Diplomacia
triangular/Rafael Navarro-Valls es catedrático, académico y autor del libro Entre dos orillas: de Obama a Francisco.
Publicado en El
Mundo | 19 de diciembre de 2014
El
comunicado simultáneo de Washington y La Habana restableciendo relaciones
diplomáticas entre dos tradicionales adversarios demuestra tres cosas. La
primera, que Obama -el pato cojo- está menos cojo de lo que todos creíamos. La
segunda, que la diplomacia vaticana vuelve por sus fueros y la tercera que a
los Castro -con este sorprendente deshielo invernal- les ha tocado la lotería.
He
dicho sorprendente pero, en realidad y visto en perspectiva, el desenlace era
previsible. Cuando Kennedy el 27 de octubre de 1962 -en un ejercicio de presión
ostensible y diplomacia secreta- aceptó el ofrecimiento de Kruschev de retirar
sus misiles de la isla caribeña si Estados Unidos prometía no invadir nunca
Cuba, se inició una situación extraña. Parecida a la que en la Segunda Guerra
Mundial se llamó una drôle de guerre (una extraña guerra) cuando los ejércitos francés
y alemán -declaradas ya las hostilidades- se observaban de trinchera a
trinchera, durante meses, sin iniciar las operaciones bélicas. También entre
Cuba y Estados Unidos -pero con duración de décadas- ha habido un estado de
alerta sin hostilidades guerreras: Washington mantuvo su bloqueo, La Habana
vociferó agriamente. Pero el tiempo comenzó a cansar a cubanos y americanos. No
a todos los primeros, pues el exilio cubano de Miami legítimamente persiste en
su posición hostil a un régimen que les quitó sus propiedades y libertades. Ni
a todos los segundos, pues una buena parte de los republicanos ha visto el
restablecimiento de relaciones como «una concesión estúpida» (John Boehner), un
error que da la mano a «un régimen represivo» (Jeb Bush), «concesiones a cambio
de nada» (Marco Rubio ).
Pero
la verdad es que, dentro y fuera de Estados Unidos, abierta o subterráneamente,
venía apostándose por el cese del combate en un ring con dos boxeadores
exhaustos. Es sintomático que, en su intervención, Obama hable del fin de una
política que ha supuesto «un fracaso durante décadas». Lo que implícitamente ha
ratificado Raúl Castro al abogar por un nuevo clima en el que «debemos aprender
el arte de convivir de forma civilizada con nuestras diferencias». Las
reacciones internacionales han sido mayoritariamente de alivio. Para el
presidente de Colombia, la decisión es un «paso fundamental», que va a
repercutir positivamente en todo el hemisferio. Rusia:«Un paso en la buena
dirección». Alemania: «Muy buenas noticias en estos tiempos llenos de
conflictos», etc.
La
situación creada por el acercamiento Cuba EEUU se asemeja de algún modo a la
que supuso la declaración de Richard Nixon a la nación americana el 15 de julio
de 1971, a las 7.30 horas, anunciando el principio de la «normalización de las
relaciones entre China y EEUU», y un próximo viaje del presidente a Pekín.
Aquella «semana que cambió al mundo» concluyó -cuando los republicanos Nixon y
Ford dejaron el poder- con algo menos conocido, pero exactamente igual a lo
acaecido ayer. Me refiero al anuncio de 15 de diciembre de 1978, en el que el
presidente del Comité Central del Partido Comunista de China, Jua Kuo-feng, y
el presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter, anunciaron simultáneamente el
establecimiento de relaciones diplomáticas entre sus dos naciones, a partir del
1 de enero de 1979. También entonces sectores americanos reaccionaron
duramente, pero la realidad fue que, en general, la comunidad internacional
celebró el acontecimiento.
Tal
vez sea una coincidencia, pero el caso es que el día del desenlace -en el que
Obama y Raúl Castro atribuyeron un importante papel a Francisco- coincide con
el 78 cumpleaños del Papa argentino. Puede ser un detalle cordial con la
primera autoridad moral de la Tierra y el máximo representante de una
diplomacia con experiencia de siglos para mediar en conflictos. Efectivamente,
según la nota vaticana y las afirmaciones de Castro y Obama, el Papa Francisco
escribió a los dos para invitarles a resolver cuestiones humanitarias que
afectaban al problema, acogió a las delegaciones de ambos países y ofreció sus
buenos oficios para favorecer un diálogo sobre «temas delicados».
La
nota vaticana resalta el deseo de «favorecer el bienestar de los ciudadanos de
los dos países». Efectivamente, el objetivo de la diplomacia vaticana hoy no es
tanto resolver un problema entre dos ideologías, sino sobre todo atender a
individuos concretos -en este caso, el pueblo cubano- en una situación humana,
económica y socialmente compleja. El centro de las relaciones entre Iglesia y
Estado son hoy los ciudadanos implicados, no los intereses de las cúpulas de
mando. Cuando Chile y Argentina, por ejemplo, aceptaron el arbitraje de Juan
Pablo II en su conflicto sobre Beagle, por cuestión de horas no solamente se
evitó una guerra, sino que salvó la vida de casi 30.000 personas. Cuando
Estados Unidos y Francia estaban preparados para una intervención en Siria, el
Papa Francisco envió una carta personal para Putin -en realidad para todo el G-20
reunido en Moscú- en la que decía que «todos los gobiernos tienen el deber
moral de hacer todo lo posible para garantizar la asistencia humanitaria a las
personas que sufren debido al conflicto, tanto dentro como fuera de las
fronteras del país». Esta audaz intervención llevó a que Putin pidiera a
Estados Unidos una inspección y destrucción de los centros sirios de guerra
bacteriológica, evitando una guerra segura.
Ciertamente
el exilio cubano y bastantes personas dentro de Cuba no parecen demasiado de acuerdo
con esta normalización del problema. Según mis fuentes, bastantes de ellos
opinan que, por parte norteamericana, es una posición oportunista, orientada a
estar presentes cuando los cambios interiores inevitablemente ocurran. Por
parte cubana -dicen- es un modo de dar legitimidad y poder a un régimen que,
por sistema, conculca las libertades democráticas. Por eso antes apunté que los
Castro son los grandes beneficiados en este deshielo invernal. Sin embargo,
puede haber un efecto colateral en la intervención del Papa en el conflicto
cubano: la de que se acelere aún más el reconocimiento por el régimen cubano de
la primera de las libertades, la libertad religiosa. Es cuestión de tiempo que
las demás libertades irrumpan en aluvión.
De
algún modo, algo similar ocurrió en el Este europeo. Los principios morales
ayudaron decisivamente a derribar murallas cuyo cemento parecía hecho para
durar una eternidad. Recuerdo que Tad Szulc calificó como «el último gran
espectáculo político de este final del siglo XX» el encuentro de Juan Pablo II
con Fidel Castro en 1998. Tenía razón, aunque solamente en parte. Juan Pablo II
-al igual que ahora Francisco- son dos personas que han tenido la virtud de
cambiar los parámetros «políticos» de una situación por parámetros «humanos» o
éticos. Tal vez, también en esta ocasión, la intervención de la diplomacia
vaticana contribuya a una voladura controlada de la última muralla que, en
Occidente, separa a todo un pueblo de la libertad.
En
realidad lo acaecido es la suma de acontecimientos en los que, poco a poco, ha
ido creciendo el prestigio de la Iglesia católica en Cuba. Todo se inició con
el viaje de Juan Pablo II. La entrevista entre el Papa polaco y Fidel Castro
fue importante. Desde entonces, la Iglesia ha ido alcanzando un claro
reconocimiento como «cuerpo social» en la isla caribeña. Incluso la jerarquía
cubana ha aceptado la mediación de la Iglesia en algunos concretos conflictos
sociales cubanos recientes. Francisco ha continuado el proceso. Naturalmente
-me lo subraya Joaquín Navarro-Valls, que se entrevistó muchas horas con el
mandatario cubano preparando el viaje de Juan Pablo II- lo que ha sucedido
solamente era posible para las autoridades cubanas mientras Fidel estuviera
vivo. Después, la nueva era cubano-estadounidense hubiera parecido una reforma
de la Revolución. Fidel, en vida, ha aceptado el cambio, que ahora aparece
simplemente como una matización en el proceso revolucionario.
En
fin, el pato cojo ha querido dejar un legado para la Historia y para su
memoria. Parece que lo ha conseguido. El desafío ahora para Obama es lograr que
el Congreso levante el embargo de Cuba. Veremos.
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