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Syndicate | 19 de diciembre de 2014
La
marcada caída del precio del crudo desde fines de junio ha venido acaparando
los titulares en todo el mundo -y generando, al mismo tiempo, muchas
explicaciones contradictorias-. Algunos atribuyen la caída principalmente a las
expectativas de crecimiento global en baja. Otros ponen el ojo en la expansión
de la producción de petróleo y gas de Estados Unidos. Hay quienes, inclusive,
sospechan de un acuerdo tácito entre Arabia Saudita y Estados Unidos destinado,
entre otras cosas, a debilitar a rivales políticos como Rusia e Irán.
Sea
cual fuere la razón de la caída del precio –razón que probablemente se
encuentre en alguna combinación de estos factores-, las consecuencias son las
mismas. Si bien, como observó la directora gerente del Fondo Monetario
Internacional, Christine Lagarde, los precios más bajos del petróleo pueden
impulsar el crecimiento global general, siendo las economías avanzadas
importadoras de petróleo las más beneficiadas, el impacto en los esfuerzos por
combatir el cambio climático podría ser devastador.
Por
cierto, una caída sostenida de los precios del petróleo no sólo haría que las
fuentes de energía renovable resultaran menos competitivas ahora, sino que
impediría su competitividad futura al desalentar la investigación y la
inversión. En términos más generales, reduciría el incentivo para que los
consumidores, las empresas y los gobiernos llevaran a cabo prácticas más
eficientes en cuanto a consumo de energía.
Aún
si nos mantuviéramos en nuestra trayectoria actual, evitar que las temperaturas
suban más de 2º Celsius por encima de los niveles pre-industriales –el umbral
más allá del cual podrían desatarse las consecuencias más perjudiciales del
cambio climático- sería algo casi imposible de alcanzar. Tal como destacó el
informe más reciente del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, no
podemos darnos el lujo de sesgar en nuestros esfuerzos.
Por
supuesto, la ciencia climática no es precisa. Por el contrario, funciona en
términos de rangos de probabilidad. Pero las estimaciones inciertas no implican
que el riesgo sea menos grave.
Cada
vez más los líderes mundiales parecen admitir esto en teoría, inclusive en la
reunión sobre cambio climático que acaba de concluir en Lima, Perú. Pero siguen
dependiendo de compromisos no vinculantes –dejando al mundo en una trayectoria
climática peligrosa.
Sin
embargo, una marcada caída en los precios del petróleo sí ofrece una rara
oportunidad política para introducir una mayor fijación del precio del carbono.
Después de todo, uno de los principales argumentos contra un “impuesto al
carbono” ha sido que haría subir el costo de la energía. Inclusive las promesas
de que el ingreso proveniente de ese impuesto sería devuelto a los
contribuyentes no sirvieron para superar la resistencia política,
particularmente en Estados Unidos.
No
obstante, ahora que los precios en baja del petróleo ejercen una presión hacia
abajo sobre los sustitutos del petróleo, se podría introducir un impuesto al
carbono sin hacer subir el precio de la energía para los consumidores. Los
responsables de las políticas sólo tienen que estar dispuestos a renunciar a
algunos de los efectos de estímulo a corto plazo de la energía más barata. De
hecho, con precios lo suficientemente bajos, los consumidores podrían seguir
beneficiándose de costos más bajos de la energía –sólo que no tanto como en la
actualidad.
La
estructura de un esquema de fijación de precios del carbono sigue en discusión.
Una opción sería introducir una fijación de precios flexibles, vinculados al
precio del petróleo. Por ejemplo, por cada caída de 5 dólares en el precio por
barril, el impuesto de carbono podría aumentarse una cantidad específica; por
cada incremento de 5 dólares, el impuesto podría reducirse, digamos, en dos
tercios de esa cantidad.
El
precio del carbono, en consecuencia, aumentaría con el tiempo –el resultado
óptimo, según los modelos de crecimiento que tienen en cuenta las limitaciones
climáticas-. Al mismo tiempo, protegería a los consumidores de la volatilidad
de los precios del petróleo, estabilizando así su gasto en energía. Finalmente,
y quizá más importante, una estrategia de estas características sería más
atractiva, desde un punto de vista político, que un impuesto fijo sobre el
carbono, especialmente si se introduce en un momento de marcada caída de los
precios del petróleo.
En
resumen, los líderes mundiales deben aprovechar la caída de los precios del
petróleo para pasar de una fijación indirecta de los precios del carbono –a la
que se llega a través de los precios de sustancias que emiten carbono- a un
impuesto explícito sobre el carbono que puede servir para colocar al mundo en
un camino de crecimiento más sustentable. Para que tengan un impacto real, es
crucial que los esquemas de fijación de precios del carbono se implementen en
todas las economías principales.
Evidentemente,
dada la gran cantidad de impuestos, tasas y subsidios existentes vinculados a
los productos energéticos en diferentes países, alcanzar el objetivo de alinear
el costo efectivo del carbono con su nivel más eficiente desde un punto de
vista económico llevaría tiempo. Pero introducir un impuesto al carbono modesto
y flexible en las economías principales sería un primer paso importante.
El
contexto actual de caída de los precios del petróleo le permite al mundo dar
ese paso. Debería ser modesto, para que sea políticamente factible; flexible,
para que ayude a estabilizar los precios para los consumidores; y tendría que
aumentar con el tiempo, para colocar a la economía global en un camino más
sustentable. Más importante, debería implementarse rápidamente. Después de
todo, esta ventana de oportunidad no permanecerá abierta durante mucho tiempo.
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