Después
del dólar/José Antonio Ocampo, former United Nations Under-Secretary-General for Economic and Social Affairs and former Finance Minister of Colombia, is Professor and Member of the Committee on Global Thought at Columbia University. He is the co-author (with Luis Bértola) of The Economic Development of Latin America since Independence.
Traducción al español por Leopoldo Gurman.
Project
Syndicate | 28 de julio de 2014
Resulta
simbólico que la cumbre de los BRICS en Fortaleza, Brasil, haya tenido lugar
exactamente siete décadas después de la Conferencia de Bretton Woods, que creó
al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial. El resultado final del
encuentro de los BRICS fue el anuncio del Nuevo Banco de Desarrollo, que
movilizará recursos para proyectos de infraestructura y desarrollo sostenible,
y un Acuerdo de Reservas para Contingencias, para brindar liquidez mediante
swaps de monedas.
La
Conferencia de Bretton Woods marcó uno de los mayores ejemplos en la historia
de cooperación económica internacional; aunque nadie aún puede decir si las
iniciativas de los BRICS tendrán éxito, representan un importante desafío a las
instituciones de Bretton Woods, que debieran reaccionar. Repensar el rol del
dólar estadounidense en el sistema monetario internacional es un buen ejemplo.
Una
de las características clave del sistema de Bretton Woods era que los países
vincularían sus tipos de cambio al dólar estadounidense. Si bien el sistema en
realidad fue eliminado en 1971, el rol central del dólar estadounidense en el
sistema monetario internacional se mantuvo intacto, una situación que muchos
países cada vez están menos dispuestos a aceptar.
La
insatisfacción con la función del dólar como moneda de reserva mundial
dominante no es novedad: en la década de 1960 el ministro francés de finanzas
Valéry Giscard d’Estaing condenó, con una famosa frase, el «exorbitante
privilegio» que la situación del dólar otorgaba a Estados Unidos.
No
se trata simplemente de una cuestión de justicia. Según el economista belga
Robert Triffin, un sistema monetario internacional basado en una moneda
nacional es inherentemente inestable debido a las tensiones resultantes entre
los intereses inevitablemente divergentes del país emisor y del sistema
internacional en su conjunto.
Triffin
advirtió sobre esto hace más de 50 años, pero su postura ganó adeptos
recientemente debido a que, con el ascenso de China, el mundo está cada vez
menos inclinado a tolerar la inestabilidad que causa un sistema denominado en
dólares. La solución, sin embargo, no reside en reemplazar al dólar con el
yuan, sino en fortalecer el rol de la única moneda verdaderamente mundial: los
Derechos Especiales de Giro del FMI.
Después
de la creación de los DEG en 1969, los miembros del FMI se comprometieron a
convertirlos en «el principal activo de reserva del sistema monetario
internacional», según lo indica su Convenio Constitutivo. Pero la peculiar
forma en que los DEG fueron adoptados limitó su utilidad.
Para
comenzar, la separación entre la cuenta DEG y la cuenta general del FMI llevó a
que fuera imposible utilizar los DEG para financiar los créditos de ese
organismo. Además, si bien los países perciben intereses por sus tenencias de
DEG, también deben pagar intereses por las asignaciones que reciben en esa
moneda. En otras palabras, los DEG son tanto activos como pasivos; funcionan
como una línea de crédito garantizado para el tenedor: una especie de facilidad
de sobregiro incondicional.
Sin
embargo, los DEG han demostrado su utilidad. Después de las asignaciones
iniciales en 1970-1972, se emitieron más para aumentar la liquidez global
durante grandes crisis internacionales: en 1979-1981, en 1997 y, especialmente,
en 2009, cuando se efectuó la mayor emisión, equivalente a $250 mil millones de
dólares.
Si
bien los países desarrollados –incluidos EE. UU. y el Reino Unido– han hecho
uso de sus asignaciones, los principales usuarios han sido los países en
desarrollo y, especialmente, los de bajos ingresos. De hecho, esta es la única
forma en que los países en desarrollo (con excepción de China) participan en la
creación de dinero internacional.
Muchas
estimaciones indican que, dada la demanda adicional de reservas, el mundo
podría absorber asignaciones anuales de $200-300 mil millones de dólares, o más
aún. Esto ha llevado a que muchos –incluidos el gobernador del Banco Popular
Chino, Zhou Xiaochuan; la Comisión Stiglitz, respaldada por las Naciones
Unidas; la Iniciativa del Palais Royal, conducida por el ex director gerente
del FMI, Michel Camdessus; y la Fundación Internacional Triffin– soliciten
cambios en el sistema monetario internacional.
En
1979, el economista del FMI, Jacques Polak, quien fue parte de la delegación
holandesa en la conferencia de Bretton Woods, bosquejó un plan para lograr
exactamente eso. Sus recomendaciones incluyen, ante todo, que las operaciones
del FMI se efectúen en DEG, lo que exigiría poner fin a la separación entre las
cuentas en DEG y las generales de esa institución.
La
forma más sencilla de alcanzar esta visión sería la de asignar DEG como activo
con reservas del 100 %, que los países podrían usar o depositar en sus cuentas
del FMI. El FMI usaría esos depósitos para financiar sus operaciones de crédito
en vez de depender de asignaciones de cuotas o «acuerdos generales para la
obtención de préstamos» de los miembros.
Podrían
agregarse otras disposiciones. Para atender a las elevadas demandas de moneda
de los países en desarrollo y ampliar al mismo tiempo su rol en la creación de
dinero internacional, podría crearse una fórmula para otorgarles una mayor
participación de la que actualmente reciben en las asignaciones de DEG.
También
podría fomentarse el uso privado de los DEG, aunque probablemente eso
enfrentaría una fuerte oposición por parte de los países que actualmente emiten
monedas de reserva internacional, especialmente EE. UU. Mantener los DEG como
«dinero de bancos centrales» puro eliminaría esa oposición y les permitiría
complementar y estabilizar el sistema actual, en vez de hacerlo caer.
Así
como el marco de Bretton Woods devolvió el orden en la economía mundial después
de la Segunda Guerra Mundial, un nuevo marco monetario, apuntalado por una
moneda verdaderamente internacional, podría fortalecer la tan necesaria
estabilidad económica y financiera. Todos, incluso EE. UU. se beneficiarían con
ello.
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