Elegante y dura respuesta al Senador de Morena Héctor Vasconcelos, hijo de José..
De las palabras del régimen/Jesús Silva-Herzog Márquez
en REFORMA, 16 de mayo de 2022
Le agradezco a Héctor Vasconcelos su respuesta al artículo que escribí en estas páginas. Hace un par de semanas expresaba mi sorpresa ante su adopción plena de ese lenguaje del régimen que llama a la guerra, que describe al otro como traidor, y que alaba a un hombre como encarnación de la patria. Me refería en particular al senador Vasconcelos porque me extrañaba que, incluso él, un hombre juicioso y sensato, hiciera suya una retórica tan grotesca. Por eso la respuesta que publicó en el diario Milenio es una valiosísima oportunidad de conversar en un momento en que el diálogo parece imposible. (abajo el texto).
No creo que tenga mucho sentido enfatizar las razones de nuestro desacuerdo sobre el rumbo del gobierno y el efecto de sus políticas. Las diferencias son evidentes y los argumentos de la polémica parecen claros. Lo que me parece relevante, lo que podría llegar a ser útil ahora es abordar el modo en que expresamos nuestro desacuerdo. Me parece alarmante la deriva autoritaria del discurso oficial. En el lenguaje del régimen se manifiesta, cada vez con mayor furor, una intolerancia al otro que va más allá de la natural rispidez de la polémica. La descripción del opositor como enemigo o, más aún, como traidor a la patria es abiertamente fascistoide. Que el Presidente llame traidores a la patria a los legisladores que discrepan de él, que la dirigencia del partido mayoritario llame a la denuncia penal de los diputados que detuvieron una reforma constitucional, que un alto dirigente de ese partido llame a fusilamientos simbólicos de la oposición es inaceptable. El oficialismo sostiene que no hay más vía que la suya. Pretende convertir su sectarismo en el único patriotismo.
Las palabras del régimen cultivan una idea de lo público que no es un espacio compartido, con reglas que nos pertenecen a todos; un lugar donde podemos expresar desacuerdos y detectar, al mismo tiempo, coincidencias. El espacio público que construye a diario el discurso oficial es el de un campo de guerra, esa "batalla campal" a la que nos convocó el senador hace poco. No soy quisquilloso. Me parece que el asunto es relevante. El discurso del populismo pretende arrancarle legitimidad a la discrepancia. El otro es un golpista, el otro es un pillo, el otro es la resurrección de todos los malvados de nuestra historia, el otro es un traidor que no merece lugar entre nosotros. Si, en efecto, los otros son traidores no pertenecen al país. Cuando la gobernadora de Campeche grita para que los traidores se larguen de México, no hace más que llevar el discurso presidencial a su consecuencia lógica. La patria es solo nuestra. El maniqueísmo pomposo del discurso oficial me parece ridículo, pero es, al parecer, contagioso. El hecho es que las palabras de la intimidación pesan. No podemos dejar de advertir que el Presidente y el Senado colocaron y mantienen al frente de la Fiscalía General de la República a un hombre que ha usado el enormísimo poder de su oficina para sus venganzas personales y las de sus aliados políticos.
Héctor Vasconcelos sugiere que mi oposición al lopezobradorismo es interesada: pertenezco a un grupo que fue mimado y, por haber perdido mis ventajas, soy incapaz de apreciar la hermosa gesta del presente. El argumento sigue el guion oficial: descalificar al crítico para desentenderse de la crítica. Apunta además que mi posición tiene raíz estética. Tal vez. Él, mejor que nadie, aceptará que detrás de todo juicio estético hay un impulso ético. Cuando se me revuelve el intestino al contemplar la genuflexión se activa un resorte que es estético, pero también moral. Los senadores de Morena firmaron un documento que decía: "el presidente Andrés Manuel López Obrador encarna a la nación, a la patria y al pueblo". Los opositores a la Patria Encarnada son, por consiguiente, "mercenarios" y "traidores a la patria". Un documento estética y políticamente repugnante. Uno de los textos más indignos de los últimos tiempos.
No hay en el lopezobradorismo quien escape de la trampa de su discurso. Ese es mi punto: la lealtad que ha cultivado López Obrador es una devoción intensa y auténtica. En sus admiradores ha impuesto su lenguaje, su imaginación y su delirio. El "no traicionar" de su credo es el deber de no pensar.
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Batalla campal provocada/HÉCTOR VASCONCELOS
Milenio, 09.05.2022/
Conozco a Jesús Silva-Herzog Márquez desde hace muchos años. Se trata de una amistad transgeneracional trabada entre mi madre y Don Jesús Silva Herzog en el Berlín de los años 30 del siglo pasado. Compartimos muchas aficiones literarias y musicales. En lo que nunca hemos podido coincidir es en nuestra percepción de Andrés Manuel López Obrador. Incluso tuvimos un intercambio epistolar a este respecto en 2006. Esta discrepancia no tendría mayor importancia —sería como una diferencia respecto a cómo Kempff interpreta una sonata de Beethoven— si ahora él no la hubiera hecho pública en un artículo reciente.
Empiezo por señalar que quienes establecieron los términos de la “batalla campal” en torno a las propuestas legislativas del gobierno fueron los integrantes de la nauseabunda alianza —oportunista y destructora de identidades partidistas— entre el PAN, el PRI y lo que queda del PRD, con sus vociferantes gritos y carteles (“no pasará”) en el debate de la reforma eléctrica en la Cámara de Diputados, donde votaron en contra del interés nacional y a favor de las empresas extranjeras. Así lo espetó el líder de la camarilla que ha secuestrado al PRI, partido que alguna vez, y pese a su corrupción y antidemocracia, nacionalizó el petróleo, creó el IMSS, nacionalizó la electricidad y se rehusó a ser comparsa de Estados Unidos en foros internacionales. Yo no llamé a las armas; fueron los enemigos (así les llamo y no adversarios) del Presidente, quienes han encontrado en la oposición en bloque a todas sus iniciativas lo que conciben como su única oportunidad de derrotarlo políticamente. Debe ser muy frustrante tratar de derrotar a un dirigente cuyo índice de aprobación ronda 70 por ciento.
Desde luego, la iniciativa de reforma electoral debería abrir “un tiempo de deliberación y negociación con las oposiciones” (Silva-Herzog), pero quien ha cerrado ese espacio son los enemigos sempiternos del Presidente en su empeño desesperado por frenar toda iniciativa que provenga de él, aunque beneficie a México.
No creo que la postura de Silva-Herzog frente al Presidente provenga de intereses personales agraviados, sino más bien de una cuestión cuasi estética. Pienso que no le gusta el tono ni el estilo del Presidente ni de su gobierno, de la misma manera que yo soy alérgico a posturas de la derecha (prefiero llamarle así y no conservadores).
Por otra parte, Jesús es un miembro distinguido de nuestra élite intelectual. Este sector ha sido mimado y privilegiado, justificadamente, con cargos, estipendios, premios, lisonjas y, a veces, negocios personales (injustificable) por todos los presidentes de México: de Porfirio Díaz a Peña Nieto. Su máxima encarnación es el Colegio Nacional, institución, por cierto, por la que siento gran afecto ya que mi padre figuró entre sus miembros fundadores. Pero más allá del clasismo y el racismo presentes en su seno, este gremio se siente ofendido por el cambio en la actitud del Presidente hacia ellos. Creo que López Obrador, demócrata irredento que es, piensa que sólo cuenta con seis años para cambiar la relación de la Presidencia con la sociedad. Él está enfocado en gobernar prioritariamente para quienes han sido olvidados durante por lo menos 500 años: los jamás escuchados, quienes han vivido con el equivalente de dos dólares al día, los que antes eran sólo una estadística, los condenados de la tierra. Aún así, creo que ha sido un error dejar de cortejar a los intelectuales eminentes. ¡Sale tan barato!
Dice Jesús que he caído bajo el influjo del despotismo. Está en su derecho de verme así. En cuanto a mí, me enorgullece estar participando en una gesta que, a pesar de la peor pandemia en un siglo, y aunque sólo estamos a la mitad del sexenio, ya ha conseguido logros que será difícil revertir: ¿qué gobierno futuro volverá a la práctica de condonar impuestos a los más ricos?, ¿qué presidente volverá a disponer de 24 aeronaves y otros privilegios de la “Presidencia imperial”?, ¿qué presidente cancelará la comunicación directa con la sociedad u osará frenar los aumentos salariales?, ¿se atreverá un presidente futuro a encabezar el saqueo del país, pese a las nuevas disposiciones constitucionales?, ¿se dará fin a la era de mayor libertad de expresión que ha habido en México desde Madero? México ya cambió. Lo que me preocupa es la capacidad de implementación que tengamos de aquí a 2024. El éxito del nuevo aeropuerto, de Dos Bocas o del Tren Maya depende de cuán eficiente sea su operación. Lo mismo aplica al IMSS Bienestar que, si resulta exitoso, justificaría el sexenio por sí solo. Son esas mis inquietudes y no el haber bebido veneno alguno (Silva-Herzog dixit) o mi atribuida fascinación con el despotismo: no veo ningún déspota en mi proximidad.
Héctor Vasconcelos*
* Escritor, ex diplomático y senador por Morena
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