Aprender
a perder/Pierpaolo Barbieri es asesor del Consejo sobre el Futuro de Europa de Instituto Berggruen para la Gobernanza.
El
País | 27 de julio de 2014;
Y
en el minuto 116, Mario Götze enmudeció al Maracaná, sepultando las esperanzas
argentinas de una tercera Copa Mundial. Rápido le siguieron risas cariocas,
festejos germanos y silbidos a una FIFA que hizo todo para merecerlos. Después,
la palpable desilusión de una selección albiceleste que dejó todo en Brasil. Y
no hubo nada más triste —incluso más que aquel gol— que la expresión de Lionel
Messi al hacerse con un Balón de Oro cuando la prensa esbozaba ya reproches
ilógicos.
En
territorio brasilero, los argentinos aprendimos a perder una vez más, tal como
hizo durante una década la Alemania de Joachim Löw y los discípulos de Vicente
del Bosque, luego de años de esfuerzos que finalmente culminaron en la gloria
de 2010.
Pero
la honra del plantel argentino en el campo de juego y fuera de él no está en
armonía con las reacciones políticas en casa. El contraste entre la selección
de Alejandro Sabella y el Gobierno de Buenos Aires hace desear que la Casa
Rosada aprendiese a perder, con el fin de encarar el trabajo necesario para
sembrar victorias futuras.
Sin
embargo, en la Argentina de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, el
Gobierno se aferra a la derrota como símbolo de una ideología vacía y vencida.
La
misma noche de domingo, las calles de Buenos Aires se llenaron de argentinos.
Pero los festejos rápidamente se tornaron violentos, con ataques a comercios y
medios de transporte. La policía respondió tarde y mal. Los responsables de
seguridad del Gobierno, mientras tanto, sólo encontraron energías para culpar a
enemigos invisibles “desestabilizadores”, tal como lo hacen diariamente con la
inseguridad que niegan a pesar de las estadísticas.
Horas
después, de madrugada, fue vergonzoso presenciar personalmente cómo el único
vuelo de Aerolíneas Argentinas que volvió a Buenos Aires a tiempo fue aquel en
el que viajaba su consejero delegado, Mariano Recalde, y sus amigos políticos
de La Cámpora, la organización ultrakirchnerista. El resto de los vuelos de la
aerolínea nacionalizada por Kirchner en 2008 tuvieron un destino afín con la
tortura diaria de Aerolíneas: hasta ocho horas tarde, sin información fiable, y
sin representantes para hacer frente a las reclamaciones.
Quizá
por eso Recalde se movió rápido y a escondidas por el aeropuerto carioca. Al parecer
la ideología “nacional y popular” de la “aerolínea de bandera” impide a sus
ejecutivos presentar balances transparentes o explicar las denuncias de coimas
y sobreprecios que humillan a la empresa.
De
vuelta en Buenos Aires, los futbolistas tuvieron que someterse a un
recibimiento televisado con la presidenta, quien rápidamente intentó obtener
rédito político del esfuerzo deportivo que admitió no haber siquiera visto. En
los dominios de la Asociación de Fútbol Argentino, una asociación de tendencia kirchnerista,
cuestionada por corrupción y reventa de entradas, Kirchner presentó a los
jugadores mundialistas con el trasfondo de Fútbol Para Todos (FPT).
FPT
es el carísimo programa que nacionalizó las transmisiones deportivas en 2009.
Desde ese momento, e incluyendo el Mundial, todas las transmisiones deportivas
se han convertido de un hervidero de ideología, plagadas de propaganda de tal
sutileza que hubieran avergonzado a los miembros del politburó soviético. A
pesar de ello, nadie en el Gobierno puede confirmar cómo se gastan y cuánto de
los gigantescos presupuestos de FPT, útil políticamente, pero denigrante en un
país donde abunda la malnutrición infantil.
Horas
después de la presentación, Kirchner voló a Brasil a la cumbre de los BRICS
(Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Su viaje dejó como presidente en
ejercicio al cuestionado vicepresidente, Amado Boudou, procesado durante el
Mundial en el caso Ciccone, la quiebra de la empresa privada que imprime los
pesos argentinos (un gran negocio en tiempos de alta inflación). Las causas por
corrupción se multiplican y siempre lo salpican. A pesar de ello, Boudou no se
decide a dimitir y Kirchner lo protege, a pesar que incluso a su gabinete le
causa vergüenza ser vistos con el vice. Ni siquiera La Cámpora lo defiende.
Mal
que le pese a la ideología oficial, la economía argentina continúa cayendo en
picado, con una inflación que sólo es inferior a la de Venezuela y con índices
de pobreza que suben al mismo ritmo que el desempleo. De esto no hay Mundial
que distraiga. Y gracias al conflicto legal con los fondos extranjeros en Nueva
York, que este Gobierno se negó durante tanto tiempo a solucionar, es plausible
que Argentina caiga en un nuevo default antes de fin de año.
Desde
su política de seguridad pasando por las nacionalizaciones irregulares como la
de Aerolíneas, y llegando a sus cuestionados funcionarios, la presidenta
argentina no quiere aprender a perder. Sin admitir la derrota, la ideología
queda sola, desnuda ante una realidad innegable. Hoy sólo sirve para esconder
escándalos y proteger a funcionarios corruptos. El poder nunca es eterno y sin
la redención de un triunfo mundialista, el de Kirchner se agota.
Para
que una nueva Argentina empiece a construirse, hay que aprender a perder. Antes
de que Messi y sus compañeros busquen merecida revancha en Rusia, los
argentinos tendremos la oportunidad de cambiar en las elecciones presidenciales
de octubre de 2015. Aprendamos a perder, para así pensar en ganar.
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