- Proceso solicitó una entrevista con el quinto visitador la CNDH, quien no respondió a la solicitud.
San Fernando:
opacidad, con ayuda de la CNDH/Marcela Turati.
Familiares de
siete de las 72 víctimas de San Fernando interpusieron el miércoles 15 de enero
una demanda de amparo contra la CNDH. La razón: consideran que la recomendación
80/2013 emitida por el organismo –la cual señala irregularidades de la PGR y de
la procuraduría tamaulipeca en la investigación de la matanza– incurre a su vez
en omisiones que violan los derechos humanos de las víctimas. Por ejemplo, no
esclarece los hechos ni indaga en la responsabilidad que en ellos pudo tener el
Estado mexicano.
Mirna del Carmen
Solórzano Medrano asegura que dio sepultura a un cadáver que no era el de su
hija Glenda Yaneira. Desobedeció las instrucciones de la cancillería
salvadoreña de no abrir los ataúdes provenientes de México con cuerpos de las
víctimas de la matanza de 72 migrantes en San Fernando, Tamaulipas, ocurrida en
agosto de 2010.
En cuanto
recibió en su casa, en el pueblo de La Libertad, el ataúd gris, se encerró con
su papá, su mamá, con David, el novio de su hija, y el papá de David para
quitarle a la caja los pernos que la sellaban. No le importó la advertencia que
le hicieron los funcionarios de su país de que los cadáveres traían un tóxico
dañino para la salud.
“Quería estar
segura de lo que iba a enterrar”, recuerda tres años y medio después.
Mirna se tapaba
los ojos, como quien quiere y no quiere ver, mientras rezaba: “Dios mío, ¿qué
voy a hacer cuando vea que es mi hija?”.
Al alzar la tapa
se toparon con un bulto dentro de una bolsa blanca con un zíper. Al bajar el
cierre encontraron el estropeado cuerpo. “Me quedé viendo y pienso: ‘Qué raro,
no es’. Lo que estaba ahí era como una masa, sin cabello, y mi Glenda tenía su
cabello largo, no como ese. Se le miraban los dientes. Como que le echaron cal
a todo, como una momia blanca, sin pelo”.
Su padre, el
abuelo de Glenda, rompió el silencio y dijo: “N’ombre, no es ella”. El papá de
David dijo: “Esto no es ella, parece un varón, tiene las manos muy largas”.
“¿Usted qué
dice, mamá?”, preguntó Mirna. “¿Y usted, David?” Ambos coincidieron en que no
se parecía. La abuela de Glenda agarró un palo para palpar los genitales. Lo
soltó en cuanto sintió un bulto.
Mirna dio por
cerrada la discusión: “Mi sentir de madre me dice que no es”. Entonces sellaron
el ataúd, prometieron guardar silencio porque se sabían culpables de haber
desobedecido las órdenes gubernamentales, abrieron la puerta de la casa y
caminaron, junto con todo el pueblo que esperaba afuera, rumbo al panteón.
Mensajes
celestiales
Entre el gentío
Mirna caminaba como sonámbula. No lloraba, no sentía nada. Los pobladores de La
Libertad ya cuchicheaban: “Mirá, vos, ella no llora. ¿Será que no quería a su
hija?”.
En ese momento
la hermana Nicolasa Funes, vidente de la Iglesia Profética de su pueblo Río de
Agua Viva, de la que Mirna y su familia son creyentes, recibió mensajes
celestiales. Una voz suavecita le dijo al oído: “Hay victoria, Glenda vive”.
Días antes del entierro le contó que había tenido un sueño: “Hermana, algo que
yo recibo, veo un ataúd, pero veo que el ataúd no es suyo”. Seguido de otro
mensaje: “Mirna, clame (rece) por las falsas alarmas”.
Mirna del Carmen
llegó la semana pasada a la Ciudad de México a buscar a su hija, quien salió de
El Salvador cuando tenía 23 años para alcanzar a su padre en Estados Unidos. La
idea de Glenda era trabajar y ganar dinero para pagarse sus estudios y mandar
dinero a su madre y a sus hermanos.
Una corazonada
le dice a Mirna que Glenda vive, aunque en las listas de la Procuraduría
General de la República (PGR) y de la Secretaría de Relaciones Exteriores de
México aparece su nombre entre los de las personas asesinadas el 22 de agosto
de 2010 en San Fernando.
Sin embargo las
autoridades mexicanas nunca enviaron la identificación de Glenda, la cual
supuestamente hallaron en la escena del crimen y sobre la que no le aclararon
si estaba tirada en el piso o entre la ropa de alguno de los muertos. Nadie le
explicó a la familia cómo se determinó que esa momia que le enviaron dos
semanas después era su hija. Nadie le facilitó el expediente donde consta cómo
murió su hija. Le entregaron sólo una hoja en la que se leía: Glenda Yaneira
Medrano Solórzano, muerta a balazos en la brecha de San Fernando.
“En otros casos
sacan fotos de la ropa. En éste la hoja no tiene nada, nada, sólo una fotocopia
de su identificación”, dice Mirna en entrevista un día siguiente de participar
en un foro que busca la construcción de un mecanismo trasnacional –entre
Estados Unidos, México y Centroamérica– para la búsqueda de migrantes
desaparecidos y la investigación de delitos y violaciones a los derechos
humanos.
Mirna sospecha
que las pruebas de ADN que le practicaron en El Salvador fueron falsas.
“A las 10 de la
mañana me estaban tomando la prueba de ADN (…) y a la una de la tarde que
llegamos a la casa la licenciada Paula me dijo que los estudios dieron que sí
es mi hija, que me resignara. No me entregó ningún documento. Yo en mi mente
decía, ‘no puede ser’. Y me admiré porque yo tenía un primo bolito (borrachito)
que cuando murió le hicieron la prueba y tardaron más de dos meses en dar los
resultados, y cómo así rápido me las dieron a mí”, señala.
Pese a que ha
pasado por terapias psicológicas, ella mantiene su duda. “Soy de las madres que
está dudando de lo que me entregaron”, avisó un día en la cancillería, donde
pidió fotografías o documentos que acrediten la muerte de su hija. Nunca ha
obtenido respuesta. Hace tiempo se unió al Comité de Familiares de Migrantes
Fallecidos y Desaparecidos de El Salvador, desde donde continúa su búsqueda.
Ella y
familiares de otras seis víctimas “supuestamente identificadas” en San
Fernando, acompañados por la Fundación para la Justicia y el Estado Democrático
de Derecho, interpusieron una demanda de amparo el pasado miércoles 15 contra
la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) por considerar que la
recomendación 80/2013 por la masacre de los 72 migrantes viola los derechos
humanos de las víctimas y de la sociedad.
Los otros
familiares que suscriben la demanda son Ángela Lacán Bercian, esposa de Efraín
Pineda Morales y madre de Richard y Nancy Maricela Pineda Lacán; Ángela Pineda
Morales, madre de Mayra Sifuentes Pineda y cuñada de Luis Alberto Álvarez Contreras;
y María da Gloria Aires Farías, tía de Juliard Aires Fernandes.
La brasileña
Gloria Aires dijo el año pasado a Proceso que el ataúd sellado que recibió su
familia contenía una bolsa llena de barro. Pese a eso, la cancillería mexicana
quería cobrarle 180 mil pesos por el traslado. Después se enteró de que su
sobrino Juliard había sido enterrado en Honduras. Pese al error el cuerpo fue
devuelto a México y luego enviado a la fosa común.
“Después de 60
días de ocurrida la masacre llegó su cuerpo y el de su amigo Herminio, que le
acompañaba. Pero el cuerpo no llegó a Brasil, fue enterrado en Honduras.
Solicitaron a nuestra familia el examen de ADN para reconocer el cuerpo, lo
dimos y cuando Juliard llegó a Brasil estaba en una caja donde la policía de
aquí (mexicana) nos prohibía que el ataúd fuera abierto. No quisimos seguir las
recomendaciones y abrimos y encontramos nada más una bolsa, un paquete con
arcilla, y no había cuerpo en el ataúd”, señaló esta mujer.
Recomendación
tardía
El pasado 23 de
diciembre la CNDH emitió la recomendación 80/2013 dirigida al procurador
general Jesús Murillo Karam y al gobernador de Tamaulipas, Egidio Torre Cantú.
Dicha recomendación señala las violaciones a los derechos humanos cometidas en
la indagación de la peor matanza del sexenio pasado, perpetrada por Los Zetas
contra un grupo de migrantes que se dirigía a Estados Unidos.
La recomendación
pasó inadvertida pues la CNDH no la presentó en conferencia de prensa ni le
dedicó un comunicado de prensa. La trató como una más. No la clasificó como
recomendación por violaciones graves.
La quinta
visitaduría, encabezada por Fernando Batista Jiménez, quien tiene a su cargo el
programa de migrantes, demoró tres años con cinco meses en su elaboración.
La recomendación
señala que las procuradurías federal y tamaulipeca cometieron errores en el
manejo, traslado e identificación de los cadáveres; la preservación de
evidencias, la investigación y la protección a los dos sobrevivientes, lo cual
provocó que la matanza permanezca impune, que no se conozca la verdad y que 12
cadáveres aún no sean identificados.
Por ejemplo, no
cuidaron el acceso al lugar del crimen, por lo que se perdieron y manipularon
evidencias; no registraron la ubicación de los casquillos percutidos y las balas
encontradas; tampoco relacionaron los impactos en las víctimas con los
proyectiles; no describieron la posición y orientación en la que se encontraban
los cadáveres, ni su edad aproximada, media filiación, estatura o ropas que
vestían, rigidez cadavérica, grado de putrefacción o lesiones que se
advirtieran a simple vista.
Al levantar los
72 cadáveres no reunieron elementos e indicios que ayudaran a acreditar el
cuerpo del delito.
El trato a los
cuerpos fue pésimo. El 24 de agosto de 2010 fueron trasladados en pick ups a la
Base de Operaciones de la Marina en ese municipio, donde “permanecieron
aproximadamente dos días expuestos a la intemperie y apilados, para
posteriormente ser depositados, junto con los demás cuerpos, en las
instalaciones de la funeraria F1, algunos en el piso, rociados de un polvo
blanco y otros en una caja de tráiler, en bolsas de plástico”.
La CNDH señala
que era su obligación, desde el día de su hallazgo, tomar medidas para evitar
el proceso de descomposición.
“La omisión de
las autoridades ministeriales para proteger los cuerpos de las condiciones
climáticas (…) significó la ausencia de providencias efectivas para preservar
los cadáveres, huellas y evidencias de los hechos, máxime que, a raíz de los
acontecimientos, esta comisión nacional solicitó la adopción de medidas
cautelares, a efecto de preservar los indicios”, establece el documento.
Las autoridades
no ordenaron realizar las autopsias hasta 48 horas después del hallazgo de los
cuerpos.
En la funeraria
los forenses sólo determinaron la edad de 45 víctimas. No registraron cuáles
tenían las manos atadas con cinchos de plástico y vendajes en los ojos.
Se equivocaron
al determinar el grado de putrefacción. Cuando identificaron los cadáveres no
detallaron correctamente el estado de la dentadura, pues escribieron únicamente
“mal” o “bien”. No les realizaron estudios proctológicos o ginecológicos. De
uno de los cadáveres enviados a la fosa común no se sabe su sexo, ya que en un
reporte un mismo funcionario describió que era del sexo masculino y
posteriormente femenino.
Los médicos
llenaron los formatos según su “libre albedrío” y algunas de sus observaciones
fueron ilógicas, como aquella en la que un médico, después de describir la
fractura de cráneo y los coágulos que presentaba un cadáver, concluyó que la
persona murió por “un golpe de calor e insolación”.
Aunque es una
obligación reunir pruebas, analizarlas, etiquetarlas y colocarlas en un lugar
seguro para impedir su contaminación y pérdida, las 51 evidencias de balística –como
casquillos .223 y 9 mm., cartuchos y una ojiva– recogidas quedaron en un lugar
abierto “sin resguardar ni reservar”. Los peritos tampoco establecieron la
relación entre las cosas halladas y los cadáveres.
En los
protocolos de necropsia no se describe el número de lesiones que presentaban
los cadáveres ni su localización y dimensiones ni el trayecto y los órganos
afectados o la causa de la muerte. Tampoco describe las características de las
heridas por proyectil de arma de fuego.
Las autoridades
se limitaron a entregar “un reporte liso y llano, con afirmaciones genéricas
sobre las posibles causas de los hechos, en las que se omitió la realización de
exploraciones significativas de indicios conducentes a determinar lo que en
realidad sucedió los días 21 y 22 de agosto de 2010 en el municipio de San
Fernando”, señala la recomendación.
Por la manera
“precipitada, deficiente y sin la metodología adecuada” en la que se hicieron
las investigaciones, la fiscalía de Tamaulipas confundió el cuerpo del brasileño
Juliard Ares con el de un hondureño y lo envío a Honduras para su sepultura.
Tampoco consta que hubieran agotado todas las diligencias necesarias para la
plena e irrefutable identificación de los cadáveres de los 16 hondureños que
entregó.
Cadena de omisiones
La CNDH señala
que las irregularidades en el levantamiento de los cadáveres, el desarrollo de
la investigación y el tratamiento de los cuerpos fueron tan deficientes que 12
personas fueron enviadas a la fosa común y sus familias quedaron sin posibilidades
de saber la verdad.
En tanto, la PGR
no registró las irregularidades cuando recibió el caso. Su personal en
Matamoros filtró a la prensa el nombre, nacionalidad y domicilio de uno de los
migrantes que sobrevivió a la masacre, poniendo en riesgo la seguridad de un
testigo clave.
Tanto la PGR
como la procuraduría de Tamaulipas negaron varias veces a la CNDH acceso a sus
investigaciones, pero sí los compartieron con la prensa.
En su conclusión
la CNDH señala: “La PGJ del estado de Tamaulipas y la PGR incurrieron en
responsabilidad institucional al incumplir con el deber de garantizar los
derechos a la legalidad, a la seguridad jurídica, al acceso a la procuración de
justicia, a la verdad, al trato digno y al honor de 72 personas migrantes de distintas
nacionalidades; así como a la legalidad, a la seguridad jurídica y a la
privacidad, en perjuicio de los dos testigos, quienes sobrevivieron a los
hechos”.
No mencionan
casos como los de Mirna, Gloria o la guatemalteca Ángela Lacán, quien perdió a su
esposo, dos hijos y cinco familiares en la matanza atribuida a Los Zetas y
quien además fue víctima de la PGR y de la cancillería mexicana, pues recibió
por tandas los restos de sus familiares. Los primeros llegaron a los tres
meses, pero el ataúd con los restos de su hija demoró siete meses por la
lentitud en la identificación genética. Y todavía no está segura de si
realmente enterró a su hija.
La abogada Ana
Lorena Delgadillo reconoce que la recomendación tiene aspectos positivos al
sancionar los malos procedimientos de las fiscalías. Pero explica que la
Fundación para la Justicia y algunas de las víctimas que representa se
ampararon ante los tribunales por considerar que la CNDH cometió omisiones que
violaron derechos de las víctimas y de la sociedad, y el principio pro persona
que por ley la obliga a hacer su máximo esfuerzo como órgano defensor.
En entrevista
explica que el organismo, aunque cuenta con presupuesto y tiene la facultad de
hacerlo, no investigó al Estado mexicano por su posible responsabilidad en la
matanza, ya sea por no prevenir (pues era sabido que San Fernando era un lugar
peligroso para migrantes) o por participación directa o complicidad (ya que en
las masacres del año siguiente en esa misma zona todos los policías municipales
fueron detenidos como copartícipes).
“La CNDH fue
omisa en la investigación. No estableció cómo ocurrieron los hechos. No
contrastó la información que le proporcionó el gobierno de Tamaulipas contra lo
que ella debió haber investigado. Se basó sólo en los hechos que narró el
sobreviviente. Debió dejar en claro cuál fue la actuación del Estado respecto a
la privación de la vida de los 72 y no sólo enlistar la respuesta que le
dieron.
“También debió
decirnos qué pasó ese día y cómo pasó, qué permitió que pasara, quiénes son los
responsables, si el Estado pudo haber prevenido, qué tan cerca estaba el retén
de la Marina al que llegó el testigo, si desde el retén (los efectivos de la
Marina) pudieron haberse percatado, por qué estaba ese retén, cuál era la policía
más cercana. Pero la recomendación no aporta contexto sobre la responsabilidad
de los servidores públicos y la participación del Estado”, dice.
La abogada que
trabajó con el Equipo Argentino de Antropología Forense durante las
indagaciones de los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, las cuales
derivaron en una sentencia internacional contra México, señala que es muy grave
que el máximo organismo federal en materia de derechos humanos falle en su
mandato de investigar y establecer la verdad y que no haya una instancia
nacional a la cual acudir para presentar una queja.
Con las reformas
constitucionales la facultad de investigar se le retiró a la Suprema Corte de
Justicia de la Nación y se le pasó a la CNDH.
“Además de no
establecer hechos tampoco se pronuncia sobre si las investigaciones de las
procuradurías están bien hechas, no aclara por qué cada procuraduría tiene su
expediente y si se contradicen. Tampoco da lugar a las familias de las
víctimas, no recogió su testimonio para determinar cómo les afectó ni verificó
si recibieron los restos correctos, no clarifica qué pasó con el brasileño
asesinado, si las familias recibieron restos enteros o cremados, si les
permitieron ver los cadáveres, si recibieron dictámenes con información
científica que acredite la identidad de los cuerpos, si alguien se los explicó,
si garantizaron su derecho a la justicia y a la reparación.
“Sólo se basó en
informes del gobierno, no entrevistó a los familiares, a pesar de que tenía
presupuesto para hacerlo. Con esta recomendación violó su propia ley, la
Constitución y la Ley General de Víctimas, pues en vez de reparar viola más los
derechos de las víctimas”, sostiene.
Considera que es
común que la CNDH ignore a los migrantes, no sólo porque ni siquiera informó de
la existencia de la recomendación y no clasificó la masacre como grave. Señala
que el organismo tampoco responde cuando las organizaciones de derechos humanos
solicitan medidas cautelares para proteger restos de migrantes asesinados en
matanzas. Recuerda que permitió la cremación de los restos de los guatemaltecos
asesinados en San Fernando (Proceso 1886).
Pero, afirma,
“la gota que derramó el vaso es esta investigación”.
Aunque
Delgadillo dice que está consciente de que los amparos contra la CNDH no
proceden, señala que existe un nuevo contexto en el que este amparo debe ser
tomado en cuenta. “Nuestra esperanza es que los tribunales restituyan a las
víctimas y a la sociedad los derechos violados, que hagan una investigación
como corresponde, integral, dándole voz y un lugar a las víctimas, donde sus
derechos sean respetados; que investiguen y nos digan lo ocurrido”, expone.
Proceso solicitó
una entrevista con el quinto visitador la CNDH, quien no respondió a la
solicitud.
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