LAS
DIVISIONES DEL PRI/José Crespo, profesor del CIDE
El Universal, a 18 de julio de 2016
Suscribo
las críticas de Sergio
Aguayo a Humberto Moreira.
Pero
ni siquiera es necesaria una fractura formal para que un partido se debilite,
al grado de perder el poder. Justo previo al año 2000, el PRI sufrió otra grave
división, ahora con el propio Presidente de la República (y líder nato del
partido). Zedillo pensó que el PRI no podía ganar forzadamente otra elección
más y soltó controles tradicionales, abriendo la puerta a la alternancia
presidencial, lo que hasta la fecha no se le perdona. Su perfil neoliberal
(como el de Salinas de Gortari) y su poca trayectoria político-partidista
generaron también malestar y ofensivas de los príistas tradicionales (los
dinos). El PRI llegó así al 2000 fuertemente dividido. Los dinos retomaron el
control, pero en 2006 el partido no logró superar divisiones iniciadas en 2001 y
2002, además de las que agregó Roberto Madrazo por su cuenta (con Elba Esther
Gordillo y los gobernadores del Tucom). Lejos de recuperar el poder, su
candidato (no así el partido) se fue al tercer sitio.
Enrique
Peña Nieto logró desde la gubernatura del Estado de México la unificación del
partido en torno suyo, lo que —junto con el desgaste y división del PAN, y la
desconfianza generada por AMLO entre la mayoría del electorado— le permitió
recuperar, ahora sí, el poder. Sabemos que las derrotas electorales generan
divisiones y culpaciones mutuas, y si 2015 pudo verse como una elección no tan
mala para el PRI, la de este año fue un desastre. La salida de Manlio Fabio
Beltrones de la dirigencia priísta muestra su experiencia política, y si bien
en 2015 Peña quiso mantener unido al partido nombrando a un hombre con grandes
vínculos y respeto en su interior, ahora ha decidido retomar el control del PRI
a través de uno de los suyos. Pese a la tradicional disciplina de los sectores
del PRI, muchos militantes distinguidos han mostrado su malestar y protesta por
el nombramiento de Enrique Ochoa, al que ven no sólo como parte del círculo
cerrado de Peña, sino con un perfil tecnocrático y de escasa trayectoria
político-partidista. No es tanto que les disguste el proceso de designación,
como muchos han sugerido. No hicieron reclamos al nombrarse a Beltrones por
idéntico método. Es el perfil del nuevo dirigente lo que molesta. Y aunque
Ochoa no está siendo nombrado candidato, sí lo es para manejar la elección
clave del Estado de México y el proceso de nombrar candidato presidencial, que
no se antoja nada fácil. De alguna manera se respira un ambiente parecido al
que se vivió durante el zedillismo. Tras muchas de las divisiones y descalabros
sufridos por el PRI, éste hizo un mea culpa y se propuso cambiar radicalmente.
Hoy Ochoa ofrece lo mismo; reconocimiento de errores y propósito de enmienda.
Pero nunca ha cambiado esencialmente, ni después de su derrota presidencial.
¿Por qué ahora sí?
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