dos
periodos legislativos, los de 2017 y 2018.
Y
justamente este último año habrá elecciones presidenciales, por lo cual el
gobierno y las FARC tienen razones fundadas para temer que las campañas
políticas acaben por “contaminar” el tema de la paz y hasta por poner en duda
el cumplimiento de los acuerdos.
En
especial porque el uribismo ya está en precampaña y será un fuerte competidor
en esos comicios.
Para
el gobierno y la guerrilla es fundamental que la Corte Constitucional autorice
aplicar un mecanismo fast-track de trámite legislativo que aceleraría la
expedición de las leyes de la paz.
Santos
enfrenta un complejo escenario político, pero nadie duda de que el presidente
tuvo una rápida reacción para superar el revés en el plebiscito del 2 de
octubre y de que, en ese propósito, contó con toda la colaboración de las FARC,
que en las últimas semanas han dado reiteradas muestras de que están
comprometidas con el fin de la guerra y su incorporación a la vida civil.
Desde
la noche de la derrota del “Sí” a los acuerdos de paz, el presidente convocó a
un diálogo nacional.
Tres
días después recibió en la casa de gobierno a su mayor adversario político y
principal promotor del “No”, Uribe, a quien no veía desde que éste le entregó
el cargo, seis años antes, y a lo largo de un mes sus representantes
mantuvieron un diálogo con todos los sectores que respaldaron esa opción, a fin
de tomar nota de sus propuestas –más de 500– para modificar el acuerdo.
El
profesor de derecho constitucional de la Universidad Externado de Colombia,
Marcos Criado de Diego, dice que fue un acierto político del gobierno y las
FARC lograr un nuevo acuerdo de paz en un periodo tan breve.
“Pero
ahora el problema es ver si realmente ha nacido un acuerdo que pueda ser
políticamente sostenible en el largo plazo, que pueda tener vida en políticas
públicas que permitan llevarlo a cabo y, sobre todo, que pueda lograr la paz de
Colombia”, señala.
Para
el doctor en derecho de la Universidad de Bolonia, el mejor escenario para el
nuevo pacto de paz es que sea respaldado mediante un acuerdo nacional que
incluya al uribismo. Esto aún podría hacerse en el marco del Congreso.
De
lo contrario, dice, aunque el nuevo acuerdo sea refrendado e implementado por el
Congreso, “habrá un problema político porque quedará la duda de si el pueblo
colombiano lo apoya o no”.
El
presidente Santos sostiene que el acuerdo suscrito el jueves ya cuenta con el
respaldo mayoritario del país pues algunos de los grupos que promovieron el
“No” en el plebiscito del 2 de octubre ya lo respaldan.
Entre
estos, el presidente ha mencionado a líderes de iglesias cristianas que
llamaron a votar “No” y que ahora están satisfechos con los cambios y
precisiones que contiene el acuerdo en el tema de “enfoque de género” y
libertad religiosa.
El
nuevo texto señala que “enfoque de género” significa el reconocimiento de la
igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Los líderes religiosos temían que
ese concepto se entendiera como un respaldo a las minorías sexuales “en
detrimento de la familia”.
El
presidente de la Confederación de Libertad Religiosa, de Conciencia y Culto, el
pastor Héctor José Pardo, quien llamó a sus feligreses a votar “No” en el
plebiscito, señala que los grupos cristianos no harán campaña en el Congreso
contra el nuevo acuerdo.
Desconocimiento
general
Una
encuesta de Datexco indicó que 80% de los entrevistados está poco o nada
informado sobre el nuevo acuerdo de paz. Casi la mitad de éstos, pese a su
desconocimiento del tema, está insatisfecha con los cambios que se le hicieron
al pacto. Aun así, la mayoría respaldaría el nuevo acuerdo si se sometiera a un
plebiscito.
La
ignorancia sobre el contenido de los acuerdos fue uno de los factores que,
según analistas, influyeron en el triunfo del “No” en el plebiscito del 2 de
octubre. El propio gerente de la campaña del uribista Centro Democrático, Juan
Carlos Vélez, reveló que ese partido tergiversó mensajes y exacerbó la
indignación de los colombianos para motivar un voto emocional contra el pacto
original.
Esto
fue posible porque el grueso de la población desconoce en detalle lo que se
renegoció con las FARC. El nuevo texto tiene 310 páginas, 13 más que el
original.
El
gobierno asegura que el pacto con esa guerrilla recogió más de 80% de las
inquietudes de quienes votaron por el “No”.
También
aclara, en el punto de desarrollo rural, que el reparto de 3 millones de
hectáreas a campesinos sin tierra se hará respetando la propiedad privada, y
que las inversiones previstas para el campo y las zonas más afectadas por el
conflicto se ejecutarán en un plazo de 15 años, y no de 10, para darles
sostenibilidad fiscal.
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