19 ene 2014

Florence Cassez Crepin portada en Proceso


Para su liberación habría intervenido el mismísimo papa Benedicto XVI!
“Mi historia no terminó con mi liberación...”/Anne Marie Mergier
Portada de la revista Proceso, # 1942, 18 de enero de 2014
El jueves 23 se cumple un año de la liberación de Florence Cassez después de siete de prisión. Ese día comenzará a circular en Francia su segundo libro: Rien n’emprisonne l’innocence (Nada encarcela a la inocencia), escrito en coautoría con el periodista Eric Dussart, donde amplía su alegato para demostrar, dice, que no cometió los delitos que se le imputaron. En una amplia entrevista con la corresponsal de Proceso, Cassez explica que su historia no se acaba con su liberación. Y sentencia: “Durante siete años luché contra una fuerza oculta, maquiavélica, que me pisoteó y buscó aniquilarme. Ahora quiero entender lo que me pasó, por qué me pasó, quiénes están detrás de lo que me pasó”.

ANNECY, FRANCIA.– Florence Cassez aún se estremece cuando recuerda el 23 de enero de 2013 y sus últimas horas en la cárcel. Esperaba la resolución de la Suprema Corte de Justicia de la Nación en un pasillo del Reclusorio Femenil de Tepepan, cerca de la sala de Consejo de Disciplina. Su padre y Gerald Martin, cónsul general de Francia en México, la acompañaban.
 “No quise ver la transmisión en vivo de las deliberaciones de la Suprema Corte”, comenta. “Sentir otra vez que mi destino dependía de cinco jueces era un suplicio. Ya había pasado por esa prueba en marzo de 2012. En ese entonces la Corte había rechazado la propuesta del ministro Arturo Zaldívar que preconizaba mi liberación inmediata. Esa decisión me había desgarrado.”

 Después de unos segundos de silencio, agrega:
 “A cada rato el cónsul (Martin) llamaba por teléfono para informarse. Algunas internas convocadas para comparecer ante el Consejo de Disciplina hacían cola en el pasillo, mientras que guardias daban vueltas con sus rostros muy tiesos. De repente el cónsul, que estaba hablando por teléfono, golpeó la pared con fuerza. Mi padre y yo nos miramos. Lo que siguió fue un torbellino.”
 Florence Cassez recuerda algunas escenas surrealistas:
 “Un colaborador de Miguel Ángel Mancera que supervisó el impresionante ‘operativo’ de mi salida del reclusorio, me estrechó la mano y me felicitó. Me dijo también que le gustaba Francia, que quería seguir en contacto conmigo y me pidió mi mail. No daba crédito… ¿Acaso se le había olvidado que llevaba siete años en la cárcel sin celular ni computadora? Poco antes me había preguntado en tono mundano: ‘¿Cómo está, Florence? ¿Cómo la trataron aquí?’.”

 No sabe si enojarse o reírse de tantas incongruencias. Y sigue recordando:
 “En unos segundos todo cambió en el reclusorio. Se esfumaron las presas que hacían cola. Los guardias y los policías reían. La directora de la cárcel me abrazó. Sus secretarias colocaron elegantes charolas con bocadillos y refrescos en una mesita de la sala del Consejo de Disciplina. ¡Me organizaron una fiesta de despedida! Aún no lo puedo creer.”
El festejo fue breve. Florence Cassez fue sometida a un control médico y luego se organizó su salida y la de su padre del penal.
“Fue tremendo. Tuvimos que ponernos chalecos antibalas. Nos metieron a toda velocidad en una camioneta blindada. A mí me echaron en el piso. Mi padre pudo quedarse sentado. Había mucha gente aglutinada a la salida del reclusorio y en las calles de Tepepan. Gente muy hostil, que gritaba y arrojaba objetos contra el convoy de vehículos y motocicletas. Eso me lo contó mi padre; yo no vi nada. Sólo percibí odio.”
 Se nota alterada. Se disculpa.
 “Perdón”, dice. “Me resulta difícil rememorar esos momentos. Tardamos solamente 30 minutos del reclusorio al aeropuerto. Me aterré. Eran tales los dispositivos de seguridad y la tensión de nuestras escoltas que temí que nos mataran. Pensé en esbirros de Genaro García Luna que debían seguir muy activos a pesar de que su jefe había huido del país”.
 Pide un té al mesero.
 “Me afectó profundamente enterarme días después de mi liberación que 83% de los mexicanos reprobaban la decisión de la Suprema Corte de Justicia, según se desprendía de un sondeo de opinión, ¿Pero qué más quiere la gente para convencerse de mi inocencia? ¡La más alta y respetable instancia judicial del país invalidó todas las acusaciones inventadas en mi contra y aun se me considera una secuestradora..!”
El retorno
Estamos sentadas en un restaurante de Annecy, donde radica Florence Cassez. Vive con Fausto Ávila, un franco-mexicano con el que se casó en julio del año pasado. Annecy es una ciudad de 50 mil habitantes al pie de los Alpes y a orillas de un lago majestuoso en la frontera con Suiza.
Es domingo. Un pálido sol de invierno se refleja en el agua plateada del lago. Pero por el momento Florence parece insensible a la poesía del paisaje. Está hundida en sus recuerdos y éstos no son placenteros.
Habla del desasosiego que la invadió cuando regresó a Francia:
“Ese regreso con el que había soñado durante tantos años fue otra prueba implacable. Me agobió y me hirió la sobreexposición mediática apenas bajé del avión. Después de haber corrido durante tres días de una cadena televisiva a otra, de una radioemisora a otra, lo paré todo. Necesitaba pisar tierra, estar con los míos y reencontrarme conmigo.
“Fue cuando empecé realmente a tomar conciencia de lo que se decía y se escribía sobre mí en los medios de mi propio país. Fue un choque tremendo. En Francia muchos periodistas no entendieron el sentido verdadero de la decisión de la Suprema Corte de Justicia.

“Se imaginaron que los jueces iban a decir: ‘Declaramos que Florence Cassez es inocente’. No quisieron comprender que no le correspondía a la Suprema Corte expresarse en estos términos, pero que al desestimar uno tras otros todos los cargos en mi contra, reconocían mi derecho a la presunción de inocencia. Lo más espantoso fue leer los comentarios que circulaban en las redes sociales.”
Calla uno segundos.
“Cuando vi que tanto en México como Francia se seguía poniendo en duda mi inocencia, entendí que mi historia no acababa con mi salida de la cárcel. Hablé con Eric Dussart, periodista de La Voix du Nord, quien sigue mi caso desde 2008 y con quien escribí A la sombra de mi vida en 2011. Decidimos trabajar juntos en un segundo libro y volver a explicar con elementos nuevos que fui víctima de maquinaciones, que no soy culpable de nada, que soy inocente.”
Mira a la corresponsal a los ojos y dice:
“¡Qué situación tan dura! ¡Llevo ocho años clamando mi inocencia! Pero no capitularé.”
Retoma su relato:
“Eric viajó de nuevo al DF en mayo del año pasado para retomar su investigación. Yo revisé mis cuadernos de apuntes de la cárcel, junté informaciones que por seguridad no pude publicar en mi primer libro, datos sobre lo que había ocurrido después de 2011 y después de mi liberación. Y empecé a escribir. Eric también. Luego entrelazamos nuestros dos relatos. Acabamos el libro el pasado mes de noviembre. Escogí el título Rien n’emprisonne l’innocence (Nada encarcela a la inocencia).”
El libro, que saldrá a la venta el jueves 23, aún olía a tinta cuando la editorial Michel Lafon entregó un ejemplar a la corresponsal. Consta de 310 páginas. La mayor parte está escrita en primera persona; es la narración de Florence Cassez. Alterna sin transiciones con la investigación realizada en México por Eric Dussart.
El epígrafe del volumen es una frase pronunciada el 23 de enero de 2013 por Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena, uno de los cinco ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación:
“Lo que pasó es grave. Pero mantener a esa mujer en la cárcel hubiera sido más grave aún.”
La palabra “inocencia” es omnipresente: aparece en el título del libro, así como en sus 25 capítulos y en la última frase.
La investigación de Arellano
Los coautores reseñan y detallan las investigaciones que se realizaron a lo largo de siete años: la de Anne Vigna y Alain Devalpo, autores de Florence Cassez, penas mexicanas, publicado en 2011; también las de Ignacio Morales Lechuga, Eduardo Gallo –fundador y exdirigente de México Unido contra la Delincuencia–, Héctor de Mauleón –publicada en Nexos en marzo de 2012– y una última, sumamente misteriosa, realizada por un alto mando policiaco mexicano que Eric Dussart entrevistó en mayo de 2013.
Todas exoneran a Florence Cassez, inclusive la de Pedro Arellano, responsable de la Pastoral Social y Penitenciaria de la Conferencia Episcopal Mexicana (CEM), a la cual nadie tuvo acceso pero cuyas conclusiones fueron entregadas a las autoridades judiciales mexicanas.
–¿Antes de Eric Dussart nadie mencionó esa última investigación policiaca? –se le pregunta.
–Eric viajó a México con frecuencia para cubrir mi caso. Antes de mi liberación le fue imposible contactar a fuentes policiacas. En mayo del año pasado se abrieron algunas puertas. Entre ellas las de la oficina de un oficial de alto rango que fue encargado de investigar mi caso en 2011. No aceptó ser identificado.
–¿Quién le encargó esa misión?
–No sabemos. Formó un equipo de cuatro investigadores que trabajó varios meses. Partieron de cero. Ni siquiera tuvieron acceso al expediente de la PGR porque estaba bloqueado. Atendieron a Eric en una oficina llena de armas, pegaron en las paredes organigramas detallados con fotos de numerosos personajes conectados entre sí por flechas y leyendas.
“Su investigación empezó con el secuestro de Valeria Cheja Tinajero. La primera deposición de esa joven lanzó a la policía sobre la pista de los hermanos Rueda Cacho. Pero muy pronto se abandonó esa pista. La joven cambió su testimonio e incriminó a Israel Vallarta.
“El equipo policiaco al que entrevistó Eric insistió sobre los lazos familiares que unen a Cristina Ríos Valladares y a los hermanos Rueda Cacho y llegaron a la misma conclusión que todos los que investigaron mi caso: los verdaderos secuestradores son estos hermanos y dos primos suyos. Los cuatro se esfumaron. El oficial manifestó su frustración porque entendía que las autoridades no parecían muy interesadas en abrir una investigación oficial sobre ese asunto.
“Para la nueva administración lo esencial era deshacerse del caso de Florence Cassez que envenenaba las relaciones internacionales.”
–En su libro insiste sobre el papel determinante que jugó otra investigación: la de Pedro Arellano.
–Sé de fuente segura que la Suprema Corte de Justicia la tomó muy en serio. Hablé largamente de la investigación de Arellano con Nicolas Sarkozy cuando lo vi en París después de mi liberación. Quería conocer los pormenores de esa historia. Él aceptó dárnoslas a Eric Dussart y a mí. Lo hizo en un encuentro muy formal, en presencia de varios colaboradores suyos y de Frank Berton, mi abogado.
–Todo partió de una entrevista de Nicolas Sarkozy y el Papa Benedicto XVI en 2010, ¿cierto?
–Así es. Al final de esa entrevista, que duró una hora, Nicolas Sarkozy le dijo al Papa: “Le quisiera pedir un favor, santo padre. Tengo una protegida en México que acaba de ser condenada a 60 años de cárcel”. En seguida Benedicto XVI le contestó: “¡Qué desafortunada! ¿Qué puedo hacer para ayudar?”.
“Sarkozy quiso darle detalles sobre mi caso, pero el Papa lo interrumpió: ‘Nadie merece 60 años de cárcel’. Sarkozy aclaró, sin embargo: “Sí hizo una tontería, pues es una tontería que puede entender la Iglesia. Amó a la mala persona en el mal momento. Pero el amor no es un pecado…”
 –¿Así presentó su caso al Papa?
 –Fue exactamente lo que me dijo. Y agregó: “El Papa sonrió con benevolencia. Sé que después llamó al nuncio apostólico en México”. Fue por eso que Pedro Arellano se encargó de investigar mi caso.
 –Según cuenta también en su libro, los intercambios entre Benedicto XVI y Sarkozy acerca de su situación siguieron…
 –Pedro Arellano juntó a 27 investigadores que se dividieron en tres grupos; el primero se dedicó al aspecto jurídico de mi caso; otro analizó mi personalidad y el tercero se concentró en los hechos. Trabajaron por separado durante seis meses y sin consultarse los tres llegaron a la conclusión de que era inocente. Pedro Arellano entregó el informe completo al Vaticano y las conclusiones de su investigación a la justicia mexicana. Su trabajo causó revuelo en las más altas esferas del poder.
 “Pedro Arellano fue hostigado y amenazado de muerte. Nicolas Sarkozy escribió entonces a Benedicto XVI para rogarle que lo protegiera. Frank Berton, mi abogado, le entregó copia de esa carta a Pedro Arellano ¿Se da cuenta de cómo quedó exhibido Felipe Calderón ante Benedicto XVI?
 –Fuera del Vaticano, ¿alguien tiene acceso a ese informe?
 –Nadie. Mi abogado pidió, rogó, suplicó a Pedro Arellano (para obtenerlo). En vano. Inclusive lo retó, diciéndole que finalmente había llegado a la conclusión de que no había nada sustancioso en su investigación. Pedro Arellano no cayó en su trampa.
 –Usted menciona algunas anécdotas sobre las relaciones entre los expresidentes de Francia y México… Destacan los “recados” de Sarkozy a Calderón.
 –Sarkozy siempre insistió para que yo lo llamara. Si dejaba de hacerlo, me regañaba. En realidad estas llamadas tenían una doble función: mantenerme con la moral en alto y enviar señales a Calderón.
 “Sarkozy sabía que el (entonces) presidente mexicano escuchaba todas nuestras conversaciones telefónicas y aprovechó esa situación… El principal mensaje que le envió a lo largo de cinco años fue que no quitaba el dedo del renglón.”
 –Me llamó la atención la última reflexión que le hizo Sarkozy al final de ese largo encuentro que sostuvo con él…
 –A mí también. Muy pensativo dijo, refiriéndose a lo que había hecho para liberarme: “Nunca se sabrá lo que se hizo bien y lo que no se hizo bien”.
 –¿Dudó de su estrategia?
 –No sé. Pero estoy convencida de que hizo todo bien.
 La presión de Margolis
 –Andrés Manuel López Obrador no sale muy bien parado en su libro…
 –Un día de 2006 platiqué en la cárcel con un hombre muy distinguido que se presentó como colaborador de López Obrador. AMLO estaba en plena campaña presidencial y los sondeos le eran muy favorables. Su asesor se movía en el reclusorio como Juan por su casa porque conocía muy bien a la directora.
 –¿Recuerda su nombre?
 –Sólo recuerdo su nombre: Pedro. Ese día quiso hablar conmigo. Me confió que López Obrador sabía que yo era inocente. Creía posible la victoria del PRD y me aseguró que una vez en el poder AMLO me liberaría… Mi madre estaba conmigo. Pedro le dijo: “La están siguiendo. Es poco factible que la detengan, pero no se puede descartar un accidente”. Al igual que muchos mexicanos empecé a soñar con la victoria de AMLO.
“No entendía nada de política, sólo quería salir de la cárcel. Por eso me quede sin voz cuando leí las declaraciones de López Obrador que calificó mi liberación de ‘barbaridad’. No puedo dejar de pensar que fue demagógico de su parte.”
Hay un personaje omnipresente en la historia de los siete años de encarcelamiento de Florence Cassez en México. Se llama Eduardo Margolis, un exsocio de su hermano Sébastien. Tiene numerosos negocios, entre ellos unos de seguridad, a los cuales acuden miembros de la comunidad judía de Polanco cuando son víctimas de secuestros.
Margolis tenía lazos estrechos con Genaro García Luna y con Luis Cárdenas Palomino. Cassez lo cita muy a menudo en su libro y menciona una conversación telefónica que sostuvo con él en septiembre del año pasado.
–Sólo vi a Eduardo Margolis dos veces en mi vida. Nos cruzamos una vez en el estacionamiento del edificio donde se encontraban sus oficinas y las de Sébastien. Mi hermano nos presentó. La segunda vez fue en su oficina. Yo tenía entendido que había problemas entre los dos. Sébastien se notaba muy tenso. Antes de la cita me avisó que Margolis me iba a proponer un trabajo y que debía rechazar su oferta. Así pasó. Nunca más nos volvimos a ver. En cambio a lo largo de los siete años que pasé en la cárcel siempre surgió su nombre, de una forma u otra. Y aun recientemente volvió a mencionarse.
–Por lo que cuenta en sus dos libros, los policías que la detuvieron y los que la golpearon mientras la interrogaban en el sótano de la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (que a partir de septiembre de 2012 se transformó en Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada), mencionaron a Eduardo Margolis.
–Me detuvieron el 8 de diciembre (de 2005) y me mantuvieron todo el día en un coche. El 9 de diciembre en la madrugada me llevaron al rancho Las Chinitas. Ya estaba ahí Cárdenas Palomino, quien me golpeó varias veces y mencionó a Margolis.
“Después del montaje que hicieron para la televisión me llevaron a la SIEDO. Los comandantes que me interrogaron –quienes fueron llamados a comparecer durante mi juicio– fueron muy duros conmigo, pero no me golpearon. Ellos me dijeron: ‘Te va a chingar Margolis’.”
–¿Cárdenas Palomino también uso esos términos?
–Así es. La juez encargada de mi caso citó a Margolis a comparecer durante mi juicio. Nunca se presentó. Una vez mandó a su abogado. Él me entregó una tarjeta de Margolis y me pidió llamarlo. Lo llamé varias veces. Nunca contestó.
“Después Margolis me dejó recados con las secretarias de la directora del reclusorio pidiéndome lo mismo. Lo llamaba pero nunca me contestó. Y ese jugo siguió durante años, entre 2006 y 2009. Me mandaba recados para decirme que esperaba mi llamada.
“Yo vivía eso como una tortura psicológica. Pensaba que quería recordarme que él estaba detrás de todo lo que me pasaba para aterrarme. Entre 2010 y 2012 dejé de recibir recados suyos. Pero al final de 2012 volvió a recurrir a terceras personas, quienes me pedían que lo llamara. La última vez fue en mayo del año pasado.
“Eric Dussart incluso se entrevistó con Pedro Arellano y éste le dijo que Margolis estaba ansioso por hablar conmigo.”
Una llamada incómoda
–¿Por qué decidió hablar con él?
–Estaba trabajando con Eric Dussart. Ambos revisábamos apuntes sobre Margolis. Eric recordó el recado de Pedro Arellano y me preguntó si lo había llamado. Le dije que no y sin pensarlo dos veces agarré mi teléfono y le marqué. Me contestó un tal Alfredo. No tuve que esperar mucho antes de tener a Margolis en la línea.
–Por lo que reseña en su libro la llamada no fue muy larga.
–Sí lo fue. Duró quizás media hora. Pero en el libro sólo mencioné una parte de lo que nos dijimos.
–¿Podría profundizar sobre esa plática telefónica?
–Fue muy, muy rara. Me incomodó. Margolis se portó muy amable, muy cálido, casi paternalista. Hacía muchas preguntas. Quería saber cómo me sentía. Le dije que estaba reconstruyendo mi vida. Me comentó que estaba enfermo.
“Me dijo: ‘Hace mucho tiempo que debimos haber tenido esta conversación, Florence’. Se notaba apenado, incluso respetuoso. Y muy rápidamente agregó: ‘Es triste lo que te pasó. Lo siento mucho. Pero me alegra que hayas salido de todo eso. Además te casaste y te casaste muy bien’.”
–¿Aludía a su vida con Fausto Ávila?
–Sí. Dijo que pertenecía a una “buena familia”. Me di cuenta de que estaba al tanto de muchas cosas. Creo que quería continuar platicando como si nada. Entonces agarré el toro por los cuernos y le pregunté: “¿Por qué yo?”. Me eché a llorar. No pude detener mis lágrimas. Le repetía: “¿Por qué yo? ¿Qué le hice? ¿Por qué yo?”.
–¿Y qué le contestó?
–Que no tenía nada contra mí. Insistió: “Sé que eres inocente. Les dije que no tenías nada que ver con eso”.
–¿Entendió a quiénes se refería Margolis cuando decía: “Les dije”?
–Sí: a García Luna y a Cárdenas Palomino. Después quise confirmar si él estaba en la SIEDO cuando me maltrataron.
–¿Y sí estaba?
–Soltó una larga explicación, muy confusa. Me dijo que le habían avisado de la detención de Israel, que se había ido a la SIEDO, donde Rosas, el fiscal (sic), le había confirmado que Israel estaba siendo interrogado “abajo” por Cárdenas Palomino y otros comandantes de la policía. Le contestó a Rosas que no iba a bajar porque estaban haciendo una pendejada. Se subió a su coche y se fue, según afirmó.
“Aseguró además que sólo se había quedado 20 minutos en la SIEDO, entre las 6:00 y las 6:20 de la tarde. Y agregó –cito de memoria–: Estos hijos de la chingada empezaron a agredirte y a hacer todas estas pendejadas a partir de las siete de la noche. Cuando me dijeron que querían hacer su pinche telenovela les pregunté por qué. Me contestaron: ‘Fíjate cómo se ven bonitos los dos juntos…’. Después Margolis me dijo que todo eso había sido idea de García Luna. ‘Una pendejada’, repitió.”
–¿Le dijo que Cárdenas Palomino había mencionado su nombre cuando la maltrataba?
–Sí, y me contestó que no sabía por qué ese “imbécil de Palomino” había dicho que me iba a “chingar”. Luego dijo –otra vez cito de memoria –: “Quizás pensó que yo te iba a inspirar más miedo que la policía. Nunca permití que hicieran eso. Me peleé con ellos hace siete años a raíz de lo que te hicieron. García Luna se lanzó contra mí: me inventó lazos con el narco y se las arregló para cerrar mis negocios”. Margolis repetía: “Sé que eres inocente. Siempre lo supe. Siempre lo dije”.
 –¿Le preguntó por qué no se había presentado a declarar todo eso durante su juicio?
 –Por supuesto. Me contestó que temía que le fuera a pasar algo a su familia. Apenado, reconoció: “Lo siento, Florence, no tuviste suerte”.
 –En su libro cita un apartado de ese sorprendente diálogo con Margolis en el que él admite que estuvo al principio de su detención y de la de Israel Vallarta.
 –Me contó que parte de las tensiones con Sébastien se debían a un problema de autos de la empresa que compartía con mi hermano. Sébastien los tenía en uno de los talleres de los hermanos de Israel. Margolis fue por ellos.
 “Y afirmó que una vez en el lugar se dio cuenta de que uno de los secuestradores que mató la policía en un operativo de rescate de rehenes era un hermano de Israel. Margolis me explicó que corrió a hablar con Cárdenas Palomino para pedirle que detuviera a esa familia de secuestradores.”
 –¡Qué cuento tan insólito! ¿Sabía que a Israel Vallarta le habían matado a un hermano?
 –Sabía que se le había muerto un hermano, pero nunca supe cómo murió.
 –En pocas palabras, Margolis pretendió decir que le daba instrucciones a Cárdenas Palomino.
 –Así es… Me gustaría saber si García Luna cerró efectivamente sus negocios. Me asombra que los rumores de su implicación con el narcotráfico nunca fueran retomados por la prensa. Muchos periodistas mexicanos y franceses están pendientes de Margolis.
 –Margolis y usted, ¿tocaron otros temas?
 –Por supuesto. Sin que le preguntara nada mencionó a Isabel Miranda de Wallace, quien tanto me criticó. Me dijo: “¿Sabes quién está desesperada? La Wallace”. Creo que me contó que era muy cristiana o algo así. Y de repente me preguntó: “¿Te interesaría hablar con ella?”. Mi primera reacción fue decir que no. Pero después le contesté: “Ok, hablo con ella, pero con una condición: que explique en la televisión que sólo dijo mentiras sobre mí durante siete años”. Margolis se echó a reír y dijo: “¡Qué rápido aprendes, Florence!”.
 –¿Hablaron de Cristina Ríos Valladares y Ezequiel Elizalde?
 –Sí, por supuesto. Me dijo que eran todos de la misma banda.
 –¿De la misma banda?
 –Fue otra vez confuso. Dijo: “Para mí todos ellos forman parte de la banda de secuestradores junto con los policías”. Hablaba muy rápido y repetía: “Todos esos son de la misma banda, los policías también…”
 –¿Le preguntó si Cristina Ríos Valladares había sido su ama de llaves?
 –Contestó que eso era falso. Eso contradice lo que afirma Pedro Arellano. Además, el oficial policiaco de alto rango que entrevistó Eric Dussart en mayo le afirmó que tenía ese hecho comprobado.
 –¿Qué sintió después de colgar el teléfono?
 –Un profundo malestar. Mientras más tiempo pasa, más opaca se vuelve la historia. Todo es muy complicado. México es demasiado complicado para mí. Durante siete años luché contra una fuerza oculta, maquiavélica, que me pisoteó y buscó aniquilarme. Ahora quiero entender lo que me pasó, por qué me pasó, quiénes están detrás de lo me pasó.
 “La Suprema Corte de Justicia evidenció graves violaciones de procedimientos y me liberó. ¿Y qué pasa después? ¿Cuándo se va a ordenar una investigación judicial para determinar quiénes fueron los responsables y detener, juzgar y condenar a quienes manipularon todo y a quienes les ordenaron hacerlo?
 “La Comisión Nacional de los Derechos Humanos anunció el 14 de marzo del año pasado que iba a interponer demandas administrativas y judiciales contra 21 policías y funcionarios implicados en el operativo del 8 de diciembre de 2005. Genaro García Luna y Luis Cárdenas Palomino encabezaban esa lista. ¿Qué pasó con estas demandas?”
 –¿Nunca pensó en interponer personalmente una demanda judicial contra estos mismos funcionarios en México o en Francia? Mientras la defendía, Frank Berton manifestó en varias ocasiones su intención de demandar a García Luna en Francia. El abogado me aseguró inclusive que tenía el expediente listo y que sólo le faltaba presentarlo ante las instancias judiciales.
 –Cada cosa a su tiempo.
 –¿Significa que no descarta esa posibilidad?
 –Sólo digo: cada cosa a su tiempo.
 Florence Cassez se levanta. Quiere caminar por la orilla del lago. Se ve exhausta.
**

Libro, película y, después, “a buscar chamba”
ANNE MARIE MERGIER
ANNECY, FRANCIA.– A diferencia de la inmensa mayoría de la comunidad mexicana en Francia, que hasta hoy sigue siendo hostil a Florence Cassez, Fausto Ávila se interesó muy pronto en el caso de la exprisionera de Tepepan y formó su comité de apoyo en 2009.
Más asombroso aun, este mexicano de 36 años confía a la corresponsal que salió de su país hace 12 porque ya no aguantaba el clima de inseguridad. Su familia sufrió agresiones de delincuentes; él mismo fue víctima de un secuestro exprés del que, dice, salió vivo de milagro.
Su experiencia no lo predispuso contra Florence Cassez, comenta: “Conozco los métodos de la policía de mi país y las fallas de la justicia. Entendí muy rápido que Florence había caído en una trampa atroz. Sé que miles de mexicanos padecen lo que ella padeció”.
Ávila tiene la doble nacionalidad, francesa y mexicana, desde 2003. Vivió un tiempo en Italia antes de instalarse en Francia.
Estudió música en Cholula y contabilidad en el Distrito Federal. En Francia se especializó en la rama hotelera. Hoy dirige el servicio de restaurantes de un hotel internacional en Ginebra.
En junio de 2009 viajó a México para ver a su familia y aprovechó para visitar a Florence Cassez en la cárcel.
“Nació una gran amistad”, cuenta. “Fuimos muy buenos amigos antes de pensar en casarnos”.
En enero de 2013, justo después de la liberación de Florence Cassez, volvieron a verse. Poco a poco su amistad “se convirtió en algo más profundo”, comentan ambos mientras caminamos a orillas del lago de Annecy. Se ven felices.
“Fue en ese muellecito que pedí su mano”, dice Ávila al tiempo que señala un minúsculo embarcadero de madera. Se ríen los dos.
Al principio de la entrevista Florence Cassez se mostró muy tajante con la corresponsal. Exigió hablar de su historia, del combate que llevó durante sus siete años de cárcel y del que reinició apenas recuperó su libertad. Se tensaba cada vez que la reportera intentaba indagar sobre su estado de ánimo o sus primeros pasos como mujer libre.
A lo largo de la conversación se relajó. Cuenta que le tocó volver a aprender todo. Y se suelta:
“Tenía muchos problemas con el espacio. No me ubicaba en un apartamento. También me aterraba salir. Me perturbaba ser reconocida en la calle, aun si la gente se portaba muy bien conmigo. Me sentía vulnerable. Fausto me dio fuerza. Escribir mi libro también. Gracias a Fausto y a mi libro no me tocó hacer terapia.”
Fausto Ávila comenta divertido:
“Las cosas cotidianas más elementales la aterraban. Sentía pánico en un supermercado. Tuve que enseñarle muchas cosas, darle los códigos de su libertad. Me tocó inclusive corregir sus innumerables hispanismos. Aun ahora su francés deja que desear. Me gusta la idea de que un mexicano le esté enseñando a volver a vivir en Francia y a hablar francés después de todo lo que le pasó en México. Las vueltas que da la vida…”
La agenda de Florence Cassez está llenísima: entrevistas con la prensa a raíz de la publicación de su libro y del primer aniversario de su liberación; una gira por librerías en toda Francia para promoverlo; sesiones de trabajo con los guionistas que hacen ya la adaptación cinematográfica de su historia.
–¿Y después? –pregunta la corresponsal a Florence Cassez.
“Buscar chamba”, dice sin vacilar un segundo. “Necesito un trabajo estable para recobrar plenamente mi equilibrio”.

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