Para su liberación habría intervenido el mismísimo papa Benedicto XVI!
“Mi
historia no terminó con mi liberación...”/Anne Marie Mergier
Portada de la revista Proceso, # 1942, 18 de enero de 2014
El
jueves 23 se cumple un año de la liberación de Florence Cassez después de siete
de prisión. Ese día comenzará a circular en Francia su segundo libro: Rien
n’emprisonne l’innocence (Nada encarcela a la inocencia), escrito en coautoría
con el periodista Eric Dussart, donde amplía su alegato para demostrar, dice,
que no cometió los delitos que se le imputaron. En una amplia entrevista con la
corresponsal de Proceso, Cassez explica que su historia no se acaba con su
liberación. Y sentencia: “Durante siete años luché contra una fuerza oculta,
maquiavélica, que me pisoteó y buscó aniquilarme. Ahora quiero entender lo que
me pasó, por qué me pasó, quiénes están detrás de lo que me pasó”.
ANNECY,
FRANCIA.– Florence Cassez aún se estremece cuando recuerda el 23 de enero de
2013 y sus últimas horas en la cárcel. Esperaba la resolución de la Suprema
Corte de Justicia de la Nación en un pasillo del Reclusorio Femenil de Tepepan,
cerca de la sala de Consejo de Disciplina. Su padre y Gerald Martin, cónsul general
de Francia en México, la acompañaban.
“No
quise ver la transmisión en vivo de las deliberaciones de la Suprema Corte”,
comenta. “Sentir otra vez que mi destino dependía de cinco jueces era un
suplicio. Ya había pasado por esa prueba en marzo de 2012. En ese entonces la
Corte había rechazado la propuesta del ministro Arturo Zaldívar que preconizaba
mi liberación inmediata. Esa decisión me había desgarrado.”
Después
de unos segundos de silencio, agrega:
“A
cada rato el cónsul (Martin) llamaba por teléfono para informarse. Algunas
internas convocadas para comparecer ante el Consejo de Disciplina hacían cola
en el pasillo, mientras que guardias daban vueltas con sus rostros muy tiesos.
De repente el cónsul, que estaba hablando por teléfono, golpeó la pared con
fuerza. Mi padre y yo nos miramos. Lo que siguió fue un torbellino.”
Florence
Cassez recuerda algunas escenas surrealistas:
“Un
colaborador de Miguel Ángel Mancera que supervisó el impresionante ‘operativo’
de mi salida del reclusorio, me estrechó la mano y me felicitó. Me dijo también
que le gustaba Francia, que quería seguir en contacto conmigo y me pidió mi
mail. No daba crédito… ¿Acaso se le había olvidado que llevaba siete años en la
cárcel sin celular ni computadora? Poco antes me había preguntado en tono
mundano: ‘¿Cómo está, Florence? ¿Cómo la trataron aquí?’.”
No
sabe si enojarse o reírse de tantas incongruencias. Y sigue recordando:
“En
unos segundos todo cambió en el reclusorio. Se esfumaron las presas que hacían
cola. Los guardias y los policías reían. La directora de la cárcel me abrazó.
Sus secretarias colocaron elegantes charolas con bocadillos y refrescos en una
mesita de la sala del Consejo de Disciplina. ¡Me organizaron una fiesta de
despedida! Aún no lo puedo creer.”
El
festejo fue breve. Florence Cassez fue sometida a un control médico y luego se
organizó su salida y la de su padre del penal.
“Fue
tremendo. Tuvimos que ponernos chalecos antibalas. Nos metieron a toda
velocidad en una camioneta blindada. A mí me echaron en el piso. Mi padre pudo
quedarse sentado. Había mucha gente aglutinada a la salida del reclusorio y en
las calles de Tepepan. Gente muy hostil, que gritaba y arrojaba objetos contra
el convoy de vehículos y motocicletas. Eso me lo contó mi padre; yo no vi nada.
Sólo percibí odio.”
Se
nota alterada. Se disculpa.
“Perdón”,
dice. “Me resulta difícil rememorar esos momentos. Tardamos solamente 30
minutos del reclusorio al aeropuerto. Me aterré. Eran tales los dispositivos de
seguridad y la tensión de nuestras escoltas que temí que nos mataran. Pensé en
esbirros de Genaro García Luna que debían seguir muy activos a pesar de que su
jefe había huido del país”.
Pide
un té al mesero.
“Me
afectó profundamente enterarme días después de mi liberación que 83% de los
mexicanos reprobaban la decisión de la Suprema Corte de Justicia, según se
desprendía de un sondeo de opinión, ¿Pero qué más quiere la gente para
convencerse de mi inocencia? ¡La más alta y respetable instancia judicial del
país invalidó todas las acusaciones inventadas en mi contra y aun se me
considera una secuestradora..!”
El
retorno
Estamos
sentadas en un restaurante de Annecy, donde radica Florence Cassez. Vive con
Fausto Ávila, un franco-mexicano con el que se casó en julio del año pasado.
Annecy es una ciudad de 50 mil habitantes al pie de los Alpes y a orillas de un
lago majestuoso en la frontera con Suiza.
Es
domingo. Un pálido sol de invierno se refleja en el agua plateada del lago.
Pero por el momento Florence parece insensible a la poesía del paisaje. Está
hundida en sus recuerdos y éstos no son placenteros.
Habla
del desasosiego que la invadió cuando regresó a Francia:
“Ese
regreso con el que había soñado durante tantos años fue otra prueba implacable.
Me agobió y me hirió la sobreexposición mediática apenas bajé del avión.
Después de haber corrido durante tres días de una cadena televisiva a otra, de
una radioemisora a otra, lo paré todo. Necesitaba pisar tierra, estar con los
míos y reencontrarme conmigo.
“Fue
cuando empecé realmente a tomar conciencia de lo que se decía y se escribía
sobre mí en los medios de mi propio país. Fue un choque tremendo. En Francia
muchos periodistas no entendieron el sentido verdadero de la decisión de la
Suprema Corte de Justicia.
“Se
imaginaron que los jueces iban a decir: ‘Declaramos que Florence Cassez es inocente’.
No quisieron comprender que no le correspondía a la Suprema Corte expresarse en
estos términos, pero que al desestimar uno tras otros todos los cargos en mi
contra, reconocían mi derecho a la presunción de inocencia. Lo más espantoso
fue leer los comentarios que circulaban en las redes sociales.”
Calla
uno segundos.
“Cuando
vi que tanto en México como Francia se seguía poniendo en duda mi inocencia,
entendí que mi historia no acababa con mi salida de la cárcel. Hablé con Eric
Dussart, periodista de La Voix du Nord, quien sigue mi caso desde 2008 y con
quien escribí A la sombra de mi vida en 2011. Decidimos trabajar juntos en un
segundo libro y volver a explicar con elementos nuevos que fui víctima de
maquinaciones, que no soy culpable de nada, que soy inocente.”
Mira
a la corresponsal a los ojos y dice:
“¡Qué
situación tan dura! ¡Llevo ocho años clamando mi inocencia! Pero no
capitularé.”
Retoma
su relato:
“Eric
viajó de nuevo al DF en mayo del año pasado para retomar su investigación. Yo
revisé mis cuadernos de apuntes de la cárcel, junté informaciones que por
seguridad no pude publicar en mi primer libro, datos sobre lo que había
ocurrido después de 2011 y después de mi liberación. Y empecé a escribir. Eric
también. Luego entrelazamos nuestros dos relatos. Acabamos el libro el pasado
mes de noviembre. Escogí el título Rien n’emprisonne l’innocence (Nada
encarcela a la inocencia).”
El
libro, que saldrá a la venta el jueves 23, aún olía a tinta cuando la editorial
Michel Lafon entregó un ejemplar a la corresponsal. Consta de 310 páginas. La
mayor parte está escrita en primera persona; es la narración de Florence
Cassez. Alterna sin transiciones con la investigación realizada en México por
Eric Dussart.
El
epígrafe del volumen es una frase pronunciada el 23 de enero de 2013 por
Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena, uno de los cinco ministros de la Suprema Corte de
Justicia de la Nación:
“Lo
que pasó es grave. Pero mantener a esa mujer en la cárcel hubiera sido más
grave aún.”
La
palabra “inocencia” es omnipresente: aparece en el título del libro, así como
en sus 25 capítulos y en la última frase.
La
investigación de Arellano
Los
coautores reseñan y detallan las investigaciones que se realizaron a lo largo
de siete años: la de Anne Vigna y Alain Devalpo, autores de Florence Cassez,
penas mexicanas, publicado en 2011; también las de Ignacio Morales Lechuga,
Eduardo Gallo –fundador y exdirigente de México Unido contra la Delincuencia–,
Héctor de Mauleón –publicada en Nexos en marzo de 2012– y una última, sumamente
misteriosa, realizada por un alto mando policiaco mexicano que Eric Dussart
entrevistó en mayo de 2013.
Todas
exoneran a Florence Cassez, inclusive la de Pedro Arellano, responsable de la
Pastoral Social y Penitenciaria de la Conferencia Episcopal Mexicana (CEM), a
la cual nadie tuvo acceso pero cuyas conclusiones fueron entregadas a las
autoridades judiciales mexicanas.
–¿Antes
de Eric Dussart nadie mencionó esa última investigación policiaca? –se le
pregunta.
–Eric
viajó a México con frecuencia para cubrir mi caso. Antes de mi liberación le
fue imposible contactar a fuentes policiacas. En mayo del año pasado se
abrieron algunas puertas. Entre ellas las de la oficina de un oficial de alto
rango que fue encargado de investigar mi caso en 2011. No aceptó ser
identificado.
–¿Quién
le encargó esa misión?
–No
sabemos. Formó un equipo de cuatro investigadores que trabajó varios meses.
Partieron de cero. Ni siquiera tuvieron acceso al expediente de la PGR porque
estaba bloqueado. Atendieron a Eric en una oficina llena de armas, pegaron en
las paredes organigramas detallados con fotos de numerosos personajes
conectados entre sí por flechas y leyendas.
“Su
investigación empezó con el secuestro de Valeria Cheja Tinajero. La primera
deposición de esa joven lanzó a la policía sobre la pista de los hermanos Rueda
Cacho. Pero muy pronto se abandonó esa pista. La joven cambió su testimonio e
incriminó a Israel Vallarta.
“El
equipo policiaco al que entrevistó Eric insistió sobre los lazos familiares que
unen a Cristina Ríos Valladares y a los hermanos Rueda Cacho y llegaron a la
misma conclusión que todos los que investigaron mi caso: los verdaderos
secuestradores son estos hermanos y dos primos suyos. Los cuatro se esfumaron.
El oficial manifestó su frustración porque entendía que las autoridades no
parecían muy interesadas en abrir una investigación oficial sobre ese asunto.
“Para
la nueva administración lo esencial era deshacerse del caso de Florence Cassez
que envenenaba las relaciones internacionales.”
–En
su libro insiste sobre el papel determinante que jugó otra investigación: la de
Pedro Arellano.
–Sé
de fuente segura que la Suprema Corte de Justicia la tomó muy en serio. Hablé
largamente de la investigación de Arellano con Nicolas Sarkozy cuando lo vi en
París después de mi liberación. Quería conocer los pormenores de esa historia.
Él aceptó dárnoslas a Eric Dussart y a mí. Lo hizo en un encuentro muy formal,
en presencia de varios colaboradores suyos y de Frank Berton, mi abogado.
–Todo
partió de una entrevista de Nicolas Sarkozy y el Papa Benedicto XVI en 2010,
¿cierto?
–Así
es. Al final de esa entrevista, que duró una hora, Nicolas Sarkozy le dijo al
Papa: “Le quisiera pedir un favor, santo padre. Tengo una protegida en México
que acaba de ser condenada a 60 años de cárcel”. En seguida Benedicto XVI le
contestó: “¡Qué desafortunada! ¿Qué puedo hacer para ayudar?”.
“Sarkozy
quiso darle detalles sobre mi caso, pero el Papa lo interrumpió: ‘Nadie merece
60 años de cárcel’. Sarkozy aclaró, sin embargo: “Sí hizo una tontería, pues es
una tontería que puede entender la Iglesia. Amó a la mala persona en el mal
momento. Pero el amor no es un pecado…”
–¿Así
presentó su caso al Papa?
–Fue
exactamente lo que me dijo. Y agregó: “El Papa sonrió con benevolencia. Sé que
después llamó al nuncio apostólico en México”. Fue por eso que Pedro Arellano
se encargó de investigar mi caso.
–Según
cuenta también en su libro, los intercambios entre Benedicto XVI y Sarkozy
acerca de su situación siguieron…
–Pedro
Arellano juntó a 27 investigadores que se dividieron en tres grupos; el primero
se dedicó al aspecto jurídico de mi caso; otro analizó mi personalidad y el
tercero se concentró en los hechos. Trabajaron por separado durante seis meses
y sin consultarse los tres llegaron a la conclusión de que era inocente. Pedro
Arellano entregó el informe completo al Vaticano y las conclusiones de su
investigación a la justicia mexicana. Su trabajo causó revuelo en las más altas
esferas del poder.
“Pedro
Arellano fue hostigado y amenazado de muerte. Nicolas Sarkozy escribió entonces
a Benedicto XVI para rogarle que lo protegiera. Frank Berton, mi abogado, le
entregó copia de esa carta a Pedro Arellano ¿Se da cuenta de cómo quedó
exhibido Felipe Calderón ante Benedicto XVI?
–Fuera
del Vaticano, ¿alguien tiene acceso a ese informe?
–Nadie.
Mi abogado pidió, rogó, suplicó a Pedro Arellano (para obtenerlo). En vano.
Inclusive lo retó, diciéndole que finalmente había llegado a la conclusión de
que no había nada sustancioso en su investigación. Pedro Arellano no cayó en su
trampa.
–Usted
menciona algunas anécdotas sobre las relaciones entre los expresidentes de
Francia y México… Destacan los “recados” de Sarkozy a Calderón.
–Sarkozy
siempre insistió para que yo lo llamara. Si dejaba de hacerlo, me regañaba. En
realidad estas llamadas tenían una doble función: mantenerme con la moral en
alto y enviar señales a Calderón.
“Sarkozy
sabía que el (entonces) presidente mexicano escuchaba todas nuestras
conversaciones telefónicas y aprovechó esa situación… El principal mensaje que
le envió a lo largo de cinco años fue que no quitaba el dedo del renglón.”
–Me
llamó la atención la última reflexión que le hizo Sarkozy al final de ese largo
encuentro que sostuvo con él…
–A
mí también. Muy pensativo dijo, refiriéndose a lo que había hecho para liberarme:
“Nunca se sabrá lo que se hizo bien y lo que no se hizo bien”.
–¿Dudó
de su estrategia?
–No
sé. Pero estoy convencida de que hizo todo bien.
La
presión de Margolis
–Andrés
Manuel López Obrador no sale muy bien parado en su libro…
–Un
día de 2006 platiqué en la cárcel con un hombre muy distinguido que se presentó
como colaborador de López Obrador. AMLO estaba en plena campaña presidencial y
los sondeos le eran muy favorables. Su asesor se movía en el reclusorio como
Juan por su casa porque conocía muy bien a la directora.
–¿Recuerda
su nombre?
–Sólo
recuerdo su nombre: Pedro. Ese día quiso hablar conmigo. Me confió que López
Obrador sabía que yo era inocente. Creía posible la victoria del PRD y me
aseguró que una vez en el poder AMLO me liberaría… Mi madre estaba conmigo.
Pedro le dijo: “La están siguiendo. Es poco factible que la detengan, pero no
se puede descartar un accidente”. Al igual que muchos mexicanos empecé a soñar
con la victoria de AMLO.
“No
entendía nada de política, sólo quería salir de la cárcel. Por eso me quede sin
voz cuando leí las declaraciones de López Obrador que calificó mi liberación de
‘barbaridad’. No puedo dejar de pensar que fue demagógico de su parte.”
Hay
un personaje omnipresente en la historia de los siete años de encarcelamiento
de Florence Cassez en México. Se llama Eduardo Margolis, un exsocio de su
hermano Sébastien. Tiene numerosos negocios, entre ellos unos de seguridad, a
los cuales acuden miembros de la comunidad judía de Polanco cuando son víctimas
de secuestros.
Margolis
tenía lazos estrechos con Genaro García Luna y con Luis Cárdenas Palomino.
Cassez lo cita muy a menudo en su libro y menciona una conversación telefónica
que sostuvo con él en septiembre del año pasado.
–Sólo
vi a Eduardo Margolis dos veces en mi vida. Nos cruzamos una vez en el estacionamiento
del edificio donde se encontraban sus oficinas y las de Sébastien. Mi hermano
nos presentó. La segunda vez fue en su oficina. Yo tenía entendido que había
problemas entre los dos. Sébastien se notaba muy tenso. Antes de la cita me
avisó que Margolis me iba a proponer un trabajo y que debía rechazar su oferta.
Así pasó. Nunca más nos volvimos a ver. En cambio a lo largo de los siete años
que pasé en la cárcel siempre surgió su nombre, de una forma u otra. Y aun
recientemente volvió a mencionarse.
–Por
lo que cuenta en sus dos libros, los policías que la detuvieron y los que la
golpearon mientras la interrogaban en el sótano de la Subprocuraduría de
Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (que a partir de
septiembre de 2012 se transformó en Subprocuraduría Especializada en
Investigación de Delincuencia Organizada), mencionaron a Eduardo Margolis.
–Me
detuvieron el 8 de diciembre (de 2005) y me mantuvieron todo el día en un
coche. El 9 de diciembre en la madrugada me llevaron al rancho Las Chinitas. Ya
estaba ahí Cárdenas Palomino, quien me golpeó varias veces y mencionó a
Margolis.
“Después
del montaje que hicieron para la televisión me llevaron a la SIEDO. Los
comandantes que me interrogaron –quienes fueron llamados a comparecer durante
mi juicio– fueron muy duros conmigo, pero no me golpearon. Ellos me dijeron:
‘Te va a chingar Margolis’.”
–¿Cárdenas
Palomino también uso esos términos?
–Así
es. La juez encargada de mi caso citó a Margolis a comparecer durante mi
juicio. Nunca se presentó. Una vez mandó a su abogado. Él me entregó una
tarjeta de Margolis y me pidió llamarlo. Lo llamé varias veces. Nunca contestó.
“Después
Margolis me dejó recados con las secretarias de la directora del reclusorio
pidiéndome lo mismo. Lo llamaba pero nunca me contestó. Y ese jugo siguió
durante años, entre 2006 y 2009. Me mandaba recados para decirme que esperaba
mi llamada.
“Yo
vivía eso como una tortura psicológica. Pensaba que quería recordarme que él
estaba detrás de todo lo que me pasaba para aterrarme. Entre 2010 y 2012 dejé
de recibir recados suyos. Pero al final de 2012 volvió a recurrir a terceras
personas, quienes me pedían que lo llamara. La última vez fue en mayo del año
pasado.
“Eric
Dussart incluso se entrevistó con Pedro Arellano y éste le dijo que Margolis
estaba ansioso por hablar conmigo.”
Una
llamada incómoda
–¿Por
qué decidió hablar con él?
–Estaba
trabajando con Eric Dussart. Ambos revisábamos apuntes sobre Margolis. Eric
recordó el recado de Pedro Arellano y me preguntó si lo había llamado. Le dije
que no y sin pensarlo dos veces agarré mi teléfono y le marqué. Me contestó un
tal Alfredo. No tuve que esperar mucho antes de tener a Margolis en la línea.
–Por
lo que reseña en su libro la llamada no fue muy larga.
–Sí
lo fue. Duró quizás media hora. Pero en el libro sólo mencioné una parte de lo
que nos dijimos.
–¿Podría
profundizar sobre esa plática telefónica?
–Fue
muy, muy rara. Me incomodó. Margolis se portó muy amable, muy cálido, casi
paternalista. Hacía muchas preguntas. Quería saber cómo me sentía. Le dije que
estaba reconstruyendo mi vida. Me comentó que estaba enfermo.
“Me
dijo: ‘Hace mucho tiempo que debimos haber tenido esta conversación, Florence’.
Se notaba apenado, incluso respetuoso. Y muy rápidamente agregó: ‘Es triste lo
que te pasó. Lo siento mucho. Pero me alegra que hayas salido de todo eso.
Además te casaste y te casaste muy bien’.”
–¿Aludía
a su vida con Fausto Ávila?
–Sí.
Dijo que pertenecía a una “buena familia”. Me di cuenta de que estaba al tanto
de muchas cosas. Creo que quería continuar platicando como si nada. Entonces
agarré el toro por los cuernos y le pregunté: “¿Por qué yo?”. Me eché a llorar.
No pude detener mis lágrimas. Le repetía: “¿Por qué yo? ¿Qué le hice? ¿Por qué
yo?”.
–¿Y
qué le contestó?
–Que
no tenía nada contra mí. Insistió: “Sé que eres inocente. Les dije que no
tenías nada que ver con eso”.
–¿Entendió
a quiénes se refería Margolis cuando decía: “Les dije”?
–Sí:
a García Luna y a Cárdenas Palomino. Después quise confirmar si él estaba en la
SIEDO cuando me maltrataron.
–¿Y
sí estaba?
–Soltó
una larga explicación, muy confusa. Me dijo que le habían avisado de la
detención de Israel, que se había ido a la SIEDO, donde Rosas, el fiscal (sic),
le había confirmado que Israel estaba siendo interrogado “abajo” por Cárdenas
Palomino y otros comandantes de la policía. Le contestó a Rosas que no iba a
bajar porque estaban haciendo una pendejada. Se subió a su coche y se fue,
según afirmó.
“Aseguró
además que sólo se había quedado 20 minutos en la SIEDO, entre las 6:00 y las
6:20 de la tarde. Y agregó –cito de memoria–: Estos hijos de la chingada
empezaron a agredirte y a hacer todas estas pendejadas a partir de las siete de
la noche. Cuando me dijeron que querían hacer su pinche telenovela les pregunté
por qué. Me contestaron: ‘Fíjate cómo se ven bonitos los dos juntos…’. Después
Margolis me dijo que todo eso había sido idea de García Luna. ‘Una pendejada’,
repitió.”
–¿Le
dijo que Cárdenas Palomino había mencionado su nombre cuando la maltrataba?
–Sí,
y me contestó que no sabía por qué ese “imbécil de Palomino” había dicho que me
iba a “chingar”. Luego dijo –otra vez cito de memoria –: “Quizás pensó que yo
te iba a inspirar más miedo que la policía. Nunca permití que hicieran eso. Me
peleé con ellos hace siete años a raíz de lo que te hicieron. García Luna se
lanzó contra mí: me inventó lazos con el narco y se las arregló para cerrar mis
negocios”. Margolis repetía: “Sé que eres inocente. Siempre lo supe. Siempre lo
dije”.
–¿Le
preguntó por qué no se había presentado a declarar todo eso durante su juicio?
–Por
supuesto. Me contestó que temía que le fuera a pasar algo a su familia.
Apenado, reconoció: “Lo siento, Florence, no tuviste suerte”.
–En
su libro cita un apartado de ese sorprendente diálogo con Margolis en el que él
admite que estuvo al principio de su detención y de la de Israel Vallarta.
–Me
contó que parte de las tensiones con Sébastien se debían a un problema de autos
de la empresa que compartía con mi hermano. Sébastien los tenía en uno de los
talleres de los hermanos de Israel. Margolis fue por ellos.
“Y
afirmó que una vez en el lugar se dio cuenta de que uno de los secuestradores
que mató la policía en un operativo de rescate de rehenes era un hermano de
Israel. Margolis me explicó que corrió a hablar con Cárdenas Palomino para pedirle
que detuviera a esa familia de secuestradores.”
–¡Qué
cuento tan insólito! ¿Sabía que a Israel Vallarta le habían matado a un
hermano?
–Sabía
que se le había muerto un hermano, pero nunca supe cómo murió.
–En
pocas palabras, Margolis pretendió decir que le daba instrucciones a Cárdenas
Palomino.
–Así
es… Me gustaría saber si García Luna cerró efectivamente sus negocios. Me
asombra que los rumores de su implicación con el narcotráfico nunca fueran
retomados por la prensa. Muchos periodistas mexicanos y franceses están
pendientes de Margolis.
–Margolis
y usted, ¿tocaron otros temas?
–Por
supuesto. Sin que le preguntara nada mencionó a Isabel Miranda de Wallace,
quien tanto me criticó. Me dijo: “¿Sabes quién está desesperada? La Wallace”.
Creo que me contó que era muy cristiana o algo así. Y de repente me preguntó:
“¿Te interesaría hablar con ella?”. Mi primera reacción fue decir que no. Pero
después le contesté: “Ok, hablo con ella, pero con una condición: que explique
en la televisión que sólo dijo mentiras sobre mí durante siete años”. Margolis
se echó a reír y dijo: “¡Qué rápido aprendes, Florence!”.
–¿Hablaron
de Cristina Ríos Valladares y Ezequiel Elizalde?
–Sí,
por supuesto. Me dijo que eran todos de la misma banda.
–¿De
la misma banda?
–Fue
otra vez confuso. Dijo: “Para mí todos ellos forman parte de la banda de
secuestradores junto con los policías”. Hablaba muy rápido y repetía: “Todos
esos son de la misma banda, los policías también…”
–¿Le
preguntó si Cristina Ríos Valladares había sido su ama de llaves?
–Contestó
que eso era falso. Eso contradice lo que afirma Pedro Arellano. Además, el
oficial policiaco de alto rango que entrevistó Eric Dussart en mayo le afirmó
que tenía ese hecho comprobado.
–¿Qué
sintió después de colgar el teléfono?
–Un
profundo malestar. Mientras más tiempo pasa, más opaca se vuelve la historia. Todo
es muy complicado. México es demasiado complicado para mí. Durante siete años
luché contra una fuerza oculta, maquiavélica, que me pisoteó y buscó
aniquilarme. Ahora quiero entender lo que me pasó, por qué me pasó, quiénes
están detrás de lo me pasó.
“La
Suprema Corte de Justicia evidenció graves violaciones de procedimientos y me
liberó. ¿Y qué pasa después? ¿Cuándo se va a ordenar una investigación judicial
para determinar quiénes fueron los responsables y detener, juzgar y condenar a
quienes manipularon todo y a quienes les ordenaron hacerlo?
“La
Comisión Nacional de los Derechos Humanos anunció el 14 de marzo del año pasado
que iba a interponer demandas administrativas y judiciales contra 21 policías y
funcionarios implicados en el operativo del 8 de diciembre de 2005. Genaro
García Luna y Luis Cárdenas Palomino encabezaban esa lista. ¿Qué pasó con estas
demandas?”
–¿Nunca
pensó en interponer personalmente una demanda judicial contra estos mismos
funcionarios en México o en Francia? Mientras la defendía, Frank Berton
manifestó en varias ocasiones su intención de demandar a García Luna en
Francia. El abogado me aseguró inclusive que tenía el expediente listo y que
sólo le faltaba presentarlo ante las instancias judiciales.
–Cada
cosa a su tiempo.
–¿Significa
que no descarta esa posibilidad?
–Sólo
digo: cada cosa a su tiempo.
Florence
Cassez se levanta. Quiere caminar por la orilla del lago. Se ve exhausta.
**
Libro, película y, después, “a buscar chamba”
ANNE MARIE MERGIER
ANNECY, FRANCIA.– A diferencia de la inmensa mayoría de la comunidad mexicana en Francia, que hasta hoy sigue siendo hostil a Florence Cassez, Fausto Ávila se interesó muy pronto en el caso de la exprisionera de Tepepan y formó su comité de apoyo en 2009.
Más asombroso aun, este mexicano de 36 años confía a la corresponsal que salió de su país hace 12 porque ya no aguantaba el clima de inseguridad. Su familia sufrió agresiones de delincuentes; él mismo fue víctima de un secuestro exprés del que, dice, salió vivo de milagro.
Su experiencia no lo predispuso contra Florence Cassez, comenta: “Conozco los métodos de la policía de mi país y las fallas de la justicia. Entendí muy rápido que Florence había caído en una trampa atroz. Sé que miles de mexicanos padecen lo que ella padeció”.
Ávila tiene la doble nacionalidad, francesa y mexicana, desde 2003. Vivió un tiempo en Italia antes de instalarse en Francia.
Estudió música en Cholula y contabilidad en el Distrito Federal. En Francia se especializó en la rama hotelera. Hoy dirige el servicio de restaurantes de un hotel internacional en Ginebra.
En junio de 2009 viajó a México para ver a su familia y aprovechó para visitar a Florence Cassez en la cárcel.
“Nació una gran amistad”, cuenta. “Fuimos muy buenos amigos antes de pensar en casarnos”.
En enero de 2013, justo después de la liberación de Florence Cassez, volvieron a verse. Poco a poco su amistad “se convirtió en algo más profundo”, comentan ambos mientras caminamos a orillas del lago de Annecy. Se ven felices.
“Fue en ese muellecito que pedí su mano”, dice Ávila al tiempo que señala un minúsculo embarcadero de madera. Se ríen los dos.
Al principio de la entrevista Florence Cassez se mostró muy tajante con la corresponsal. Exigió hablar de su historia, del combate que llevó durante sus siete años de cárcel y del que reinició apenas recuperó su libertad. Se tensaba cada vez que la reportera intentaba indagar sobre su estado de ánimo o sus primeros pasos como mujer libre.
A lo largo de la conversación se relajó. Cuenta que le tocó volver a aprender todo. Y se suelta:
“Tenía muchos problemas con el espacio. No me ubicaba en un apartamento. También me aterraba salir. Me perturbaba ser reconocida en la calle, aun si la gente se portaba muy bien conmigo. Me sentía vulnerable. Fausto me dio fuerza. Escribir mi libro también. Gracias a Fausto y a mi libro no me tocó hacer terapia.”
Fausto Ávila comenta divertido:
“Las cosas cotidianas más elementales la aterraban. Sentía pánico en un supermercado. Tuve que enseñarle muchas cosas, darle los códigos de su libertad. Me tocó inclusive corregir sus innumerables hispanismos. Aun ahora su francés deja que desear. Me gusta la idea de que un mexicano le esté enseñando a volver a vivir en Francia y a hablar francés después de todo lo que le pasó en México. Las vueltas que da la vida…”
La agenda de Florence Cassez está llenísima: entrevistas con la prensa a raíz de la publicación de su libro y del primer aniversario de su liberación; una gira por librerías en toda Francia para promoverlo; sesiones de trabajo con los guionistas que hacen ya la adaptación cinematográfica de su historia.
–¿Y después? –pregunta la corresponsal a Florence Cassez.
“Buscar chamba”, dice sin vacilar un segundo. “Necesito un trabajo estable para recobrar plenamente mi equilibrio”.
**
Libro, película y, después, “a buscar chamba”
ANNE MARIE MERGIER
ANNECY, FRANCIA.– A diferencia de la inmensa mayoría de la comunidad mexicana en Francia, que hasta hoy sigue siendo hostil a Florence Cassez, Fausto Ávila se interesó muy pronto en el caso de la exprisionera de Tepepan y formó su comité de apoyo en 2009.
Más asombroso aun, este mexicano de 36 años confía a la corresponsal que salió de su país hace 12 porque ya no aguantaba el clima de inseguridad. Su familia sufrió agresiones de delincuentes; él mismo fue víctima de un secuestro exprés del que, dice, salió vivo de milagro.
Su experiencia no lo predispuso contra Florence Cassez, comenta: “Conozco los métodos de la policía de mi país y las fallas de la justicia. Entendí muy rápido que Florence había caído en una trampa atroz. Sé que miles de mexicanos padecen lo que ella padeció”.
Ávila tiene la doble nacionalidad, francesa y mexicana, desde 2003. Vivió un tiempo en Italia antes de instalarse en Francia.
Estudió música en Cholula y contabilidad en el Distrito Federal. En Francia se especializó en la rama hotelera. Hoy dirige el servicio de restaurantes de un hotel internacional en Ginebra.
En junio de 2009 viajó a México para ver a su familia y aprovechó para visitar a Florence Cassez en la cárcel.
“Nació una gran amistad”, cuenta. “Fuimos muy buenos amigos antes de pensar en casarnos”.
En enero de 2013, justo después de la liberación de Florence Cassez, volvieron a verse. Poco a poco su amistad “se convirtió en algo más profundo”, comentan ambos mientras caminamos a orillas del lago de Annecy. Se ven felices.
“Fue en ese muellecito que pedí su mano”, dice Ávila al tiempo que señala un minúsculo embarcadero de madera. Se ríen los dos.
Al principio de la entrevista Florence Cassez se mostró muy tajante con la corresponsal. Exigió hablar de su historia, del combate que llevó durante sus siete años de cárcel y del que reinició apenas recuperó su libertad. Se tensaba cada vez que la reportera intentaba indagar sobre su estado de ánimo o sus primeros pasos como mujer libre.
A lo largo de la conversación se relajó. Cuenta que le tocó volver a aprender todo. Y se suelta:
“Tenía muchos problemas con el espacio. No me ubicaba en un apartamento. También me aterraba salir. Me perturbaba ser reconocida en la calle, aun si la gente se portaba muy bien conmigo. Me sentía vulnerable. Fausto me dio fuerza. Escribir mi libro también. Gracias a Fausto y a mi libro no me tocó hacer terapia.”
Fausto Ávila comenta divertido:
“Las cosas cotidianas más elementales la aterraban. Sentía pánico en un supermercado. Tuve que enseñarle muchas cosas, darle los códigos de su libertad. Me tocó inclusive corregir sus innumerables hispanismos. Aun ahora su francés deja que desear. Me gusta la idea de que un mexicano le esté enseñando a volver a vivir en Francia y a hablar francés después de todo lo que le pasó en México. Las vueltas que da la vida…”
La agenda de Florence Cassez está llenísima: entrevistas con la prensa a raíz de la publicación de su libro y del primer aniversario de su liberación; una gira por librerías en toda Francia para promoverlo; sesiones de trabajo con los guionistas que hacen ya la adaptación cinematográfica de su historia.
–¿Y después? –pregunta la corresponsal a Florence Cassez.
“Buscar chamba”, dice sin vacilar un segundo. “Necesito un trabajo estable para recobrar plenamente mi equilibrio”.
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