En Sinaloa, el coletazo/
Nota de RÍODOCE
Revista Proceso
No 1925, 21 de septiembre de 2013
El gobernador Mario López
Valdez estaba
feliz de que un ciclón se acercara a su estado. Era un envío de Dios, dijo. Más
le preocupó invitar a los reporteros a un recorrido que alertar a su población
del riesgo que tenían enfrente. Manuel tenía otros planes… El texto que
presentamos –cortesía del semanario sinaloense Ríodoce, que lo difundirá en su
próximo número–, muestra que al menos Malova no se equivocó en algo: el meteoro
sirvió para evidenciar la estulticia y la corrupción.
CULIACÁN,
SIN.- El paso del huracán Manuel –de categoría 1– por la región centro del
estado fue devastador. Sus vientos y lluvia, esa fuerza galopante que mostró y
arrolló todo a su paso, desnudó la vulnerabilidad de todas las comunidades que
tocó, y también el delgado cristal de la supuesta fortaleza urbana. Eso incluyó
lujosos fraccionamientos, nacidos de la corrupción.
El ciclón
alcanzó a seis municipios, dejó tres personas muertas (entre ellas un menor),
alrededor de 100 mil damnificados y cerca de 5 mil personas evacuadas de sus
comunidades.
Datos de
la Secretaría General de Gobierno señalan que fueron habilitados 11 albergues,
pero la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) del gobierno federal instaló
62 en todo el estado.
Durante
tres días, las clases se suspendieron en nueve de los 18 municipios y en todo
el estado el miércoles, ante las intensas lluvias. La medida fue secundada por
la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS).
Sin
embargo, ninguna medida preventiva fue suficiente para evitar que el agua se
desbordara y saliera, victoriosa, de los cauces de los ríos Humaya, Tamazula y
Culiacán, en el caso de la capital sinaloense. Y el líquido llegó, lodoso y
turbio, al parque Las Riveras, al Centro Cívico Constitución –donde murieron 12
animales–, a los malecones, establecimientos comerciales de la zona y a
residencias del conjunto de fraccionamientos y negocios ubicados en la Isla
Musala.
Allá, más
abajo, en los asentamientos situados alrededor de los ríos, dentro y fuera de
Culiacán, el saldo fue de números rojos. Lo poco que tenían los habitantes de
estas zonas y de la costa de Navolato, Culiacán, Angostura y Mocorito se lo
llevó el agua.
Los
números
Información
del gobierno del estado señala que las precipitaciones fueron de 410
milímetros, cuando el promedio anual de lluvias es de 800 milímetros. La
Comisión Nacional del Agua (Conagua) informó que la presa Sanalona, ubicada en
el sector oriente de este municipio, alcanzó 63.5% de su capacidad; la Adolfo
López Mateos, también conocida como El Varejonal, 31%, y la Eustaquio Buelna,
136%. Sólo esta presa está teniendo desfogues “en forma controlada”.
La
Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) reportó cortes en tres
carreteras y la Secretaría de Salud se declaró en alerta sanitaria ante la
posibilidad de que los encharcamientos y el hacinamiento provocaran
enfermedades gastrointestinales y dengue.
Versiones
extraoficiales indicaron que en la capital sinaloense hubo pérdidas de
alrededor de 5 mil hectáreas, pero esta versión no ha sido confirmada por las
autoridades.
Culiacán
en el ojo de “Manuel”
Dos días
antes de su arribo ya se sabía que el meteoro impactaría en Sinaloa. Siguió una
ruta errática.
El
Ejército Mexicano, el gobierno estatal y todos los municipios se prepararon con
lo que podían pero resultó insuficiente. Culiacán, se demostró ese día, no
tiene recursos de protección civil para enfrentar un fenómeno así.
A las
carencias se añadió la estulticia tanto del gobernador, Mario López Valdez,
como del presidente municipal, Aarón Rivas, y del general Moisés Melo García.
Para
alistarse ante la llegada de Manuel se reunieron la SCT, la Secretaría de
Desarrollo Social, Conagua, el Ayuntamiento de Culiacán, la Marina, el Ejército
y el gobernador. Se hizo una evaluación del fenómeno y se concluyó que ya iba
de salida, pues había tocado tierra y se enfilaba hacia la sierra de Chihuahua.
Ése era
su pronóstico, pero Manuel demostró que seguía enfrente de Culiacán.
En una
conferencia de prensa ofrecida el jueves a media mañana –después de la junta–,
el comandante de la Tercera Región Militar decía que había que poner atención a
la zona de Guamúchil, Mocorito y Badiraguato, porque hacia allá se dirigía el
meteoro. Y hasta invitó al gobernador a realizar un recorrido por esas zonas. A
los culichis les recomendó que no salieran a las carreteras.
Luego
habló Malova y después de media docena de agradecimientos parsimoniosos, como
si el tiempo no contara, dijo que ya había pasado lo peor: “Tendríamos que
pasar a una etapa de valoración de daños”.
Y
jugueteó: “En Sinaloa pedíamos a gritos el agua… Dios nos la está mandando y
nos la estacionó en el centro… Los beneficios hay que evaluarlos… Las presas
estaban secas, tenemos ya 40% y podrían llegar al 50; ojalá que así como
tenemos un ciclo normal de siembras en el norte podamos tenerlo en el centro
también. Los beneficios están por reflejarse”.
Luego
anunció que estaba solicitando a la Secretaría de Gobernación que se declarara
zona de emergencia a cinco municipios, incluido Culiacán, aunque ahí sólo había
llovido la noche anterior, sin mayores problemas.
Y lo
peor: “Pedimos información a la Conagua… Queríamos saber si con esta agua de
Manuel las presas no son problema… y las presas no son problema… Queríamos
saber si los ríos son un problema y los ríos tampoco lo son: los riesgos son
los arroyos en Mocorito y Angostura”.
Luego
invitó a los periodistas a un recorrido. “En media hora el camión de gobierno,
el general Melo, todos los que conformamos este consejo de Protección Civil nos
trasladaremos a ese lugar”.
Terminó
calificando a Manuel como una bendición, “porque en la zona donde queremos que
haya más precipitaciones se está dando”.
La furia
Apenas se
habían levantado de sus asientos cuando el cielo pareció desplomarse. Empezó a
llover casi de manera ininterrumpida a partir de las once de la mañana. No se
habían sentido rachas tan fuertes desde el anuncio del huracán. Y ya no se
detuvo. Al medio día, como a las 11:40, el encargado municipal de Protección Civil,
José Luis Urtusuástegui, dijo al noticiero Línea Directa que los ríos estaban
creciendo y que recomendaba evacuar las colonias Las Quintas, la Campiña y los
asentamientos de la Isla Musala.
Pero
nadie lo escuchó. Ni la población ni ninguna autoridad. Dos horas después el
mismo noticiero cuestionó al alcalde Aarón Rivas sobre esta advertencia y la
minimizó. Dijo que no se consideraba necesario. Quince minutos después, casi en
sus pies, se rompió el río Tamazula e invadió el conjunto habitacional Banus en
Isla Musala y la colonia Riberas de Tamazula, que quedó casi sepultada en pocos
minutos.
La
Campiña, en ese mismo sector, y la zona de Valle Alto, al poniente de la
ciudad, quedaron bajo el agua. El meteoro no había resultado tan benéfico como
tres horas antes habían anhelado el gobernador y el general Melo.
Entrevistados
por Ríodoce, los habitantes de Riberas de Tamazula se quejaron de que nunca
recibieron un llamado de alerta por el posible desbordamiento del río. “Nos ha
llovido siempre y siempre se encharca el agua; es una parte baja, pero nunca
este infierno”.
En Banus,
habitado por la clase media, la reacción fue tardía. Cuando se dieron cuenta el
río se había desbordado con una furia de animal. Algunas familias sólo se
subieron a sus camionetas e intentaron salir, pero el bulevar Revillagigedo se
había convertido en un rápido intransitable. Más de una decena de vehículos
quedaron atrapados en el agua, varias mujeres y sus hijos estuvieron a punto de
morir ahogados y su rescate se hizo gracias a vecinos voluntarios, porque en
cuatro horas que duró la furia no llegó nadie, ni de la Policía ni del Ejército
ni de Protección Civil.
Al final,
cuando la lluvia cesó, arribaron cuatro soldados a prestar auxilio.
La Isla
Musala, construida diez años antes sobre terrenos habilitados al vapor, en
medio de la codicia y la corrupción gubernamental, había sucumbido a la
naturaleza del agua, que busca su casa.
Vista
desde el puente Musala, era una sábana de agua turbia donde sobresalían techos
como colmenas, derrotado su orgullo.
La isla
que nació turbia
Fue
concebida como un negocio y vendida como un paraíso. Juan Millán Lizárraga era
gobernador cuando un grupo de empresarios culichis, encabezados por el
exdiputado panista y constructor Humberto Choza Gaxiola, le presentaron un
proyecto para construir un desarrollo en terrenos que serían robados al río.
Se
llamaría, según la idea original, Isla Tamazula, en honor al río que se
desprende de la presa Sanalona y que se nutre de afluentes más pequeños, que bajan
de la sierra sur de Durango.
Los
empresarios presentaron el proyecto, sus necesidades, inversión estimada,
formas de financiamiento, participación estatal, federal, ventas a futuro… Pero
el proyecto fue rechazado por la administración de Juan Millán Lizárraga, que
lo calificó de impertinente, entre otras cosas, por los riesgos que implicaba.
Desde que
fue concebida, Isla Tamazula buscó modificar el curso del río, partirlo en dos
para dejar en medio una franja de tierra hecha con auxilio de rellenos, que a
la postre podía ser vendida a precio de oro.
Los
empresarios, que protestaron públicamente por el rechazo, fueron indemnizados,
aunque nunca trascendió el monto.
Pero la
isla se haría. El 3 de noviembre de 2003, cuando los ánimos se habían atemperado,
el gobierno estatal anunció un nuevo proyecto dentro del Desarrollo Urbano Tres
Ríos (DUTR). Se llamaría Isla Musala. Se partiría el río en dos, se crearían
zonas habitaciones y comerciales… Es decir, lo mismo, pero sin los empresarios.
Para
cuando se hizo el anuncio, la tierra –que no existía todavía– ya estaba
tratada: sería para el empresario de Mocorito Antonio Sosa Valencia, quien un
día después de que Millán Lizárraga asumiera la gubernatura había comprado la
constructora Inzunza a empresarios de Guamúchil.
Los
rellenos se construyeron por la extinta Comisión Constructora de Sinaloa
(Cocosin) con el apoyo de empresas locales. Cuando quedó listo el polígono le
fue vendido, casi en su totalidad, a Toño Sosa.
De
inmediato, el DUTR inició la construcción de vialidades mediante las
constructoras Inzunza y Mocorito, propiedad de Sosa, con un costo de 245
millones de pesos. Se hicieron dos puentes sobre el río Tamazula, de 182 y 138
metros de largo.
El
bulevar Diego Valadés, que antes del proyecto terminaba en el puente Juárez,
fue extendido a lo largo de dos kilómetros. Ahora atravesaba por los terrenos
de Isla Musala.
Desde que
la obra fue anunciada, expertos de la Universidad Autónoma de Sinaloa
advirtieron de los riesgos que implicaba modificar el cauce del río. Sabían de
sobra que si no había una obra hidráulica de gran calado, la mentada isla sería
un llano propenso a inundaciones, como terminó siendo a la vuelta de 10 años,
debido a Manuel.
Isla
Musala se vendió como un proyecto con zonas comerciales, habitacionales y de
servicios, centros deportivos y escuelas. Todo “en apego a las normatividades
jurídicas y ecológicas”. Presuntuoso, tenía como slogan “La Isla que todos
quisiéramos habitar”.
Contra la
advertencia de los expertos, se dijo que se estaba construyendo con la anuencia
y supervisión de la Conagua y, por lo tanto, el riesgo de inundaciones estaba
conjurado.
De
acuerdo con el proyecto, ya en manos del gobernador Millán Lizárraga y Antonio
Sosa, se ganarían casi 1 millón de metros cuadrados —967 mil 209— de
superficie, de los cuales 55% se destinarían a la venta inmediata para las
áreas comerciales y habitacionales.
Como
reserva y “beneficio social” fue apartada un área de donación de más de 90 mil
metros, que sería destinada a zonas de recreación y comunes, vialidades y
andadores.
Llegaron
los Citicinemas, un casino, una gasolinera, bares y Walmart. Homex construyó
240 casas.
Hasta la
fecha, después de 10 años, ninguno de estos 90 mil 814 metros cuadrados ha sido
aprovechado para el beneficio de los culichis.
El
empresario de Mocorito fue el principal beneficiario del proyecto. Él y el
entonces gobernador, por lo menos en su primera etapa. A Manuel no le importó.
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