28 jul 2014

El déficit mundial de seguridad

El déficit mundial de seguridad/Michael Spence, a Nobel laureate in economics, is Professor of Economics at NYU’s Stern School of Business, Distinguished Visiting Fellow at the Council on Foreign Relations, Senior Fellow at the Hoover Institution at Stanford University, and Academic Board Chairman of the Fung Global Institute in Hong Kong. He was the chairman of the independent Commission on Growth and Development, an international body that from 2006-2010 analyzed opportunities for global economic growth, and is the author of The Next Convergence – The Future of Economic Growth in a Multispeed World. 
Traducido del inglés por Carlos Manzano.
Project Syndicate | 28 de julio de 2014;
El verano suele ser una época para tomarse un descanso respecto de los riesgos y las preocupaciones de la vida cotidiana y tal vez hacer balance de dónde nos encontramos y hacia dónde nos dirigimos, pero resulta cada vez más difícil, porque nuestra vida cotidiana se está volviendo mucho más peligrosa y preocupante.
Gran parte del debate habido en el período posterior a la crisis financiera de 2008 se centró en diversos desequilibrios económicos que amenazaban o impedían el crecimiento. Esos problemas no han desaparecido. Los resultados, sorprendentemente flojos, de la economía americana en el primer trimestre, por ejemplo, han dejado a los analistas confusos e inseguros sobre su trayectoria.
Pero, la inseguridad política, las posibilidades de conflictos y el deterioro de las relaciones internacionales representan en gran medida una amenaza mayor para el progreso económico que la prevista en el debate posterior a la crisis.

Asia, que ha destacado en materia de crecimiento en los años posteriores a la crisis, está experimentando ahora tensiones en aumento que ponen en peligro el crecimiento y el comercio regional. La recuperación del  Japón, bastante frágil, podría resultar desbaratada por una intensificación del conflicto territorial con China, que constituye un importante mercado para los productos japoneses y a la vez está profundamente integrada en las cadenas japonesas de suministro.
Si bien las disputas territoriales son con frecuencia histórica y políticamente importantes, su transcendencia económica suele ser menor e incluso minúscula, a no ser que se permita que tensiones como las existentes en los mares de la China Oriental y la China Meridional se escapen de las manos. El ambiguo papel desempeñado por los Estados Unidos en la seguridad asiática, debido al interés por apoyar a sus aliados regionales sin molestar a China, contribuye a la incertidumbre.
Aparte de su minueto estratégico en Asia, China y los Estados Unidos están inmersos en una batalla cibernética que está empezando a afectar a las corrientes de bienes, inversiones y tecnología. En los dos lados, los compromisos declarados de resolver el problema de forma cooperativa no han dado resultados importantes y las disputas sobre la vigilancia electrónica han causado tensiones entre los EE.UU. y Europa.
Entretanto, Oriente Medio ha entrado en un período de inestabilidad extrema que tendrá sin lugar a dudas efectos económicos negativos a escala tanto regional como mundial y el tira y afloja entre Rusia y Occidente por Ucrania y otros ex satélites soviéticos afectará negativamente a la estabilidad regional, la seguridad energética y el crecimiento europeos.
El derribo del vuelo 17 de Malaysian Airlines sobre la Ucrania oriental –y, más recientemente, la suspensión de los vuelos comerciales a Tel Aviv– añade una nueva dimensión de incertidumbre. Cuando el tráfico aéreo civil ya no está protegido contra los ataques, podemos preguntarnos legítimamente por la eficacia de los sistemas básicos de gobernación que sostienen el comercio mundial.
De hecho, la Organización Mundial del Comercio está en peligro una vez más, pues el Gobierno de la India amenaza con vetar el Acuerdo de Facilitación del Comercio alcanzado en Bali el año pasado, por culpa de los desacuerdos sobre el acopio y las subvenciones de alimentos. La pérdida de la confianza en la OMC sería un golpe grave a una institución que desempeña un papel decisivo para garantizar la cooperación y la reglamentación internacionales.
La economía mundial está mucho más interconectada que hace cuarenta años. Las corrientes transfronterizas de bienes, información, personas y capitales, que son su flujo vital, dependen de un umbral de seguridad, estabilidad y previsibilidad. Dicho umbral es el que parece estar amenazado. Para que haya un progreso económico continuo en el mundo en desarrollo y una recuperación en los países desarrollados, hay que impedir que los conflictos locales y regionales provoquen grandes crisis sistémicas.
En materia de prioridades, se puede sostener que para los gobiernos del G-20 es más importante fortalecer el núcleo de los sistemas que permiten las corrientes mundiales que abordar cuestiones estrictamente económicas. Además, hay un claro interés compartido en hacerlo: nadie se beneficia de la extensión del riesgo sistémico.
Si no se contienen las repercusiones de los conflictos regionales y las fricciones bilaterales, puede haber algo más que simples crisis de suministros en sectores como el de la energía. Es probable que el efecto principal sea una serie de crisis negativas de la demanda: inversores que se retiren, viajeros que se queden en casa y consumidores que cierren sus carteras. En una economía mundial en la que la demanda agregada es una limitación importante del crecimiento, eso es lo ultimo que el sistema necesita.
Hemos llegado lo más lejos que hemos podido con una sistema mundial que está en parte gobernado y reglamentado. Cuando el orden mundial determinado por la Guerra Fría (y después por unos Estados Unidos dominantes durante un período corto) queda rezagado en la Historia, se debe crear un nuevo conjunto de instituciones y acuerdos para proteger la estabilidad básica del sistema.
Eso es más fácil de decir que de hacer, pero el punto de partida es el de reconocer el amplio daño a las perspectivas de la economía mundial resultantes de desatender esa cuestión. La reglamentación ineficaz en sectores como los de la seguridad alimentaria, las enfermedades infecciosas, la ciberseguridad, los mercados energéticos y la seguridad aérea, combinada con la incapacidad para gestionar las tensiones y los conflictos regionales, socavará las corrientes mundiales y reducirá la prosperidad en todas partes.
En cierto modo, el ambiente mundial actual es un caso clásico de externalidades negativas. Los costos localizados de un comportamiento mejorable –los que esperaríamos que estuvieran internalizados– son muy inferiores a los costos totales mundiales.
Varias cuestiones más estrictamente económicas –por ejemplo, las modalidades defectuosas de crecimiento, la inversión insuficiente en activos tangibles e intangibles y la falta de reformas encaminadas a aumentar la flexibilidad estructural– siguen siendo un motivo de preocupación, porque sostienen un crecimiento insuficiente.
Pero, en este momento histórico, las amenazas principales a la prosperidad –las que necesitan urgentemente la atención de los dirigentes mundiales y una cooperación internacional eficaz– son los enormes efectos colaterales negativos e incontrolados de los conflictos, tensiones y reivindicaciones opuestas de esferas de influencia. El impedimento mayor del crecimiento y la recuperación no es tal o cual desequilibrio económico, sino la pérdida de confianza en los sistemas que hicieron posible una interdependencia mundial cada vez mayor.

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