- El caso de Iguala es la versión extrema y más dolorosa de este problema, donde las autoridades locales actuaron mal, muy mal, y las federales quizá por omisión, también lo hicieron.
- Reconoció que “No es suficiente la certificación individual“
37ª Sesión del Consejo Nacional de Seguridad Pública
Los Pinos, a 19 de diciembre de 2014
Habla la doctora María Elena Morera de
Galindo.
Muchas gracias. Buenas tardes.
Señor
Presidente; señores miembros del Consejo Nacional de Seguridad Pública; amigos
de la sociedad civil y de los medios de comunicación.
Éste
es el discurso más difícil que me ha tocado pronunciar, con mis palabras quiero
caminar en una línea muy delgada entre la legítima indignación y la necesidad
de construir.
Somos
muchos mexicanos y mexicanas doblemente agraviados.
Primero.
Por los hechos de: Tlatlaya, Ayotzinapa, de las casas y esta semana de la
Ruana, en Michoacán, entre otros.
Segundo.
Por la limitada respuesta de las autoridades ante estos hechos.
Sin
embargo, también hay que reconocer que algunas autoridades han actuado y hay
que reconocer la necesidad desde la sociedad civil de tener esperanza y apoyar
al Gobierno, no para administrar la crisis, no para esconder los temas debajo
de la mesa, sino para transformar las instituciones nacionales y forjar un país
distinto, reconstruyendo también el tejido social.
Sabemos
todos que existe un círculo de corrupción, simulación e impunidad que impide
que tengamos cambios de fondo en nuestro país y que en este círculo todos
estamos inmersos o la gran mayoría de los mexicanos.
Si
no logramos cambiar esta ecuación, no tendremos policías profesionales, ni
ministerios públicos honestos, ni un sistema judicial que nos permita construir
un verdadero Estado de Derecho.
El
caso de Iguala es la versión extrema y más dolorosa de este problema, donde las
autoridades locales actuaron mal, muy mal, y las federales quizá por omisión,
también lo hicieron.
Sin
embargo, aquí también hay que reconocer el trabajo que hizo la Policía Federal
y la Procuraduría General de la República para encontrar a los culpables y
ponerlos en la cárcel, para tratar de encontrar a las víctimas y para apoyar a
las familias. Sin embargo, este trabajo aún no está cerrado y esperamos que
pronto así lo sea.
Sin
embargo, también tenemos muchos otros casos, como en Michoacán, Tamaulipas,
Coahuila, el Estado de México, Morelos, Veracruz, entre otros, que no podemos
ni debemos dejar de ver, ni olvidar a las víctimas que no están siendo
debidamente atendidas por todas sus autoridades.
Lo
que hoy ocurre en Guerrero, es un ejemplo contundente de la erosión
institucional que sufre el Estado por este binomio inseparable de corrupción y
de criminalidad. Las mismas redes de opacidad, que protegen y permiten que un
Presidente Municipal, un Gobernador o un funcionario federal aproveche su cargo
público para beneficio propio, son las mismas carreteras por las que los
delincuentes penetran e infiltran los distintos órganos de autoridad.
Es
por eso que las acciones para combatir la corrupción deben atender a sus causas
y dejar a un lado la simulación pues se trata de un problema estructural en el
que todos tenemos algo que hacer.
Y
en este sentido, nos preocupa que la ley del Sistema Nacional Anticorrupción,
que fue impulsada desde la sociedad civil por organizaciones y expertos, esté
detenida en el Legislativo por la insistencia de algunos partidos de querer
meter un consejo de ética o uno de integridad pública, y me refiero al PAN y al
PRI.
Consideramos
que esto rompería con la credibilidad del esfuerzo, ya que no es concebible que
quienes son sujetos obligados, también sean juez y parte.
El
problema es que la corrupción debilita la seguridad nacional, poniendo en
riesgo la solidez y la sustentabilidad del Estado mexicano y fomenta la
inseguridad pública llenando de miedo la vida de los ciudadanos.
En
esta materia, los policías son el primer y más importante eslabón de los
ciudadanos con el Gobierno.
Una
policía que debería ser respetada y que debería darse a respetar, pero no. La
mayoría de los ciudadanos la ven como una institución represora, reactiva,
abusiva y desvinculada.
Pero
ellos, los policías, también son víctimas de atropellos por parte de los ciudadanos,
como lo hemos visto en Guerrero o en el Distrito Federal en los últimos meses
sin que la autoridad haga nada y simplemente se queda callada, al igual que los
ciudadanos. También, muchas veces son víctimas de sus propios superiores, por
esto es la necesidad de diseñar una política pública de seguridad pensando en
la policía, pero en la policía que queremos.
En
este sentido, coordinar 32 policías es más sencillo que mil 800,
indudablemente. Sin embargo, esto no sugiere un cambio de fondo o no solamente
con esto vamos a tener un cambio de fondo, sino que es un cambio gerencial. Y
no necesariamente hay razones para creer que podemos confiar más en un
Gobernador que en un Presidente Municipal.
Yo,
la verdad, no le encargaría la seguridad de mi familia al ex Gobernador de
Tamaulipas, o al de Guerrero o al de Michoacán, como tampoco se lo confiaría al
Presidente Municipal de Iguala o de Ecatepec.
Lo
importante son los pesos y contrapesos, la certificación institucional, no sólo
quién es el jefe de la policía.
Con
respecto a la iniciativa de ley no hay una posición unificada dentro de la
sociedad civil, creemos que se debe de analizar por el cambio que implica, por
los recursos económicos que se requieren, por el tiempo para lograrlo y
principalmente saber cuál es el objetivo para hacerlo.
Recordemos
que hemos tenido muchísimos cambios respecto a nuestro sistema de seguridad
desde 1994 y hoy no estamos mejor.
Estamos
convencidos que las soluciones no solamente se dan por ley o por decreto, y
además, mientras esta discusión de la ley sigue adelante, creemos que podemos
avanzar mucho y para lograrlo, como dijo el Secretario Osorio, hay un trabajo
conjunto entre ciudadanos y autoridades y éste es fundamental en la
construcción de un México seguro.
Por
ejemplo, desde Causa en Común, hemos tenido la apertura de los gobiernos
estatales para acompañar a las policías estatales en su desarrollo policial;
hemos identificado instituciones policiales, como la de Baja California o la de
Nuevo León, con un sistema de desarrollo policial aceptable, muy aceptable, y
que se refleja, por supuesto, en la seguridad de sus ciudadanos, mientras que
otros, como Michoacán, Nayarit, Tlaxcala, Baja California Sur y Zacatecas, han
sido incapaces de atender el desarrollo de sus policías.
Lo
que tenemos que hacer es ver cómo sí se puede lograr. Y una forma de avanzar,
como ya lo dijo el Gobernador Medina, es estableciendo estándares mínimos, que
sean comunes a todas las policías del país.
Esto
se va a traducir en que cualquier policía en la calle respetará y protegerá
nuestros derechos, pero también significará que él o ella tengan la certeza de
que las instituciones a las que pertenecen también respetan los suyos.
Al
respecto, nos dio gusto conocer los avances de la Comisión Especial de Desarrollo
Policial, pero agregaríamos que se requiere un mecanismo para garantizar su
cumplimiento y que le pongan tiempo, porque sin tiempos nada se cumple.
Abracemos
a nuestros policías y garanticemos que tengan una carrera profesional y no un
trabajo como última opción.
En
suma. Proponemos la legislación e implementación efectiva de un sistema
nacional anticorrupción sin consejos.
Segundo.
El rediseño institucional del Secretariado Ejecutivo, a fin de que no solamente
administre recursos, sino que sea una instancia que genere y evalúe política
pública.
Tercero.
La implementación efectiva del desarrollo policial.
Cuarto.
El establecimiento de estándares profesionales.
Quinto.
La certificación institucional. No es suficiente la certificación individual.
Sexto.
La creación de un mecanismo de supervisión externa.
Y
por supuesto, reconocemos que el Presidente incluyó la Clave Única de Identidad
en su decálogo.
Señoras
y señores:
La
confianza institucional se construye. No basta con que nuestras autoridades
identifiquen que estamos haciendo reclamos. Es impostergable que actúen en
consecuencia.
Comencé
esta intervención refiriéndome a la legítima indignación, la cual no significa
asumir una actitud derrotista ni violenta, sino que es una oportunidad de
construir un México más seguro, teniendo memoria de los acontecimientos
ocurridos para que nunca más se presenten, generando instituciones
transparentes y cercanas a los ciudadanos, no sólo en papel sino en lo
cotidiano.
Muchas
gracias.
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