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ZONA POLITEiA/ César Velázquez Robles
La universidad pública: una institución del Estado y la nación
La universidad pública es una institución del Estado y la Nación. Todos los que hemos pasado por una institución de educación superior de esta naturaleza, lo sabemos. Debiera, por tanto, saberlo y entenderlo el presidente Andrés Manuel López Obrador. Sus opiniones en la mañanera de este jueves 21 de octubre sobre la Universidad Nacional Autónoma de México –nuestra universidad pública de referencia— dan cuenta de un desconocimiento de su función social, de la naturaleza conflictiva de su vida interna, de las diferentes formas de inserción estructural en los proyectos de desarrollo del país, y de la diversidad de visiones, posiciones y concepciones que en su interior se expresan, creando y recreando la pluralidad del pensamiento y de su desarrollo en un ambiente de libertad.
La universidad pública –La UNAM, el Instituto Politécnico Nacional y todas las universidades de titularidad pública en las entidades federativas--, han sido históricamente en México, entidades en las que se expresa este pensamiento complejo y diverso, centros donde se acumula y condensa la explosividad de las demandas de la vida económica, política, social y cultural, sometida, en consecuencia, a las presiones e intereses de las élites y las contra-élites, que luchan por su control y su instrumentalización para ponerla al servicio de sus intereses.
Son centros del saber y ese es su poder: el poder del saber. La autonomía ha sido el más poderoso baluarte para que en ellas, en las universidades públicas, florezca en libertad el conocimiento, se transmitan saberes adquiridos, y se creen nuevos conocimientos. Ello solo puede lograrse en un ambiente de libertad, y cuando lo hace, encuentra su forma natural de incorporarse al desarrollo nacional y de las regiones. Pensar que tienen que estar al servicio de un grupo social, sector o clase, es no entender su función social, y pretender su instrumentalización, que significa mutilar su espíritu creador, su libertad, su pluralismo, es el camino para que en ellas se entronice el autoritarismo y se petrifiquen las ideas. En suma, es la cancelación de este espacio vital para crear y recrear nuestros proyectos de presente y de futuro.
Si algo tenemos todos que reconocer de las universidades públicas –insisto. UNAM, Poli, universidades estatales—es el enorme aporte como palancas de ascenso y movilidad social. Han sido la sede de las aspiraciones –sí, de las aspiraciones--, anhelos, sueños y esperanzas de ascenso y movilidad en la escala social y económica, para millones de mexicanos provenientes de los sectores sociales más empobrecidos y depauperados. Lo ha sido también de jóvenes provenientes de familias clasemedieras con legítimo derecho han accedido a una educación que los ha preparado en las habilidades, destrezas y conocimientos para el mundo laboral, pero que también los ha formado en el ejercicio responsable de la crítica y en su condición de ciudadanos comprometidos con su espacio y con su tiempo. Si tan solo por algo habría que reconocerlas, sería por el cumplimiento de estas tareas. Ese ha sido en México el papel que han desempeñado, y que nos debe a todos hacernos sentir profundamente orgullosos.
Entonces, si las cosas son así –o al menos así deberían entenderse— resulta en verdad incomprensible el discurso presidencial sobre las universidades. Es cierto que tienen defectos, que cargan con lastres, que en muchos sentidos siguen siendo tradicionalistas en un mundo que en unos cuantos años se ha transformado radicalmente, y que algunos de sus integrantes la siguen viendo como diría el Manifiesto Universitario de Córdoba de 1918, como el “refugio secular de los mediocres”. Pero ello no cambia su esencia, su naturaleza y su compromiso con la vida colectiva. Si la propia vida social en la que se inscriben las universidades, se caracteriza por su complejidad y explosividad, por los estallidos recurrentes de crisis e imposibilidad para encontrar un plano común de entendimiento de sus múltiples actores, es natural que las instituciones de educación superior no encuentren el mejor acomodo: no son ínsulas que estén al margen de la vida; por el contrario, la expresan, la condensan, discutiendo en libertad proyectos y propuestas de cambio y transformación social.
López Obrador no repara en el daño que sus palabras hacen a la UNAM y a las universidades públicas. Las lastima, las daña en su reputación como centros de centros de reflexión y conciencia crítica de la sociedad. Quisiera él que fueran arietes en su lucha contra las mafias del poder, que dejaran de ser enclaves del pensamiento y la práctica neoliberal y abandonaran eso que llama individualismo. Desde la época en que los conservadores cerraban la universidad por considerarla “perniciosa y nociva”, y luego llegaban los liberales para volver a abrirla --si exceptuamos los momentos trágicos en 1968 con la entrada del Ejército a la UNAM—ningún presidente se había lanzado tan frontalmente contra la universidad. Díganlo si no, sus palabras en la mañanera:
“Fue mucho tiempo de atraso, de saqueo, además de manipulación, muchísimo tiempo. Afectaron a dos generaciones. En las universidades públicas, hasta la UNAM se volvió individualista, defensora de estos proyectos neoliberales, perdió su esencia de formación de cuadros, de profesionales para servirle al pueblo”.
Luego: “Ya no hay los economistas de antes, los sociólogos, los politólogos, los abogados, ya no hay derecho constitucional. ¿Y el derecho agrario? Es historia. ¿El derecho laboral? Todo es mercantil, civil, penal, todo es esto (dinero). Entonces si fue un proceso de decadencia”.
Lo que está pidiendo es una universidad militante, de causa, no reivindicando una institución que es del Estado y la nación. ¿Cuál sería su modelo? Supongo que la Universidad de la Ciudad de México, y su proyecto alternativo de la cadena de universidades “Benito Juárez”. Bueno sería, entonces, remitirlo a la lectura de algunos textos, entre ellos, uno clave, fundamental, de Marcos Kaplan, “La universidad pública: esencia, misión y crisis”. Ahí, el autor plantea lo siguiente:
“A través de condicionamientos de todo tipo, la universidad se ha ido desarrollando y actuando con el control y a favor de élites dirigentes y grupos dominantes, pero también bajo la presión y la influencia de grupos intermedios, subalternos y dominados. Ambos elementos y movimientos polares han estado presentes y han operado como relaciones contradictorias de la universidad con una amplia gama de fuerzas y estructuras, de conflictos y procesos de la sociedad y del Estado, incluso elementos en emergencia, más o menos espontáneos, imprevistos y creadores. Como resultante, la universidad ha ido evolucionando en el tiempo, en cuanto a la definición de su naturaleza, de sus fines y medios, de sus funciones y papeles; al grado y al contenido de su autonomía y de su universalismo; a la pluralidad contradictoria y con frecuencia conflictiva de sus posibilidades y de sus resultados.”
“Así, la universidad ha podido identificarse o ser identificada como sede del conservadurismo y el tradicionalismo, o de la modernización, la innovación y hasta la insurgencia (reformista o revolucionaria); con la defensa y legitimación del orden y los poderes, o con su crítica e impugnación; con el oscurantismo y el irracionalismo, o con la racionalidad, la ilustración y la emancipación (individual y colectiva).”
Todas estas fuerzas están presentes en la vida universitaria. Porque es la propia naturaleza de la universidad pública. Lamentarse de una supuesta pérdida de su esencia, que en su lógica sólo sería “formar profesionales para servir al pueblo”, es no entender qué es la universidad pública, qué es la UNAM.
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