17 nov 2012

Felipe Calderón en la XXII Cumbre Iberoamericana



La XXII Cumbre Iberoamericana que tiene como tema central renovar las relaciones en el marco del bicentenario de la constitución de Cádiz comenzó en la capital gaditana con la asistencia de jefes de Estado y de Gobierno de América Latina, Portugal, España y Andorra.
El acto inaugural, presidido por el Rey de España, se celebra en el Gran Teatro Falla después de que los mandatarios visitaran el Oratorio de San Felipe Neri, donde el 19 de marzo de 1812 se proclamó la primera constitución liberal de España, conocida como "La Pepa".
Posicionamiento del Presidente Calderón
Cádiz, España, 16 de noviembre de 2012
Muy buenas noches.
Su Majestad don Juan Carlos I de Borbón, Rey de España.
Su Majestad doña Sofía, Reina de España.
Sus Altezas, Príncipes de Asturias.

Excelentísimo señor don Mariano Rajoy, Presidente del Gobierno Español.
Excelentísimas señoras y Excelentísimos señores Jefes de Estado y de Gobierno.
Don Enrique Iglesias, Secretario General Iberoamericano.
Amigas y amigos:
Para mí, es un singular honor el agradecer en nombre de las y de los Excelentísimos Jefes de Estado y de Gobierno de la Cumbre Iberoamericana, la cálida bienvenida con la que hemos sido recibidos en esta magnífica ciudad, cuna de la Constitución gaditana.
Particularmente, agradezco a don Juan Carlos I, la oportunidad de hablar a ustedes esta noche.
En 1991, durante la Primera Cumbre Iberoamericana, en Guadalajara, nuestras naciones acordaron la conformación de un espacio de diálogo para estrechar las relaciones fraternas construidas por nuestras sociedades a lo largo de los siglos.
Y desde entonces, los Jefes de Estado y de Gobierno de Iberoamérica nos hemos reunido año tras año, para trabajar unidos en favor del desarrollo y del bienestar de nuestros pueblos.
Sabemos que la consolidación de la Cumbre Iberoamericana debe mucho, muchísimo al papel desempeñado por su Majestad, el Rey don Juan Carlos I, y, desde luego, a la invaluable contribución de nuestro Secretario General, don Enrique Iglesias.
Y más allá de diferencias políticas, ideológicas, regionales, por más de dos décadas, los pueblos y los gobiernos de Iberoamérica, hemos reconocido que compartimos una historia y una cultura que nos acerca y que nos une.
Somos los herederos de los mayas, de los araucanos, de los wayúu, de los guaraníes, de los incas, de los quechuas, de todas las extraordinarias civilizaciones originarias de América, y al igual, herederos somos de las ricas y variadas raíces españolas y portuguesas, a su vez, resultado de múltiples mezclas humanas y culturales, y hay en nosotros, una tercera raíz en el Continente Africano que, finalmente, enriqueció  nuestra cultura común y la hizo universal.
Iberoamérica ha sido un maravilloso crisol, en el que aún cabalga y lucha por las más nobles causas don Quijote de la Mancha. Y en su bellísima geografía, se extiende por selvas, por desiertos, por costas, por llanuras, por montañas, lo real maravilloso que pregonara Alejo Carpentier.
Es la tierra de Jorge Isaacs, de Rubén Darío, de Rómulo Gallegos, de Miguel Ángel Asturias, la de Gabriela Mistral. Lo es, también, de Cervantes y de Pérez Galdós, de Tomás Segovia, de Saramago, de Jorge Amado.
Es la tierra de los nuestros. De Plácido Domingo, aquí, presente. El nuestro. De Alondra de la Parra. Y es la tierra de Fuentes y de García Márquez, y de Vargas Llosa y la de Octavio Paz, y todos los que han escrito y descrito el realismo mágico; realismo mágico que, al final, somos nosotros.
En este despuntar del Siglo XXI, puedo constatar, además, con profunda emoción, que existe, entre nosotros, un genuino sentimiento de fraternidad y de amistad, quizá, como nunca antes.
En los últimos tres años, gran parte de las naciones iberoamericanas conmemoramos, también, el inicio del camino hacia nuestra libertad, que es, precisamente, una libertad que también le debemos, en buena parte, a la Constitución de Cádiz.
Hace un rato conversaba con don Enrique Iglesias, y él tenía una gran verdad: Francia estuvo aquí, también, presente en Cádiz. Sus cañones afuera de la muralla y en el mar, pero sus ideas bien adentro de la Iglesia de San Felipe Neri.
Y esas ideas libertarias, al fin, tan libertarias como el sueño de la soberanía popular, fueron, a final de cuentas, los que arrancaron libertad e independencia para nuestros pueblos.
Qué enorme alegría que España se uniera fraternalmente a nuestras celebraciones de Independencia.
Hoy, España, precisamente, y algunos países de nuestra comunidad, con mucho entusiasmo, estamos celebrando el Bicentenario, uno de la mayor importancia, como es el de la propia Constitución de Cádiz.
Para quienes late en nuestro corazón una vena constitucionalista, es para nosotros una verdadera meca de nuestra historia y de nuestro derecho.
No es fortuitito que el Gobierno Español haya elegido la Cumbre Iberoamericana como el evento central para conmemorar el Bicentenario, de un texto constitucional que tuvo su origen y sus profundas consecuencias en ambas riberas del Atlántico.
A Cádiz vinieron Diputados de Iberia y de América, empeñados en resolver y en responder a la opresión, por la que entonces España transcurría por la vía de la libertad, por la vía de la soberanía.
Y hoy, estamos aquí, Jefes de Estado y de Gobierno de Iberoamérica, de América y de Iberia, en circunstancias distintas, ciertamente, pero igualmente deseosos e igualmente seguros de que el pueblo español superará, como entonces y como siempre, las dificultades del ahora presente.
Efectivamente, como sabemos, la Constitución de Cádiz fue una liberal que marcó el espacio inicial hacia la futura vida democrática, tanto en España como en América, impulsó las libertades y los derechos individuales, la educación de todos los habitantes de los ayuntamientos, reivindicó la soberanía en el pueblo y en la Nación, y estableció la monarquía constitucional; instauró la división de Poderes y dejó así, atrás el absolutismo.
Aquí, en Cádiz, comenzó nuestra historia constitucional, la de todos, y en ello, nuestra común historia moderna. En su elaboración, orgullosamente, participaron varios representantes americanos.
Como Presidente de México, para mí, es muy significativo que entre ellos hubiera más de 21 Diputados mexicanos, destacadamente don Miguel Ramos Arizpe, uno de los principales impulsores de la Constitución de México de 1824, y llamado el Padre del Federalismo Mexicano.
Pero, también, estuvo Juan José Guereña, de Durango, que falleciera aquí mismo, en las Cortes de Cádiz, y cuyos restos están, precisamente, ahí, donde estuvimos, en el recinto de San Felipe.
Por cierto, Andrés Morales de los Ríos, un Diputado de Cádiz y por Cádiz, era, a su vez, originario de Xalapa, de Veracruz, de nuestro México.
Dos siglos después, venimos los Jefes de Estado y de Gobierno armados y animados por nuestra identidad, identidad que nos une con la Península Ibérica, y es un honor para nosotros, asistir a esta misma ciudad, como bien se dice, la más americana de las ciudades europeas, a esta XXII Cumbre Iberoamericana, cuyo lema es: Una Relación Renovada en el Bicentenario.
Somos, en efecto, los iberoamericanos, una sola y misma comunidad, una comunidad de habla castellana y portuguesa, unida por el Atlántico y por una raíz cultural compartida; una comunidad unida, sobre todo, por la voluntad común de ser comunidad unida.
Nuestras naciones representan casi 650 millones de habitantes, una superficie de 20 millones de kilómetros cuadrados. Y por el tamaño de nuestras economías, por la riqueza de nuestros recursos naturales y por nuestra influencia cultural e histórica, tenemos un peso determinante a nivel global.
Y hoy que el mundo vive tiempos difíciles, y España los vive, también; los países iberoamericanos debemos cerrar filas para vencer la adversidad, nuevamente. Sólo a través de estrategias conjuntas, podremos superar los retos y aprovechar las oportunidades que presenta el Siglo XXI, como entonces, presentaba el IX a los gaditanos.
Sólo con unidad de propósitos y acciones, podremos proyectar, con más fuerza, la voz de la región en el escenario internacional.
Señoras y señores:
Este mismo año, 2012, en marzo, precisamente, justo al conmemorarse 200 años de la Promulgación de la Constitución, falleció el extraordinario escritor Carlos Fuentes. Hoy, quiero evocar sus palabras que este mexicano universal le dirigió a usted, Su Majestad, el Rey Juan Carlos, en 1987, hace un cuarto de siglo, al recibir de sus manos el Premio Cervantes.
Nuestro Fuentes, decía: El mundo del futuro necesita a España y a la América Española. Nuestra contribución es única. También, es indispensable. No habrá concierto sin nosotros, pero antes, debe haber concierto entre nosotros. A España le concierne lo que ocurre en Hispanoamérica, y en Hispanoamérica nos concierne lo que ocurre en España. Sólo necesitándonos entre nosotros, el mundo nos necesitará, también.
Iberoamérica, la que habla y canta español, portugués y nuestras ancestrales lenguas, tiene muchos senderos por recorrer, tiene muchos caminos por transitar y avanzar hacia nuevos horizontes de desarrollo conjunto.
Lo haremos con éxito, si perseveramos en los valores que dieron origen a nuestra comunidad, y afianzamos el respeto y el reconocimiento a la diversidad que le caracteriza.
Le agradezco mucho, Majestad, su referencia a mi persona. Efectivamente, mi Gobierno concluye dentro de pocos días. No ciertamente, acorde con la profecía maya, que augura el fin del mundo, también, para diciembre; sino simplemente aprovecho el tema para decir que la cita no podía ser más propicia para despedirme.
Sus Majestades, los Reyes de España, han demostrado en incontables ocasiones su aprecio por el pueblo de México y su arraigado sentimiento iberoamericano, y México les corresponde con afecto, con simpatía y con entrañable solidaridad.
Me enorgullece México y los mexicanos. Me enorgullece un México que ha enfrentado y superado la adversidad y, al final de cuentas, tiene una economía competitiva, en crecimiento y con  empleo.
Un México que ha alcanzado cobertura universal en salud y en educación básica, y que construye nuevas instituciones para el futuro. Pero, si bien los mexicanos superamos enormes retos estos años, fue porque contamos siempre con la solidaridad, la confianza y el apoyo de los pueblos y gobiernos hermanos de Iberoamérica.
Bien decía Pablo Neruda, y con él concluyo, que nuestras estrellas primordiales son la lucha y la esperanza. Pero no hay lucha ni esperanza solitarias.
Amigas y amigos:
Yo quiero invitarles, ahora, a brindar por el bienestar y prosperidad del noble pueblo español que nos recibe en esta Cumbre, así como por el promisorio futuro de la comunidad iberoamericana y la de todas y todos, y cada uno de sus integrantes.
-SR. ENRIQUE IGLESIAS: Me gustaría.
Un segundo, Presidente.
Majestad.
Quería hacerle entrega al Presidente Calderón, un testimonio muy simple, pero muy sentido, que es el agradecimiento de las Cumbres, por su permanente apoyo, y de nuestra Secretaría, que siempre ha tenido en México un gran, gran apoyo y un gran soporte.
Por tanto, es en reconocimiento a todo eso, que le damos éste

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