A
40 años de la muerte de Salvador Novo/Estela Leñero Franco
Salvador
Novo es uno de los artistas más completos y enriquecedores para la cultura
nacional. Su profundo instinto trágico y la riqueza reflejada en su poesía lo
convierten en un personaje complejo donde su inteligencia y su universo
emocional entablaron una batalla campal durante su vida.
Este año se conmemoran los 40 años de su muerte y se le recuerda principalmente como poeta, ensayista, dramaturgo, director de más de 40 obras de teatro suyas, maestro y de manera significativa como promotor cultural: de 1946 a 1952 fue jefe del departamento de Teatro del INBA y después director de su propio teatro: La Capilla.
Este año se conmemoran los 40 años de su muerte y se le recuerda principalmente como poeta, ensayista, dramaturgo, director de más de 40 obras de teatro suyas, maestro y de manera significativa como promotor cultural: de 1946 a 1952 fue jefe del departamento de Teatro del INBA y después director de su propio teatro: La Capilla.
Novo
se inició en el teatro actuando a lado de Antonieta Rivas Mercado y Gilberto
Owen en 1928. Junto con Celestino Gorostiza, fundó el Teatro Ulises que reunía
propuestas experimentales con la intención de dar una visión progresista del
teatro. Novo se vio grandemente influido por el teatro que vio fuera de México
y adoptó prácticas escénicas distintas, como la de eliminar la concha del
apuntador y dejar de utilizar al traspunte.
Pero
dado su carácter contradictorio, en su labor como director se anclaba en un
tipo de actuación anquilosada, mientras la corriente de Stanislavsky empezaba a
impregnar las técnicas modernas de actuación del México de los cincuenta.
Dagoberto Guillaumin, alumno de Seki Sano, contaba que en esa época había dos
escuelas enfrentadas: “La del maestro Salvador Novo y Villaurrutia –que eran
enemigos de cualquier actitud política comunista– y la del maestro Seki Sano,
al cual bloquearon junto con sus alumnos. Ellos nos decían, ‘ustedes sienten
mucho, pero no se les entiende lo que dicen; y para nosotros, ellos lo decían todo bien, pero no había nada
interno, no nos conmovían; eran externos y superficiales”.
En
su faceta de director y funcionario, estrenó la obra de Emilio Carballido
Rosalba y los llaveros en el Palacio de Bellas Artes, con la que se dio a
conocer exitosamente. Carballido, que había sido del grupo de Rodolfo Usigli,
junto con Luisa Josefina Hernández y Jorge Ibargüengoitia, se separa de ellos y
se va con Novo y Gorostiza cuando eran directores del INBA, para que le
montaran sus obras.
Salvador
Novo mantiene una relación apasionada con el teatro y a principios de los
cincuenta construye en Coyoacán un restaurante y el Teatro la Capilla. En él
presentaba obras dirigidas por él mismo, tanto de su autoría como de autores
extranjeros. En 1953, por ejemplo, cuando estrenó Esperando a Godot, que era
una obra muy novedosa para su tiempo, el público, al no entenderla, abandonó el
teatro. Durante muchos años el restaurante y el teatro estaban estrechamente
vinculados y Novo dirigía el espacio y también diseñaba el menú del
restaurante. Se convertía en anfitrión, capitán y gourmet al anunciar, antes de
empezar la función, qué iba a haber de cena. Seguramente el restaurante
subsidiaba a este incosteable teatro de pocas butacas cuando el precio del
boleto era fijo –en esos tiempos costaba 12 pesos– y no salía siquiera para los
actores. Actualmente, dirigido por Boris Shoemann y Hugo Arrevillaga, tienen el
apoyo del Conaculta y está dedicado a dar a conocer la dramaturgia
contemporánea.
La
influencia de Salvador Novo en el teatro mexicano, tanto como autor y como
promotor teatral, todavía puede verse en nuestro país. Su incansable labor y su
brillante creatividad lo hacen un personaje que a cuarenta años de su muerte,
sigue y seguirá más vivo que nunca.
La imagen es del archivo Tomas Montero DR.
La imagen es del archivo Tomas Montero DR.
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