El protocolo de
la muerte*/MARTHA PATRICIA
GIOVINE
Revista Proceso
# 1943, 25 de enero de 2014;
Los casos de
pena de muerte en cualquier estado (de Estados Unidos) son complicados, además
de costosos, y son muy pocos los especialistas en leyes que están preparados
para defender y liberar a un acusado una vez que la fiscalía pide la sentencia
capital.
La mayoría de
los casos de pena de muerte en Texas son asignados por las cortes a defensores
públicos debido a que los acusados son casi por regla general personas sin
recursos económicos, que trabajan como obreros, trabajadores de la
construcción, en el campo, o que no trabajan, y ni ellos ni sus familiares
tienen los recursos para solventar a un especialista.
Los procesos en
que los abogados de distrito piden la pena capital para un acusado, son
aquellos que involucran asesinatos con agravantes; es decir, asesinato agravado
con robo, con violación, cometido durante un asalto o en contra de un agente
del orden público, llámese policía o cualquier otro funcionario que trabaje
para los gobiernos local, estatal o federal, aun cuando éste se encuentre
encubierto al momento del homicidio.
Los abogados capacitados
por lo general pueden demostrar que la investigación policiaca tuvo
irregularidades, o que el arresto no se dio en el marco de la ley; pueden
contratar investigadores privados o especialistas en pruebas de balística, de
laboratorio, así como psiquiatras y médicos forenses En cambio los abogados de
oficio poseen poca experiencia, están poco motivados y tienen sobrecarga de
trabajo, y alguno incluso se ha quedado dormido durante el juicio. Estos
abogados ganan poco y no se les asigna el dinero que se requiere para pagar a
expertos que puedan presentarse a declarar o a realizar pruebas adicionales a
las estrictamente necesarias para la defensa del caso. El resultado es que son
los más pobres los que terminan en los pabellones de la muerte.
El investigador
privado Richard Reyna, quien ha tomado decenas de casos de sentencia capital
para los equipos de abogados defensores en todo Estados Unidos, explica que la
pena de muerte es discriminatoria, pero no en contra de afroamericanos o
hispanos, sino en contra de los pobres.
“Las
aberraciones más grandes en estos casos se dan durante los juicios. Son
derivadas de una pésima defensa que descuida elementos importantes, o que teme
enfrentarse a las autoridades policiacas al poner en evidencia sus
irregularidades, y prefiere sacrificar a su cliente”, expone.
El camino de las
cortes
Una vez que un
jurado, por lo general integrado por 12 personas, emite un veredicto y que el
juez ratifica la sentencia de muerte, se presenta por ley una primera apelación
a cargo de los mismos abogados y, por tanto, como regla general, con iguales
resultados que en el juicio. Después de esto, el condenado se queda sin abogado
y a expensas de alguna firma que trabaja pro bono, con fondos del estado o
pagada por el gobierno mexicano –en el caso de los mexicanos– o por
organizaciones europeas (…)
Durante las
apelaciones las cortes nunca aceptan la revisión de los elementos presentados
durante el juicio, ya que defienden que con base en ellos el jurado emitió un
fallo y éste nunca se cuestiona. Así, lo importante en adelante es demostrar
irregularidades en el proceso, no la inocencia del acusado.
La aplicación de
la sentencia de la pena de muerte no es inmediata. El promedio de tiempo que un
condenado pasa en el pabellón de la muerte en Texas, antes de ser ejecutado, es
de 15 años. Sin embargo hay casos, como el del mexicano César Fierro, con 33
años, convirtiéndose éste en uno de los reos con más antigüedad en el corredor
de la muerte (…). En otros estados, como California, los condenados a muerte
pueden pasar toda la vida en sus celdas sin que se les haga efectiva la
condena.
Por lo general
los abogados esperan a que se acerque una fecha de ejecución para empezar a
agotar el camino por las cortes con apelaciones. Cuando lo hacen, regresan con
nuevos elementos a la Corte de distrito en la que se emitió la condena de
apelación.
Una vez que esta
Corte en Texas rechaza la apelación, se recurre a la Corte de Apelaciones de
Distrito, y de ser negada la revisión el expediente es entregado a la Corte del
Quinto Circuito en Nueva Orleans. (Si ello no fructifica) se recurre a la
Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Una vez que se
han agotado infructuosamente todas las cortes, se recurre a la Junta de
Perdones de Texas, integrada por siete representantes de diversos sectores de
la comunidad, residentes de ciudades como Austin, San Antonio, Huntsville y
Amarillo. Su función es la revisión de la petición de clemencia ejecutiva y
votar al respecto para hacer una recomendación al gobernador del estado.
En caso de
recibir la recomendación por mayoría de la Junta de Perdones, el gobernador
puede otorgar el perdón que liberaría al reo o la conmutación de la pena de
muerte por tiempo en la cárcel o una suspensión temporal para dar tiempo a una
revisión del caso.
En muy pocas
ocasiones la Junta de Perdones recomienda al gobernador de Texas la clemencia
ejecutiva. Sólo en ese caso se puede suspender la ejecución incluso en el
último segundo, justo antes de que comiencen a fluir las sustancias letales por
los brazos y hacia el cuerpo del reo. Por ello en la cámara de ejecuciones hay
un teléfono que representa la última esperanza del condenado a muerte, y de su
familia cuando está presente (…)
Traslado
El protocolo
establece que el día de la ejecución, en algún momento de la mañana o el medio
día, las autoridades carcelarias trasladan a los condenados a muerte en un
vehículo blindado de la Unidad Polunsky, en Livingston, a la Unidad de Las
Paredes en Huntsville, en donde comienza la última fase del protocolo de la
muerte.
El trayecto en
una van blanca con ventanas con reja de metal es de 45 minutos y en la mayoría
de las ocasiones es el último contacto que tienen los reos con el exterior. Las
autoridades no revelan por seguridad el trayecto que seguirá esta camioneta, o
la hora en que partirá de Polunsky. En algunos de los casos, cuando el preso no
ha emitido su última voluntad, se les ordena a su llegada a la Unidad de Las
Paredes que decidan e informen si su cuerpo será entregado a la familia o si
será enterrado en el panteón de la prisión.
(…)
Inmediatamente después el reo es sometido a una revisión corporal y es llevado
hasta una pequeña celda, adyacente a la cámara de la muerte, en la que hay un
sistema de circuito cerrado y una vigilancia constante. Esta celda es la última
parada antes de la ejecución. Cuenta con un camastro empotrado en la pared, un
retrete y en ocasiones una máquina de escribir. Los movimientos del reo son
documentados minuto a minuto.
Testimonios de
esos prisioneros cuya ejecución ha sido suspendida a última hora, incluyendo
César Fierro, relatan que el camino de la Unidad Polunsky en Livingston a la
Unidad de Las Paredes en el centro de Huntsville es especialmente emotivo: por
un lado porque es su trasladado a la cámara de la muerte; y por el otro porque
muchos de ellos no habían visto por años más allá de las celdas y no habían
tenido contacto visual con calles, edificios y gente en las aceras. No habían
sentido ni visto los rayos del sol. Esos reos saben que no sólo es la primera
vez en años que tienen contacto con el mundo exterior, sino que también será la
última.
Inyección letal
Texas lleva a
cabo el cumplimiento de la condena capital por medio del método de la inyección
letal, que hasta julio de 2012 consistía en una combinación mortal de tres
sustancias conocidas como “el coctel de la muerte”. Primero, dos gramos de
tiopental sódico, un anestésico que técnicamente puede llevar a una persona a
la inconciencia hasta 10 minutos; la segunda sustancia: bromuro de pancuronio,
que induce la parálisis total del reo; y por último, cloruro de potasio, que
ocasiona un paro cardiaco.
El sistema
penitenciario estadunidense argumenta que este método de ejecución es el más
humano, especialmente cuando se compara con la silla eléctrica que todavía se
utiliza en el estado de Nebraska, o la cámara de gas que se utilizaba en
California. Asegura que con la inyección letal el reo queda desde un inicio en
la inconciencia y no siente el resto del proceso (que debe durar no más de 10
minutos), cuando se le paraliza el diafragma, los pulmones o se colapsa el
corazón (…)
Un estudio dado
a conocer por la publicación médica Lancet basado en la autopsia de 49 cuerpos
de reos ejecutados, reveló que en 43 casos la concentración de anestesia
(tiopental sódico) contenida en su torrente sanguíneo era menor a la que se
necesita para adormecer el área de un paciente antes de que se lleve a cabo una
incisión; y en 21 casos la cantidad no era suficiente para evitar que una
persona respondiera a órdenes verbales. Esto quiere decir que el reo puede
salir de la inconsciencia antes de que concluya el proceso, para encontrarse
totalmente paralizado por el bromuro de pancuronio; sin poder siquiera
parpadear o quejarse, o hacer un gesto de dolor, al tiempo que siente que no
trabaja su diafragma ni sus pulmones y que se colapsa su corazón, aunque, para
quienes lo ven desde el exterior, parece inconsciente.
Los resultados
del estudio fueron corroborados en mayo de 2006 durante la ejecución de Joseph
Lewis Clark, de 57 años, en el Sistema Correccional de Ohio.
De acuerdo con
los testimonios de quienes estuvieron presentes, el reo murió después de 90
minutos de iniciado el proceso. Clark, que en un principio se veía tranquilo y
resignado, había sido ajustado a la camilla de ejecución y se había iniciado ya
la introducción de las sustancias, cuando empezó a gritar desesperado: “¡No
funciona, no funciona, no está funcionando!”.
Los trabajadores
del penal se apresuraron a cerrar las cortinas que separan por un grueso
cristal el cuarto de testigos de la cámara de ejecución, quienes aun así lo
escuchaban quejarse y gemir. Cuando la cortina se abrió nuevamente, unos 40
minutos después, Clark tenía un brazo vendado. La ejecución seguía su curso y
el reo tenía los ojos cerrados, pero levantó la cabeza varias veces para
respirar hondo, antes de finalmente quedar inmóvil. Las autoridades del penal
indicaron que una de sus venas había colapsado.
La ejecución de
Clark puso en la conciencia de los condenados a muerte y de sus familias que el
suministro de estas tres sustancias podía ser sumamente doloroso. Comenzaron a
luchar en las cortes por una moratoria con el argumento de que la inyección
letal era un castigo cruel e inusual.
Desde entonces
los estados de Arizona, Idaho, Ohio, Dakota del Sur y Washington cambiaron el
suministro de estas tres sustancias por una sola: una dosis letal de anestesia.
El 18 de julio de 2012 Texas se convirtió en el sexto estado en utilizar una
sola sustancia y ejecutó a Yakhon Hearn con una dosis mortal de fenobarbital.
California está en vías de hacer lo propio.
Hasta ahora, en
Estados Unidos han sido ejecutadas 728 personas con el coctel de la inyección
letal.
*Fragmentos del
libro El protocolo de la muerte: mexicanos en la antesala de su ejecución,
escrito por la periodista Martha Patricia Giovine y publicado en octubre pasado
por la editorial Palibrio.
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