25 sept 2009

La Tía Rita

Las rebajas de la Tía Rita/Alfredo Conde, escritor
Publicado en EL PERIÓDICO, 29/07/09;
Una lectura reciente reaviva el recuerdo de Comala, el «pueblo que sabe a desdicha», consumido en la memoria desde aquella otra e inicial de la que pueden cumplirse ya, Dios mío, 40 años, en pleno franquismo, cuando comprar libros era una aventura tan distinta de esta en la que se convirtió ahora. La Comala de Pedro Páramo, en realidad, eran dos. Juan Rulfo lo sabía.Los que hayan leído la novela Pedro Páramo ya saben de qué estoy hablando. Los que no la hayan leído deberían hacerlo. No porque tenga mucho que ver con las consideraciones que sigan a esta primera, en este artículo, sino porque merece la pena. Sigue siendo un gran libro. Sí, lo es. Incluso ahora, cuando las largas melenas rojas de 15 metros de longitud ya no caben en los ataúdes con los que soñó alguna vez Gabriel García Márquez, y las soledades y los siglos son otros y distintos, como si el alma humana y la literatura fuesen cuestión de moda y temporada como lo son melenas y colores. En fin, sigamos.
La Comala de Pedro Páramo eran dos y es casi seguro que sólo una supiese a desdicha. La Comala desértica y atroz, la desdichada, la de aquella soledad desamparada, lejana, flotando en medio del silencio plano del desierto, llena de personajes áridos y toscos, es la que más se ofrece, o más bien se insinúa. Es esa la que se nos cuela por los entresijos del sentir, cada vez que el propio Pedro Páramo y aun otros personajes asoman en las páginas de la novela para llenarnos de desesperanza porque resulta que son, todos ellos y de una forma u otra, cadáveres, corruptos habitantes del pueblo que sabe a desdicha.Pero hay otra. Es la verde y ubérrima Comala, en la que siempre llueve. La que se nos ofrece cada vez que aparece Susana San Juan y todo se llena de vida y esperanza. Al menos así es en el recuerdo, quizá porque uno quiere que así sea. Si no, de qué valen los recuerdos.Escribo así porque anoche me pareció que estuviésemos en Comala. Llegó la Tía Rita al telediario y mandó a parar como si ella fuese el mismo Pedro Páramo o incluso el Comandante. Lo hizo manejando el bolso con destreza y prontitud inusuales, tantas que no se le conocían. Hasta ese momento, el bolso que colgaba de su antebrazo o pendía de su mano había parecido siempre una impostura, tan torpemente era manipulado ante la contemplación ajena. En algún momento de esa noche debió de abrirlo y extraer de él una navaja que empezó a manejar a fin de rebajar la realidad. Lo hizo de forma que, créanlo o no, se agostó el paisaje moral que nos rodea y se volvió tan yermo y desolado como hacía al menos 24 horas que no se nos ofrecía. Fue tan torpe el argumento y, al tiempo, tan aceptado por sólo los que gustan de una Comala que sepa a desdicha que únicamente ellos pudieron aplaudirla.
Es cierto, el regalo es una práctica social generalizada a través de la que podemos expresar desde afecto a gratitud, desde reconocimiento a amor. Tan extendida está, abarca tan amplio espectro social, que «el arte del regalo» se institucionalizó y hasta en nuestro imaginario colectivo se acepta. Incluso los reyes (magos) nos regalan algo llegada la ocasión propicia.
Desde el Rey hasta Rodríguez Zapatero hacen y reciben regalos, argumentó la dama viniéndonos con las rebajas de la Tía Rita, la misma a la que se le iba con cualquier cuento, durante los tiempos duros de la guerra, en las censuradas cartas que se enviaban desde el frente: «Los sargentos son amables y procuran que no nos matemos mucho, los juicios sumarísimos son rápidos y justos, los abogados de oficio verdaderos ángeles custodios y eso de las fosas comunes una patraña, cuéntaselo a la Tía Rita para que lo sepa».Tenía razón la Tía Rita, todo el mundo hace y recibe regalos. Pero incluso entre un bolso de marca, como el que ella lucía, el mismo del que sacó la navaja barbera con la que pretendió acicalar la realidad de acuerdo con sus gustos, incluso entre ese bolso y un fondo de armario por valor de cinco o seis millones de pesetas, existe una diferencia apreciable y sustancial. Debe haberla.
En ese telediario, las huestes que son afines a la Tía Rita decidieron mostrar una imagen del hoy ex vicepresidente del Gobierno de Galicia a bordo de un velero propiedad de un magnate del ladrillo. ¿Puede una vuelta en barco por la ría ofrecerse como ejemplo de soborno y corrupción? Pues sí. También los bolsos y los trajes, los regalos y las intenciones, los ejemplos y las deducciones. Todos hacemos regalos, nada tiene de particular que algunos y concretos los reciban. El razonamiento es impecable, pero algo huele a podrido y no precisamente en Dinamarca. Algo sabe a desdicha. Algo pasa.No es de recibo que si un regalo es bueno, todos los regalos lo sean y, a partir de entonces, todo esté permitido. Es la misma historia de que, como el mercado es libre y se autorregula él solo, todo vale y toda ganancia está justificada. Y no es así, ni mucho menos. Toda actividad humana necesita ser regulada, incluso la financiación de los partidos. ¿Qué decir del fondo de armario de los próceres? No es de recibo que únicamente el mercado y el chalaneo de regalos que genera no necesiten esa regulación que nos obliga a hacer declaración de nuestras rentas una vez que llega el tiempo con la misma puntualidad que lo hace el cuco; aquí como en Comala
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