Revista
Proceso # 2056, 26 de marzo de
20016..
Los
intentos de la corrupción/JAVIER SICILIA
Para
Nestora, por la alegría de saberla libre y de nuevo en la lucha.
A
unas semanas de la conmemoración del quinto aniversario del Movimiento por la
Paz con Justicia y Dignidad (MPJD), un grupo de ultraderecha, el Consejo
Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal, levantó una denuncia
penal no sólo en contra de quien fue uno de los más importantes dirigentes del
MPJD, sino en contra del ahora secretario ejecutivo de la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), Emilio Álvarez Icaza. La acusación,
un supuesto fraude por el dinero que el gobierno mexicano entregó a la CIDH
para que el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independiente (GIEI) ayudara a
localizar a los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, no tiene otra finalidad que
calumniar y ensuciar tanto el nombre y la trayectoria de Álvarez Icaza como la
de todos los integrantes del GIEI: Claudia Paz y Paz, Carlos Beristain,
Francisco Cox, Ángela Buitrago y Alejandro Valencia.
La
acción no es nueva. Se remonta a una vieja práctica del PRI y de los gobiernos
autoritarios que, a falta de legitimidad, utilizan la legalidad a través de
organizaciones civiles financiadas por él, para, mediante la calumnia, la
coerción y el descrédito, destruir cualquier legitimidad política. El padre de
Emilio, José Álvarez Icaza, fue una víctima constante de esos métodos desde que
en 1964 fundó el Centro Nacional de Comunicación Social (Cencos). En el caso de
su hijo Emilio y del GIEI, la denuncia –que se suma a la campaña mediática de
desprestigio iniciada por la señora Wallace, una víctima trasformada en
victimaria– intenta poner en duda sus claras y contundentes investigaciones que
no sólo han derrumbado la “verdad histórica” del gobierno en el caso
Ayotzinapa, sino también mostrado la complicidad de miembros del Ejército, de
las fuerzas policiacas y de funcionarios públicos en ese crimen, y los
obstáculos y la falta de voluntad política del gobierno para encontrar la
verdad verdadera. Intenta, por lo mismo, quitarles legitimidad, ante la opinión
pública internacional, por el desenmascaramiento de las graves y espantosas
violaciones a los derechos humanos que, bajo la guerra contra el narcotráfico,
suceden todos los días en México. Busca algo más: restarle fuerza al próximo
regreso de Emilio al país y desalentar así a quienes, desde las trincheras de
los derechos humanos, intentan desarticular el ya insoportable contubernio de
las partidocracias con el crimen organizado y la destrucción del país.
Emilio
Álvarez Icaza, como Carmen Aristegui en la trinchera de la comunicación, es una
figura pública, a nivel nacional e internacional, con una probidad
incuestionable. Es también una figura que, como lo mostró en su participación
en el MPJD, es capaz de aglutinar y movilizar, junto con otros, grandes
porciones de la reserva moral del país. Eso, a un gobierno y a unas
partidocracias corrompidas hasta la médula, que llevan sobre sus espaldas casi
200 mil asesinados, 30 mil desaparecidos, cientos de miles de desplazados, la
miserabilización de grandes franjas de seres humanos y una destrucción sin
precedente del ambiente y de las culturas que pueblan nuestro territorio,
produce miedo.
Sé
que a muchas organizaciones civiles les gustaría ver a Emilio como candidato
independiente en 2018. Sé también que el imaginario de las partidocracias y de
quienes viven a la sombra de su clientelismo, lo ven desde esa perspectiva como
una amenaza a sus oscuros y criminales intereses. Lo que no sé es si Emilio
quiera ser candidato y vea condiciones para ello. En todo caso, sabiendo lo que
sabe de la profunda corrupción de las instituciones y de su responsabilidad en
el horror que vive México, volverá al país para tomar su lugar entre quienes
buscamos refundar a la nación y construir los caminos que se requieren para
hacerlo. En uno u otro escenario, Emilio es una amenaza a la corrupción del
sistema, y esa corrupción hará todo lo posible para fabricarle delitos,
denostarlo y desapropiarlo en la conciencia pública de su fuerza ética. Cuando
a un líder moral no se le puede asesinar físicamente por los costos políticos
que traería, cuando tampoco se le puede corromper con dinero o puestos
públicos, entonces se le busca asesinar mediante la difamación y la calumnia
disfrazadas de legalidad o, como en el caso de Carmen Aristegui, despojándola,
a través de otro disfraz de legalidad, de su plataforma comunicativa.
La
calumnia –lo saben los tiranos, los criminales y los políticos sin escrúpulos–
puede destruir imperios y personas. Puede también, en un país como México,
lleno de mezquindad y resentimiento, generar la desconfianza hacia hombres y
mujeres que, como Emilio y quienes conforman el GIEI, han empeñado su vida en
la justicia y la paz, mantener la división entre los ciudadanos y restarle base
social a los movimientos. A eso le está apostando el sistema con la denuncia
que se le ha hecho a Emilio.
Sin
embargo, el descrédito del gobierno y de las partidocracias es tan grande y profundo,
que no lo lograrán. Lejos de ello, su manera de buscarnos dividir, de llenarnos
de miedo y de lodo, y de continuar asesinándonos y enterrándonos, de una u otra
manera, en las fosas de las que han llenado el país, nos hace más fuertes y más
dignos.
Además
opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra,
liberar a José Manuel Mireles, a sus autodefensas y a todos los presos
políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores
y funcionarios criminales, boicotear las elecciones, y devolverle su programa a
Carmen Aristegui. l
No hay comentarios.:
Publicar un comentario