Revista
Proceso
# 2091, 27 de noviembre de 2016...
Apertura
del Santo Sepulcro: Entre la ciencia y la fe/
BEATRIZ
LECUMBERRI
La
que se tiene como tumba de Jesucristo, situada en el templo del Santo Sepulcro,
en Jerusalén, fue reabierta después de 500 años de manera casi secreta. El
objetivo: que expertos pudieran proteger de la humedad la piedra original donde
supuestamente reposó el cuerpo de Jesús, así como hacerle nuevos estudios para
obtener más información sobre su muerte. Entrevistados por Proceso, algunos
testigos explican este delicado encuentro entre ciencia y fe, que ha dado lugar
a recelos y rumores.
JERUSALÉN.-
Las últimas fieles se resisten a salir de la iglesia. Arrodilladas sobre la
llamada piedra de la unción, donde se habría preparado el cuerpo de Jesucristo
para ser sepultado, varias mujeres rezan con apresurados susurros y con la
frente apoyada sobre el mármol. Los vigilantes palestinos interrumpen su
plegaria para hacerlas salir, ayudados por varios policías israelíes. “Please,
out; please, out. Jalash” (Por favor, fuera. Ya basta), dicen, mezclando el
inglés y el árabe.
Son
las siete de la noche y los pesados portones de madera de la Iglesia del Santo
Sepulcro se cierran finalmente hasta el amanecer. En el templo se instala el
profundo silencio de las piedras y empieza la jornada de trabajo para una
decena de ingenieros, arqueólogos y obreros griegos que restauran la pequeña
capilla donde –según la tradición cristiana– fue enterrado Jesús.
Repartido
entre andamios, montacargas, mesas de trabajo o de rodillas en el suelo, el
equipo opera contrarreloj. Las obras en la capilla que alberga la tumba de
Cristo –el “edículo”– comenzaron el pasado abril y deben terminar el próximo
marzo, antes de la celebración de la Pascua. El objetivo es restaurar
totalmente este habitáculo funerario del siglo XIX, que podía venirse abajo en
cualquier momento debido a la humedad que debilita sus bases y a los daños
sufridos tras el terremoto de 1927.
Costó
muchos años que las seis Iglesias que custodian el Santo Sepulcro se pusieran
de acuerdo sobre la realización de estas obras: quién pagaría los 3 millones de
dólares que iban a costar, quién las supervisaría y quién las llevaría a cabo.
El equipo elegido trabaja para la Universidad Nacional Técnica de Atenas y ya
participó en la restauración de la Acrópolis y de la antigua mezquita de Santa
Sofía, en Estambul, convertida hoy en un museo. Pero este encargo los ha puesto
a prueba.
Las
piedras del Santo Sepulcro están lejos de ser sólo piedras y en ellas reposa la
esencia de la fe de millones de personas.
“Sin
duda este trabajo no tiene nada que ver con cualquier otro”, confía a Proceso
Antonia Moropoulou, ingeniera griega que dirige las obras de renovación.
Apertura
histórica
El
punto más delicado e importante de este proceso de renovación ocurrió la noche
del 26 de octubre, cuando se desplazó la losa que protege la tumba de Jesús
hasta acceder a la roca sobre la que se habría depositado su cadáver. No estaba
previsto al inicio de las obras llegar hasta la roca funeraria, pero los
arqueólogos advirtieron que era necesario proteger la piedra atacada por la
humedad.
La
apertura se llevó a cabo con las puertas del templo cerradas, lejos de la
prensa, en medio de una gran discreción y con la supervisión de los
responsables de las Iglesias que custodian el sepulcro: Católica, Griega
Ortodoxa, Armenia, Copta, Siriaca y Etíope.
“Era
el núcleo del proyecto. Quisimos inyectar un mortero especial para unificar y
consolidar la roca que se estaba deteriorando mucho. Abrimos la tumba para
protegerla y saber más sobre esta piedra sagrada”, explica Moropoulou.
El
sepulcro había sido parcialmente abierto en 1809 y no se accedía a la roca
original desde 1555. “Por debajo de la losa de mármol visible para los fieles
había otra losa, que estaba quebrada y que tenía una cruz del tipo de las que
ponían los cruzados. Debajo de ella encontramos material de relleno, inerte, y
al limpiarlo surgió la roca funeraria, típica de aquel periodo, sobre la cual
fue depositado el cuerpo de Jesús”, describe Moropoulou.
El
edículo entero estaba sometido a una tensión muy grande debido a la humedad que
sube de los túneles y los canales del subsuelo, lo cual ponía en peligro la
estabilidad de toda la estructura y la preservación de estos restos sagrados
para el cristianismo.
“Si
no hubiéramos abierto la tumba ahora y no hubiéramos protegido la piedra,
dentro de cien años habría habido sólo arena. La roca habría desaparecido”,
agrega la responsable griega.
El
edículo es el cuarto lugar que alberga la tumba de Jesús, cubierta y escondida
por el emperador Adriano, quien colocó sobre ella divinidades paganas para
impedir el culto cristiano, y fue redescubierta hacia el 324 por Constantino,
quien creó en torno a ella un primer templo. En el siglo XI el califa Al Hakim
arrasó el lugar, que fue reconstruido en el siglo XII, después de que los
cruzados llegaran a Jerusalén.
En
su interior, el edículo está dividido en dos salas comunicadas por una puerta
de 1.33 metros de altura. En un minúsculo espacio se encuentra la piedra
funeraria, recubierta. Hasta ahora la roca original no era visible para los
miles de fieles que visitan este lugar a diario. El equipo de ingenieros
griegos creó una ventana para que a partir de ahora todos los peregrinos puedan
tener un contacto visual con la piedra funeraria.
“Cuando
se viene a Tierra Santa, esas pruebas tangibles apuntalan la fe del peregrino,
que cree con más fuerza”, estima el franciscano Artemio Vítores.
Durante
las 60 horas en que el sepulcro permaneció abierto, la oración y la fe
convivieron con la ciencia. Mientras los expertos extraían muestras,
fortalecían la roca y tomaban fotografías, un puñado de sacerdotes, no más de
10 o 15, tuvo acceso a este momento histórico. Pudieron ver, tocar y rezar.
“Mi
misión era hacer fotos de la tumba abierta, para los franciscanos. Estaba tan
nervioso que no disfruté un segundo de aquel momento. Pedí volver a entrar para
rezar al menos un padrenuestro y después pensé en lo que acababa de vivir: el
contacto directo con la piedra, con el testimonio de la resurrección. En ese
lugar nace toda la fe de la Iglesia, brotan la redención humana y el optimismo
de la vida”, explica Enrique Bermejo, franciscano español.
Marie
Armelle Beaulieu, responsable de la revista religiosa Tierra Santa, de
Jerusalén, fue una de las pocas personas que también tuvo el privilegio de ver
el sepulcro abierto.
“Vi
el punto exacto y el material, la piedra, a partir del cual Cristo resucitó.
Esa roca provoca una emoción absolutamente particular”, explica.
A
la espera de los resultados
La
tumba ya está cerrada y los peregrinos vuelven a hacer cola ante el Santo
Sepulcro recubierto de andamios. Moropoulou y su equipo siguen estudiando las
muestras recogidas e intentando “hacer hablar” a esta tumba. “Hemos usado las
técnicas más sofisticadas y menos invasivas para estudiar todos los elementos a
nuestro alcance”, dice, citando la termografía con infrarrojos, la tomografía
acústica o microscopios de fibra óptica.
Su
discurso de científica desaparece algunos minutos cuando se le pregunta sobre
el momento en que la losa fue desplazada y apareció la piedra funeraria. “No
importa lo que eres frente a la tumba de Cristo. Puedes ser griega-ortodoxa,
armenia, católica, judía, musulmana o atea, el mundo entero se arrodilla ante
ella. Al abrirla y cerrarla sentí que estábamos ante un lugar único, un lugar
de luz donde nace la esperanza del mundo”, explica.
Los
arqueólogos son vagos al hablar de la naturaleza de los estudios que realizan
en las muestras de roca. Insisten en que el objetivo es doble: analizar la
piedra para seguir protegiéndola en el futuro y realizar análisis que permitan
saber más sobre los ritos funerarios llevados a cabo en ella.
“Sinceramente
no creo que los cristianos necesiten grandes revelaciones; más bien necesitan
tener el contacto y la visualización con el material original y eso será
posible gracias a la ventana creada en el sepulcro. Si usted me pregunta si voy
a buscar el ADN de Cristo o restos orgánicos en esta roca, la respuesta es no”,
zanja Moropoulou.
Sin
embargo, fuentes eclesiásticas reconocieron el nerviosismo y escaso entusiasmo
que se respiraba en la Iglesia, fundamentalmente la Griega Ortodoxa, ante la
perspectiva de apertura de la tumba y la realización de análisis con
tecnologías de última generación.
“No
creo que estos estudios cambien nada en cuanto a lo que se sabe sobre la muerte
y resurrección de Jesús. No hay que temer a la ciencia. La fe y la ciencia
pueden ir de la mano”, concede Bermejo.
A
las puertas del Santo Sepulcro, varios turistas aguardan su turno para entrar
al edículo y poder permanecer algunos segundos junto a la tumba. La apertura
del sepulcro y la incógnita sobre lo que podrían revelar los resultados de los
análisis provocan sentimientos encontrados entre los peregrinos.
“Se
puede creer en el Jesús histórico o en el Cristo de la fe. Pero creo que con
todo lo que ha pasado en este lugar: las guerras, las incursiones, las
destrucciones, etcétera, que podamos ver todo esto hoy es un milagro. Soy
creyente y creo que la mano de Dios está aquí. No puede ser todo obra del
hombre, porque si todo esto fuera una historia inventada, sería realmente una
mentira maestra”, asegura Sabina, peregrina italiana.
Para
Flavia, de Brasil, es mejor que la ciencia no remueva creencias tan asentadas y
ponga en entredicho la fe de millones de personas.
“Creo
que es mejor creer. Hace tantos años que la gente tiene fe que ya es parte de
la historia y no tenemos por qué ir contra ella. Creo que la ciencia puede
incluso confundir a los religiosos, la verdad”, apunta.
Un
perfume delicioso
Horas
después de la apertura de la tumba, un rumor recorría Jerusalén. Cuando la losa
fue desplazada, una fragancia exquisita habría invadido el pequeño espacio
donde de la tumba.
“Los
arqueólogos me invitaron a oler un puñado de tierra extraído de la tumba.
Desprendía un perfume dulce muy agradable. Algo inexplicable”, describe una
fotógrafa que pudo acceder al sepulcro abierto y prefiere no revelar su
identidad.
No
es la primera vez que en la historia de la Iglesia se habla de fenómenos
similares. En procesos de canonización, cuando se procede a la apertura del
féretro del beato se ha hablado de un “olor de santidad”, un aroma de una
suavidad excepcional que emerge de los restos.
Cuando
en 1809 el arquitecto Nikolaos Komnenos abrió parcialmente el sepulcro de Jesús
durante la construcción del edículo actual, la crónica oficial de la época
también menciona una “fragancia inefable”.
Por
otra parte, personas presentes durante la apertura de la tumba mencionaron que
aparatos usados por el equipo de científicos mostraban “perturbaciones en su
campo magnético” al acercarse a la piedra funeraria.
“No
entro a valorar esas cosas. Soy un teólogo. Creo que son hechos muy serios que
no se pueden divulgar y hacer circular a la ligera”, afirma, prudente, Vítores.
El
poético relato que dejó escrito en el siglo XVI Bonifacio de Ragusa, Custodio
de Tierra Santa, cuando abrió la tumba en 1555 y encontró varias reliquias, da
a entender que el momento de alguna manera también lo sobrepasó.
“El
lugar que había estado bañado en aquella sangre preciosa y por aquella mezcla
de ungüentos con los que fue ungido para la sepultura y que difundía por todas
partes resplandores de luz como si fueran rayos luminosos de sol, fue
descubierto por nosotros y venerado con alegría espiritual “, describe.
De
Ragusa encontró en el sepulcro un trozo de madera envuelto en un “paño
precioso” que se desintegró en contacto con el oxígeno. Se cree que se trata de
una parte de la cruz de Jesús encontrada por Helena, la madre del emperador
Constantino, en el siglo IV. La reliquia fue repartida. Una parte se encuentra
bajo el obelisco de la plaza San Pedro, en El Vaticano; otra es guardada por
los franciscanos en Jerusalén.
“Creo
que lo que ha ocurrido en estos días en Jerusalén no tiene valor teológico ni
cambia el valor del lugar en sí. Yo no he descubierto la resurrección ahora,
pero creo que sí sirve para demostrar que el cristianismo no son teorías: la
piedra del sepulcro está ahí y muestra el lugar en que Jesús murió por mí y a
partir del cual resucitó”, añade Vítores.
El
siguiente paso en los trabajos en el santo sepulcro será ir “hacia abajo” para
aislar el edículo de la humedad que viene del subsuelo. “Es un trabajo
delicado, lento y laborioso, pero es un momento único. Estamos frente a la
historia”, concluye Moropoulou.
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