La
calle es de Erdogan/Juan Carlos Sanz
Los
partidarios del presidente secundan el llamamiento del líder turco a seguir
movilizados ante el temor de nuevas acciones de unidades de militares rebeldes
El Paós, Estambul
17 JUL 2016 - 13:34 CDT
Funerales
de civiles muertos durante el golpe, en Estambul. AP / ATLAS
“Si
ellos tienen tanques, nosotros tenemos fe”, tronaba este domingo en la
monumental mezquita de Fatih de Estambul, escenario de funerales de Estado, con
voz de tribuno el presidente de la República. Turquía despedía a las víctimas
de la mayor intentona golpista registrada en 35 años, que se ha cobrado unos
290 muertos, más de un tercio de los cuales eran militares alzados en armas
para derriban un Gobierno elegido en las urnas. Banderas turcas cubrían los
féretros y ondeaban en los vehículos de los apesadumbrados cortejos que
recorrían la ciudad.
“Erol
era un viejo amigo, siento no poder seguir hablando más”, dijo con la voz
quebrada. “Que Dios se apiade de su alma”. Olcak, que perdió la vida junto con
su hijo de 16 años en unos los dos puentes sobre el Bósforo, fue uno de los
principales responsables de la campaña en la que Erdogan conquistó la
presidencia con el 52% de los votos en primera vuelta, en las primeras
elecciones en las que los turcos elegían directamente a su presidente.
El
Ayuntamiento del Area Metropolitana de Estambul —controlado por los islamistas
desde hace más de dos décadas, cuando Erdogan se hizo con la la alcaldía— había
movilizado su parque móvil para frenar el avance de la intentona golpista.
Camiones de recogida de basuras, grúas, vehículos de bomberos… seguían formando
el domingo barricadas móviles en puntos estratégicos como las rotondas de
acceso al aeropuerto Atatürk, los peajes de los puentes colgantes y la
residencia privada del presidente de la República, en la parte asiática de la
ciudad.
Su
llamamiento a los ciudadanos para ocupar plazas y calles frente los militares
alzados contra el poder legítimo parecía aún vigente de madrugada a la entrada
de la principal terminal aérea de Turquía, poco después de que aterrizará el
primer avión de Turkish Airlines procedente de Madrid tras la suspensión de
vuelos decretada a consecuencia del pronunciamiento. “¡Tayyip es nuestro
presidente!”, coreaban grupos de partidarios de Erdogan en un ambiente festivo
cuando aún no había despuntado el día.
En
la plaza de Taksim, el corazón de la zona europea de Estambul y epicentro de
protestas ciudadanas, decenas de manifestantes dormitaban al mediodía a la
sombra de los escasos árboles que rodean el monumento a la reunificación e
independencia de la Turquía moderna tras la I Guerra Mundial. A la espera del
atardecer, cuando estaba convocada una nueva concentración masiva de apoyo a
Erdogan, una pareja con un cargamento de banderas turcas se disponía a montar
un puesto de venta en la plaza. “La pequeña cuesta 10 liras (unos tres euros) y
la grande 25”, explicaban ante la perspectiva de un buen negocio.
Envuelto
en una bandera turca, el electricista Taner, de 34 años, aseguraba haber
atravesado en 24 horas todo el país desde el sureste de Anatolia, donde se
encontraba trabajando el viernes, hasta la puerta de la casa familiar de
Erdogan en el distrito estambulí de Uskudar. “El que atacó al pueblo no era
nuestro Ejército”, argumentaba ante la residencia privada del presidente turco,
convertida en un fortín por unidades policiales de élite de la Dirección
General Antiterrorista, cuya sede en Ankara fue bombardeada por los golpistas.
“Tuve que tomar varios autobuses y hacer autoestop”, decía este votante fiel
del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, en sus siglas en turco), “y
seguiré aquí hasta que lo ordene nuestro líder”.
Centenares
de manifestantes aprovechaban para hacerse fotos ante los vehículos todoterreno
blindados pintados de negro de las unidades antiterroristas —que se parecen
mucho a los que el Ejercito israelí utiliza para patrullar en Cisjordania—
junto agentes armados con subfusiles automáticos y embutidos en chalecos
antibalas. “Hace casi tres días que estoy aquí”, relataba Derya, de 36 años y
madre de tres hijos, mientras hacía ondear la enseña nacional roja con la media
luna y la estrella al paso de la comitiva presidencial de Erdogan. La caravana
de más de de 20 vehículos —había varios guardaespaladas sobresaliendo por las
ventanillas con las armas montadas— con cristales tintados para no identificar
en cuál de ellos viajaba Erdogan fue aclamada con algarabía. “No no moveremos
hasta que se acabe la amenaza”, asentía Derya junto con otras dos mujeres
cubiertas con el velo y vestidas según la tradición conservadora islámica pese
la sofocante y húmedo bochorno de las orillas del Bósforo.
Erdogan
no ha dejado de movilizar a sus seguidores ante el temor a que una unidad
golpista descontrolada intente seguir con el pronunciamiento por su cuenta en
una acción de consecuencias impredecibles. Los tiroteos seguían escuchándose en
el aeropuerto de Sabiha Gokcen, el segundo de la ciudad, ya en la parte
asiática. “Esta semana que comienza es muy importante. No hay que abandonar las
plazas”, proclamó el presidente en la mezquita de Fatih. La multitud le pidió
más tarde que reinstaurara la pena de muerte en Turquía, abolida antes de
iniciar las negociaciones de adhesión con la Unión Europea, para los condenados
por golpismo.
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