Revista
Proceso # 2056, 26 de marzo de
20016..
La
red que estrangula Europa/ANNE MARIE MERGIER
Los
recientes atentados en Bruselas están ligados con los que se perpetraron en
París en noviembre pasado. Ciertas personas, lugares y modos de actuar se
repiten en ambos casos. Este hecho plantea cuestiones centrales: Si un grupo
relativamente pequeño logró causar tales heridas a Occidente, ¿hasta dónde
puede llegar el poder del terrorismo islamista?, ¿cómo lograron los agresores
sortear tan fácilmente a las policías de todos los países por los que se
movieron?, y tal vez más importante: ¿Europa es realmente capaz de frenar
nuevos ataques?
No
es la primera vez que la organización terrorista hace caso omiso de Abdeslam en
su material de propaganda. Ya lo había borrado del homenaje que rindió al
comando suicida de París en la edición del pasado 14 de enero de su revista
mensual Dabiq: sólo publicó las fotos de nueve “héroes”, entre las que no
figuraba la de Abdeslam. Diez días después, el 24 de enero, la red islamista
radical Alhayat Media Center difundió por internet un video de Daesh en el que
volvían a aparecer exclusivamente los mismos nueve combatientes.
–Najim
Laachraoui y los dos hermanos El-Bakraoui– que se evidenciaron los lazos entre
los yihadistas de París y los de Bruselas.
A
finales de 2015 Khalid usó una falsa identidad para alquilar, en la ciudad de
Charleroi (Bélgica), el departamento en el que parte del comando terrorista de
París se juntó antes de salir para Francia en la noche del 11 al 12 de
noviembre. Fue también Khalid quien rentó un departamento en Forest, comuna de
Bruselas, donde vivió escondido Salah Abdeslam.
El
pasado martes 15, policías belgas y franceses fueron recibidos a tiros cuando
intentaron registrar esa vivienda, que creían vacía. El enfrentamiento duró
varias horas. Abdeslam logró escapar, pero Mohamed Belkaid, yihadista argelino
considerado por las autoridades francesas como uno de los coordinadores de los
atentados de París, murió acribillado.
Por
su parte, Najim Laachraoui, experto en explosivos, era “un hombre clave”, según
peritos policiacos franceses que hallaron rastros de su ADN en el material
explosivo utilizado por los kamikazes afuera del Estadio de Francia en Saint
Denis y en la sala de conciertos Le Bataclan.
También
apareció su ADN en una casa de seguridad cateada el 26 de noviembre de 2015 en
Auvelais, cerca de la ciudad de Namur (Bélgica), donde parte del comando de
París preparó sus atentados, y en otra vivienda de Schaerbeek, comuna de
Bruselas, donde Salah Abdeslam se escondió durante un tiempo.
Por
si eso fuera poco, el 17 de noviembre de 2015 Laachraoui giró dinero por
Western Union a la prima de Abdelhamid Abaaoud para que ésta pudiera pagar un
departamento de seguridad en París. Abaaoud, uno de los 10 integrantes del
comando de París, fue, según los servicios de inteligencia galos, el
coordinador principal de los atentados del 13 de noviembre. Murió el día 18 de
ese mes, junto con su prima, durante el asalto espectacular que fuerzas de
élite lanzaron en el edificio donde se escondían.
La
existencia de estos lazos estrechos entre Salah Abdeslam y los terroristas de
Bruselas puede atrasar la extradición del yihadista a Francia, prevista por
ocurrir, a más tardar, en tres meses. Si la justicia belga lo considera como
directa o indirectamente ligado a los atentados de Bruselas es lógico que lo
mantenga a su disposición en la cárcel de alta seguridad de Brujas, donde está
encarcelado desde el 19 de marzo.
En
estos años de desarrollo económico e industrial, Francia y Bélgica tenían una
necesidad apremiante de mano de obra.
La
situación se complicó cuando los cuatro hijos llegaron a la adolescencia:
pasaban más tiempo divirtiéndose con los amigos del barrio, en su gran mayoría
de origen marroquí, que estudiando en el colegio. Fue en esa época que Salah
Abdeslam y Abdelhamid Abaaoud se hicieron uña y carne.
Los
muchachos no se hacían mayores ilusiones sobre sus perspectivas laborales. Se
había acabado el boom económico belga y 40% de los muchachos de Molenbeek eran
desempleados.
Brahim
fue el hijo que empezó a plantear problemas: a los 14 años intentó incendiar su
propia casa. Sus abogados y algunos de sus conocidos, citados por el vespertino
Le Monde, lo describen como “frágil, influenciable e intelectualmente
limitado”. Junto con su hermano Yazid empezó a robar e incursionó en el tráfico
de documentos de identidad. En 2005 Brahim fue detenido por la policía –esta
vez por comerciar con armas– después de iniciarse en la venta de
estupefacientes.
Tras
algunos años caóticos –en los que se dedicó al robo y a cometer otros delitos–
Salah, muchísimo más vivo y dinámico que su hermano, pareció querer
estabilizarse. En 2009 entró a trabajar en la misma compañía de transporte
público que su padre, pero fue despedido un año y medio después por sus
frecuentes ausencias. En realidad seguía con sus actividades delictivas y fue
encarcelado junto con Abdelhamid Abaaoud a raíz de un atraco a un taller
mecánico. Brahim fue capturado en flagrancia cuando robaba un bar.
Ayudados
por la familia, Brahim y Salah adquirieron el café Les Béguines, en la calle
homónima de Molenbeek, en 2013. El lugar no tardó en convertirse en centro de
compra, venta y consumo de drogas. Los vecinos empezaron a quejarse del
incesante vaivén de coches a cualquier hora.
Según
testigos citados por la prensa francesa, llamaba la atención el contraste entre
el ambiente del bar –donde corrían cerveza y vodka, y olía a mariguana– con las
predicas yihadistas que algunos clientes y los propios hermanos Abdeslam
escuchaban en computadoras portátiles mientras fumaban y bebían. El 5 de
noviembre de 2015, o sea ocho días antes de los atentados en Francia, las autoridades
de Molenbeek clausuraron el bar Les Béguines.
Antes
de eso, en febrero, Salah fue llamado por la policía federal belga, que
sospechaba que quería irse a Siria y lo interrogó con insistencia sobre
Abdelhamid Abaaoud. Éste combatía para Daesh desde 2013, y se había convertido
en una de las estrellas de la propaganda yihadista. En internet circuló un
video en el que aparece, risueño, manejando un camión que arrastra cadáveres
amarrados con cuerdas.
Después
de los atentados de París, voceros del Ministerio de Justicia de Bélgica
reconocieron que los nombres de Brahim y Salah Abdeslam figuraban en una lista
de 800 sospechosos que mantenían contactos con combatientes de Daesh. “Sabíamos
que se habían radicalizado y que podían irse a Siria –confesaron las autoridades–,
pero no se veían particularmente peligrosos”.
En
junio, Salah pasó unos días de vacaciones en Bouyafar, Marruecos. Su primo lo
encontró distinto. Había dejado el trago y el cigarro y empezaba a hablar de
religión.
Entre
agosto y octubre, Salah Abdeslam rentó, sucesivamente, seis vehículos para
realizar un viaje por ocho países de Europa, según explicó François Molins,
fiscal general de Francia.
El
1 de agosto pasó un control policiaco mientras se transportaba en ferri entre
Italia y Grecia. Estaba con Ahmed Dahmani, un yihadista belga de 26 años que
luego fue enviado a París con la misión de analizar cuidadosamente los lugares
elegidos para los atentados del 13 de noviembre. Tres días después, los dos
hombres fueron de nuevo controlados en su viaje de regreso a Italia.
El
30 del mismo mes, Salah Abdeslam viajó a Hungría. El 9 de septiembre se detectó
su paso por la frontera entre Hungría y Austria. Estaba con dos pasajeros. Uno
sigue sin ser identificado, y el otro puede ser, según Molins, Mohamed Belkaid,
quien murió durante el asalto policiaco al departamento de la comuna de Forest
donde se escondía Salah Abdeslam.
El
12 de septiembre el yihadista apareció en una tienda de pirotecnia de
Saint-Ouen-L’Aumône, suburbio de París, donde compró 12 detonadores remotos.
Dos
días después estuvo en los Países Bajos y se trasladó a Austria y Hungría.
Entre el 2 y el 9 de octubre viajó a Alemania, y de nuevo a los Países Bajos y
Francia. Según Molins, Abdeslam estaba encargado de recoger a los integrantes
del comando de París que llegaron de Irak y Siria mezclándose con los
refugiados provenientes de estos países.
El
8 de octubre visitó otra tienda, esta vez en la ciudad francesa de Beauvais,
donde adquirió 15 litros de agua oxigenada, elemento indispensable para
fabricar explosivos basados en peróxido de acetona.
Analizar
retrospectivamente el periplo de los asesinos del 13 de noviembre, que se
movieron libremente por Europa, no deja de plantear graves interrogantes sobre
la probabilidad real de prevenir futuros atentados.
El
9 de noviembre los hermanos Abdeslam alquilaron en Etterbeek, suburbio de
Bruselas, dos de los tres coches en los que el comando viajó a París y que usó
para llegar al lugar de los atentados. Pagaron con sus propias tarjetas de crédito.
El 12 de noviembre Salah alquiló en Alfortville, suburbio de París, un
departamento que el fiscal general calificó de “conspirativo”, en el que se
hospedó parte del comando en vísperas de las agresiones.
No
se sabe si fue ahí que los dos hermanos vivieron sus últimos momentos juntos.
El 13 de noviembre, a las 21 horas y 40 minutos, Brahim activó su chaleco
explosivo frente al restorán Le Comptoir Voltaire, en el bulevar homónimo.
Resultó la única víctima del estallido.
¿Qué
pasó con Salah esa misma noche, después de que dejó a sus tres cómplices a las
afueras del Estadio de Francia?
Durante
su primer interrogatorio, un día después de su detención, confesó a los
investigadores belgas que su misión era también detonar su cinturón explosivo
en el Estadio de Francia, pero que se había echado para atrás.
Salvo
su abogado, nadie lo cree. En su comunicado de reivindicación de los atentados
de París, Daesh mencionó cuatro atentados casi simultáneos. Se dieron tres. El
cuarto, según el ejército terrorista, debía realizarse en el distrito XVIII de
París, barrio capitalino donde Salah Abdeslam abandonó su coche.
¿Se
echó realmente para atrás? ¿No funcionó su cinturón explosivo? ¿Surgió un
obstáculo repentino?
Salah
Abdeslam caminó parte de la noche por París. Desesperado, acabó llamando a unos
amigos de Molenbeek: Mohamad Amri, que trabajó como mesero en el café Les
Béguines, y Hamza Attou, que vendía mariguana en el mismo sitio. Los dos
salieron disparados en coche hacia Francia para recogerlo.
En
el camino de regreso a Bruselas pasaron por tres controles de la policía, pero
no les pasó nada. A esas horas de la mañana, Salah aún no había sido
identificado.
Según
declararon Attou y Amri a la policía, Salah Abdeslam “estaba muy alterado, se
vanagloriaba de haber sido el décimo miembro del comando de París, decía que
había matado a gente con su kaláshnikov, gritaba y lloraba mientras hablaba”.
Una
vez en Bruselas, una red de cómplices, en su mayoría hoy detenidos, le permitió
escapar de la policía durante 125 días. Vivió escondido, en alerta permanente,
en por lo menos tres distintos departamentos en las comunas de Schaerbeek,
Forest y Molenbeek, a muy poca distancia de la casa de sus padres.
Las
imágenes de su detención el viernes 18 dieron la vuelta al mundo . En medio de
un fuerte dispositivo policiaco, jalado por tres agentes de las fuerzas
especiales belgas armados hasta los dientes, fue sacado de un edificio. Pareció
debatirse antes de que lo metieran en un coche. Se notaba que estaba herido en
una pierna.
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