Curiosidad
del poeta
José
Emilio Pacheco repasa su proceso creativo, y su exigencia lo lleva a compartir
la afirmación: "En la poesía, lo que no es excelente es
despreciable". El escritor mexicano publica un nuevo poemario, "La
edad de las tinieblas". El 17 de noviembre recibirá en Madrid el XVIII
Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana
PABLO
ORDAZ
El País, 10 OCT 2009
Hay
una voz que emociona a los jóvenes mexicanos. Es la de un hombre de 70 años que
conoció a Octavio Paz, a Luis Cernuda, a Vicente Aleixandre, a Max Aub, a Jorge
Luis Borges. Hay un poema de 1967 que emociona a todas las generaciones de
mexicanos. Se llama Alta Traición y dice así: "No amo mi patria. / Su
fulgor abstracto / es inasible. / Pero (aunque suene mal) / daría la vida / por
diez lugares suyos, / cierta gente, / puertos, bosques de pinos, fortalezas, /
una ciudad deshecha, gris, monstruosa, / varias figuras de su historia,
montañas / -y tres o cuatro ríos". La voz y el poema pertenecen a José
Emilio Pacheco, pero más allá de lo extenso de su obra, de la importancia de
los premios recibidos, lo que inspira la vida y la obra del último premio Reina
Sofía de Poesía Iberoamericana se resume en una frase que intercala en la
conversación: "Es muy curioso todo". Y es en la manera gozosa en que
lo dice, en el deseo inagotable de aprender y en su forma de transmitir lo que
sabe, siempre como un regalo, nunca como una lección, donde está el alma de
José Emilio Pacheco, su conexión tan íntima con lo mejor de México.
La
cita es a las nueve de la mañana, en su casa, para desayunar. José Emilio
Pacheco estrecha la mano del periodista y en ese momento, fin del verano,
ciudad de México, colonia de La Condesa, dos temores se sientan frente a
frente. El del poeta a las entrevistas. El del periodista ante un sabio que
odia las entrevistas. Después de un primer café de tanteo, y ante las primeras
preguntas, José Emilio Pacheco decide confesar: "¿Ves?, encendiste la
grabadora y enmudecí. Hay gente que tiene el talento para hacer entrevistas,
pero yo carezco absolutamente de ese talento. Después de cada entrevista, me
quedo pensando: ¿por qué no le dije esto...? Debería haberle dicho aquello
otro... Ten en cuenta que yo estoy acostumbrado a escribir, a ver lo que
pienso. Y si no veo lo que estoy diciendo, ¿cómo puedo pensar?".
Confesión
por confesión, el reportero le cuenta que hasta la noche anterior no le llegó
por correo electrónico su último libro, La edad de las tinieblas, que en España
publica Visor. Y que fue abrir el archivo, empezar a leer los 50 poemas en
prosa y sentir ternura con Bolotó, "el terror de las hormigas", miedo
ante la mirada del insecto, "en la noche del insecto hay un minuto en que
se pregunta a qué sabrá sentirse humano", nostalgia de aquella lejana
tarde con aquella mujer, "nos llevamos tan bien que sin decirlo preferimos
no volver a vernos...". Al apagar el ordenador, ya alta la madrugada, el
periodista había desaparecido y se había convertido en uno más de sus rendidos
admiradores. Cuando José Emilio Pacheco acude a alguna celebración literaria en
México, los organizadores saben que habrá lleno absoluto, y que sus lectores no
se conformarán con la delicia de escucharlo hablar, sino que querrán saludar al
autor de Las batallas en el desierto, que se retrate con ellos, que les dedique
un libro... Cuando se pregunta aquí y allá por José Emilio Pacheco, las
respuestas coinciden: "¿Lo vas a entrevistar? ¡Qué suerte! Es una persona
encantadora, un sabio como los de antes. Eso sí -bajan la voz-, ten en cuenta
que José Emilio Pacheco odia las entrevistas". Pacheco se disculpa:
"La paradoja es que a mí me gusta mucho leer las entrevistas, pero hay
veces que me preguntan: ¿y usted qué intentó reflejar con este poema...? Ah,
pues yo, no sé qué responder... Prefiero que hablemos tranquilamente y luego tú
escribes lo que creas más conveniente. ¿Te he ofrecido ya café? ¿Qué poema me
decías que te había gustado?".
Sin
duda, uno de los poemas más sobrecogedores es precisamente el que da título al
libro, 'La edad de las tinieblas'. En uno de los párrafos, José Emilio Pacheco
describe así un quinqué: "Me intriga pensar en lo que han dicho mis
padres: en el petróleo de la lámpara flotan reducidos a esencia bosques y
dinosaurios de la prehistoria. Millones de años se han necesitado para
humedecer la lengüeta de jerga que convertida en mecha soporta la llama. Una
campana de cristal la protege y le permite iluminarnos. En el quinqué se
consumen los restos fósiles de una vida improbable. La noche huele a luz
carbonizada".
PREGUNTA.
¿Qué se siente cuando uno escribe una frase redonda, una frase definitiva como
ésa? "La noche huele a luz carbonizada...".
RESPUESTA.
Uno se siente muy satisfecho, sí, eso sí.
P.
¿Y cuando se percata de que un libro suyo publicado en 1981 - Las
batallas en el desierto-tiene
aún tanta vigencia que sigue siendo traducido, admirado por lectores de 16
años...?
R.
Una gran satisfacción, sí, pero también alguna forma de humildad. Uno no tiene
la intención de provocar ese efecto, es algo que tiene el texto. Porque uno
siempre quisiera escribir bien y que las cosas salieran. Pero no salen...
P.
¿Es muy exigente?
R.
Sí, guardo o destruyo mucho.
P.
¿Y cuándo sabe si un texto es bueno o malo?
R.
Eso me costaría mucho decirlo. Tal vez uno sí tiene la intuición de lo que está
bien. El problema es que es una intuición provisional, porque después de que
sale el libro sigo corrigiendo... Soy un horror para los editores.
P.
A propósito de los versos, usted cuenta en La edad de las tinieblas:
"Los
veo formarse indefensos y salir en busca de alguien que los resguarde. La
inmensa mayoría les da la espalda. Cuando ellos se acercan las personas desvían
la mirada y hacen como si los versos no existieran". ¿Cuándo decide que
sus poemas están listos para subir al metro y vencer "la hostilidad, el
desprecio o cuando menos la indiferencia de los pasajeros"?
R.
No hay ninguna regla. Podemos ver poema por poema, y te diré: "Mira, éste
me costó un trabajo infinito, un trabajo de años". Y otros, en cambio,
salen prácticamente de primera intención. Es muy extraño...
P.
¿Y ni siquiera la experiencia sirve?
R.
Para nada, al contrario. Con 20 años piensas que tal vez un día llegues a
escribir con una facilidad, con una certeza y un conocimiento... Y no, nunca.
Siempre es por primera vez, siempre. Y, además, la mayoría de las cosas salen
muy mal. La mayoría de los textos que haces son malísimos, para que uno te
salga bien necesitas hacer 50 muy malos.
P.
Tan malos no serán...
R.
Sí, sí. Mayans, un neoclásico del siglo XVIII, decía: "En la poesía, lo
que no es excelente es despreciable". Y tenía razón.
P.
O sea, que hay pocas cosas más espantosas que un poeta malo...
R.
Sí, sí, y además hay otra cosa: ya nadie admite la crítica. Eso se acabó con
los cafés. Hay que acostumbrarse de nuevo a que la gente no esté de acuerdo en
todo contigo, que no te diga que todo lo que escribes está bien. Porque si yo
ahora le digo a alguien: oye, no me gustó... No lo acepta. Eso es impensable
ahora.
P.
¿Cómo agrupa los poemas?
R.
Se van haciendo y de repente digo: aquí hay un libro, pero nunca me he
propuesto escribir un libro de poesía. Ésa es una cosa muy singular que tenía
Pablo Neruda. Que Pablo Neruda decía: voy a hacer un libro. Y entonces lo
hacía. No iba reuniendo poemas. Por ejemplo, yo digo que Rubén Darío es un
poeta de poemas, no de libros de poemas. Rubén Darío hace poemas, nunca piensa
en el libro, y Neruda sí.
P.
Por cierto, ¿es verdad que usted no quiso conocer a Pablo Neruda?
R.
Sí, porque yo qué le iba a decir a Neruda, prefería leerlo. Me dijeron: esta
noche va a estar aquí Neruda (supongo que rodeado de otras 800 personas). Y qué
le iba a decir yo: buenas noches, señor Neruda, me gustan muchos sus poemas...
P.
Neruda, Cernuda, Aleixandre... Los conoció a todos...
R.
Los conocí a todos por cuestiones de edad. Sobre todo a la gente de los
sesenta. La influencia de la literatura española en México fue muy grande. Hay
que tener en cuenta que el exilio fue una catástrofe humana, pero a la vez una
bendición cultural y de intercambio. Yo nazco en el 1939, y por tanto toda mi
vida pasa al lado del exilio. Hay dos escritores que tuvieron mucha importancia
en México: Max Aub y Vicente Aleixandre... Vicente Aleixandre escribía una
carta a cualquier poeta hispanoamericano que le mandara un libro. Recibí muchas
cartas de Aleixandre, pero cuando estuve en Madrid en 1968 no me atreví a ir a
Velintonia. Jamás lo vi en persona. Y los libros españoles llegaban a casa de
Max y uno podía leerlos. Él fue realmente un vínculo muy importante. Me da
mucho gusto que ahora se le esté haciendo justicia a Max.
P.
Hasta no hace mucho era prácticamente un desconocido en España.
R.
Sí, y aquí también. Es lo que suele pasar con una obra tan vasta y tan variada.
De hecho, él tiene una frase muy buena: el hombre orquesta nunca alcanzará la
notoriedad del solista.
P.
Da la impresión a veces de que antes, en los tiempos de las cartas y los
barcos, había más contacto entre las dos orillas que ahora, con el correo
electrónico y el avión..., que ahora hay más distancia.
R.
Sí, pero es precisamente por lo contrario. Porque hoy todo está más a la mano.
¿Cuántas veces voy yo al castillo de Chapultepec o al Museo de Antropología?
¡Nunca! Porque me quedan a unos minutos de mi casa. Si en vez de vivir aquí
viniese a México de visita, estaría allí ahora mismo. Es lo que pasa también
con Internet.
A
José Emilio Pacheco le apasiona la riqueza del español. Se puede pasar horas
hablando -y disfrutando- de las distintas maneras que tiene nuestro idioma de
nombrar la misma cosa. "Yo creo que hay que respetar. ¿Por qué la gente de
Santiago de Chile o de Tegucigalpa va a hablar como yo? No tiene ninguna razón.
El castellano es de Castilla, pero en México hablamos español porque está hecho
de todas las Españas. Camilo José Cela y Francisco Umbral o Miguel Delibes escriben
en castellano, pero yo no puedo escribir en castellano. Yo escribo en
español".
P.
¿Y se puede traducir del uno al otro?
R.
Claro, no seamos demasiado puristas en esto. El traductor debe traducir para su
comunidad lingüística inmediata. Sólo hay que fijarse en el teatro. Las obras
de teatro se adaptan hasta por regiones. Hay muchas palabras que se utilizan en
la Ciudad de México que no se dicen en Monterrey o en Mérida. Y se tienen que
adaptar. Por ejemplo, cosas tan elementales como la resbaladilla... ¿Cómo se
dice en España?
P.
El tobogán.
R.
Pues en Nuevo León es el resbaladero. Había cuando era niño un artículo del
Reader's Digest que se titulaba 'El inglés que usted no sabe que sabe', por
todas las palabras similares, los falsos amigos o cuñados... Yo quiero escribir
un libro que se llame El español que usted no sabe que sabe...
Y
sobre eso hay una anécdota que viene a colación: "Vas a ver. Vino Borges,
en 1973, nunca había venido. Era muy antimexicano Borges, y le dieron el Premio
Alfonso Reyes. Regresa a Buenos Aires, lo entrevistan en La Nación y le
preguntan cómo fue su viaje. Ah, maravilloso, respondió, estupendo, me trataron
tan bien... ¿Y qué fue lo que le gustó? Todo, las pirámides de Teotihuacán...
Pero más que nada, yo pensé que a los 74 años yo hablaba castellano, y aprendí
un verbo mexicano que me encanta, y que ahora uso todo el tiempo, que es
platicar. Entonces, la próxima vez que vi a Borges, le dije: es inconcebible,
porque quién sabe qué pasó en el mundo hispánico que hacia 1930 desapareció de
todas partes excepto de México platicar. Y le añadí: platicar está en toda la
literatura medieval, está en toda la literatura del Siglo de Oro, del siglo
XVIII, del siglo XIX y está en sus libros... Y él me decía, no, es que platicar
es conversar. Y yo le respondía que no. En este momento tú y yo estamos
platicando, si estuviéramos ante la televisión estaríamos conversando. Platicar
es una cosa privada. En España es charlar. Pero a mí, para mi habla de la
Ciudad de México, charlar es un cultismo de platicar. O poniendo como ejemplo
otra palabra: en Guanajuato, aguardar es lo normal y lo culto es esperar, para
mí no. Para mí suena más raro estoy aguardando. Fíjate, en el mismo país, ¿no
te parece maravilloso?".
P.
Yo soy de Sevilla y allí se utiliza mucho convidar en vez de invitar, y en el
resto de España no tanto...
R.
Ah, convidar es muy de México. Te puedo convidar a un café... O, mira, la
primera vez que yo llegué a Bogotá, me dijeron: ¿no le provoca un tintico? Y yo
le respondí, no, no bebo antes del almuerzo... Y resulta que un tinto es un
café... Pero, además, aquí provocar se perdió. En el habla de mi infancia,
provocar es tener ganas de vomitar. Qué curioso es todo. ¿Tú entonces crees que
el andaluz es el origen del habla de América...?
P.
A tanto no soy capaz de llegar, pero sí es verdad que en México se encuentran
en perfecto estado de salud palabras que en España ya están muertas y que en
Andalucía sólo están moribundas...
R.
Pues a mí me han dicho ingleses que la misma impresión tienen en Estados
Unidos. Por ejemplo, a ti qué te sale más natural, ¿estrecho o angosto...?
Sobre
la mesa hay una foto que acaba de cumplir 50 años. En ella están, sentados en
el suelo y en animada conversación, José Emilio Pacheco, Sergio Pitol y Carlos
Monsiváis. Los tres escritores, los tres mexicanos, los tres supervivientes de
una época que ya sólo queda en la memoria. Dice José Emilio Pacheco:
"Antes de la inseguridad, esta ciudad era muy agradable. Por eso se vino a
vivir aquí García Márquez, tanta gente. Yo conocía a los cineastas, a los
pintores... Ahora no conozco ni a los escritores. Entonces se podía vivir en la
calle. Yo acompañaba a Monsiváis a su casa y de regreso él me acompañaba a
mí". Hay en La edad de las tinieblas un poema en prosa, titulado 'A la
extranjera', en el que Pacheco llora a México perdido: "A usted le duele
esta ciudad que también ha hecho suya y lamenta ver cómo la hemos destruido y
la seguimos arrasando. No entiendo sus razones para amar un sitio desesperante
y sin esperanza. O tal vez existe la esperanza porque usted se encuentra aquí
una vez más y llena de luz otra estación sombría.
Nací
en un lugar que se llamaba como éste y ocupaba su espacio. Ahora también en mi
suelo natal soy extranjero en tierra extraña. Ya no conozco a nadie ni
reconozco nada. Usted, en cambio, no es extranjera en ningún lado. Usted es de
todas partes como la música.
Por
favor, no se vaya. No se lleve al partir un fragmento de luz entre el desierto
pardo y la barbarie que por codicia y estupidez hemos engendrado".
Han
pasado dos horas. José Emilio Pacheco sale a la puerta de su casa a despedir al
invitado. Unas muchachas que pasan por la acera de enfrente lo reconocen y
sonríen. A finales de noviembre, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara,
mil jóvenes se reunirán con Pacheco para celebrar su 70º aniversario. Porque su
poesía "es de todas partes como la música". Porque en México aún se
ama a los poetas más que a los futbolistas. Porque aquí "tal vez existe la
esperanza".
También
recibirá un homenaje en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara
(México), que se celebrará del 28 de noviembre al 6 de diciembre
(www.fil.com.mx/).
La
edad de las tinieblas. José Emilio Pacheco. Visor. Madrid, 2009. 113 páginas.
18 euros. El poeta recibirá el XVIII Premio Reina Sofía de Poesía
Iberoamericana el próximo 17 de noviembre en el Palacio Real y con tal motivo
la Universidad de Salamanca y Patrimonio Nacional publicarán la antología
Contraelegía (edición y prólogo de Francisca Noguerol. Salamanca, 2009. 352
páginas. 20 euros).
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