Palabras
del senador Roberto Gil Zuarth, Presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de
Senadores, durante la a Promulgación de las Leyes del Sistema Nacional
Anticorrupción.
Palacio Nacional a 18 de julio de 2016
Licenciado
Enrique Peña Nieto, Presidente de los Estados Unidos Mexicanos; Diputado Jesús
Zambrano Grijalva, Presidente de la Cámara de Diputados.
Señor
Jefe de Gobierno; señores Gobernadores; señores titulares de los poderes
públicos aquí presentes; representantes de la sociedad civil; integrantes del
Gabinete Legal y Ampliado.
Señoras
y señores:
La
transición a la democracia prometió la regeneración de nuestro sistema
político. En la expectativa de esa evolución, la competencia democrática
transformaría los incentivos de todos, el riesgo de la alternancia, del castigo
electoral alentaría mejores gobiernos, y haría más auténtica la representación
popular.
La
pluralidad activaría de forma natural casi automática las distintas formas de
la rendición de cuentas. Ciertamente, la transición se ocupó de crear y ajustar
instituciones para vigilar el uso de los recursos públicos, para mejorar la
gestión de los programas, para hacer más transparente la tarea de gobernar.
Gradualmente
se fueron incorporando a la gramática de las instituciones mexicanas, las
contabilidades internas, la fiscalización superior y del dinero en las
campañas, las auditorías y la evaluación de los programas públicos, las
distintas etapas de la transparencia.
Pero
la legitimidad de nuestro avance democrático se puso a prueba en el momento
mismo en que la corrupción se evidenció como el mayor de los problemas de
México, y como la principal preocupación de los ciudadanos.
Cuando
en algunos lugares y zonas de gobierno, la corrupción se convirtió en política
pública. Cuando la impunidad reveló que nuestras instituciones eran ineficaces
por diseño o por ausencia de voluntad política para inhibir la transacción
ilegal que mercantiliza los bienes de todos en beneficio de unos cuantos.
Como
suele suceder en circunstancias límite, la sociedad tomó conciencia a golpe de
experiencias de la condición estructural de la corrupción y su extendida
presencia en nuestra vida pública.
Empezamos
a asimilar los enormes costos económicos y hasta en vidas humanas que provoca,
los múltiples factores que inciden en ella, la complejidad de capturar en
términos regulatorios todas sus posibles manifestaciones, las zonas grises que
no tienen sanción y los círculos viciosos en los que la corrupción gravita, la
bajísima capacidad de respuesta del Estado frente al acto corruptor y frente a
la subordinación corrupta.
Advertimos
que de alguna manera nos estábamos acostumbrado a vivir con la corrupción, que
estábamos incluso dispuestos a tolerarla a cambio de eficacia, que la empezamos
a convertir en el lubricante de nuestra gobernabilidad.
Se
hizo evidente que la corrupción hace más profunda y lastimosa la desigualdad
porque reproduce privilegios y, por tanto, condena definitivamente a los que
menos tienen.
Amanecimos,
en efecto, una mañana en la ensoñación del cambio democrático y de dos
alternancias con la corrupción instalada en la sala amenazando nuestra forma de
convivencia, al acecho de la legitimidad del sistema político en su conjunto.
Pero
entonces la democracia mexicana dio signos de vitalidad, el impulso por
reformar cobró forma y ritmo de manera ejemplar e inédita con la participación
de la sociedad civil, la indignación se convirtió en agenda, el enojo se activó
en movimiento cívico, la exigencia social encontró cauce y salida en nuestras
instituciones representativas, redactamos juntos la reforma constitucional que
creó el Sistema Nacional Anticorrupción.
Se
organizó un esfuerzo en torno a una iniciativa ciudadana sobre las
responsabilidades de los servidores públicos que encontró eco en el Poder
Legislativo, nos hicimos cargo de los detalles para asegurarnos de que no
habría ningún retroceso en la decisión de combatir a la corrupción.
Me
consta personalmente la dedicación de muchos ciudadanos, activistas y
académicos que abrazaron esa causa, como también el compromiso plural y
responsable de los actores políticos, soy testigo directo de la disposición y
apertura de legisladores y grupos parlamentarios, empezando por los presidentes
de las comisiones dictaminadoras en la cámara de origen, los Senadores Pablo
Escudero, Fernando Yunes y Alejandro Encinas.
Y
también hay que decirlo estamos aquí este día porque también el Presidente de
la República hizo la parte que el sentido del deber le exigía.
Gracias,
gracias a la tenacidad de la sociedad civil se lograron contenidos que de otra
manera hubieran sido sencillamente impensables.
La
Federación nunca perderá jurisdicción sobre los recursos transferidos a estados
y municipios. Se separan y especializan los órganos de auditoria, investigación
y sanción, se perfecciona la descripción de las conductas que dan lugar a
responsabilidad administrativa o penal.
Se
garantizan procesos ágiles y un fiscal con dientes, sí, con dientes, porque no
comparte con nadie el colmillo del ejercicio de la acción penal.
La
prueba del éxito del esfuerzo de la sociedad civil, que puso esta agenda como
prioridad nacional, y de la política, que la logró materializar, radica
precisamente en el conjunto de las definiciones constitucionales y de las leyes
que conforman el nuevo Sistema Anticorrupción.
La
prueba de éxito es la construcción de un piso común para todos los ámbitos y
niveles de Gobierno, del cual nadie puede evadirse. El éxito radica en la
perspectiva integral de instituciones de prevención, de participación
ciudadana, de control y mejora de la gestión, de sanción a los servidores
públicos que abusan del poder, pero también de aquellos particulares que
obtienen un beneficio indebido a través de una tentación corruptora.
La
victoria de todos es un sistema potente y robusto de incentivos y disuasivos,
de controles y consecuencias. Y si me permiten la licencia, la victoria de
todos es un sistema que éste sí, como dicen por ahí, probablemente no lo tiene
ni Obama.
Tenemos,
amigas y amigos, que reivindicar lo que se ha alcanzado.
Debemos
todos legitimar con nuestro testimonio, no sólo el precedente de participación
ciudadana constructiva, sino también el resultado de la voluntad concertada de
la política de la pluralidad.
Debemos
unos y otros evitar ser víctimas de nuestro propio éxito. No tenemos derecho a
decir a la gente que el sistema está cojo, que es insuficiente o que de poco o
nada va a servir.
No
tenemos derecho a hacer creer a los ciudadanos que no estamos haciendo nada
para abatir la corrupción.
Y
es que, en los grados de publicidad de las declaraciones patrimonial, de
intereses y fiscal no está la conquista del territorio enemigo, el desembarco
de Normandía o la bandera que simboliza triunfo o derrota alguna.
La
reforma alcanza un balance ponderado entre el principio de máxima publicidad y
el derecho a la privacidad, que gravita en la protección de los datos
personales.
Un
equilibrio que establece la obligación de todo servidor público de presentar
sus tres declaraciones. Un equilibrio que somete esas declaraciones a un
sistema de seguimiento para detectar sus inconsistencias y sancionar el
enriquecimiento ilícito.
Un
equilibrio que impone el deber de hacer públicos aquellos datos que determine
el Comité Coordinador a propuesta de la instancia ciudadana.
Es,
efectivamente, un equilibrio legal y éticamente correcto, es legal, porque
debemos tener siempre presente que un servidor público no deja de ser por ese
solo hecho, un ciudadano en pleno goce de sus derechos y es éticamente
correcto, porque debemos recordar que se debilita al Estado cuando se coartan
las garantías mínimas de los servidores públicos, cuando se hacen vulnerables
frente a los intereses a los que se enfrentan, cuando sienten incertidumbre al
momento de actuar o de decidir.
Hay
miles de servidores públicos honestos y leales con la República, auténticos
patriotas, en todos los partidos y en todas las funciones de gobierno.
Millones
de ciudadanos sortean todos los días las trampas burocráticas sin prestarse a
un acto de corrupción.
La
corrupción no es un mal que solo aqueja a unos, ni la honestidad monopolio de
bien, que siempre ostentan otros.
No
está en el ADN de los mexicanos una u otra, la corrupción o la honestidad vive
en las decisiones que todos los días tomamos los ciudadanos.
Ser
servidor público no debe ser oportunidad para el saqueo, pero tampoco origen o
causa de sospecha.
Hicimos
esta Reforma para dejar atrás la perversa tesis de que todo servidor público es
corrupto hasta que demuestren lo contrario.
Hicimos
esta reforma para devolver dignidad, honor, y confianza a la función pública.
Y
eso sólo será posible si trascendemos a la idea de que la corrupción es un
problema que sólo ha de enfrentarse desde la política criminal y nos hacemos
cargo de una vez por todas que la lucha contra la corrupción exige la mejora
integral del funcionamiento de nuestro sistema político.
Que
combatir la corrupción es en realidad una apuesta por el buen gobierno, que la
agenda que tenemos por delante, es mejorar la calidad de todas nuestras
instituciones.
Poner
fin a la colonización del poder, a la patrimonialización de lo público, a la
parcelación de lo común en beneficio propio.
Reformar
el fuero para que no sea pretexto de impunidad, mérito y capacidad antes que
lealtad de partido, profesionalización en lugar de cuotas, imparcialidad como
obligación exigible en toda la gestión pública, estabilidad y digna retribución
a los servidores públicos para cerrar los márgenes del subsidio corruptor,
porque en la incertidumbre, en la precariedad salarial de soldados y marinos,
de policías, de Ministerios Públicos, de maestros, doctores y enfermeras y en
general de los servidores públicos que hacen que el Estado funcione todos los
días, se gesta, también, el destructivo impulso a la corrupción.
Y,
por supuesto, reducir el mercado negro de favores recíprocos, y los medios por
los que se canalizan resta legamente recursos públicos y privados a la
competencia política y electoral.
Señor
Presidente.
Señoras
y señoras:
El
Sistema Nacional Anticorrupción responde al objetivo de fortalecer la efectiva
rendición de cuentas.
Pero,
también, tiene un propósito todavía más alto: regenerar la legitimidad del
sistema democrático, renovar nuestro pacto de confianza con los ciudadanos,
reanimar la credibilidad de los que servimos al Estado.
México
puede, en democracia y en su pluralidad, derrotar a la corrupción y reducir la
impunidad.
No
necesitamos justicieros para consolidar un auténtico Estado de derecho y de
derechos. Necesitamos incentivos correctos, procesos debidos y autoridades que
funcionen bien.
Necesitamos
poner en orden, con la razón de la ley y de las instituciones, desde nuestros
partidos y hasta los tribunales, a quienes piensan que el poder les pertenece y
lo usan para provecho propio.
Comprometernos
todos con la plena eficacia de las nuevas instituciones y, sobre todo, con la
integridad y la decencia públicas.
Hacer
y exigir buenos gobiernos, reconciliar a la sociedad con la política y con los
políticos.
Darnos
la mano sociedad y Gobierno, porque en democracia sociedad y Gobierno
significan una y la misma cosa.
Por
su atención, muchas gracias
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