27
DE ENERO DE 2014
REPORTAJE
ESPECIAL/Jenaro Villamil
MÉXICO,
D.F. (proceso.com.mx).- “-¿Conoce usted a Carlos Monsiváis?
“-No,
para nada.
“-Pero
ha sido amigo suyo durante cincuenta años.
“-Es
cierto, sin embargo, esa eternidad no me autoriza a decir que lo conozco.
Oportunidades no han faltado: durante la adolescencia y la juventud, inmensas
caminatas nocturnas por la Ciudad de México, después largos trayectos aéreos,
prolongadas estancias compartidas en otros países. Y no me refiero nada más a
la vida íntima: en torno a él hay datos esenciales que ignoro por completo o
acabo de enterarme de ellos”.
Así
inició la entrevista de José Emilio Pacheco en el número 365 de la revista
Nexos, de mayo 2008, conmemorativa de los 70 años de Monsiváis, un año mayor
apenas que su amigo, cómplice y poeta que ahora lo alcanzará en algún sitio.
Ambos
tendrán oportunidad de conocerse más, de releer y leerse, pero, sobre todo, de
continuar un diálogo incansable entre dos intelectuales que crecieron en la
misma década, formaron parte de la revista Medio Siglo y junto con muchos
otros, pero especialmente, con el novelista Sergio Pitol, frecuentaron aquel
café Kikos y la antigua librería El Caballito, en los tempranos años sesenta.
De
alguna manera, la descripción que hace José Emilio Pacheco sobre la obra de
Monsiváis –el “gran desconocido”- es también un reflejo del propio trabajo del
poeta, traductor, novelista, ensayista, traductor y periodista recién
fallecido.
“Creo
que no duerme. Monsiváis paseó en su derredor lo que en inglés se llama un red
herring, es decir, una pista falsa que desorienta a los rastreadores. Se hizo
pasar por desorganizado y caótico y, todo lo contrario, es de una disciplina
brutal y una capacidad de trabajo sobrehumana. De otra manera no se entiende lo
mucho y lo bien que ha escrito”, reflexiona José Emilio Pacheco en esa misma
entrevista en Nexos.
“-¿Ha
escrito más que Alfonso Reyes?
“-Más
que nadie en México actual. Compilar sus obras requerirá de cuarenta tomos como
los de Guillermo Prieto. Es nuestro gran hombre de letras, el último polígrafo
que puede escribir (y hablar) sobre todas las cosas. Y digo hablar porque sus
antepasados no daban conferencias y no había televisión ni radio, ni
entrevistas ni declaraciones. A todo esto, ahora hay que sumar internet.
¿Cuántas docenas de ‘correos’ despachará al día Monsiváis?”.
En
privado y en público, lo mismo decía y admiraba Monsiváis de José Emilio
Pacheco. ¿Cómo le daba tiempo para escribir, semanalmente, un Inventario en la
revista Proceso que requería horas de lectura, de consulta, de una redacción
limpia y sintética?
En
su ambiciosa compilación La Cultura Mexicana en el Siglo XX, editado en el 2010
por El Colegio de México, Monsiváis analizó así la obra de Pacheco:
“Con
gran conocimiento y generosidad, Pacheco traza en su periodismo cultural un
mapa literario de consulta indispensable. No tiene afanes de canonizador, su
propósito no es tan selectivo; pero el panorama de méritos y valores que
despliega exhibe la riqueza de la literatura nacional y, también, de la
literatura internacional.
“Pacheco
ha publicado varias antologías del modernismo y de la poesía mexicana del siglo
XX. Entre sus traducciones: Beckett, Wilde, Benjamin, Harold Pinter y Tenesse
Williams, y un libro de versiones poéticas: Aproximaciones”.
Justo
esta última obra, un prodigio de paciencia y erudición, compila todas las
versiones poéticas, desde los epigramas griegos hasta los haikus, pasando por
poemas franceses, ingleses, estadunidenses e italianos. En 2011, al cumplirse
los 30 años de su novela breve Las Batallas en el Desierto y obtener el premio
Alfonso Reyes, Pacheco se quejó en entrevista con El Universal por su mal
estado de salud que le impedía terminar todas las ideas y proyectos que tenía
en mente para escribir.
Insaciables,
Monsiváis y Pacheco tenían siempre más de un proyecto simultáneo para escribir,
para compilar, releer. El hambre de los polígrafos era la característica de
ambos. No sólo para conocer sino para divulgar, crear, enfrentar el pesimismo
que los movía como un motor vital.
“Como
se aprecia panorámicamente en su obra poética reunida, Tarde o Temprano (1980),
el personaje esencializa su escepticismo con franqueza y sentido de límites”,
sentenció Monsiváis en su ensayo sobre Pacheco.
“El
clima prevaleciente en la poesía de Pacheco, muy en especial a partir de No me
Preguntas Cómo Pasa el Tiempo, es el pesimismo que, en este caso, es una guía
poética (excluir del texto las apoyaturas del optimismo, rehusarse al brío
autoritario) y una alternativa profética. El presente ya contiene el porvenir,
es su cómplice directo, el que prepara las devastaciones y las catástrofes de
los descendientes”, continúa Monsiváis.
Y
en su sentencia más clara, el autor de Días de Guardar afirmó que “Pacheco no
es catastrofista, acusación fácil/difícil de sustentar. Es, sí, en el sentido
antiguo del término, un moralista o, mejor, un escritor que incorpora al texto
literario las reflexiones de la desesperanza”.
Pacheco
y Monsiváis compartían esa desesperanza y un ímpetu moralizador que partía no
de la superioridad intelectual sino del conocimiento insaciable, la curiosidad
por los otros, y el dolor por un país que se les iba de las manos.
Ambos
fallecieron “en la raya” –como bien describió Laura Emilia Pacheco de su
padre-, trabajando en su última colaboración para Proceso.
En
marzo del 2010, Monsiváis me dictó su última columna de “Por mi Madre Bohemios”
con una desesperanza muy grande por lo que él llamaba “las consecuencias del
espíritu facista” del gobierno de Felipe Calderón.
En
enero del 2013, Pacheco escribió su segundo Inventario, dedicado al gran poeta
argentino Juan Gelman, con una reflexión poética y provocadora:
“¿Existirá
una palabra para la nostalgia de lo que no fue y estuvo a punto de ser?”
(Proceso, No. 1943).
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