14 may 2009

Chavela Vargas

Pablo Ordaz entrevista a Chavela Vargas/Entrevista
"Así me voy a morir, libre, sin yugos"
PABLO ORDAZ Publicado en El País Semanal, 10/05/2009
"Me costó salir adelante, pero nunca me agaché". Chavela Vargas, figura de libertad, la voz desgarrada de México, ha cumplido 90. Y quiere despedirse como vivió. Sin deberle nada a nadie.
No hay que fiarse de la silla de ruedas ni de las arrugas en el rostro. Tampoco de las gafas oscuras tras las que esconde su mirada. Ni siquiera de los 90 años que, según el calendario, acaba de cumplir. Todo es un disfraz. Tras él sigue viva, divertida, feroz, indomable, Chavela Vargas. Ya no bebe tequila ni fuma cigarros. Ya no enamora mujeres por derecho, a plena luz del día. Tal vez porque aquel alcohol, aquel humo y aquellas caricias ya no son piedra de escándalo, territorios prohibidos. Supo huir de Costa Rica a los 17 años. De aquella época recuerda a unos abuelos a los que apenas conoció, a unos padres a los que conoció demasiado y a unos tíos "a los que Dios tenga en el infierno". Su mejor juguete fue un revólver con el que distraía la soledad disparando a las culebras. Llegó a México en un avión de hélice, se hizo cantante de rancheras, se forjó una leyenda negra. Conoció y disfrutó a los mejores -Diego Rivera, Frida Kahlo, José Alfredo Jiménez-, pero también tuvo que fajarse con los peores. Dicen que manejaba la guitarra y el gatillo con idéntica destreza, porque ya se sabe que a los de su estirpe el destino no les pone red y tienen que jugarse el futuro a vida o muerte. Ni qué decir tiene que Chavela Vargas se ganó un lugar entre los grandes, y ahora está aquí, en la azotea de un hotel de la plaza del Zócalo, en el corazón de la ciudad de México, justo dos días antes de estallar la alarma por la gripe porcina, charlando de sus sentimientos, esculpiendo cada frase lentamente, como si fuera a una gruta a elegir las palabras y sólo regresara con las mejores. A veces se queda callada. Y sólo vuelve a hablar cuando está segura de que sus frases van a mejorar el silencio. Quién supiera hablar como calla Chavela.
-El escritor Carlos Monsiváis dijo en su homenaje que nadie le habla de usted. Que hablarle de usted a Chavela sería como si uno mismo se hablase de usted?
-Monsiváis, mi amigo del alma. Lo quiero mucho. Y tiene razón. Nadie me habla de usted. Me molesta la distancia del usted. Es una cosa muy especial. Háblame de tú.
-La ciudad de México se volcó en tu homenaje. Y llegaron mensajes de cariño de tus amigos de todo el mundo.
-Yo estoy muy contenta, porque se anunció un homenaje y no fue un homenaje. Fue una confesión. Yo veía a todo el mundo. Y le hablaba al oído a cada uno. Y cada uno de los que allí estaban me hablaba al oído a mí. Lo sentí todo, lo vi todo. A mis años no estoy sorda ni estoy tonta. Lo oigo todo y me estaba dando cuenta de todo lo que pasaba a mi alrededor.
-¿Y qué estaba pasando?
-El público me estaba pidiendo amor. Que es lo que a la gente le hace falta. Los artistas estamos sosteniendo un mundo que se está cayendo. Damos esperanza. Por eso se arriman a mí, creyendo encontrar el amor. Y a veces sí lo encuentran y otras veces no, porque yo tampoco lo tengo.
-¿Te diste cuenta de las edades de la gente que te sigue? Había gente de 18 años?
-Y hasta de 80. Como Tongolele [la bailarina y actriz Yolanda Ivonne Montes].
-Hay artistas que tienen un público que va creciendo a su ritmo, pero no es tu caso. Cuando vas a España y te alojas en la Residencia de Estudiantes, aquello se llena de jóvenes.
-Me encantan los jóvenes. La maravilla de mi vida es que yo nunca me he sentido importante. Yo voy por la vida como un oficio. Con todo el corazón, con todo el sentimiento, pero como si fuera una cosa ya impuesta por el destino. El destino quiso que yo estuviera en un escenario, y lo estoy cumpliendo, porque las órdenes quién sabe de dónde vendrán. Eso que llaman alma, que es intangible, que es mentira, de donde viene toda la cosa artística, también te lo regala el destino.
-¿Y de dónde viene el alma?
-Quién sabe.
-Entonces, ¿no se puede ir a una escuela a aprender el arte, a buscar el duende?
-Es imposible. Es inútil perseguir el duende. No lo puedes comprar. No lo puedes alquilar.
-Ni simular?
-Nada, nada. O es natural o el público se da cuenta. Y yo me siento muy contenta. He cumplido una misión. Con mucho gusto. No forzada. Con amarguras a veces. Con dolor más que nada. Pero eso pasó. No dejó cicatrices en mi vida. No tengo malos recuerdos. Todo ha sido bellísimo.
-¿Estás satisfecha?
-Sí.
-A ti te gustaron siempre las cantinas con carácter. ¿Cuándo estuviste en alguna por última vez?
-Con Pedro [Almodóvar]. Ésa fue la última vez. Fue muy gracioso. Nos sentamos en la mesa de José Alfredo Jiménez y Pedro estaba feliz. Y yo le dije: -No tomes tequila, porque cuando te dé el aire te caes. Y me dijo: -No te preocupes. ¡Pues en cuanto le dio el aire se cayó! Le pasa a todo el mundo. A todos los turistas. Se caen. Es encantador el tequilazo. Me parece divino que México tenga eso del tequilazo. Bajas del avión, te tomas un traguito? ¡y al suelo!
-¿Qué es para ti Pedro?
-Es mi amor en la tierra. Es mi único amor en la tierra.
-Él dice que cuando se muera, antes que como director de cine, quiere ser recordado como amigo de Chavela Vargas.
-Es lindo que diga eso. Es lindo, sí.
-¿Por qué esa relación?
-Somos almas gemelas. Tenemos mucho en común.
-¿Qué tenéis en común?
-El dolor y la angustia y todo lo que hace falta para crear. Hay que inventar las cosas y cuando se inventan, duelen.
-Qué bonito eso que dices?
-Duelen mucho. Hay que sostener la mentira. Hay que sostener todo eso, que duele mucho. Día con día te duele. Tienes miedo a que se descubra la verdad. Tú te sonríes, porque suena simpático, pero es verdad. Y a Pedro y a mí nos pasa lo mismo. Parecemos muy valientes, pero por dentro... Por dentro "Sólo Dios sabe"
-¿Me estás hablando de la soledad?
-Soledad es libertad. Y nosotros somos libres, libres, libres? Que es lo más bello. Yo no tengo yugos. Yo no me agacho ante nadie. Jamás. Y lo mismo le pasa a Pedro. Nos ofrecen millones por una cosa y preferimos ir de gratis a otra. El alma vale más que los millones. Así somos. Y me encanta ser así y así me voy a morir, libre, porque ya no me falta mucho. Soy consciente de que ya voy terminando mi jornada.
-No digas eso, Chavela. Que tú lo dices sonriendo, pero a tus amigos les da tristeza.
-No hay que tener tristeza. Lo digo tranquila, sin amargura.
-¿Le das vueltas a la idea de la muerte?
-No siempre. De repente. Me topo conmigo, y hablo.
¿Y qué te dices?
-Me dice la Chavela: vas bien por ahí. Quisiste ser libre [se le quiebra su voz tan potente] y yo te he mantenido libre. Sigue así, sigue adelante. Termina tu jornada, que el final ya va a ser pronto y muy hermoso. Y yo le doy las gracias. Ya voy teniendo ganas de descansar para siempre. Yo no le debo nada a la vida ni la vida me debe ya nada a mí. Tengo ganas de recostarme en el regazo de la muerte, que debe de ser bellísimo, muy bello. Tal vez por eso le tenemos tanto miedo a ese momento. Porque debe de ser hermosísimo.
-Tanto como hermosísimo, Chavela...
-Que sí... Está muerta de risa la muerte.
-Eso será por la relación tan especial de los mexicanos con la muerte...
-El mexicano se divierte jugando a los volados (lanzando una moneda al aire para ver si sale cara o cruz) con la vida y con la muerte. Así me divierto yo, jugando a los volados con la vida y con la muerte.
-Tú siempre has vivido sin miedo. No vas a cambiar ahora...
-No, no voy a cambiar ahora. Sería un ridículo, un ridículo espantoso. ¿Tú te imaginas que yo me muera en un monasterio? Es lo peor que me podía pasar. Ja ja ja?
-Que te convirtieras ahora... Que buscaras a un cura para que te perdonara los pecados...
-¡Ay, no me digas eso! Yo no creo en los curas. ¿Te imaginas yo con un cura? El día que me fue a ver uno yo le dije: "¿Cómo le tengo que llamar, padrecito o padrezote?". Y otra vez, estando en el hospital, me fue a ver uno y le dije que yo era budista para que me dejara en paz. Me encanta divertirme. Con la gente, pero sin ofenderla.
-Y además de Pedro Almodóvar, ¿quiénes son tus otros amores en España?
-Hay mucha gente que quiero. A Elena Benarroch, a Mariana Gyalui, a Martirio... Y a mi cuatacho [amigote] Joaquín Sabina. Ése me escribe recados en servilletas sucias de la calle. Me hace mucha gracia. Siempre hace cosas inauditas Joaquín. Cosas rarísimas, y le salen bien.
-Si te tuvieras que quedar con una época de tu vida, ¿cuál elegirías?
Este momento. Sí. Estoy bien. Estoy centrada. No me he desbocado.
Si me siento más de lo que soy, ni menos tampoco. Estoy en un término justo.
-En tu homenaje recibiste flores de presidentes de Gobierno, de premios Nobel, pero -a diferencia de otros artistas- tú nunca has buscado resguardarte a la sombra del poder.
-Yo no busco a los importantes. No tengo por qué buscarlos. Para nada. Ellos me buscan a mí cuando sienten tristeza. Parece mentira. Se acercan a mí. Y es la tristeza la que te hace buscar al amigo, que siempre está presente. Es la señora tristeza, y la señora soledad... Esas dos, seas poderoso o no, siempre están a la cabecera de tu cama. Pero -Como sigamos hablando aquí en la terraza, se nos va a llevar el viento-.
La conversación sigue dentro, durante un almuerzo que Chavela Vargas comparte con sus amigas. Pide fettuccini con salsa de flor de calabaza. A su lado, las dos muchachas que la cuidan en su casa de Tepoztlan, un pueblo mágico situado a una hora de coche del Distrito Federal. Allí disfruta de sus dos perros de raza prehispánica, de la lectura, de sus voluntariosos paseos para intentar deshacerse lo antes posible de la silla de ruedas. Hay un momento, tras un rato en silencio, que Chavela interrumpe la conversación con dos palabras que son un puñetazo en la mesa. "¡Me voy!". Se ha enfadado porque se ve incapaz de comer los fettuccini sin ayuda. Y ese "me voy" no se refiere a una retirada temporal, sino a despedirse de un mundo que la vio triunfar y ahora la ve postrada en una silla de ruedas.
Dos días después, en su casa, con sus perros, Chavela vuelve a lucir su sonrisa.
-Tú decidiste cambiar tu destino...
-Me costó mucho ser lo que soy. Me enfrenté al mundo. Abrí los brazos. Y le dije al mundo: ven. Hablemos. Hablemos noche a noche. Y el mundo y yo platicábamos todas las noches. A veces se me negaba. Me costó mucho salir adelante. Muchas lágrimas de sangre.
-¿A qué edad te fuiste de Costa Rica?
-A los 17, y tuve que venir a México a descubrir el calendario. A darle vueltas, a ver en qué número caía, a jugar a la ruleta de la vida, y le daba vueltas, el 21, el 42, y le he estado dando vueltas hasta los 90.
-¿A qué asocias tu país?
-A la negación del mundo. Allí no hubiera podido yo leer ni la guía del teléfono. Los curas me hubieran comido. La Iglesia católica se me echó encima desde que nací. Y un día le menté la madre a un cura. Me dijo: "Ego te absolvo". Y yo le dije: -Chíngate a tu madre.
-¿Te viniste sola?
-Sí, sola, vendí una gallina y dos guajolotes (pavos) Y me vine en un avión de hélice.
-¿Y nunca volviste a Costa Rica?
-Hace seis años. Dejé Veracruz, donde tenía una casa, y me volví a Costa Rica. Y a los siete meses, unas navidades, decidí volver a México. Qué país Costa Rica. Yo pondría allí a todos los suicidas del mundo. Les pondría allí un departamento. Sería un buen negocio una tienda de ataúdes. Eso es lo que pienso de Costa Rica. Hay allí una prostituta que es la más grande del mundo, y llega allí y se le hincan en la tierra para saludarla. El arzobispo y todos. Un día me dijo: -Yo sí soy profeta en mi tierra, y tú no, Chavela. Y le dije: -Sí, tienes razón.
-¿Qué recuerdas de tu leyenda negra?
-Eran otros tiempos, otras cosas, otras gentes. Andabas en la calle con Diego Rivera, con Frida Kahlo, muy tranquilos, nadie se espantaba, nadie decía ahí viene Frida, ahí viene Diego, eran personajes que estaban dentro del paisaje, y la gente los quería.
-¿Cómo los conociste?
-Me invitaron a una fiesta en su casa. Y ya me quedé, me invitaron a quedarme con ellos a vivir y aprendí todos los secretos de la pintura de Frida y Diego. Secretos muy interesantes que nunca desvelaré, jamás. Y éramos felices todos. Éramos una gente que vivía día con día, sin un centavo, tal vez sin qué comer, pero muertos de la risa. Todo el tiempo. Me fui acostumbrando a ellos, acostumbrándome a sus costumbres.
-¿Y fue una amistad de cuánto tiempo?
-Dos años conviví con ellos. Y un día llegaba allí Trotsky y me parecía la cosa más natural, no me espantaba. Yo preguntaba: ¿Quién es ese viejo peludo?-. Y Frida me decía: Trotsky, cállate Chavela, no hables tan fuerte-.
-¿Fue una buena decisión renunciar a tu país y venir a México?
-Sin duda. Yo amo a México. Menos dinero, me dio todo. Me permitió luchar a la par de los grandes. Ahí me forjé. Con Pedro Infante, con Agustín Lara... Y no hice mal papel. Me la jugué y terminó todo gloriosamente.
-¿Por qué dices que te la jugaste?
-Porque era jugársela. O triunfaba o me acababa. Hasta ahí llegaba. No había término medio. Bueno, pues triunfé. Muy bien triunfada. Nadie me podía decir nada. A nadie le debía nada. Tengo el orgullo de que a nadie le debo nada, que es precioso sentirse libre.
-Y esa sensación de que o triunfabas o caías, ¿la tuviste presente siempre, en cada concierto? ¿Viene de ahí parte de tu desgarro?
-Sí. Hasta cuando era estrella salía al escenario con un sabor amargo en la boca. Por eso tenía que recurrir al alcohol.
-Y seguías jugándotela...
-Y seguía jugándomela. Siempre he sido peleadora en la vida, por un nombre, porque me llamaba Chavela Vargas. Cuidaba mucho mi nombre, era lo único que tenía. Y así fue pasando la vida hasta llegar a los 90 años, que pesan.
-¿En qué te pesan?
-Sobre las espaldas llevo un cargamento de recuerdos.
¿Tienes buena memoria?
-Sí. Muy buena memoria. Cosas que no se me olvidan, cosas que te puedo decir ahorita. No se me olvida que hubo una época en que fui borracha. Bebía mucho, y un día dije: -Me voy a morir. O me muero o me compongo. Tengo que definirlo yo. Y dije: -Pues dejo de beber. Y le dije a la criada: -Dame la última copa, y ella dijo: "Ah, qué barbaridad"-.
-No te creyó...
-No me creyó. Pero me llevó la última copa y fue la última copa. Y el cigarro también lo dejé al mismo tiempo.
-¿Hace cuánto?
-20 años.
-¿Y no tienes la tentación de vez en cuando?
-Cómo no. Para qué te voy a mentir A veces estiro la mano para agarrar el vaso de tequila, o el cigarro.
-Y tener buena memoria ¿es una suerte o a veces se convierte en un peso?
En un peso, porque recuerdo cosas que me dolieron y que me afectan mucho. Me siguen doliendo.
-Hablas de la soledad y de la tristeza, pero yo veo que por detrás de esas gafas negras tú estás sonriendo?
-Sí, me estoy sonriendo de todo. No me queda más remedio. Si no, sería una amargada, y no, no me da la gana serlo.
La reina de las rancheras
Chavela Vargas es la voz desgarrada, el sentimiento que sale de las entrañas cantando unas rancheras sentidas, únicas, con un estilo diferente al del otro grande mexicano, Jorge Negrete.
Nacida en Costa Rica, Isabela Vargas Lizano se ha considerado siempre mexicana. Se fue a México a los 14 años, vagabundeó por las calles de D. F. hasta que, a los 30 años, se hizo cantante profesional. Canciones como La llorona, Piensa en mí, Volver, volver o La Macorina, interpretadas hasta entonces sólo por hombres, convirtieron a Chavela en un símbolo, redescubierto hace pocos años en España gracias a Almodóvar y Sabina.
Recién cumplidos los 90 años, México le rindió un homenaje. Junto a la entrañable figura de la anciana cubierta con su poncho estuvieron sus amigos.

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