20 dic 2014

Diplomacia triangular/

Diplomacia triangular/Rafael Navarro-Valls es catedrático, académico y autor del libro Entre dos orillas: de Obama a Francisco.

Publicado en El Mundo | 19 de diciembre de 2014
El comunicado simultáneo de Washington y La Habana restableciendo relaciones diplomáticas entre dos tradicionales adversarios demuestra tres cosas. La primera, que Obama -el pato cojo- está menos cojo de lo que todos creíamos. La segunda, que la diplomacia vaticana vuelve por sus fueros y la tercera que a los Castro -con este sorprendente deshielo invernal- les ha tocado la lotería.
He dicho sorprendente pero, en realidad y visto en perspectiva, el desenlace era previsible. Cuando Kennedy el 27 de octubre de 1962 -en un ejercicio de presión ostensible y diplomacia secreta- aceptó el ofrecimiento de Kruschev de retirar sus misiles de la isla caribeña si Estados Unidos prometía no invadir nunca Cuba, se inició una situación extraña. Parecida a la que en la Segunda Guerra Mundial se llamó una drôle de guerre (una extraña guerra) cuando los ejércitos francés y alemán -declaradas ya las hostilidades- se observaban de trinchera a trinchera, durante meses, sin iniciar las operaciones bélicas. También entre Cuba y Estados Unidos -pero con duración de décadas- ha habido un estado de alerta sin hostilidades guerreras: Washington mantuvo su bloqueo, La Habana vociferó agriamente. Pero el tiempo comenzó a cansar a cubanos y americanos. No a todos los primeros, pues el exilio cubano de Miami legítimamente persiste en su posición hostil a un régimen que les quitó sus propiedades y libertades. Ni a todos los segundos, pues una buena parte de los republicanos ha visto el restablecimiento de relaciones como «una concesión estúpida» (John Boehner), un error que da la mano a «un régimen represivo» (Jeb Bush), «concesiones a cambio de nada» (Marco Rubio ).

Pero la verdad es que, dentro y fuera de Estados Unidos, abierta o subterráneamente, venía apostándose por el cese del combate en un ring con dos boxeadores exhaustos. Es sintomático que, en su intervención, Obama hable del fin de una política que ha supuesto «un fracaso durante décadas». Lo que implícitamente ha ratificado Raúl Castro al abogar por un nuevo clima en el que «debemos aprender el arte de convivir de forma civilizada con nuestras diferencias». Las reacciones internacionales han sido mayoritariamente de alivio. Para el presidente de Colombia, la decisión es un «paso fundamental», que va a repercutir positivamente en todo el hemisferio. Rusia:«Un paso en la buena dirección». Alemania: «Muy buenas noticias en estos tiempos llenos de conflictos», etc.
La situación creada por el acercamiento Cuba EEUU se asemeja de algún modo a la que supuso la declaración de Richard Nixon a la nación americana el 15 de julio de 1971, a las 7.30 horas, anunciando el principio de la «normalización de las relaciones entre China y EEUU», y un próximo viaje del presidente a Pekín. Aquella «semana que cambió al mundo» concluyó -cuando los republicanos Nixon y Ford dejaron el poder- con algo menos conocido, pero exactamente igual a lo acaecido ayer. Me refiero al anuncio de 15 de diciembre de 1978, en el que el presidente del Comité Central del Partido Comunista de China, Jua Kuo-feng, y el presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter, anunciaron simultáneamente el establecimiento de relaciones diplomáticas entre sus dos naciones, a partir del 1 de enero de 1979. También entonces sectores americanos reaccionaron duramente, pero la realidad fue que, en general, la comunidad internacional celebró el acontecimiento.
Tal vez sea una coincidencia, pero el caso es que el día del desenlace -en el que Obama y Raúl Castro atribuyeron un importante papel a Francisco- coincide con el 78 cumpleaños del Papa argentino. Puede ser un detalle cordial con la primera autoridad moral de la Tierra y el máximo representante de una diplomacia con experiencia de siglos para mediar en conflictos. Efectivamente, según la nota vaticana y las afirmaciones de Castro y Obama, el Papa Francisco escribió a los dos para invitarles a resolver cuestiones humanitarias que afectaban al problema, acogió a las delegaciones de ambos países y ofreció sus buenos oficios para favorecer un diálogo sobre «temas delicados».
La nota vaticana resalta el deseo de «favorecer el bienestar de los ciudadanos de los dos países». Efectivamente, el objetivo de la diplomacia vaticana hoy no es tanto resolver un problema entre dos ideologías, sino sobre todo atender a individuos concretos -en este caso, el pueblo cubano- en una situación humana, económica y socialmente compleja. El centro de las relaciones entre Iglesia y Estado son hoy los ciudadanos implicados, no los intereses de las cúpulas de mando. Cuando Chile y Argentina, por ejemplo, aceptaron el arbitraje de Juan Pablo II en su conflicto sobre Beagle, por cuestión de horas no solamente se evitó una guerra, sino que salvó la vida de casi 30.000 personas. Cuando Estados Unidos y Francia estaban preparados para una intervención en Siria, el Papa Francisco envió una carta personal para Putin -en realidad para todo el G-20 reunido en Moscú- en la que decía que «todos los gobiernos tienen el deber moral de hacer todo lo posible para garantizar la asistencia humanitaria a las personas que sufren debido al conflicto, tanto dentro como fuera de las fronteras del país». Esta audaz intervención llevó a que Putin pidiera a Estados Unidos una inspección y destrucción de los centros sirios de guerra bacteriológica, evitando una guerra segura.
Ciertamente el exilio cubano y bastantes personas dentro de Cuba no parecen demasiado de acuerdo con esta normalización del problema. Según mis fuentes, bastantes de ellos opinan que, por parte norteamericana, es una posición oportunista, orientada a estar presentes cuando los cambios interiores inevitablemente ocurran. Por parte cubana -dicen- es un modo de dar legitimidad y poder a un régimen que, por sistema, conculca las libertades democráticas. Por eso antes apunté que los Castro son los grandes beneficiados en este deshielo invernal. Sin embargo, puede haber un efecto colateral en la intervención del Papa en el conflicto cubano: la de que se acelere aún más el reconocimiento por el régimen cubano de la primera de las libertades, la libertad religiosa. Es cuestión de tiempo que las demás libertades irrumpan en aluvión.
De algún modo, algo similar ocurrió en el Este europeo. Los principios morales ayudaron decisivamente a derribar murallas cuyo cemento parecía hecho para durar una eternidad. Recuerdo que Tad Szulc calificó como «el último gran espectáculo político de este final del siglo XX» el encuentro de Juan Pablo II con Fidel Castro en 1998. Tenía razón, aunque solamente en parte. Juan Pablo II -al igual que ahora Francisco- son dos personas que han tenido la virtud de cambiar los parámetros «políticos» de una situación por parámetros «humanos» o éticos. Tal vez, también en esta ocasión, la intervención de la diplomacia vaticana contribuya a una voladura controlada de la última muralla que, en Occidente, separa a todo un pueblo de la libertad.
En realidad lo acaecido es la suma de acontecimientos en los que, poco a poco, ha ido creciendo el prestigio de la Iglesia católica en Cuba. Todo se inició con el viaje de Juan Pablo II. La entrevista entre el Papa polaco y Fidel Castro fue importante. Desde entonces, la Iglesia ha ido alcanzando un claro reconocimiento como «cuerpo social» en la isla caribeña. Incluso la jerarquía cubana ha aceptado la mediación de la Iglesia en algunos concretos conflictos sociales cubanos recientes. Francisco ha continuado el proceso. Naturalmente -me lo subraya Joaquín Navarro-Valls, que se entrevistó muchas horas con el mandatario cubano preparando el viaje de Juan Pablo II- lo que ha sucedido solamente era posible para las autoridades cubanas mientras Fidel estuviera vivo. Después, la nueva era cubano-estadounidense hubiera parecido una reforma de la Revolución. Fidel, en vida, ha aceptado el cambio, que ahora aparece simplemente como una matización en el proceso revolucionario.
En fin, el pato cojo ha querido dejar un legado para la Historia y para su memoria. Parece que lo ha conseguido. El desafío ahora para Obama es lograr que el Congreso levante el embargo de Cuba. Veremos.

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