Julio Scherer /Carmen Aristegui F.
Reforma, 9 de abril de 2010;
Con un abrazo para Carlos Monsiváis.
El fundador de la revista más importante de México, que hoy dirige Rafael Rodríguez Castañeda, ha desatado un revuelo considerable a raíz de su decisión de acudir al llamado de Ismael Zambada. Un encuentro "...que terminó en puntos suspensivos" como describe Proceso al presentar el magnífico texto en donde Julio Scherer describe parte del insólito. Sobre las motivaciones del capo se puede especular. De las de Scherer, da cuenta él mismo. Valiéndose de Octavio Paz, mira en su propio espejo, sabedor de lo que está por ocurrir. Anticipa que cimbrará con lo que hace -una vez más- a la opinión pública y recuerda lo que oyó algún día del enfático poeta: "Hasta el último latido del corazón una vida puede rodar para siempre".
Julio Scherer cumplió esta semana 84 años de edad. La suya es una biografía trepidante, intensa y absolutamente crucial en la construcción de los espacios que ha ocupado la prensa libre en nuestro país. Sus manos hábiles han desentrañado una y mil historias que han dejado huella en el periodismo nacional. Scherer es un hombre activo. Escribe libros. Participa en la revista que fundó. Es un lector voraz. Crítico implacable, informado y acucioso que nunca quita el dedo de ningún renglón. Impetuoso como pocos. Es evidente que, por las razones que sean, El Mayo Zambada estaba interesado en mostrarse fotografiado junto a un prestigio superior. Scherer era el personaje. El periodista viajó al lugar desconocido en una empresa de alto riesgo. Con el peligro para su seguridad personal y con las consecuencias, obvias, de una andanada de críticas, no pocas de ellas interesadas, que intentan demeritar la contribución periodística de un encuentro con estas características. Sin negar que la tarea de Scherer, como la de cualquier otro, puede y debe ser sujeta al ejercicio crítico, no deja de percibirse en el ambiente un tufillo de venganza, envidia o revancha soterrada en algunos de los dardos lanzados al fundador de Proceso. Cada quien sabrá de las pulsiones con las que escribe. Por lo pronto, Scherer fue honesto con sus lectores. Les confió sobre el desasosiego que lo acompañó desde el día de febrero en que recibió el mensaje de El Mayo Zambada quien pedía conversar con él. Dio cuenta clara de la "persistente inquietud" que lo siguió y que tenía que ver, precisamente, con el trabajo periodístico. Dijo que "recrearía tanto como le fuera posible la atmósfera del suceso y su verdad esencial", pero evitaría los datos que pudieran convertirlo en un delator. ¿Que faltó la entrevista? Sí y no. El que mejor lo sabe es Don Julio Scherer. El texto reproduce las condiciones del encuentro al que asistió con grabadora y dos plumas en la bolsa. Después de algunos cuestionamientos lanzó el gancho y le respondieron con una promesa: "¿Grabamos?... Silencio... Tengo muchas preguntas, insistí ya debilitado... Otro día... Tiene mi palabra". Se rompió, ahí, la posibilidad del largo interrogatorio que todos hubiéramos deseado. ¿Se le podía exigir al periodista que encarara al criminal como algunos le reclaman, dando a entender que ellos lo hubieran hecho mejor? ¿Puestos ahí, en tierra del capo? Quedan varias cosas. Una portada para la historia: el capo con gorra que abraza al periodista. En el detalle, un dedo índice que aprisiona el hombro de Scherer quien siente "...un calor interno", absolutamente explicable. Era la foto con el compadre de El Chapo Guzmán. El personaje que no ha sido detenido aún por autoridades mexicanas, ya que se requerirían 100 mil hombres para hacerlo, dijo a The Economist una fuente anónima pero, identificada como oficial. El Mayo, y tal vez El Chapo, han decidido salir al público. Lo hacen cuando El Chapo es ya una celebridad y se agudiza la presión internacional. Cuando se presume un sesgo en la estrategia gubernamental a favor de la organización criminal de Sinaloa, la más importante de Latinoamérica. Cuando la voz de Manuel Clouthier acusa de inacción al gobierno federal sobre lo que pasa en Sinaloa y la existencia ya de un auténtico narcoestado. Hoy El Mayo se dice cargado de miedo. Con pánico de que lo encierren. Le cuenta a Don Julio que el Ejército ha estado a punto de detenerlos. Cuatro veces cerca de él y todavía más sobre El Chapo. ¿De eso se trataría el encuentro? ¿De convencer a México de que son realmente perseguidos?
Julio Scherer cumplió esta semana 84 años de edad. La suya es una biografía trepidante, intensa y absolutamente crucial en la construcción de los espacios que ha ocupado la prensa libre en nuestro país. Sus manos hábiles han desentrañado una y mil historias que han dejado huella en el periodismo nacional. Scherer es un hombre activo. Escribe libros. Participa en la revista que fundó. Es un lector voraz. Crítico implacable, informado y acucioso que nunca quita el dedo de ningún renglón. Impetuoso como pocos. Es evidente que, por las razones que sean, El Mayo Zambada estaba interesado en mostrarse fotografiado junto a un prestigio superior. Scherer era el personaje. El periodista viajó al lugar desconocido en una empresa de alto riesgo. Con el peligro para su seguridad personal y con las consecuencias, obvias, de una andanada de críticas, no pocas de ellas interesadas, que intentan demeritar la contribución periodística de un encuentro con estas características. Sin negar que la tarea de Scherer, como la de cualquier otro, puede y debe ser sujeta al ejercicio crítico, no deja de percibirse en el ambiente un tufillo de venganza, envidia o revancha soterrada en algunos de los dardos lanzados al fundador de Proceso. Cada quien sabrá de las pulsiones con las que escribe. Por lo pronto, Scherer fue honesto con sus lectores. Les confió sobre el desasosiego que lo acompañó desde el día de febrero en que recibió el mensaje de El Mayo Zambada quien pedía conversar con él. Dio cuenta clara de la "persistente inquietud" que lo siguió y que tenía que ver, precisamente, con el trabajo periodístico. Dijo que "recrearía tanto como le fuera posible la atmósfera del suceso y su verdad esencial", pero evitaría los datos que pudieran convertirlo en un delator. ¿Que faltó la entrevista? Sí y no. El que mejor lo sabe es Don Julio Scherer. El texto reproduce las condiciones del encuentro al que asistió con grabadora y dos plumas en la bolsa. Después de algunos cuestionamientos lanzó el gancho y le respondieron con una promesa: "¿Grabamos?... Silencio... Tengo muchas preguntas, insistí ya debilitado... Otro día... Tiene mi palabra". Se rompió, ahí, la posibilidad del largo interrogatorio que todos hubiéramos deseado. ¿Se le podía exigir al periodista que encarara al criminal como algunos le reclaman, dando a entender que ellos lo hubieran hecho mejor? ¿Puestos ahí, en tierra del capo? Quedan varias cosas. Una portada para la historia: el capo con gorra que abraza al periodista. En el detalle, un dedo índice que aprisiona el hombro de Scherer quien siente "...un calor interno", absolutamente explicable. Era la foto con el compadre de El Chapo Guzmán. El personaje que no ha sido detenido aún por autoridades mexicanas, ya que se requerirían 100 mil hombres para hacerlo, dijo a The Economist una fuente anónima pero, identificada como oficial. El Mayo, y tal vez El Chapo, han decidido salir al público. Lo hacen cuando El Chapo es ya una celebridad y se agudiza la presión internacional. Cuando se presume un sesgo en la estrategia gubernamental a favor de la organización criminal de Sinaloa, la más importante de Latinoamérica. Cuando la voz de Manuel Clouthier acusa de inacción al gobierno federal sobre lo que pasa en Sinaloa y la existencia ya de un auténtico narcoestado. Hoy El Mayo se dice cargado de miedo. Con pánico de que lo encierren. Le cuenta a Don Julio que el Ejército ha estado a punto de detenerlos. Cuatro veces cerca de él y todavía más sobre El Chapo. ¿De eso se trataría el encuentro? ¿De convencer a México de que son realmente perseguidos?
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