22 sept 2013

Manuel en Sinaloa


En Sinaloa, el coletazo/
Nota de RÍODOCE
Revista Proceso No 1925, 21 de septiembre de 2013
 El gobernador Mario López Valdez estaba feliz de que un ciclón se acercara a su estado. Era un envío de Dios, dijo. Más le preocupó invitar a los reporteros a un recorrido que alertar a su población del riesgo que tenían enfrente. Manuel tenía otros planes… El texto que presentamos –cortesía del semanario sinaloense Ríodoce, que lo difundirá en su próximo número–, muestra que al menos Malova no se equivocó en algo: el meteoro sirvió para evidenciar la estulticia y la corrupción.
CULIACÁN, SIN.- El paso del huracán Manuel –de categoría 1– por la región centro del estado fue devastador. Sus vientos y lluvia, esa fuerza galopante que mostró y arrolló todo a su paso, desnudó la vulnerabilidad de todas las comunidades que tocó, y también el delgado cristal de la supuesta fortaleza urbana. Eso incluyó lujosos fraccionamientos, nacidos de la corrupción.

El ciclón alcanzó a seis municipios, dejó tres personas muertas (entre ellas un menor), alrededor de 100 mil damnificados y cerca de 5 mil personas evacuadas de sus comunidades.
 Datos de la Secretaría General de Gobierno señalan que fueron habilitados 11 albergues, pero la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) del gobierno federal instaló 62 en todo el estado.
 Durante tres días, las clases se suspendieron en nueve de los 18 municipios y en todo el estado el miércoles, ante las intensas lluvias. La medida fue secundada por la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS).
 Sin embargo, ninguna medida preventiva fue suficiente para evitar que el agua se desbordara y saliera, victoriosa, de los cauces de los ríos Humaya, Tamazula y Culiacán, en el caso de la capital sinaloense. Y el líquido llegó, lodoso y turbio, al parque Las Riveras, al Centro Cívico Constitución –donde murieron 12 animales–, a los malecones, establecimientos comerciales de la zona y a residencias del conjunto de fraccionamientos y negocios ubicados en la Isla Musala.
 Allá, más abajo, en los asentamientos situados alrededor de los ríos, dentro y fuera de Culiacán, el saldo fue de números rojos. Lo poco que tenían los habitantes de estas zonas y de la costa de Navolato, Culiacán, Angostura y Mocorito se lo llevó el agua.
Los números
Información del gobierno del estado señala que las precipitaciones fueron de 410 milímetros, cuando el promedio anual de lluvias es de 800 milímetros. La Comisión Nacional del Agua (Conagua) informó que la presa Sanalona, ubicada en el sector oriente de este municipio, alcanzó 63.5% de su capacidad; la Adolfo López Mateos, también conocida como El Varejonal, 31%, y la Eustaquio Buelna, 136%. Sólo esta presa está teniendo desfogues “en forma controlada”.
La Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) reportó cortes en tres carreteras y la Secretaría de Salud se declaró en alerta sanitaria ante la posibilidad de que los encharcamientos y el hacinamiento provocaran enfermedades gastrointestinales y dengue.
Versiones extraoficiales indicaron que en la capital sinaloense hubo pérdidas de alrededor de 5 mil hectáreas, pero esta versión no ha sido confirmada por las autoridades.
Culiacán en el ojo de “Manuel”
Dos días antes de su arribo ya se sabía que el meteoro impactaría en Sinaloa. Siguió una ruta errática.
El Ejército Mexicano, el gobierno estatal y todos los municipios se prepararon con lo que podían pero resultó insuficiente. Culiacán, se demostró ese día, no tiene recursos de protección civil para enfrentar un fenómeno así.
A las carencias se añadió la estulticia tanto del gobernador, Mario López Valdez, como del presidente municipal, Aarón Rivas, y del general Moisés Melo García.
Para alistarse ante la llegada de Manuel se reunieron la SCT, la Secretaría de Desarrollo Social, Conagua, el Ayuntamiento de Culiacán, la Marina, el Ejército y el gobernador. Se hizo una evaluación del fenómeno y se concluyó que ya iba de salida, pues había tocado tierra y se enfilaba hacia la sierra de Chihuahua.
 Ése era su pronóstico, pero Manuel demostró que seguía enfrente de Culiacán.
 En una conferencia de prensa ofrecida el jueves a media mañana –después de la junta–, el comandante de la Tercera Región Militar decía que había que poner atención a la zona de Guamúchil, Mocorito y Badiraguato, porque hacia allá se dirigía el meteoro. Y hasta invitó al gobernador a realizar un recorrido por esas zonas. A los culichis les recomendó que no salieran a las carreteras.
 Luego habló Malova y después de media docena de agradecimientos parsimoniosos, como si el tiempo no contara, dijo que ya había pasado lo peor: “Tendríamos que pasar a una etapa de valoración de daños”.
 Y jugueteó: “En Sinaloa pedíamos a gritos el agua… Dios nos la está mandando y nos la estacionó en el centro… Los beneficios hay que evaluarlos… Las presas estaban secas, tenemos ya 40% y podrían llegar al 50; ojalá que así como tenemos un ciclo normal de siembras en el norte podamos tenerlo en el centro también. Los beneficios están por reflejarse”.
 Luego anunció que estaba solicitando a la Secretaría de Gobernación que se declarara zona de emergencia a cinco municipios, incluido Culiacán, aunque ahí sólo había llovido la noche anterior, sin mayores problemas.
 Y lo peor: “Pedimos información a la Conagua… Queríamos saber si con esta agua de Manuel las presas no son problema… y las presas no son problema… Queríamos saber si los ríos son un problema y los ríos tampoco lo son: los riesgos son los arroyos en Mocorito y Angostura”.
 Luego invitó a los periodistas a un recorrido. “En media hora el camión de gobierno, el general Melo, todos los que conformamos este consejo de Protección Civil nos trasladaremos a ese lugar”.
 Terminó calificando a Manuel como una bendición, “porque en la zona donde queremos que haya más precipitaciones se está dando”.
 La furia
 Apenas se habían levantado de sus asientos cuando el cielo pareció desplomarse. Empezó a llover casi de manera ininterrumpida a partir de las once de la mañana. No se habían sentido rachas tan fuertes desde el anuncio del huracán. Y ya no se detuvo. Al medio día, como a las 11:40, el encargado municipal de Protección Civil, José Luis Urtusuástegui, dijo al noticiero Línea Directa que los ríos estaban creciendo y que recomendaba evacuar las colonias Las Quintas, la Campiña y los asentamientos de la Isla Musala.
 Pero nadie lo escuchó. Ni la población ni ninguna autoridad. Dos horas después el mismo noticiero cuestionó al alcalde Aarón Rivas sobre esta advertencia y la minimizó. Dijo que no se consideraba necesario. Quince minutos después, casi en sus pies, se rompió el río Tamazula e invadió el conjunto habitacional Banus en Isla Musala y la colonia Riberas de Tamazula, que quedó casi sepultada en pocos minutos.
 La Campiña, en ese mismo sector, y la zona de Valle Alto, al poniente de la ciudad, quedaron bajo el agua. El meteoro no había resultado tan benéfico como tres horas antes habían anhelado el gobernador y el general Melo.
 Entrevistados por Ríodoce, los habitantes de Riberas de Tamazula se quejaron de que nunca recibieron un llamado de alerta por el posible desbordamiento del río. “Nos ha llovido siempre y siempre se encharca el agua; es una parte baja, pero nunca este infierno”.
 En Banus, habitado por la clase media, la reacción fue tardía. Cuando se dieron cuenta el río se había desbordado con una furia de animal. Algunas familias sólo se subieron a sus camionetas e intentaron salir, pero el bulevar Revillagigedo se había convertido en un rápido intransitable. Más de una decena de vehículos quedaron atrapados en el agua, varias mujeres y sus hijos estuvieron a punto de morir ahogados y su rescate se hizo gracias a vecinos voluntarios, porque en cuatro horas que duró la furia no llegó nadie, ni de la Policía ni del Ejército ni de Protección Civil.
 Al final, cuando la lluvia cesó, arribaron cuatro soldados a prestar auxilio.
 La Isla Musala, construida diez años antes sobre terrenos habilitados al vapor, en medio de la codicia y la corrupción gubernamental, había sucumbido a la naturaleza del agua, que busca su casa.
 Vista desde el puente Musala, era una sábana de agua turbia donde sobresalían techos como colmenas, derrotado su orgullo.
La isla que nació turbia
Fue concebida como un negocio y vendida como un paraíso. Juan Millán Lizárraga era gobernador cuando un grupo de empresarios culichis, encabezados por el exdiputado panista y constructor Humberto Choza Gaxiola, le presentaron un proyecto para construir un desarrollo en terrenos que serían robados al río.
Se llamaría, según la idea original, Isla Tamazula, en honor al río que se desprende de la presa Sanalona y que se nutre de afluentes más pequeños, que bajan de la sierra sur de Durango.
Los empresarios presentaron el proyecto, sus necesidades, inversión estimada, formas de financiamiento, participación estatal, federal, ventas a futuro… Pero el proyecto fue rechazado por la administración de Juan Millán Lizárraga, que lo calificó de impertinente, entre otras cosas, por los riesgos que implicaba.
Desde que fue concebida, Isla Tamazula buscó modificar el curso del río, partirlo en dos para dejar en medio una franja de tierra hecha con auxilio de rellenos, que a la postre podía ser vendida a precio de oro.
Los empresarios, que protestaron públicamente por el rechazo, fueron indemnizados, aunque nunca trascendió el monto.
Pero la isla se haría. El 3 de noviembre de 2003, cuando los ánimos se habían atemperado, el gobierno estatal anunció un nuevo proyecto dentro del Desarrollo Urbano Tres Ríos (DUTR). Se llamaría Isla Musala. Se partiría el río en dos, se crearían zonas habitaciones y comerciales… Es decir, lo mismo, pero sin los empresarios.
Para cuando se hizo el anuncio, la tierra –que no existía todavía– ya estaba tratada: sería para el empresario de Mocorito Antonio Sosa Valencia, quien un día después de que Millán Lizárraga asumiera la gubernatura había comprado la constructora Inzunza a empresarios de Guamúchil.
Los rellenos se construyeron por la extinta Comisión Constructora de Sinaloa (Cocosin) con el apoyo de empresas locales. Cuando quedó listo el polígono le fue vendido, casi en su totalidad, a Toño Sosa.
 De inmediato, el DUTR inició la construcción de vialidades mediante las constructoras Inzunza y Mocorito, propiedad de Sosa, con un costo de 245 millones de pesos. Se hicieron dos puentes sobre el río Tamazula, de 182 y 138 metros de largo.
 El bulevar Diego Valadés, que antes del proyecto terminaba en el puente Juárez, fue extendido a lo largo de dos kilómetros. Ahora atravesaba por los terrenos de Isla Musala.
 Desde que la obra fue anunciada, expertos de la Universidad Autónoma de Sinaloa advirtieron de los riesgos que implicaba modificar el cauce del río. Sabían de sobra que si no había una obra hidráulica de gran calado, la mentada isla sería un llano propenso a inundaciones, como terminó siendo a la vuelta de 10 años, debido a Manuel.
 Isla Musala se vendió como un proyecto con zonas comerciales, habitacionales y de servicios, centros deportivos y escuelas. Todo “en apego a las normatividades jurídicas y ecológicas”. Presuntuoso, tenía como slogan “La Isla que todos quisiéramos habitar”.
 Contra la advertencia de los expertos, se dijo que se estaba construyendo con la anuencia y supervisión de la Conagua y, por lo tanto, el riesgo de inundaciones estaba conjurado.
 De acuerdo con el proyecto, ya en manos del gobernador Millán Lizárraga y Antonio Sosa, se ganarían casi 1 millón de metros cuadrados —967 mil 209— de superficie, de los cuales 55% se destinarían a la venta inmediata para las áreas comerciales y habitacionales.
 Como reserva y “beneficio social” fue apartada un área de donación de más de 90 mil metros, que sería destinada a zonas de recreación y comunes, vialidades y andadores.
 Llegaron los Citicinemas, un casino, una gasolinera, bares y Walmart. Homex construyó 240 casas.
 Hasta la fecha, después de 10 años, ninguno de estos 90 mil 814 metros cuadrados ha sido aprovechado para el beneficio de los culichis.
 El empresario de Mocorito fue el principal beneficiario del proyecto. Él y el entonces gobernador, por lo menos en su primera etapa. A Manuel no le importó.

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