ITINERARIO POLÍTICO/Ricardo Alemán
Milenio, 18 de julio,
AMLO se hace viejo
Todos saben que en política “no hay sorpresas, sino sorprendidos”.
Y fue el caso de la reciente entrevista concedida a Ciro Gómez Leyva por Andrés Manuel López Obrador, quien pontificó sobre las condiciones de una potencial alianza electoral con el PRD.
La declaración sorprendió a muchos que, presurosos, pregonaron que “el mesías podrá perdonar a los pecadores”. Está claro que no entienden que el señor López es el más depurado animal político –del sistema de partidos–, y que una de sus especialidades es, precisamente, “engañar con la verdad”.
¿Y cual es esa verdad, cuál el mensaje real de AMLO?
Pero obliga la pregunta: ¿por qué el señor López hará todo por tirar una potencial alianza ganadora en el Estado de México?
Elemental, porque de consolidarse la hipótesis de que PAN y PRD pudieran derrotar a Eruviel Ávila en el Estado de México, se confirmaría una segunda tesis nada descabellada, una alianza PAN-PRD en la presidencial de 2018. Y ante esa segunda teoría, “Morena y su pastor” no tendrían nada que hacer en 2018. Por eso AMLO tratará de reventar la alianza PAN-PRD en el Estado de México y en 2018.
Pero resulta que “Morena y su pastor” cometieron errores de párvulos. Acaso porque AMLO envejece, no entiende el cambio generacional en el PRI, el PAN y el PRD. En el PRI, por ejemplo, uno de los jóvenes que alcanzaron la categoría de “animal político” —en estricto aristotélico— se llama Eruviel Ávila, hoy por hoy puntero presidencial por el PRI, a pesar de que hace un par de años nadie creía en sus habilidades.
En realidad Eruviel no requiere la alianza de AMLO para ganar el Estado de México. Cualquiera con un poco de olfato político sabe que el PRD mexiquense es el primer grupo hegemónico en el partido amarillo. Y ese crecimiento no es gratuito y tampoco el grupo se manda solo.
El segundo al que AMLO despreció fue a Miguel Mancera, colmilludo jefe de Gobierno de la CdMx. Y es que AMLO no entendió que Mancera no es Marcelo Ebrard y que el gobernante capitalino resultó “más cabrón que bonito”. Mancera tejió fino y se apoderó de la dirigencia del PRD, por la vía de Alejandra Barrales. ¡Actuó “como manda el librito”!
Y no, se equivocan los improvisados. La señora Barrales no es hechura de Los Chuchos. Es un invento de los radicales del lopezobradorismo, de Martí Batres, especialmente. Pero una vez en los primeros planos del PRD, la taimada señora Barrales se corrió al centro y cayó parada, entre los cercanos de Mancera.
Pero “Morena y su mesías” también se equivocaron con el “joven maravilla” del PAN. Y es que el PAN —igual que el PRD— no cometerá el mismo error que cometió el nuevo jefe del PRI, Enrique Ochoa Reza.
No, Ricardo Anaya —igual que Alejandra Barrales— sabe que el enemigo en 2018 se llama AMLO. Y hará todo para derrotarlo.
Saben que la potencial llegada de AMLO a Los Pinos sería la destrucción de la democracia mexicana.
Al tiempo.
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Pavimentan el camino a AMLO/ Pablo Hiriart
El Financiero,
La alianza López Obrador-PRD para el 2018 parece inevitable, luego de lo dicho por el líder de Morena en entrevista con Ciro Gómez Leyva.
Dijo exactamente lo que los perredistas han venido pidiendo: una alianza de las izquierdas, y alejamiento del PAN y gobierno.
En todas las declaraciones de los dirigentes y exdirigentes del PRD, han dicho que van a privilegiar las alianzas con la izquierda, y en caso de no darse buscarían otras alternativas, léase PAN.
Hasta la semana pasada López Obrador les había dado con la puerta en las narices, pero ya cambió de idea y dijo lo que los perredistas querían oír: sí, vamos juntos.
De ahora en adelante viene el regateo: alianza sí, pero sin condiciones. Cuántas posiciones van a tener los grupos, etcétera.
Esa candidatura única de la izquierda, con AMLO como abanderado presidencial, se ve muy posible. Podría irse concretando en los siguientes meses y a fin del próximo año estaría planchada.
De estar al borde de la muerte y vivir de las migajas del PAN, los perredistas se van a abrazar a la mano que les tendió AMLO porque con él llegarían a la Presidencia.
Con un simple comentario López Obrador abonó el camino para un conglomerado multipartidista que se antoja difícil de vencer, porque en una elección a tercios gana él.
No veo la manera en que PRI o PAN le ganen una elección presidencial a AMLO apoyado por Morena, Movimiento Ciudadano, PRD y PT.
De haber ido juntos, habrían ganado de calle Oaxaca y Veracruz, por ejemplo.
En el norte no tienen votación abundante, pero sí abrumadora mayoría en la Ciudad de México, Veracruz, Jalisco, Oaxaca y tal vez el Estado de México.
Por eso ahora los dirigentes de Acción Nacional, como Ricardo Anaya, deberían repensar si su principal enemigo es el PRI, porque posiblemente necesiten los votos de muchos priistas para intentar vencer a AMLO en 2018.
Y el impetuoso nuevo líder del PRI, Enrique Ochoa, debería mirar un poco más allá de las heridas de junio pasado, y dejar de atacar al PAN porque tal vez deba pedir sus votos si quieren derrotar a López Obrador dentro de poco menos de dos años.
Enfrentados, van a dejar ganar a AMLO.
López Obrador, por lo visto, aprendió de sus errores y ya sabe cómo no asustar.
No habla de economía –de propuestas, digo– ni de política exterior, tampoco de seguridad ni de certeza jurídica, que es donde están sus lados vulnerables porque es un chavista a la mexicana.
Oculta eso porque nadie lo obliga a pronunciarse en esos temas. Nadie lo hace enojar y provoca que salga el verdadero López Obrador: estatista, autoritario y antidemocrático.
Ya en su equipo de campaña tienen experiencia y lo mantienen hablando sólo de corrupción, un tema en el que la inmensa mayoría coincide como una prioridad nacional.
Tiene en su favor la enorme ventaja de que sus negativos se han desvanecido con el tiempo, porque ya se olvidó la manera clientelar, corrupta y dispendiosa en que gobernó el Distrito Federal.
Además, nadie se lo recuerda. Sólo quedaron las cosas buenas: programas sociales y segundos pisos que se pueden ver y usar todos los días.
Encima de la ceguera de sus opositores priistas y panistas que se confrontan entre sí, López Obrador le manda un salvavidas al PRD y pavimenta el camino de la unidad de la izquierda en 2018, lo que muy posiblemente y dadas las circunstancias actuales, significaría su triunfo.
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2018: López Obrador/ Raymundo Riva Palacio
El Financiero,
Estrictamente Personal
Andrés Manuel López Obrador ya vio más allá del horizonte. La silla presidencial está al alcance de sus manos siempre y cuando haga los movimientos correctos. La línea estratégica tiene un principio, finales de junio, cuando en un multitudinario mitin en la Ciudad de México urgió al presidente Enrique Peña Nieto que iniciara un gobierno de transición. El segundo momento fue la semana pasada, cuando en una entrevista de radio se separó de sus aliados electorales, los maestros disidentes, y dijo que no sólo no era posible derogar la reforma educativa, sino que de hacerlo, el Presidente estaría claudicando. En los medios se interpretó esto último como una moderación en el tono de López Obrador, y fue analizado en términos generales como algo positivo. Es eso y más.
En el arranque de la sucesión presidencial de 2006 respondía a las preguntas de si quería ser candidato, que “lo dieran por muerto”. Como la humedad quería penetrar. En la de 2012 arrancó con una estrategia de concordia observando cómo se caía la candidata del PAN, antes de atacar. Pero para 2018, ya no parece percibirse como candidato, sino como presidente que tiene que cumplir el trámite de las urnas. Los momentos del 26 de junio y el 15 de julio no son aislados, ni son ocurrencias del momento. Están perfectamente conectados y responden a la lógica de un López Obrador que tiene, objetivamente hablando, la mejor oportunidad de su vida por alcanzar la Presidencia.
El 26 de junio planteó que Peña Nieto iniciara un gobierno de transición para entregar el mando en 2018 en un ambiente de tranquilidad y paz social. Con ellos, agregó, se podría abrir una nueva etapa en la vida del país, con un gabinete distinto, bajo la premisa del diálogo y la reconciliación, con respeto absoluto a garantías individuales y derechos ciudadanos. López Obrador estaba viendo la tormenta en la que se encuentra el gobierno y la desaprobación de tendencia negativa, que parece imparable, de Peña Nieto. Si con el paso de los meses el consenso para que gobierne el Presidente se va erosionando y la conflictividad social en el país se fortalece, ¿cómo podría navegar durante los dos años y medio que faltan para la transmisión del mando?
López Obrador está leyendo el comportamiento del electorado. La última encuesta de preferencias electorales hacia el 2018 de Buendía&Laredo, lo tiene en una contienda pareja con la panista Margarita Zavala, relegando al tercer lugar al secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong. Pero al ver la intención de voto por partido, el PAN aventaja con 24%, seguido por el PRI con 20%, y Morena con 17%. Visto objetivamente, no le alcanzaría a López Obrador, pese a los positivos que él tiene y la buena opinión que hay de Morena.
La combinación PAN-Zavala es fuerte, porque ese partido ha ido solo en las últimas elecciones. El PRI ha ido con el Partido Verde, que tiene 5% de intención de voto, y en las últimas elecciones con el PT (1%), y Encuentro Social (1%). Si se mantuvieran esas alianzas, el PRI como partido superaría al PAN. El PRD, que en las dos anteriores elecciones presidenciales jugó con López Obrador, tiene 6% de intención de voto, mientras que Movimiento Ciudadano, que también lo apoyó, 4%. López Obrador requeriría ese 10% para estar en posibilidades reales de competir. Sin alianzas, difícilmente se convertirá en adversario de peligro.
Estos cálculos son los que llevaron a López Obrador a cambiar su rechazo a las alianzas. “Si el PRD se deslinda claramente del PAN, el gobierno y lo que representa el Pacto por México, podríamos sentarnos a platicar”, dijo. El PRD no tiene opción. O va con el PAN en 2018, o va con él. Dejó de ser un partido competitivo y se convirtió en una bisagra. Es el caso de Nueva Alianza y de Movimiento Ciudadano, donde dependerá de quiénes son los candidatos de 2018 para determinar con quién negocian mejor sus apoyos.
Lo está viendo claro. Las condiciones socioeconómicas, de mantenerse, lo ayudan a él más que a nadie en 2018. Las condiciones políticas, también. Si ya tuvieron su oportunidad el PAN, y el PRI con su regreso, ¿por qué no darle la suya a López Obrador? Lo que el necesita ahora es que la gobernabilidad, por frágil que sea, se mantenga. “No queremos construir el nuevo México a partir de escombros”, dijo. Que termine en paz Peña Nieto y que la izquierda se una en torno a él, son sus dos objetivos estratégicos. López Obrador dice no querer arrancar un gobierno en ruinas, para no perder el tiempo en construir el tipo de país que quiere. ¿Ese gobierno sería bueno? ¿malo? Esa reflexión será para un texto futuro.
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La brújula sin norte/Jorge Fernández Menéndez.
Excelsior,
Hemos visto, como nunca antes, luchas internas entre excandidatos perdedores y gobernantes salientes.
Ver al país desde lejos siempre es un ejercicio que gratifica y desconcierta, pero nunca tanto como en estas dos últimas semanas. En días, hemos visto cómo, en una suerte de juego del gato y el ratón, un gobierno federal aparentemente dividido negocia con la CNTE mientras ésta vandaliza, lastima y se ensaña con la educación y la gente, haciendo lo que siempre pregona: movilizar y negociar para ganar. Parece estar lográndolo ante el asombro y desconcierto de muchos. La pregunta es: ¿a cambio de qué?
Hemos visto un cambio dramático, en todos los sentidos, en la dirigencia del PRI, donde Enrique Ochoa, uno de los mejores y más eficientes funcionarios del gobierno federal, llega a la presidencia de su partido apoyado y rodeado por los liderazgos más tradicionales, con la idea y la encomienda de renovarlo, lo que implicará, en los hechos, el desplazamiento y, en algunos casos, la marginación de muchos de quienes estaban (y de los que no) esa noche en el Plutarco Elías Calles y que están esperando su fracaso para garantizar su propia supervivencia. Es la apuesta más alta que ha hecho el presidente Peña para retomar el control de su partido en el último tercio de gobierno y manejar las elecciones del Estado de México y su propia sucesión.
Hemos visto, como nunca antes, luchas internas entre excandidatos perdedores y gobernantes salientes, entre los que llegan, los que no llegaron y los que se van. Las amenazas de cárcel de todos y entre todos, de búsqueda de control de poder ilegítimo y de promesas de renovación y limpieza que la sociedad no ve más allá que en las declaraciones de prensa.
Hemos visto en el PRD la despedida formal de Agustín Basave (al que, por cierto, aquí nunca se le negó ni un desmentido ni un espacio, como tampoco el mérito de haber sacado adelante una elección que, insisto y con todas sus evidentes debilidades, le dejó al PRD más réditos de los que podría haber esperado meses atrás) y la llegada a la dirigencia del partido de Alejandra Barrales, a quien se supone cercana a Miguel Mancera. Un partido que, de una vez por todas, debe definir su destino: independencia política y alianzas, acercarse a un frente opositor con el PAN o sucumbir al anzuelo de Morena. O ir solo. En última instancia decidir entre ser un espacio de progresismo socialdemócrata, aliado o no con el PAN, o terminar de convertirse en una facción que termine siendo absorbida por otros. Barrales no la tendrá fácil, pero tiene capacidad para enfrentar una tormenta en la que lo básico es que permanezca el acuerdo (hoy transitorio) entre los principales jugadores internos.
Hemos visto dos de las muchas caras de López Obrador. Hace unas semanas, daba todo su apoyo a la Coordinadora, los llamaba a una alianza estratégica, los funcionarios y dirigentes de Morena participaban de sus marchas y bloqueos y declaraba solemnemente que, de llegar al poder, les regresaría el control de la educación en Oaxaca y revocaría la Reforma Educativa. Y la semana pasada lo vimos en el MLB All-Star Game en San Diego, California, con boletos preferentes, entrada a vestidores, con una acreditación que lo identifica como invitado muy especial, tomándose una foto con el pelotero David Ortiz. Y dice que no hay que revocar la Reforma Educativa, sino adecuar la reforma a las necesidades regionales (lo mismo que dice Miguel Osorio en Gobernación o Aurelio Nuño en la SEP). Afirma que si el PRD no va con el PAN en el Estado de México, puede considerar una alianza con ellos para el 2018, aunque hace unas semanas los consideró parte de la “mafia del poder”. Y ya en plan confidencial, señala que cobra 20 mil dólares (¿no era que vivía con 50 mil pesos mensuales?) por conferencia y que no tiene propiedades porque las que tenía (¿cuáles?) ya se las dejó a sus hijos. En unas horas, muchos de quienes han calificado a López Obrador como el gran desestabilizador ahora lo ven como una carta de estabilidad.
Quién sabe qué personaje será López Obrador el día de mañana, lo cierto es que sólo con un viaje a un juego de las grandes ligas, una foto y un par de declaraciones contradictorias con las del pasado se ganó los titulares. No creo que haya cambiado, los que cambian son los que lo interpretan.
Un espectáculo que no entusiasma y que en ninguno de los casos toma en cuenta a la sociedad. El drama cotidiano continúa: ahí siguen desde los bloqueos hasta las familias completas asesinadas por los sicarios del narcotráfico. Pero también cuando vemos y nos toca muy cerca un atentado tan brutal e irracional como el de Niza, en Francia, cuando vemos a los tanques tratando de hacerse con el poder en Turquía o los continuos asesinatos masivos por desequilibrados armados en Estados Unidos, cuando resulta que Donald Trump elige como candidato a vicepresidente a alguien mucho más conservador aún que él, no queda más que comprender que somos parte, un país más, de un mundo que no encuentra el norte en su brújula.
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