La Montaña guerrerense,
devastada y sin ayuda/EZEQUIEL FLORES CONTRERAS Y GLORIA LETICIA DÍAZ
Revista Proceso
No 1925, 21 de septiembre de 2013
El 60%
del territorio de Guerrero se encuentra devastado a causa de la tormenta
tropical Manuel y, ante el pasmo de las autoridades de todos los niveles,
organizaciones sociales, activistas y hasta el arzobispado de Acapulco ofrecen
sus buenos oficios para atender a los damnificados. Una de las regiones más
castigadas es el campo, en especial La Montaña, donde la destrucción se
generaliza y todo escasea: comida, agua, medicinas, combustible…
CHILPANCINGO,
GRO.- En la región indígena de la Montaña, el paso de Manuel provocó al menos
15 muertes, varios desaparecidos y el aislamiento de numerosas comunidades a
raíz de los derrumbes carreteros y los desgajamientos de cerros.
De
acuerdo con un informe preliminar del Centro de Derechos Humanos de la
Montaña-Tlachinollan (CDHM-T), cuya copia obtuvo Proceso, la devastación en la
zona “es generalizada y tendrá consecuencias en el mediano plazo”.
Los
investigadores del CDHM-T recogieron los testimonios de algunos desplazados que
llegaron a Tlapa huyendo de la destrucción. Lo mismo hicieron los activistas de
ese organismo en la comunidad de Tlacotepec, municipio de Tlacoapa, donde
recibieron a damnificados de la cabecera municipal que huyeron del
desbordamiento de ríos y el desgajamiento de un cerro.
En sus
propios recorridos observaron que “los ayuntamientos están rebasados y no hay
respuesta del gobierno estatal”. Por ello convocan a las autoridades
comunitarias a “empezar el recuento de daños y emplazar directamente al
gobierno federal”.
Severa
Zacarías Bello, de 60 años, una de las afectadas por el desbordamiento del río
en Tlacoapa, contó que se salió de su casa antes de ser tragada por la
corriente:
“Venía el
agua muy recio, parecía como un remolino. Alcancé a ver que la casa de una
vecina se empezó a arrancar. Era una cosa muy espantosa. Sé que todo lo perdí:
no tengo nada. Perdí la casa, mis cosas, mi maíz, mis animales; tenía
gallinas.”
En los 35
años que vivió al borde del río Barranca Nopalera, relató, nunca había visto
nada parecido. Logró salir con su hija y sus dos nietos y llegó caminando a
Tlacotepec.
Con base
en la información recabada en nueve municipios, el reporte señala que al menos
en 35 comunidades se registraron daños estructurales en las viviendas; 16
pueblos quedaron incomunicados y se reportaban desaparecidos en los municipios
de Tlacoapa, Cochoapa y Metlatónoc.
Debido al
desgajamiento de nueve cerros, siete derrumbes que bloquearon los caminos y el
desbordamiento de tres ríos, indica el documento, había 205 familias
desamparadas en Atlamajalcingo del Monte, Tlacoapa y Malinaltepec. Y resume:
“En las comunidades incomunicadas empieza a escasear la comida, el agua, las
medicinas y el combustible”.
El
desabasto también afecta a Tlapa de Comonfort, centro comercial de la región,
por los daños en las carreteras que comunican al municipio con Puebla y
Chilpancingo.
Daños
incuantificables
En un
recorrido por la zona, Proceso constató que más de mil 200 indígenas
abandonaron seis comunidades en el municipio de Malinaltepec e instalaron
campamentos sobre la carretera Tlapa-Marquelia, pese al riesgo de que continúen
los deslaves e inundaciones.
Asimismo,
104 personas del mismo municipio, en su mayoría niños, mujeres y ancianos, se
encuentran refugiados desde el lunes 16 en un albergue provisional instalado en
el inmueble conocido como La Casa Católica, en la ciudad de Tlapa de Comonfort.
Pobladores
de Malinaltepec entrevistados en ese albergue aseguran que la mayoría de sus
vecinos decidieron permanecer en la carretera para “estar al pendiente de sus
viviendas”.
En dicha
localidad, según los reportes murieron 19 personas; las otras seis en el
municipio de Acatepec. Hasta el viernes 20 las cabeceras municipales del mismo
lugar, de Acatepec y de Tlacoapa seguían incomunicadas a causa de las lluvias
que destrozaron los caminos y dificultan el envío de víveres y ayuda.
Lo mismo
sucede en la carretera federal Chilpancingo-Tlapa, que conecta la región Centro
con la Montaña, donde los hundimientos son notorios. Decenas de cuadrillas
laboran en varios puntos para rehabilitar el camino con maquinaria pesada y a
golpe de pico y pala para reactivar la circulación.
En
Chilpancingo, el desfogue de la presa del Cerrito Rico –ubicada al norponiente
de la capital guerrerense y que se abastece del escurrimiento de la sierra–
provocó el desbordamiento del río Huacapa.
El río
fue encauzado mediante una obra de concreto que se extiende sobre ocho
kilómetros de norte a sur de la ciudad y que “no está preparada para golpes de
ariete hidráulico en las curvas y tampoco tiene disipadores de energía”,
indican reportes oficiales consultados por Proceso.
El caudal
del Huacapa, nutrido también por una veintena de arroyos que cruzan de oriente
a poniente la ciudad, borró colonias enteras, afectó vías de comunicación y
arrastró casas y autos.
Los
afectados reprocharon la tardía reacción gubernamental y el hecho de que las
autoridades no hayan alertado a tiempo a la sociedad para que tomara sus
precauciones y se evitara la tragedia.
Durante
cuatro días los servicios de telecomunicaciones de la empresa Telmex, así como
el suministro de energía eléctrica, dejaron de funcionar. Hoy es imposible
saber qué pasa en las regiones Centro, Montaña, Tierra Caliente y la Sierra,
como consecuencia de la incomunicación.
En la
parte serrana de Chilpancingo, los habitantes de poblados como Azinyahualco y
San Vicente, que desde el principio quedaron atrapados entre la corriente de
los ríos, se cansaron de esperar la ayuda gubernamental.
Después
de que el Ejército y el alcalde de Chilpancingo, el priista Mario Moreno Arcos,
negaron la ayuda a los familiares de las víctimas que el viernes 20 pidieron
auxilio en esta capital, más de 500 personas, sobre todo mujeres y niños de los
dos poblados, abandonaron sus tierras.
En
Tixtla, lugar ubicado a 20 minutos de la capital, una tercera parte de la
cabecera municipal quedó bajo el agua a raíz del desbordamiento de la laguna
conocida como “Espejo de los dioses”.
Ante la
falta de apoyo oficial, pobladores, normalistas de Ayotzinapa y guardias
comunitarios hacen de todo por sobrevivir a la tragedia provocada por la
tormenta tropical Manuel.
Solidaridad
civil
En
Tixtla, el Ejército se limita a instalar y atender tres albergues en el centro
de la población, mientras las autoridades locales permanecen escondidas y nadie
atiende la zona anegada, donde el agua subió hasta dos metros en los puntos más
cercanos a la laguna.
En la
región de la Montaña, donde decenas de poblaciones siguen incomunicadas y la
ayuda tampoco había llegado hasta el viernes 20, las autoridades municipales
reportaron la muerte de 25 personas y la desaparición de 12 más en tres
municipios: Malinaltepec, Acatepec y Tlacoapa.
Además,
siete de los 18 municipios que conforman la región –poblada mayoritariamente
por indígenas– fueron considerados como zonas de desastre. Y en la región de
Tierra Caliente, el delta del río Balsas dejó incomunicados a decenas de
pueblos; lo mismo sucede en la Sierra, en la Costa Grande y la Costa Chica.
El 60%
del territorio guerrerense se encuentra devastado, por lo que se declaró el
estado de emergencia. Los damnificados reprochan la ausencia de brigadistas de
Protección Civil, del Ejército y la Marina en las labores de rescate y retiro
de escombros para liberar y rehabilitar vías de comunicación.
Solidaria,
la sociedad guerrerense se volcó a ayudar a los damnificados; instaló albergues
y centros de acopio y traslado de víveres hacia las zonas incomunicadas.
El jueves
19, el arzobispo de Acapulco, Carlos Garfias Merlos, dirigió una carta al
gobernador Aguirre Rivero en la que le informó que la estructura de la Iglesia
católica del puerto está en disposición de ayudar a pobladores de las regiones
de la Costa Grande y Costa Chica, donde existen al menos 13 parroquias.
El
prelado solicitó apoyo vía aérea para atender a los damnificados de esta zona
porque, dijo, hay lugares donde el acceso terrestre es imposible.
“La
naturaleza simplemente nos está reclamando las fallas en la cultura de sustentabilidad”,
advierte el investigador Roberto Arroyo Matus, académico de la Universidad
Autónoma de Guerrero (UAG), y sentencia: “La lección que nos deja este episodio
trágico para la entidad es que no debemos olvidar nuestra vulnerabilidad ante
los embates de la naturaleza ni la importancia de que se mejore la cultura
ecológica y de prevención de desastres de todos”.
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