DECCAN MUYAHIDIN/Andrés Montero
Hasta el momento era desconocida y su bautizo ha venido directamente con la violencia. Es típico de bandas terroristas ligadas al yihadismo internacional, aunque no original. En los años ochenta grupos terroristas amarrados a la causa palestina y antisemita aparecían y desaparecían nombrados por la violencia. Eso tampoco era nuevo entonces. El anarquismo violento previo ya se anunciaba a través de actos violentos apalancado sobre el nefasto eslogan de la “propaganda por el acto”. Es decir, ser conocidos y nombrados a través de la violencia. Ahora, un nuevo grupúsculo terrorista ha aparecido en la India bajo el nombre Deccan Muyahidin y probablemente desparecerá tras sus atentados bautismales.
Lo novedoso de los terroristas disfrazados bajo el nombre volátil de Deccan Muyahidin no es su nebulosa y repentina presentación en la sociedad internacional, sino sus tácticas. Es relativamente… no innovador aunque sí excepcional en una célula terrorista recurrir a un ataque de guerrilla con armas de fuego en una acción violenta y coordinada contra más de un objetivo. Del mismo modo lo hicieron agrupaciones terroristas asociadas al ochentista Abu Nidal palestino que, por ejemplo, protagonizaron golpes mediante asaltos arma en mano por varios terroristas dirigidos por el conocido Carlos Illich Ramírez “Chacal”. No obstante eran acciones más enfocadas hacia el secuestro o la toma de rehenes que hacia el enfrentamiento directo, al combate con fuerzas militares o de seguridad. Ése podía ser un resultado derivado, pero no era el efecto central buscado. En cambio, el asalto coordinado de Deccan Muyahidin sobre dos hoteles de lujo y al menos otras siete localizaciones en la populosa Bombay ha tenido todas las trazas tácticas de un golpe guerrillero con propósito terrorista. El referente más cercano lo tenemos en la toma de rehenes en el teatro Dubrovka de Moscú en 2002, aunque no fue exactamente un asalto guerrillero sino un secuestro suicida con rehenes.
Desde el punto de vista del análisis meramente técnico, este tipo de ataques estaba entre los escenarios posibles de la evolución del terrorismo yihadista. Nada más que recurriendo al sentido común, podemos entender que es una combinación táctica entre un ataque suicida y una acción de tiroteo convencional con rehenes. En la toma de rehenes tradicional, el grupo terrorista tenía prevista una ruta de huida; en cambio, en un asalto armado de un grupo yihadista la huida no tiene relevancia si los terroristas son mártires islamistas, dispuestos a perder la vida asesinando. Un ataque armado de enfrentamiento guerrillero con fuerzas de seguridad no entraría en los cálculos de un terrorismo tradicional tipo ETA, pero es un procedimiento ideal para el yihadismo.
Desde un plano psicológico, que es directamente vinculado a los efectos perseguidos por el terrorismo, un ataque armado con toma de rehenes es más impactante en una población turística que la explosión de una bomba, ya sea mediante suicida o través de cualquier procedimiento como el coche o el cañón bomba. La población sufre más con un secuestro que con un atentado bomba con muertos. El mensaje terrorífico es más potente, porque la sensación de indiscriminación, de arbitrariedad y, por tanto, de impredecibilidad, es mayor. Por increíble que parezca, cualquier ciudadano siente más miedo anticipatorio cuando piensa en ser secuestrado por un terrorista suicida en un hotel que si se imagina siendo víctima mortal de una bomba. La sensación de vulnerabilidad es mayor. Cuanto más tiempo se imagina uno pasando a merced de la voluntad asesina de un agresor, de un terrorista suicida desprovisto de los límites de la autoconservación, más miedo se siente, aunque el efecto final de ambos terrorismos suicidas (con rehenes o mediante bomba) sea el mismo. El súbito estallido de una bomba, aunque mortal, es menos aterrador que estar sometido a la voluntad suicida de un grupo de individuos durante un lapso de tiempo de sufrimiento que puede ser eterno, aunque las probabilidades de supervivencia en el segundo caso puedan ser superiores.
En un análisis más estratégico, que Deccan Muyahidin haya golpeado en India es menos sorprendente, y tampoco es tan relevante que el grupúsculo tenga o no tenga relación con Al-Qaida. India es un blanco político de primera línea desde cualquiera de las tribus adheridas al yihadismo con residencia en Pakistán, enemigo histórico y principal. Cualquier grupo yihadista alrededor del atractor afgano con recursos y organización para planear un ataque de ese tipo, el área turística más cercana y más occidental que tienen a mano está en la India. Bombay tiene perfil más yihadista al está alejada de la zona nacionalista de disputa tradicional indopakistaní en Cachemira, además de tener acceso por mar desde Pakistán. Es la zona turística occidentalizada más accesible para un comando terrorista con un plan de enfrentamiento. Y no importa tanto que haya sido activado o no por Al Qaida, porque con la consagrada guerra al terrorismo de la era Bush ya nos hemos asegurado que cualquier nombre, aunque recién inventado, que invoque el yihadismo va a asegurarse un lugar en el panteón de los enemigos de nuestra civilización.
Lo novedoso de los terroristas disfrazados bajo el nombre volátil de Deccan Muyahidin no es su nebulosa y repentina presentación en la sociedad internacional, sino sus tácticas. Es relativamente… no innovador aunque sí excepcional en una célula terrorista recurrir a un ataque de guerrilla con armas de fuego en una acción violenta y coordinada contra más de un objetivo. Del mismo modo lo hicieron agrupaciones terroristas asociadas al ochentista Abu Nidal palestino que, por ejemplo, protagonizaron golpes mediante asaltos arma en mano por varios terroristas dirigidos por el conocido Carlos Illich Ramírez “Chacal”. No obstante eran acciones más enfocadas hacia el secuestro o la toma de rehenes que hacia el enfrentamiento directo, al combate con fuerzas militares o de seguridad. Ése podía ser un resultado derivado, pero no era el efecto central buscado. En cambio, el asalto coordinado de Deccan Muyahidin sobre dos hoteles de lujo y al menos otras siete localizaciones en la populosa Bombay ha tenido todas las trazas tácticas de un golpe guerrillero con propósito terrorista. El referente más cercano lo tenemos en la toma de rehenes en el teatro Dubrovka de Moscú en 2002, aunque no fue exactamente un asalto guerrillero sino un secuestro suicida con rehenes.
Desde el punto de vista del análisis meramente técnico, este tipo de ataques estaba entre los escenarios posibles de la evolución del terrorismo yihadista. Nada más que recurriendo al sentido común, podemos entender que es una combinación táctica entre un ataque suicida y una acción de tiroteo convencional con rehenes. En la toma de rehenes tradicional, el grupo terrorista tenía prevista una ruta de huida; en cambio, en un asalto armado de un grupo yihadista la huida no tiene relevancia si los terroristas son mártires islamistas, dispuestos a perder la vida asesinando. Un ataque armado de enfrentamiento guerrillero con fuerzas de seguridad no entraría en los cálculos de un terrorismo tradicional tipo ETA, pero es un procedimiento ideal para el yihadismo.
Desde un plano psicológico, que es directamente vinculado a los efectos perseguidos por el terrorismo, un ataque armado con toma de rehenes es más impactante en una población turística que la explosión de una bomba, ya sea mediante suicida o través de cualquier procedimiento como el coche o el cañón bomba. La población sufre más con un secuestro que con un atentado bomba con muertos. El mensaje terrorífico es más potente, porque la sensación de indiscriminación, de arbitrariedad y, por tanto, de impredecibilidad, es mayor. Por increíble que parezca, cualquier ciudadano siente más miedo anticipatorio cuando piensa en ser secuestrado por un terrorista suicida en un hotel que si se imagina siendo víctima mortal de una bomba. La sensación de vulnerabilidad es mayor. Cuanto más tiempo se imagina uno pasando a merced de la voluntad asesina de un agresor, de un terrorista suicida desprovisto de los límites de la autoconservación, más miedo se siente, aunque el efecto final de ambos terrorismos suicidas (con rehenes o mediante bomba) sea el mismo. El súbito estallido de una bomba, aunque mortal, es menos aterrador que estar sometido a la voluntad suicida de un grupo de individuos durante un lapso de tiempo de sufrimiento que puede ser eterno, aunque las probabilidades de supervivencia en el segundo caso puedan ser superiores.
En un análisis más estratégico, que Deccan Muyahidin haya golpeado en India es menos sorprendente, y tampoco es tan relevante que el grupúsculo tenga o no tenga relación con Al-Qaida. India es un blanco político de primera línea desde cualquiera de las tribus adheridas al yihadismo con residencia en Pakistán, enemigo histórico y principal. Cualquier grupo yihadista alrededor del atractor afgano con recursos y organización para planear un ataque de ese tipo, el área turística más cercana y más occidental que tienen a mano está en la India. Bombay tiene perfil más yihadista al está alejada de la zona nacionalista de disputa tradicional indopakistaní en Cachemira, además de tener acceso por mar desde Pakistán. Es la zona turística occidentalizada más accesible para un comando terrorista con un plan de enfrentamiento. Y no importa tanto que haya sido activado o no por Al Qaida, porque con la consagrada guerra al terrorismo de la era Bush ya nos hemos asegurado que cualquier nombre, aunque recién inventado, que invoque el yihadismo va a asegurarse un lugar en el panteón de los enemigos de nuestra civilización.
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