Revista
Proceso,
No. 1987, 29 de noviembre de 2014
El naufragio
total/CARLOS ACOSTA CÓRDOVA
Los
dos primeros años de su administración, Enrique Peña Nieto fue de fracaso en
fracaso. En materia de seguridad, sólo se dedicó a seguir la estrategia
desastrosa de su antecesor Felipe Calderón, con lo que se le incendiaron
Michoacán, el Estado de México y Guerrero, con el caso Ayotzinapa, mientras que
en el Distrito Federal intentó acabar con el hartazgo social reprimiendo las
protestas masivas. En lo político, su pretencioso Pacto por México se
desdibujó al paso de los meses y los supuestos consensos se desbarataron. Y en
cuanto a las telecomunicaciones –una de las reformas que más presumió–,
simplemente los capitales no llegan. Los descalabros también se observaron en
lo económico, pues las inversiones y el crecimiento sólo fueron espejismos.
Inicia
este lunes 1 de diciembre el tercer año de la actual administración, y el
presidente Enrique Peña Nieto y su secretario de Hacienda, Luis Videgaray, no
tienen idea de cómo hacer que la economía nacional salga del letargo en el que
el propio gobierno la metió.
En los primeros dos años demostraron
que es muy fácil hacer cuentas alegres y prometer, y culpar al entorno externo
cuando los pronósticos fallan y errados son los diagnósticos.
Desde
antes, inclusive, en el caso de Peña Nieto, quien durante la campaña
presidencial no se cansaba de asegurar que en su gobierno la economía mexicana
superaría, mínimo, tres veces el raquítico crecimiento de 2% de las últimas
décadas. Nunca se atrevió a citar cifra concreta alguna, pero era claro que
aspiraba a un crecimiento económico de al menos 6% anual.
Y
Videgaray, desde el inicio de su gestión como titular de Hacienda, para
justificar la necesidad de las reformas estructurales, hacía graves
diagnósticos y describía dramáticas fotografías de la situación económica, para
decir que con aquellas se superaría el “mediocre crecimiento económico de los
últimos 30 años”, de apenas un poco más de 2%.
Tendrá
qué hablar ahora, sin temor a equivocarse, del “mediocre crecimiento de los
últimos 32 años”.
Porque,
en efecto, en los dos primeros años del gobierno, que culminan este domingo 30,
la economía nacional ha naufragado tristemente en una mediocridad más profunda.
Y eso, sin que haya mediado una crisis severa –como las de 2008-2009 y
1994-1995–, y sin que se haya registrado un cambio traumático de
administración, como en los tiempos del PRI antes de los gobiernos panistas.
Quedó claro ya
que en 2013 una serie de factores externos e internos se conjugaron, al mismo
tiempo, para dar al traste con la economía.
Cayeron
las exportaciones no petroleras; las ventas automotrices al exterior se
mostraron débiles; bajaron dramáticamente las remesas y se derrumbó el sector
de la construcción, con la consecuente pérdida de cientos de miles de empleos;
el gasto público brilló por su ausencia, y la inversión privada, por lo mismo,
se retrajo.
Total,
que en el primer año de gobierno de Peña Nieto la economía apenas creció 1.4%
real anual, muy por debajo del 4.3% promedio anual en que había crecido en los
tres últimos años de la administración del panista Felipe Calderón.
Peor
aún, ese crecimiento de 1.4% también quedó lejos del 3.5% que había calculado
originalmente Hacienda para 2013.
En
octubre de 2013 Proceso entrevistó al economista
Jonathan Heath, el analista macroeconómico más reputado del país. Eran los
días en que el famoso Mexico moment que había impulsado la prensa extranjera
especializada en economía y negocios –principalmente The Economist y Financial
Times, los mismos que ahora critican acremente al gobierno de Peña–, ya había dado
de sí.
Y
eran también los días en que se discutía la reforma fiscal propuesta por Peña
Nieto en septiembre y que tenía a todos los empresarios con los pelos de punta
y en el enojo total.
Heath
dijo en esa ocasión:
“Si estamos viendo que la economía entró en
una ligera recesión y empezamos con una política recaudatoria, quitando
ingresos a los hogares e incentivos a las empresas, la economía puede volver a
caer. Ahorita lo que necesitamos es una política que apuntale el crecimiento
económico.”
Remataba,
premonitorio, el especialista:
“El crecimiento para el próximo año es
bastante incierto. Creo que 2014 pudiera ser bastante malo” (Proceso 1930).
Fallaron
los pronósticos de Hacienda
El
martes 25, el reportero volvió con Jonathan Heath para revisar qué fue lo que
pasó con la economía en este año, segundo del gobierno de Peña Nieto, porque en
esta ocasión también fallaron los pronósticos.
Hacienda
estimó originalmente un crecimiento de 3.9% para todo 2014. En mayo, ante la
debilidad que mostraba la economía, bajó su estimado a 2.7%.
Y
apenas el viernes 21, admitiendo ya el fracaso –en congruencia con el pesimismo
de organismos internacionales y analistas de dentro y fuera del país–, revisó a
la baja su pronóstico de crecimiento económico a un rango de entre 2.1% y 2.6%
para este año.
Un
crecimiento inferior 42% al pronosticado originalmente.
Este
año, dice Heath, no hubo la conjunción “fatal” de factores internos y externos
de 2013. La recuperación de la economía de Estados Unidos después del primer
trimestre –porque en los primeros meses del año hubo allá un invierno
severísimo que sí afectó a la economía mexicana– ha favorecido el repunte de
las exportaciones no petroleras, particularmente las automotrices.
Van
muy bien las exportaciones, señala, aunque aún no logran jalar al resto de la
economía. La inversión privada ya está dando señales de vida, se está
recuperando. Inclusive, el sector de la construcción, en dos de sus tres
segmentos –residencial y trabajos especializados, que está relacionado este
último con los ingresos por remesas– ya muestra una tendencia al alza.
No
así el segmento de la construcción de infraestructura, de obra civil, que está
más ligado al gasto gubernamental, a la obra pública. “Es un segmento vital,
porque genera mucho empleo, mucha mano de obra, tiene un factor multiplicador
muy grande”.
Según Heath,
“lo que pasó este año fue simplemente que el gasto público nomás no contribuyó
al crecimiento económico –aunque Hacienda dice que ha gastado muchísimo–, más
bien le restó.
“Pero lo peor fue la reforma fiscal –en vigor
desde el primer día de este año–, que aumentó los ingresos del gobierno pero
redujo de manera bestial el ingreso disponible de los hogares.
“Y sin ingresos, ni las personas ni los
hogares ni las empresas pueden consumir. Y el consumo representa entre 60% y
70% del PIB. Eso explica todo.”
Autor
de análisis macroeconómicos que son de consulta obligada en las instituciones
académicas y financieras, en la Secretaría de Hacienda y aun en el Banco de
México, Heath dice no tener dudas:
“La
ausencia del gasto público y el bajo consumo de los hogares, efecto de la
reforma fiscal, es lo que explica el estancamiento de la economía en 2014.”
La
reforma fiscal: efecto nocivo
Jonathan
Heath coincide con el Banco de México –que en su último reporte sobre inflación
revisó a la baja su pronóstico de crecimiento económico a un intervalo de entre
2% y 2.5%, desde 2% a 2.8% previo–, en el sentido de que en este año fueron
factores internos los que más propiciaron la marcha lenta de la economía.
Dice
el especialista, doctor en economía:
“Donde yo creo que el gobierno de Peña Nieto
falló, fue en no calcular el efecto tan nocivo de la reforma fiscal. Yo creo
que el gobierno no se imaginó que iba a pegar tan duro esa reforma, que fue, al
final de cuentas, lo que más incidió en el bajo crecimiento económico en el
año.”
Explica
por qué. “El ingreso disponible de las personas –hogares, empresas– ya venía
bajando desde 2013, por la fuerte desaceleración de la economía. Pero en 2014
prácticamente se derrumba; se desplomó por la reforma fiscal, la subida de
impuestos y la inflación que ésta provoca.
“Eso le pegó mucho muy duro al ingreso de los
hogares. Más de lo que Hacienda quiere admitir. Por eso ahorita está estancado
el consumo de los hogares, que se ha mermado muchísimo. No se tiene dinero para
gastar. Y si tomamos en cuenta que el consumo de los hogares representa entre
65 y 70% del PIB, eso explica todo.”
–La
reforma fiscal, desde hace muchísimos años, era necesaria. El sistema
impositivo tenía muchos huecos, muchos, hoyos, exenciones y privilegios
indebidos, que propiciaban una muy pobre recaudación –se le comenta.
–Es
correcto. A la larga pueden ser medidas correctas. No podría estar en
desacuerdo, por ejemplo, en la homologación del IVA en la frontera, que había
sido una fuente brutal de evasión fiscal.
“Pero en el corto plazo, no. Fue lo peor que
pudieron haber hecho en este año. Lo más nocivo fue el timing. El momento
político quizás era el momento adecuado, por el Pacto por México y todo ese
tipo de rollos. Que se abría una ventana y había que aprovecharla, decían.
“Pero el momento económico fue muy
desafortunado, porque la economía en 2013 venía muy mal, estancada, y de
repente, ¡moles!, le das un tremendo golpe a la gente y a las empresas; le
quitas ingresos y les complicas la vida.
“Es decir, el problema fue el momento en que
lo hicieron, cuando la economía estaba débil, estancada, que necesitaba oxígeno
y le quitaste oxígeno.”
Por
el contrario, dice Jonathan Heath, “en los países desarrollados, cuando hay
recesión, reducen impuestos como parte de su política contracíclica. Lo
hicieron Estados Unidos y muchos otros países después de la crisis de 2009.
“La economía no se va a reactivar si el
gobierno gasta más o gasta menos. No: se va a reactivar cuando le das más
ingresos a los hogares. El consumo de los hogares representa entre 60% y 70%
del PIB. Entonces, si yo bajo los impuestos y le doy más ingresos a los
hogares, los hogares gastan más, hay más consumo y hay más producción y la
economía se reactiva.
“Pero si yo les quito, cobrándoles más
impuestos, pues voy a tumbar la economía”, insiste el entrevistado.
Otro
efecto pernicioso de la reforma fiscal es el freno que le metió a la reforma
financiera, otra de las grandes reformas de Peña Nieto, con la que se buscaba
que el crédito se convirtiera en un detonador del crecimiento económico, a
partir del supuesto de que con ella fluirían de manera contundente los
préstamos de instituciones financieras a personas y empresas, de manera más
fácil y a un costo menor, en apoyo del consumo y las actividades productivas.
Pero
una vez desplomado el ingreso disponible de personas, hogares y empresas –y aun
de gobiernos estatales y municipales– nomás no hay demanda de más crédito, por
más que los bancos quieran y puedan prestar más.
Expectativas
truncas
El propio
presidente ejecutivo de la Asociación de Bancos de México (ABM), Alberto Gómez
Alcalá, lo dijo así el jueves 27:
“No hay ningún elemento, por el lado de la
oferta, que impida que el crédito avance más rápido. Lo que no se ha presentado
es precisamente esa demanda; y no se puede presentar esa demanda, si el
crecimiento (de la economía) no es tan alto, si no hay proyectos de inversión.”
Enrique
Peña Nieto llega, pues, a su tercer año de gobierno con varias de sus
espectaculares reformas haciendo agua.
De
hecho, el conjunto de reformas estructurales ya aprobadas, en sus cambios
constitucionales y en su legislación secundaria, no serán la panacea que ha
prometido el gobierno, ni el detonador del crecimiento económico.
Las
propias cifras oficiales dan cuenta de que el impacto de las reformas en la
economía será muy menor, por lo menos en lo que resta del sexenio.
Sin
embargo, apenas concluida la aprobación de las reformas, el gobierno tenía la
certeza de que con ellas México sería otro a partir de 2015.
El
13 de diciembre de 2013 se publicó en el Diario Oficial de la Federación el
decreto presidencial que ponía en marcha el Programa Nacional de Financiamiento
del Desarrollo (Pronafide) 2013-2018.
En
el capítulo “Efecto de las reformas estructurales sobre el crecimiento”, se
señala alegremente:
“Las reformas estructurales… tienen la
capacidad de incrementar de manera sostenida el potencial de crecimiento de
México. Lo anterior se debe a que dichas reformas impactarán de manera positiva
en la capacidad productiva de la economía a través de su efecto sobre la
productividad, la inversión y el empleo eliminando así las barreras en sectores
clave que actualmente impiden a la economía mexicana alcanzar su máximo
potencial.”
Y
para demostrarlo, el documento contiene un cuadro en el que se estima el
crecimiento económico, entre 2015 y 2018 con y sin reformas.
Sin
éstas, la economía crecería, de manera “inercial”, 3.8% en 2015; 3.7% en 2016;
3.6% en 2017, y 3.5% en 2018, el último año de la administración actual.
Pero
con las radicales reformas estructurales, el crecimiento económico sería
notoriamente mayor: 4.7% en 2015; 4.9% en 2016; 5.2% en 2017, y 5.3% en 2018.
Pero
la realidad, siempre tan díscola, se le impuso al gobierno de Peña Nieto.
Los
nuevos cálculos de la Secretaría de Hacienda, apenas del viernes 21, dicen que
este año la economía crecerá entre 2% y 2.6% y que en 2015 lo hará entre 3.2% y
4.2%.
Es
decir, con todo y reformas la economía todavía se desenvolverá, al menos el
próximo año, en el terreno “inercial”, como si aquellas no existieran.
Todavía
más: dos días antes de los nuevos pronósticos de Hacienda, el Banco de México
bajó sus estimaciones para éste y el próximo año, y estableció, por primera
vez, su previsión para 2016.
En
2014, la economía crecerá entre 2% y 2.5%; en 2015, entre 3% y 4%, y en 2016,
entre 3.2% y 4.2%.
Es
decir, para el banco central la economía seguirá en el terreno inercial, muy a
pesar de las reformas.
Peor:
la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), apenas
el martes 25, le dio la puntilla al optimismo del gobierno mexicano.
Para
2014 bajó su estimado de crecimiento económico de 3.4% a 2.6%; para 2015, de
4.1% a 3.9%, y pronostica que para 2016 la economía mexicana crecerá 4.2%.
Conclusión:
las reformas estructurales no serán el gran impulso de la economía del país.
Por
lo menos en este sexenio. l
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