La
génesis del desastre militar/JUAN
VELEDÍAZ
Revista Proceso # 1942, 18 de enero de 2014;
La
presencia militar en labores de seguridad pública en Michoacán tiene un
capítulo oscuro ocurrido apenas el año pasado y que sale a la luz ahora, cuando
el Ejército está entrampado en esa entidad. Uno de los mandos que llegó en mayo
de 2013 y fue separado de su cargo poco tiempo después, denuncia la torpeza y
complicidades de sus superiores, quienes reinstalaron a mandos de la policía
dados de baja por sus vínculos con el crimen organizado y por estar
relacionados con asesinatos y desapariciones forzadas.
–¿Qué
son todos esos parches? –preguntó el general Alberto Reyes Vaca mientras
señalaba las insignias que traía en el uniforme el teniente coronel Eduardo
Navarrete Montes.
Una
tarde de abril de 2013 ambos jefes militares estaban en una sala de juntas del
Estado Mayor de la Secretaría de la Defensa Nacional, a donde habían sido
llamados para una encomienda especial del titular, el general Salvador Cienfuegos
Zepeda.
–Son
de algunos cursos que he realizado en el extranjero relacionados con
terrorismo, comandos y operaciones especiales. Esa es mi línea de trabajo
–respondió Navarrete, según narra a este semanario.
Y
le comentó al general que, junto con esa preparación, por esos días estudiaba
el sexto semestre de la licenciatura en seguridad pública.
Los
“parches” eran de cinco especializaciones en el extranjero. Una de ellas como
ranger preparado en operaciones de comando en guerras de baja intensidad,
cursada en la Escuela de Infantería del ejército estadunidense en Fort Benning;
el segundo, por el curso de fuerzas especiales en la Escuela de Guerra Especial
en Fort Bragg, donde se graduó como boina verde.
Uno
más era del curso de operaciones especiales Kaibil, del ejército guatemalteco;
otro del Centro de Instrucción de Guerra en la Selva del ejército brasileño. Y
el último, por técnicas de intervención y seguridad con el Grupo de
Intervención Antiterrorista de la Gendarmería Nacional Francesa.
Por
su currículum Navarrete había sido llamado días antes de su base en Chicoasén,
Chiapas –donde era jefe de una unidad de infantería de defensas rurales–, para
que se presentara en el Estado Mayor de la Defensa.
Al
llegar a la Ciudad de México le informaron que sería enviado a una nueva
misión. En la sala de juntas coincidió con dos coroneles, Samuel Nares
Hernández y José Luis Castro Herrera, quienes estaban en situación similar. Los
tres quedarían bajo el mando del brigadier Reyes Vaca, excomandante del GAFE
(Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales), ascendido al generalato apenas un año
antes.
Pasaban
las semanas y los cuatro jefes militares no sabían cuál sería su destino ni en
qué consistiría su nueva misión. Poco después les dieron atisbos: les comentaron
que se trataba de una tarea de seguridad en Michoacán, pero no había más
detalles. Días después Reyes Vaca se sentó frente a la computadora para indagar
acerca de la seguridad pública en Michoacán.
Le
preguntó a Navarrete cómo podía armarse una estrategia de seguridad pública.
El
teniente coronel comenzó a explicarle que había que aterrizar una estrategia
sistemática, con una parte tangible organizada con planes tácticos y
operativos. Tenían que recolectar información sobre los problemas generados por
la inseguridad; analizar, por un lado, a la delincuencia organizada y común y,
por el otro, las capacidades y limitaciones de los cuerpos de seguridad pública
en sus aspectos administrativo, operativo y de liderazgo. Sobre los grupos
delictivos debían investigarse sus procedimientos, formas de organización y
redes de complicidad.
Por
sus atribuciones, añadió, a él le correspondería integrar los planes
estratégicos y definir la política de seguridad pública. Reyes Vaca reaccionó
encolerizado. Le preguntó si lo consideraba un estúpido, pues todo aquello ya
lo sabía. Lo reprendió pues, según él, tendría que haberle explicado parte por
parte: paso uno, esto; paso dos, aquello. Su enojo llegó a tal punto que amenazó
con despedirlo en la primera oportunidad. Navarrete contestó que no era su
intención ofenderlo. Fue su primer choque. Seguirían otros.
Al
paso de los días seguían sin recibir instrucciones y permanecían hasta altas
horas de la noche en aquella sala de juntas sin hacer nada. En ocasiones el
general volvía a preguntarle a Navarrete sobre el tema. Éste se limitaba a
responder con monosílabos. Resultó que este tipo de contestación también
ofendía al brigadier. Entonces tuvo que ampliar un poco sus explicaciones, pero
con tiento para evitar problemas.
Tiempo
después fueron llamados a reunión con el secretario de la Defensa y el
entonces gobernador interino de Michoacán, Jesús Reyna García. La orden que
Cienfuegos les dio fue “transformar la seguridad pública a fondo” en esa
entidad.
Partieron
a Morelia con sus nombramientos. Como secretario de Seguridad Pública iba Reyes
Vaca; el coronel Castro Herrera, como subsecretario en la materia; el coronel
Nares Hernández, como subsecretario de Prevención y Readaptación, y Navarrete,
como director de Seguridad Pública.
Desastre
michoacano
Reyes
Vaca llegó escoltado por un pelotón de gafes a su toma de posesión el 15 de
mayo de 2103 en el Palacio de Gobierno de Morelia. En su discurso se limitó a
decir que una de sus metas sería mantener el orden y la paz pública en la
entidad, para lo cual buscaría cambiar la percepción que se tenía de los
policías. Agradeció al gobernador interino que lo incorporara a su equipo y
comenzó desde ese día a tener reuniones de trabajo.
Navarrete
recuerda que en esas juntas Reyes Vaca sólo regañaba y amenazaba sin concluir
lo que cada dirección debería hacer ni cómo se iban a coordinar para trabajar.
Se negaba a escuchar propuestas del plan de trabajo, quizá porque nunca entendió
que la Dirección de Seguridad Pública era el motor de la secretaría a su mando.
Durante
varios días este reportero buscó una entrevista con Reyes Vaca, pero hasta el
cierre de edición el general estaba ilocalizable.
Desde
el área a su cargo Navarrete decidió diseñar una estrategia. Comenzó con el
diagnóstico de la delincuencia organizada y común, así como con un análisis
sobre las condiciones en que operaba la policía. De entrada se topó con que más
de la mitad del personal estaba comisionado en labores fuera del ámbito de la
seguridad.
Al
revertir esto, Morelia pasó de 700 a 2 mil 500 policías en labores de
patrullaje. Se reasignaron efectivos a los cinco sectores en que se divide la
ciudad y de 80 se pasó a 350 policías por turno.
Las
estadísticas de la dependencia mostraron en las siguientes semanas que de un
promedio de cuatro homicidios diarios por armas de fuego se bajó a menos de
tres por mes. Según informes de la dependencia estatal, disminuyeron los
asaltos a mano armada, secuestros y extorsiones.
Navarrete
depuró mandos medios, sector donde, afirma a este reportero, tenía su soporte
la delincuencia organizada. Destituyó a varios oficiales con varios años en la
corporación.
Al
ver los resultados, Reyes Vaca le pidió al director de Seguridad Pública del
estado que le diera por escrito las estrategias utilizadas. Navarrete sabía que
su estancia en Michoacán sería corta, por lo cual le dio largas y nunca le
entregó nada.
En
un escrito que dirigió en diciembre pasado al gobernador michoacano, Fausto
Vallejo, el teniente coronel explicó cómo, durante su permanencia al frente de
la Dirección de Seguridad Pública estatal –la encabezó del 16 de mayo al 16 de
junio–, nunca hubo un plan general para atacar la criminalidad, acotar la
expansión de los grupos de autodefensa e ir por los cabecillas de Los
Caballeros Templarios.
Reyes
Vaca tenía en mente correr a todos los policías con las pruebas de confianza y
militarizar el estado. Decía que los soldados eran muy obedientes y los
policías no, así que para qué se iba a complicar la vida. En una de sus
pláticas, Navarrete le planteó que no toda la policía estaba involucrada con la
delincuencia. Le sugirió depurar a los mandos medios, pues los agentes de
escalafón inferior sólo se dedicaban a cumplir órdenes.
Con
la remoción de los mandos medios al servicio de las organizaciones criminales,
los nuevos empezaban a dar resultados.
“El
general Vaca, en una clara demostración de contradecirme, sin ningún fin lícito
o estratégico volvió a reinstalar a los mandos policiales vendidos con la
delincuencia, que el suscrito había removido de la cadena de mando,
argumentándome que eran muy peligrosos y que evitara meterme en problemas, que
mejor me la llevara tranquila con ellos.
“De
momento no me quedaba claro por qué lo hacía, no supe si era por miedo o algún
otro motivo. La cosa es que los reinstaló, aun cuando le ofrecí pruebas que
los comprometían en desapariciones forzadas y levantones de sus propios
compañeros y personas civiles, algo tan delicado que ahora denuncio ante usted,
señor gobernador”, escribió Navarrete en el oficio hecho llegar a Vallejo.
En
Mazatlán, Sinaloa –donde se encuentra en libertad bajo caución en un juicio
militar por cargos de abuso de autoridad–, el teniente coronel concede una
entrevista a Proceso para analizar el paso del equipo militar, al que
perteneció poco más de un mes, en labores de seguridad pública en Michoacán.
Sobre los agentes implicados en desapariciones forzadas dice que se reserva su
identidad, pero declara estar abierto a testificar ante las autoridades.
Despido
y cárcel
Una
tarde de junio de 2013 unos soldados –quienes, según un comunicado de la
Secretaría de Seguridad Pública de Michoacán, pertenecían a la escolta de
Navarrete– dispararon “por accidente” contra la fachada del edificio central de
la dependencia en Morelia.
Horas
después por la frecuencia de radio el subsecretario Castro Herrera le informó
que el general había ordenado su despido. La instrucción era que en ese momento
entregara la dirección, pues al día siguiente se tenía que presentar en la
Ciudad de México ante la jefatura de la Sección Primera –encargada de recursos
humanos– del Estado Mayor de la Defensa.
Tras
el anuncio llegó a su oficina, donde le informaron que a partir de ese momento
le retiraban la escolta que lo acompañaba en sus actividades diarias en el
cuartel de la policía en Valladolid, en los patrullajes y las inspecciones en
los centros de protección ciudadana en todo el estado. Le recogieron el
vehículo de cargo. Recuerda que se sintió vulnerable, valoró su situación y se
dio cuenta de que estaba en peligro. Abandonó la capital michoacana para
presentarse en la Defensa.
Lo
mandaron a las pocas semanas a Hidalgo, como segundo comandante de un batallón
de infantería. Cinco días después un grupo de la Judicial Militar fue por él y
se lo llevó detenido a la prisión castrense de Mazatlán.
Ante
el juez militar se enteró de que un cabo lo acusaba de abuso de autoridad por
un hecho ocurrido en 2011 y que en su momento había sido archivado por falta de
pruebas. Según documentos del juicio, el cabo Juan Manuel Pérez Rojas acusó a
Navarrete de dirigirse a él con insultos mientras se desempeñaba como jefe de
un batallón de policía, el cual se capacitaba aquel año en el Centro Nacional
de Adiestramiento, en Chihuahua.
El
delito fue, dice Navarrete a Proceso, haberle dicho “pendejo” al cabo Pérez
Rojas. De ahí se armó el caso que en su momento se desechó y dos años después
–tras sus diferencias con Reyes Vaca en Morelia– se reactivó.
Testimonios
presentados ante el juez militar en Mazatlán dan cuenta de cómo el cabo fue
presionado por sus superiores para acusar al teniente coronel. Según copia de
uno de los oficios, Pérez Rojas se retractó desde octubre del año pasado de las
acusaciones. Pese a ello, el juicio contra Navarrete prosiguió.
De
aquel incidente donde supuestamente se involucró a su escolta, refiere que fue
una argucia de Reyes Vaca a fin de tener un pretexto para despedirlo. Ese día
su escolta estaba en el cuartel de Valladolid, y quienes dispararon fueron
soldados de fuerzas especiales que eran parte de la seguridad de Castro
Herrera.
Con
esos antecedentes Navarrete Montes dice que no le queda claro cuál fue el
motivo por el cual Reyes Vaca lo despidió. Asegura que estaba dando resultados
en la reducción de índices delictivos en la capital del estado y municipios
aledaños. Algo no le pareció en la depuración y la forma en que empezó a
afectar a la delincuencia organizada infiltrada de tiempo atrás en la
secretaría.
La
crisis en Michoacán, que explotó hace unos días con el avance de las
autodefensas en varios municipios, la toma de otros por parte del Ejército y la
Policía Federal –con muertos civiles a manos de los militares– fue el resultado
de la falta de estrategia de Reyes Vaca.
“De
haber llevado una estrategia contundente, pero sobre todo adaptada a la
situación particular de inseguridad, del 16 de mayo a la fecha, no se hubiera
dado la crisis que actualmente se presenta, la cual ya está en un grado de
descomposición que remediarla requiere mucha inteligencia, y no me refiero sólo
a inteligencia operativa, sino a mesura y templanza, porque de romperse el
delgado hilo en el que se encuentran las fuerzas interactuantes, posiblemente
estaríamos llegando a una guerra civil”, concluye.
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