3 jun 2007

Crimen y castigo

  • Crimen y castigo/ Sergio Ramírez, escritor y ex vicepresidente de Nicaragua (EL PAÍS, 31/05/2007;
Unas semanas atrás la CNN había entrevistado en México a Teodoro Petkoff, el director del diario Tal Cual de Caracas, acerca del entonces inminente cierre de la emisora RCTV de Venezuela. Me tocó estar en México cuando en el mismo programa compareció una diputada, emisaria del Gobierno del presidente Chávez, para replicar a Petkoff, y su argumento capital para justificar la pena capital impuesta a la emisora fue el de que en su programación introducía formas extrañas de cultura, que enajenaban las costumbres y creencias del pueblo venezolano.
He escuchado otras justificaciones oficiales, la más reiterada de ellas que se trataba de una emisora golpista, pues se había puesto del lado de quienes buscaron derrocar al presidente Chávez en el año 2002, y él mismo, tras dictar la sentencia, le fue contando con fruición los días que le quedaban de vida. Pero saber ahora que también se trata de un acto de represión ideológica, y que la medida está destinada a restringir los espacios de convivencia cultural, me da una idea de lo que debe esperarse en el futuro.
El reclamo de callar todas las voces que atentan contra determinada concepción cultural, parte necesariamente de la idea de que es necesario defender una identidad propia puesta en peligro por todo lo que viene de fuera de las fronteras, unas fronteras que no son sólo territoriales, sino también ideológicas. En este sentido, el Estado se hace cargo de promover y defender esa llamada identidad cultural, que se erige como oficial, y frente a la cual no caben alternativas de expresión.
El Estado bolivariano tiene una concepción oficial de su identidad política, que pasa a ser una identidad cultural. La misma definición de “Estado bolivariano” implica ya una definición nacionalista, que de acuerdo a la doctrina del presidente Chávez, reiterada en sus discursos, es popular además de nacionalista. Le he oído anunciar la filmación de superproducciones donde se narrará la vida y las hazañas de los héroes de Venezuela, para contrarrestar a las películas enajenantes de Hollywood, por ejemplo, y las emisiones de Telesur, su canal internacional de televisión, vienen a perseguir el mismo propósito.
A mí me parece bien que exista Telesur, porque brinda una alternativa de información dentro de la compleja red de ofertas que existe hoy día en el mundo, y si el presidente Chávez quiere realizar una multimillonaria inversión para que haya en Venezuela unos estudios de cine en competencia con los de Hollywood, ya se ve que tiene el dinero para hacerlo. Lo malo sería que en mi pantalla yo tuviera las veinticuatro horas del día nada más que Telesur, y a la hora de la película de la noche sólo vidas y hazañas de próceres, y todo lo demás quedara fuera por tratarse de basura enajenante.
Si tras el cierre de la RCTV se extendiera por América Latina la ola justiciera en contra de la enajenación cultural inoculada por las emisoras de televisión, desde Miami a México, y de Río de Janeiro a Santiago, y de Bogotá a la propia Caracas, donde sobrevive Venevisión, los ayatolás culturales me dejarían con no poca nostalgia. Nostalgia por los chocarreros juicios fingidos delante de jueces de togas negras, en los que se ventilan a grito pelado conflictos familiares; por los edulcorados programas de entrevistas donde las amas de casa lloran sus penas delante de entrevistadoras implacables; por los longevos concursos de aficionados con premios vistosos, autos deportivos relucientes y viajes al fin del mundo, ofrecidos por presentadoras de sonrisa congelada; por las telenovelas venezolanas donde las heroínas y las malvadas, sobre todo las malvadas, se levantan ya maquilladas de la cama, y los escenarios de casa rica parecen siempre las salas de exhibición de una tienda de muebles.
Sería mi nostalgia por el mal gusto, pero para miles de televidentes sería su nostalgia por lo que les gusta, que en asunto de preferencias no hay nada escrito. El gusto tiene que ver con la libertad, más allá de las categorías culturales oficiales, y suprimir las opciones, para dejar ver sólo lo que el criterio oficial determina que uno debe ver, es como levantar barrotes de acero frente a la pantalla, y hacer de cada hogar una celda de castigo. Es obligarlo a uno a entregar al Estado el poder de decidir acerca de lo que quiere ver o escuchar, en la televisión, en el cine y en la radio, de donde fácilmente se pasa a arrebatarle a uno ese mismo poder en lo que respecta a lo que quiere leer.
Es la gran distancia entre lo que uno quiere hacer y lo que otros determinan desde arriba que uno debe hacer. En lugar de las transmisiones enajenantes de la RCTV, habrá ahora en Venezuela un canal oficial con programas de sano esparcimiento, a prueba de enajenación, ideológicamente correctos y culturalmente pulcros, y con noticieros bien filtrados. Programas que para alcanzar la sanidad moral y la pureza ideológica tendrán que ser elaborados necesariamente por un eficiente equipo de ángeles celestiales, de pensamiento homogéneo y a prueba de tentaciones y deslices. Las telenovelas tendrán ahora mensaje moral. ¡Telenovelas sanas, sin colesterol!
¿Y quién dice que esos ángeles militantes serán ajenos a la mediocridad, al mal gusto y a la ortodoxia ramplona? No olvidemos que se tratará de ángeles disciplinados, y que toda ortodoxia es enemiga acérrima de la imaginación, que es la más soberana forma de libertad. Y tampoco olvidemos que cuando el Estado se mete con las preferencias personales para reglamentarlas y conducirlas, al ofrecer el cielo, nos da el infierno.

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