26 ene 2014

La Iglesia en tiempos de guerra: Mons. Patiño


  • Apatzingán. Cuenta con 63 sacerdotes distribuidos en 27 parroquias, en nueve de los municipios más violentos: Apatzingán, Nueva Italia, Lombardía, Tepalcatepec, Buenavista, Aguililla, Coalcomán, Tumbiscatío y Villa Victoria.


La Iglesia en tiempos de guerra/Rodrigo Vera
Revista Proceso # 1943, 25 de enero de 2014;

El obispo de Apatzingán, Miguel Patiño Velázquez, se ha ganado la simpatía de los feligreses por su forma abierta de denunciar la violencia creciente en la entidad. Suele hacerlo a través de informes, en uno de los cuales –el del miércoles 15– pidió a los políticos, al gobierno y al secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, “signos claros de que en realidad quieren parar a la ‘máquina que asesina’”. Hoy Patiño prepara su visita al Vaticano, que aprovechará para  presentar otro informe similar al Papa Francisco.
APATZINGÁN, MICH.– El obispo de Apatzingán, Miguel Patiño Velázquez, escucha el zumbido de los helicópteros militares que sobrevuelan su catedral una y otra vez, casi rozando la punta de la torre, luego comenta:
“Llevo 33 años al frente de esta diócesis. Ya hasta perdí la cuenta de los operativos del Ejército para combatir al narcotráfico en la región. Este es uno más.”
 –¿No han dado resultados las incursiones militares? –se le pregunta.
 –Los resultados a veces son nulos, a veces son escasos o a veces positivos. Tienen sus más y sus menos, lo mismo que mi misión pastoral. Yo también me pregunto si he cumplido al 100% con mi misión en la diócesis… Mentiría si dijera que sí.

–Todos esos años, ¿cómo ha visto el trasiego de drogas?
–Ha ido evolucionando. En un primer momento se daba solamente la siembra de mariguana. En un segundo comenzó a darse propiamente el narcotráfico. Después vino el fenómeno del consumo. Ahora vivimos un cuarto momento; el del fortalecimiento de las bandas del crimen organizado que se apoderaron de la zona.
“Durante más de tres décadas he dado a conocer esta situación a través de mis cartas pastorales. En los ochenta, por ejemplo, empecé a oponerme públicamente al cultivo de la mariguana. En los noventa me pronunciaba contra el narcotráfico. En la primera década de este siglo volví a insistir en ese tema. Y lo sigo haciendo, señalando incluso los excesos cometidos por las autoridades. Jamás he silenciado los hechos.”
Patiño es un hombre magro, de baja estatura y movimientos ágiles. Su blanca cabellera de largas patillas contrasta con un rostro oscuro quemado por el sol, del que sobresalen unos ojos verdosos que se achispan al describir la deplorable situación de su diócesis:
“Los gobiernos anteriores dejaron crecer el problema del narcotráfico que resquebrajó la convivencia social, al grado que la muerte y la violencia están hoy por todos lados. Ya no se puede transitar de un municipio a otro sin someterse a revisiones, ya sea por carretera asfaltada o por caminos de brecha. Los alimentos y los combustibles llegan a escasear. Y la gente pobre es la más afectada.”
A principios de mes envió al Papa Francisco un detallado informe sobre la situación que padece la diócesis. Y en mayo próximo viajará al Vaticano para reunirse personalmente con el pontífice, en la visita Ad limina que cada quinquenio debe hacerle cada obispo.
–¿En su informe le hizo un detallado recuento de la violencia en su diócesis?
–¡Sí, sí¡ ¡Claro! Aunque en realidad el Papa no necesita ningún reporte mío para estar al tanto de lo que pasa aquí. Él ya lo sabe a través de otros canales, como la nunciatura apostólica en México u otros obispos.
–¿Abordará el asunto en su reunión con el pontífice?
–Por supuesto, si él me lo pregunta. No quiero abusar de su tiempo. Tiene muchas ocupaciones. Pero responderé con gusto a todo lo que me pregunte.
Está consciente el obispo de que Michoacán, y concretamente su diócesis, ya encendió los focos rojos en la Santa Sede. En los círculos eclesiales se espera con atención su encuentro con el pontífice jesuita. Y como en muchos otros conflictos donde se debilitan gobiernos, milicias y cuerpos policiacos, el prelado sabe bien que la institución eclesiástica está obligada a intervenir para lograr la paz.
Escenarios y contrastes
En México, un antecedente similar ocurrió durante el levantamiento zapatista de 1994, cuando la diócesis chiapaneca de San Cristóbal quedó entrampada en un conflicto armado, y su obispo Samuel Ruiz tuvo que denunciar los atropellos a los derechos humanos cometidos contra la población… Sólo que ahora las circunstancias son muy distintas porque intervienen cárteles de la droga en la confrontación.
Por lo pronto, la figura del obispo de Apatzingán ha venido cobrando cada vez mayor relevancia debido a sus fuertes denuncias contra los narcotraficantes y los operativos gubernamentales.
El 15 de octubre último, por ejemplo, lanzó una explosiva carta pastoral en la cual señaló que “Michoacán tiene todas las características de un Estado fallido” pues los “grupos criminales” –La Familia Michoacana, Los Zetas, el Cártel de Jalisco Nueva Generación y Los Caballeros Templarios– se apoderaron del estado y se lo “disputan como si fuera un botín”.
Prosigue la carta: “No hemos visto efectividad” en la estrategia de las “fuerzas federales (Policía Federal, Ejército y Marina)”, ya que no han “capturado a ninguno de los capos principales del crimen organizado, aun sabiendo dónde se encuentran; prácticamente en su presencia se extorsiona, se cobran cuotas, se secuestra y se levanta a personas”.
El obispo también indicó en su carta lo siguiente: “Los gobiernos municipales y la policía están sometidos o coludidos con los criminales y cada vez más crece el rumor que el gobierno estatal también está al servicio del crimen organizado, lo que provoca desesperanza y desilusión en la sociedad”.
Tres meses después, a raíz del Acuerdo para el Apoyo de la Federación a la Seguridad de Michoacán, que implementó el actual operativo policiaco-militar que ya causó la muerte de tres civiles en la comunidad de Antúnez, el obispo emitió una nueva carta pastoral de denuncia.
Fechada el 15 de enero pasado, dice textualmente: “Ni los políticos ni el gobierno dan muestras de querer solucionar el problema de Tierra Caliente. En lugar de buscar a los criminales que dañan a la comunidad, el Ejército mexicano, por órdenes superiores, fue a desarmar a las autodefensas de Nueva Italia y Antúnez, agrediendo a la gente indefensa con el resultado de tres hombres muertos. La situación se les salió de control y al verse rodeados por la población comenzaron a disparar, primero al aire y después a las personas”.
Y concluye: “El pueblo está exigiendo al gobierno que primero agarren y desarmen al crimen organizado. El Ejército y el gobierno han caído en el descrédito porque en lugar de perseguir a los criminales han agredido a las personas que se defienden de ellos… Les pedimos a los políticos, al gobierno y al secretario de Gobernación que den a los pueblos de nuestra región signos claros de que en realidad quieren parar a la ‘máquina que asesina’. La gente espera una acción más eficaz del Estado en contra de los que están provocando este caos”.
Inquieto, el obispo deambula con los brazos cruzados. A ratos se rasca la barbilla. Se detiene un momento y exclama: “¡Vivimos tiempos difíciles! Mis sacerdotes diariamente arriesgan la vida. Por caminos de brecha, y en lugares apartados, tienen que recorrer trayectos de varias horas para dar auxilio espiritual a las viudas y a los huérfanos”.
Rondines intimidatorios
La catedral se ha convertido en una especie de refugio para la población atemorizada. Y las misas del obispo están atiborradas de gente en busca de aliento. Se llenan las largas bancas del recinto, muchos permanecen de pie para seguir atentos las palabras del prelado, visto como líder moral por un amplio sector.
Religioso de la congregación de la Sagrada Familia, Patiño explica su labor pastoral: “Mi obligación es estar con las familias que sufren la muerte o la desaparición de un ser querido, no importa a qué bando pertenezcan. De ahí que esté implementando en todas las parroquias la pastoral del consuelo. Me estoy enfocando en esa tarea, a pesar de todas las carencias y limitaciones que tiene la diócesis”.
Para realizar su trabajo cuenta con 63 sacerdotes distribuidos en 27 parroquias, en nueve de los municipios más violentos: Apatzingán, Nueva Italia, Lombardía, Tepalcatepec, Buenavista, Aguililla, Coalcomán, Tumbiscatío y Villa Victoria.
 Javier Cortés, vicario general de la diócesis y brazo derecho del obispo, abunda sobre la pastoral del consuelo:
 “Esta línea pastoral”, dice, “surgió desde el inicio del cristianismo y está en la raíz misma del Evangelio. La tradición de la Iglesia siempre se ha centrado en atender a viudas, huérfanos, enfermos y gente desamparada, sobre todo en situaciones de guerra o de conflicto social como el que vivimos.
 “Aquí en la diócesis estamos acompañando en su dolor a las familias sin importar quiénes sean. En ocasiones nos requieren familiares de las autodefensas para que oficiemos por algún asesinado, lo mismo hacen las familias de soldados, de policías o de narcotraficantes. ¡Caray!, a cualquier madre le duele el asesinato de un hijo.”
 Entrevistado en su pequeña parroquia en un barrio de la periferia de Apatzingán, Cortés agrega: “El obispo acaba de enviarme a este templo. Pues bien, lo primero que estoy haciendo es detectar los hogares afectados para darles apoyo. Los demás párrocos hacen la misma labor, apoyados siempre por los grupos de laicos, sin los cuales no podríamos hacer nada”.
 La diócesis de Apatzingán también se ve afectada por el conflicto, pues cinco de sus sacerdotes han sido asesinados, otros reciben amenazas e incluso un templo fue intervenido por la policía en plena celebración religiosa.
El vicario de catedral, Gregorio López, detalla las circunstancias de la muerte de sus compañeros. Cuenta: “El 13 de junio de 2011 asesinaron al padre Víctor Manuel Diosdado, párroco de San José de Chila, quien preparaba la festividad religiosa de ese año en su comunidad, a celebrarse en el mes de mayo. Pero se dio cuenta que el festejo taurino lo estaba organizando un miembro de Los Caballeros Templarios. Otro integrante de esa organización criminal preparaba las peleas de gallos, otro más la venta de cervezas… y así, toda la fiesta querían manejarla los Templarios.
“El padre tuvo que frenarlos posponiendo el festejo para el 1 de junio. En represalia los criminales lo interceptaron mientras conducía su camioneta. Lo mataron a golpes y arrojaron su cuerpo a una barranca. Fue un crimen brutal.
“El padre Miguel Ochoa, de la parroquia de Pizándaro, puso una denuncia porque los narcotraficantes empezaron a sembrar mariguana en una parcela parroquial. El gobierno quitó el sembradío. Los criminales lo asesinaron.
“A Abelardo Espinoza, párroco de El Aguaje, lo mataron a sangre fría en su templo. A Macrino, misionero redentorista, un narcotraficante lo rafagueó con una R-15 durante el festejo de una quinceañera que se celebraba en una comunidad del municipio de Jilotlán, Jalisco. Mientras que a Miguel Barzán, un religioso trinitario, lo embistió una camioneta manejada por una narcotraficante. Algunos dicen que fue un accidente; otros, que fue intencional. La verdad nunca se supo.”
–¿Los sacerdotes han recibido amenazas de muerte o intentos de extorsión?
–Sí. Al padre Rafael Galindo, por ejemplo, los narcotraficantes le hablaban por teléfono exigiéndole el pago de 10 mil pesos semanales. Nunca les dio nada y por fortuna no tomaron represalias en su contra. Otros han recibido amenazas telefónicas de muerte que no han pasado de ahí.
El 1 de agosto de 2009, en la parroquia del Perpetuo Socorro de Apatzingán se celebraba una misa para una quinceañera. Sin orden de cateo de pronto irrumpieron en el recinto 200 policías federales. Iban encapuchados y portaban armas de alto poder. Les habían dado el pitazo de que ahí se encontraría el narcotraficante Servando Gómez, La Tuta, y llegaron a aprehenderlo.
A La Tuta no lo encontraron pero sí fue detenido Miguel Ángel Beraza Villa, La Troca, supuesto operador de La Familia Michoacana (Proceso 1710). El obispo Patiño Velázquez y la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) emitieron entonces una “enérgica protesta” ante ese brutal atropello policiaco perpetrado en un recinto religioso.
Hoy, Patiño dice requerir de “fuerzas” para seguir afrontando tanta violencia. Levanta la vista hacia el ronroneo de un helicóptero que cruza sobre su cabeza y se va alejando poco a poco, hasta apagarse su sonido.

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