¿Partido
evangélico o con evangélicos?/Roberto Blancarte,
Milenio, 11 de febrero de 2014
Algunos
evangélicos han decidido organizarse, en virtud de que, en la práctica, muchos
gobiernos de todo el abanico político, siguen privilegiando a la Iglesia
católica y discriminando a las religiones minoritarias.
La
noticia (ver reportaje de Pedro
Domínguez en MILENIO de ayer) de que el Partido Encuentro Social (PES), ligado
a la militancia de varias agrupaciones cristiano-evangélicas, está en vía de
conseguir su registro como partido político nacional, merece una reflexión
seria y provoca múltiples interrogantes: ¿Tienen derecho los evangélicos a
participar en la vida política del país? ¿Qué significa esta ya existente participación
de los evangélicos? ¿Tendrá un carácter confesional o ciudadano? ¿Pueden los
evangélicos organizarse en un partido político? ¿Por qué los evangélicos
estarían tentados a organizarse políticamente y cuáles serían las consecuencias
políticas y sociales de esta forma de actuar?
Empecemos
por lo obvio, aunque no lo sea tanto. Los evangélicos tienen tanto derecho (e
incluso obligación) como los católicos, los miembros de otras religiones o los
no creyentes a participar en la vida política de la nación. En buena medida,
siempre lo han hecho, de manera activa o pasiva, pero en tanto como ciudadanos
y no como creyentes. Los evangélicos (o algunos de ellos, porque no todos están
de acuerdo con esta forma de intervenir en la política) estarían
paradójicamente cumpliendo el sueño político de la jerarquía católica, es decir
que los creyentes tengan una visión “integral” de la vida y que su actuación en
la vida privada y pública (es decir política) se desprenda de sus percepciones
religiosas. Los evangélicos que así lo decidieran irían, sin embargo, contra
las tendencias de la modernidad y la secularización, las cuales establecen,
para una mejor convivencia entre ciudadanos de distintas creencias religiosas y
filosóficas, una clara diferenciación de esferas entre la política y la
religión, entre el Estado y las Iglesias, así como entre lo público y lo
privado. En otras palabras, si los evangélicos trataran de organizarse
políticamente, a través de un partido confesional, serían tan antimodernos como
el Partido Demócrata Mexicano o la Agrupación Política Estatal por la Vida, la
Esperanza y Renovación de México, formados por trasnochados católicos de cepa
conservadora, e irían contra la tendencia general prevaleciente entre la gran
mayoría de los católicos mexicanos (y de buena parte de los evangélicos),
quienes siendo creyentes, distinguen entre sus esferas de acción política y
religiosa, a partir de una diferenciación entre sus creencias personales y su
accionar en la esfera pública. No se trata, como algunos creen, de disociar
entre conductas, sino de entender que nadie puede llevar a una oficina pública
sus creencias religiosas personales y desde allí buscar influir o imponer éstas
a los demás.
Aún
así, algunos evangélicos han decidido organizarse políticamente, pues como el
propio Partido Encuentro Social lo admite “su militancia radica principalmente
en agrupaciones cristiano-evangélicas, aunque defienden el carácter laico del
Estado”. La razón principal de este impulso se explica en otra frase de su
página de presentación: “En México no hay religión de Estado, aunque algunos
políticos, gobernantes y religiosos así lo crean.” En otras palabras, algunos
evangélicos han decidido organizarse, en virtud de que, en la práctica, muchos
gobiernos de todo el abanico político siguen privilegiando a la Iglesia
católica y discriminando a las religiones minoritarias, particularmente a los
evangélicos. La reacción ha sido entonces la de agruparse para defender mejor
sus intereses y su visión del mundo, para ser mejor escuchados por gobiernos
que solo entienden de presiones políticas, de cuotas de poder y de grupos
clientelares. El problema es que, al hacer esto, los evangélicos están minando
su propia tradición de separación entre asuntos religiosos y políticos (la
confusión entre pastores y líderes políticos, o entre “agrupaciones
cristiano-evangélicas y partido, son signos de ello) y empujan a que otras
agrupaciones religiosas (católicas, evangélicas o de cualquier otra religión)
reconfesionalicen el espacio público mexicano. Abren así una caja de pandora, dejando
escapar muchos males que creíamos ya superados. Como el de la religión
interviniendo en la vida pública.
roberto.blancarte@milenio.com
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