Revista
Proceso,
No. 1987, 29 de noviembre de 2014
El
primer tercio y la gran crisis/LORENZO MEYER
Números
y significado
Al
concluir el segundo año del sexenio de Enrique Peña Nieto (EPN), y teniendo
como marco una inesperada y severa crisis política, han aparecido números que
dicen mucho sobre la naturaleza del bienio.
Vistas
con detenimiento, las 11 reformas mencionadas no fueron el parteaguas que el
gobierno dijo que eran, salvo en un caso: el de los hidrocarburos. Y es que el
cambio del artículo 27 constitucional para permitir el acceso del capital
privado nacional e internacional a todos los campos de la industria del
petróleo y el gas fue el golpe decisivo del neoliberalismo en contra del último
gran pilar del nacionalismo forjado por la Revolución Mexicana que aún
permanecía en pie.
Años
antes, el gobierno panista de Felipe Calderón había intentado un ataque lateral
a la herencia constitucional cardenista pero fracasó. Y es que Calderón se
propuso abrir la explotación de los depósitos de petróleo en aguas profundas al
capital privado extranjero prometiendo encontrar “un tesoro”, mas no logró el
apoyo de la oposición priista. En contraste, EPN diseñó una estrategia que de
entrada implicó contar con la anuencia y la colaboración activa e incluso
entusiasta de la oposición panista y perredista. Fue de este modo que en tan
sólo 20 meses EPN levantó el marco legal de un proyecto sexenal que debería
permitir a su gobierno una gran libertad en la asignación de recursos y
oportunidades al sector privado, en particular a empresarios cercanos a él y al
grupo que controla al gobierno federal.
El
corazón del proyecto
La
estrategia legislativa que llevó a lograr las “reformas estructurales” se
diseñó a partir del llamado “Pacto por México”. Este documento de 95 puntos,
dado a conocer al día siguiente de la toma de posesión, se convirtió en el
corazón político de la primera etapa del sexenio. Fue un gran acuerdo cupular
entre el presidente y su partido, por un lado, y por el otro los presidentes de
los dos grandes partidos que, formalmente, constituían la oposición de derecha
e izquierda: el PAN, que tras dos sexenios en la Presidencia apenas obtuvo en
2012 el 25.4% de los votos, y el PRD, entonces la segunda fuerza política
(31.5% de los sufragios), pero que para entonces ya estaba en una situación
difícil, pues su candidato presidencial y gran movilizador del voto, Andrés
Manuel López Obrador (AMLO), lo había abandonado para fundar otro –Morena– que,
inevitablemente, a partir de 2015 competiría con el PRD por el espacio
izquierdo del espectro político nacional.
De
todos los cambios propuestos en el Pacto por México, el más importante –el
corazón del corazón– era el que se concentraba en los puntos o compromisos del
54 al 60, y que implicaron la reforma al artículo 27 constitucional en materia
de hidrocarburos. Sin rechazar el principio de que los depósitos petroleros son
propiedad de la nación, la reforma hizo de Pemex –símbolo del nacionalismo
económico– una empresa petrolera más, una que deberá competir con otras pues se
eliminó la restricción que desde 1960 impedía la firma de contratos con
particulares para la extracción de hidrocarburos; también se abrió la
petroquímica básica –hasta ese momento un monopolio del Estado– a la inversión
privada, lo mismo que el transporte y la comercialización de los combustibles.
Como corolario, el mercado eléctrico también se abrió al capital privado
nacional o externo.
El
aplauso externo
Las
medidas anteriores, y en una actitud que recordó lo sucedido con Carlos
Salinas, los gobiernos y los medios de comunicación internacionales se
mostraron entusiasmados hasta el extremo por el retorno del PRI neoliberal al
poder. Además, este retorno se hizo sin la sombra del burdo fraude electoral de
1988 (la compra e inducción de votos en 2012 se consideró peccata minuta, parte
de los usos y costumbres del país y practicada por todos los contendientes). La
revista Time del 24 de febrero de 2014 incluso dio su portada a EPN y lo
presentó como el “salvador de México”.
La
caída y prisión de la poderosa dirigente del Sindicato Nacional de Trabajadores
de la Educación (SNTE), Elba Esther Gordillo, fue interpretada por esos mismos
observadores externos no como el castigo a una antigua priista convertida en un
obstáculo para devolver al SNTE su carácter de instrumento priista, sino como
lo que no fue: el inicio de un ataque a fondo de un mal endémico: la
corrupción. La captura en febrero de 2014 del poderoso e internacionalmente
famoso narcotraficante de Sinaloa Joaquín El Chapo Guzmán volvió a producir el
aplauso externo, pese a que la actividad de los cárteles del narcotráfico no
disminuyó en nada.
Finalmente,
mientras el PAN, los círculos empresariales y el exterior loaban la “valentía”
de EPN para poner fin a la última herencia cardenista –la actividad petrolera
como monopolio estatal–, la mayoría de los mexicanos mantuvo una opinión
contraria. Una encuesta del instituto Pew de Estados Unidos, publicada a
inicios de 2014, mostró que la apertura de la industria petrolera al capital
privado extranjero era reprobada por la mayoría de los mexicanos (57% contra
34%).
Y,
sin embargo, la economía no
se
mueve
Las
“reformas estructurales”, se dijo dentro y fuera del país, habían creado el
“Mexican moment”. En los círculos empresariales se aceptó la tesis que sostenía
que la ortodoxia económica traería como consecuencia un repunte de la economía
mexicana y que, por fin, el país se reencontraría con la generación de empleo,
la disminución de la pobreza y con todo lo que se asocia al crecimiento
económico. Sin embargo, al concluir 2014, la promesa del crecimiento se
mantenía como eso, como una promesa, mientras que la realidad insistía en
mantener mediocre el incremento del PIB.
Al
inicio de 2014, los pronósticos de la tasa de crecimiento del PIB –ligados a
los vaivenes de la economía estadunidense– fueron modestamente optimistas: 3.4%
se dijo en febrero en el Banco de México, pero al correr del año las
expectativas fueron disminuyendo hasta quedar en vaticinios absolutamente
mediocres: entre 2.1% y 2.6%. En noviembre de 2014 una encuesta señaló que, en
relación con el año anterior, 40% de los mexicanos consideraba que su situación
económica permanecía estancada, pero 48% aseguró que había empeorado
(Excélsior, 24 de noviembre). Por otro lado, la Cepal hizo notar que mientras
en la mayoría de los países latinoamericanos la pobreza y la indigencia iban a
la baja, en México ocurría exactamente lo contrario, aquí iban al alza
(“Panorama social de América Latina, 2013”).
Fue
en este marco de insuficiencia económica para la mayoría pero de casi euforia
para la minoría que estalló la crisis de inconformidad política masiva al final
del segundo año de gobierno de EPN.
La
crisis
El
detonador de las protestas masivas contra el gobierno en general y contra EPN
en particular se localiza en una ciudad de 140 mil habitantes –Iguala– en
Guerrero, el estado con los peores índices de marginación. El asesinato de seis
personas y el secuestro y paradero desconocido de 43 estudiantes de la Normal
Rural de Ayotzinapa por la policía municipal en complicidad con el crimen
organizado –los Guerreros Unidos– la noche del 26 de septiembre, no obstante la
presencia del 27 Batallón de Infantería en la ciudad, detonó una reacción de
gran indignación que hechos más monstruosos en el pasado no habían logrado,
como la desaparición en un solo día de 300 personas en Allende, Coahuila, a
manos de Los Zetas en 2011.
Que
el crimen involucrara la subordinación del cuerpo de policía y de toda la
estructura municipal de Iguala y Cocula al crimen organizado, que la acción
exhibiera un grado inaudito de crueldad –desollar y sacar los ojos de una de
las jóvenes víctimas– y que el gobierno federal no lograra dar con los
secuestrados, hizo que lo acontecido en Guerrero fuera la proverbial gota que
derramó un vaso lleno de agravios en contra de la sociedad mexicana.
La
tragedia de Iguala, a la que le había precedido la de Tlatlaya, donde el
Ejército ejecutó a sus prisioneros y a la que después se le agregaría un caso
concreto de tráfico de influencias a nivel presidencial –la mansión de lujo
extremo que un contratista del gobierno del Estado de México, el tamaulipeco
Juan Armando Hinojosa Cantú, construyó para la esposa de EPN–, desembocó en
movilizaciones en todo el país y en el extranjero, que demandaron no sólo el
esclarecimiento del crimen contra los estudiantes, sino incluso la renuncia de
EPN. Esas movilizaciones y protestas buscaron y buscan hacer evidente el
hartazgo de un buen número de ciudadanos con una estructura de gobierno
corrupta hasta la médula y a todos los niveles, que es ineficiente, refractaria
a la rendición de cuentas y asociada en numerosos puntos con un crimen
organizado que tiene más cabezas que la Hidra de Lerna. Se trata de un reclamo
masivo ante la incapacidad de resolver el problema del estancamiento económico,
el rechazo a la desnacionalización del aparato productivo, a la reproducción de
una estructura social donde una familia posee la segunda mayor fortuna del
mundo mientras que la mitad de la población es clasificada como pobre y,
finalmente, el disgusto frente a una política sostenida por acuerdos entre
partidos que no representan otros intereses que los de ellos mismos.
¿Recuperar
la iniciativa?
Tras
quedar pasmado por semanas ante la crisis que se le vino encima, y después de
transcurrir dos meses sin poder o sin querer encontrar a los estudiantes
desaparecidos, pero descubriendo cada vez más fosas clandestinas con cadáveres
que no se buscaban, EPN decidió asumir como propio uno de los lemas de las
movilizaciones en su contra –“Todos somos Ayotzinapa”–, y el 27 de noviembre
propuso un plan de 10 puntos para enfrentar no la raíz de la crisis sino sus
manifestaciones más inmediatas. Se trató de un claro intento por arrebatar la
iniciativa política de manos de los padres y compañeros de los estudiantes desaparecidos,
de los jóvenes estudiantes que forman el grueso de las marchas en las calles.
La iniciativa con sus 10 puntos puede ser vista como una edición de bolsillo
del “Pacto por México” para combatir la inseguridad y el crimen organizado,
reformar las policías estatales y reafirmar las declaraciones contra la
corrupción y la pobreza. El punto más llamativo de la propuesta es un proyecto
de ley que permitirá al gobierno federal desaparecer ayuntamientos ahí donde el
crimen se haya apoderado de la autoridad local, lo que viene bien con el
esfuerzo de EPN de recuperar algo del presidencialismo del pasado.
Hasta
ahora, la respuesta de EPN y su gobierno a la crisis se antoja pequeña en
relación a las dimensiones de ésta, donde lo que se cuestiona de manera masiva
ya no es sólo al presidente y a su gobierno sino al régimen mismo. Está aún por
verse si EPN realmente puede recuperar el liderazgo real del proceso político,
pues si bien él y los suyos tienen el control de las instituciones formales, la
legitimidad la tienen quienes los cuestionan.
La
crisis que afronta EPN al final de su primer tercio es, finalmente, no sólo una
crisis de su gobierno, sino de todo un régimen, resultado de una transición que
se inició en 1997 y que a estas alturas pareciera agotada y fallida.
Lo
sucedido en Iguala ha servido para hacer evidente a una parte sustantiva de la
sociedad mexicana, en particular a los jóvenes, que el problema de fondo es que
en el siglo XXI se logró modificar pero no acabar con el régimen autoritario
creado por el PRI y el presidencialismo en el siglo pasado.
La
cuestión importante al concluir 2014 no es tanto cómo enfrentará EPN lo que
resta de su sexenio, sino cómo la sociedad mexicana puede aprovechar esta
coyuntura crítica –la movilización y el hartazgo– para dar forma a un proyecto
alternativo al que hoy existe, uno efectivamente nacional y para el siglo XXI.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario