Más¿Trump,
sí o no?/Carmen Beatriz Fernández es profesora de Political Systems en la Universidad de Navarra y preside la consultora DataStrategia.
El
Español, 23 de Julio de 2016…
Los
Rolling Stones pueden sentir simpatía por el diablo (Sympathy for te devil),
pero no parecen sentirla por Donald Trump. Al menos no desde el pasado mes de
mayo, cuando reclamaron formalmente al hoy flamante candidato republicano que
dejara de usar sus canciones en la campaña.
Algo
parecido ha ocurrido en la Convención Republicana. Trump presentó a su esposa Melania
envuelta en luces y humo al ritmo de We are the champions. Inmediatamente
después, la legendaria banda Queen protestó a través de un tuit desde su cuenta
oficial: el uso de la famosa canción se había hecho sin su consentimiento.
Melania
Trump también copió en la Convención al menos tres párrafos del discurso de
Michelle Obama en la Convención Demócrata que proclamó candidato a su marido
ocho años antes. Melania fue educada con valores por sus padres, como Michelle.
Melania valora la palabra empeñada, como Michelle. Melania cree en la fuerza de
los sueños, como Michelle. Melania quiere ser primera dama.
No
les molestan a los Trump los escándalos: los buscan y disfrutan con placer.
Tampoco tienen ningún prurito en copiar lo que les gusta y funciona. A fin de
cuentas, el plagio es un acto de admiración… Dos bandas superfamosas que se
enzarzan en un pleito y a las que Trump puede gustosamente contestar; eso es
precisamente de lo que más disfruta el candidato y lo que lo ha distinguido en
ésta, la más singular campaña norteamericana: la polémica logra la atención de
las audiencias.
Donald
Trump copia estrategias políticas y fórmulas comunicacionales que han
funcionado, las asimila y las perfecciona, si cabe. Trump es demagogo,
xenófobo, populista, irresponsable e irritante, dicen sus enemigos. Lleva a la
sociedad permanentemente al borde de la crispación nacional. Todo ello puede
ser verdad, pero lo hace por una razón: funciona.
Trump
es el alumno más aventajado del fallecido expresidente venezolano Hugo Chávez.
Como él, ha logrado convertirse en el epicentro de la campaña. Los medios le
ayudan. Trump es noticioso, es imposible ignorarle.
Trump
y Chávez recibieron los más virulentos ataques y los dos acabaron imponiendo su
agenda en la contienda. Podría ser una mera casualidad, producto del uso de
técnicas y habilidades comunicacionales de dos políticos exitosos. Pero podría
también haber una deliberada imitación, a resultas del cuidadoso seguimiento y
aprendizaje de los éxitos políticos de Chávez.
Una
mañana, a inicios de 1998, dos empleados latinos de la Trump Tower en Nueva
York se encontraron con Irene Sáez, en ese momento candidata a la Presidencia
de Venezuela y favorita en los sondeos. Los dos hombres se arrodillaron ante
ella gritando: “¡Sáez! ¡Sáez!”. La anécdota la relató meses después a la
revista People el propio Donald Trump. Sáez, ex Miss Universo, había ido a
visitarlo. ¿Por qué lo hacía en plena campaña electoral? Opción 1: Trump era su
mentor. Opción 2: Trump era quien la financiaba. Opción 3: habían sido novios.
Opción 4: todas las anteriores.
ualquiera
que fuera la respuesta correcta, Donald Trump le puso mucho interés a la
contienda electoral venezolana de 1998, en la que un populista, buscapleitos,
algo patán y provocador comandante Chávez le quitó a la antigua reina de la
belleza una corona que creía segura.
La
campaña venezolana de 1998 fue una elección crítica, en el sentido del término
que empleó el politólogo V. O. Key para referirse a aquellas contiendas que
determinan cambios importantes y sostenidos en las preferencias políticas de
las sociedades. Esa elección, en la que triunfó Chávez, acabó con los dos
partidos históricos venezolanos que durante cuarenta años habían sostenido una
estable democracia bipartidista.
Desde
hace quince años viene reduciéndose la proporción de estadounidenses que se
muestran satisfechos con la dirección política del país. Desde un 62% de
satisfacción popular en 2001 se pasó a mínimos históricos del 7% en 2009. Trump
capitaliza ese malestar, como lo hizo Chávez en su momento. Es esa la razón
fundamental de que un perfecto outsider, un provocador, se haya hecho con la
nominación presidencial del Partido Republicano.
Su
discurso de aceptación de la nominación estuvo bien construido. Trump estuvo
mucho más sensato y moderado de lo que se mostró en las primarias, sin apenas
rasgos de xenofobia, homofobia o racismo. En algunos momentos lució como un
verdadero estadista. Trump dejó claras cuáles serán algunas de las líneas de la
campaña: fortalecimiento de la identidad política clásica del elector
republicano, coqueteo con los votantes de Bernie Sanders y -como elemento de
contraste y claro ataque a Hillary Clinton- un énfasis importante en terrorismo
y asuntos internacionales, éste último. Aterroriza pensar que lo que haga el
Estado Islámico en los próximos meses podría influir de forma determinante en
la contienda.
Su
campaña le ha salido relativamente barata. El Supermartes, día electoral clave
en el que se celebra el mayor número de elecciones primarias, cada voto le
costó sólo 72 céntimos de dólar. Mucho más costosos fueron los votos logrados
por sus adversarios: Marco Rubio invirtió 5,30 dólares en cada voto y Ted Cruz
3,95. Enfrente, Hillary Clinton y Bernie Sanders gastaron 2,16 y 2,69 dólares
por voto, respectivamente. La explicación está en la generosa cobertura de los
medios de comunicación. “Free media“, lo llaman los norteamericanos.
La
Teoría de la Agenda explica muy bien el papel de los medios y su capacidad para
formar la opinión. Los medios transmiten gran cantidad de información y el
público busca orientación. Al al incidir en unos temas y silenciar otros, los
medios fijan los asuntos sobre los que hay que debatir. Así, un medio ayuda a
un candidato cuando le concede centímetros, y no cuando habla positivamente de
él en su línea editorial. Los medios de comunicación actúan como un haz de luz
en un escenario. Al iluminar a ciertas personas permiten que la audiencia se
concentre en ellas. Cuando Meryl Streep se viste como Trump y lo imita, burlándose,
en un hilarante show, lo que logra a la postre es que se centre más la atención
en él.
Trump
ha sido el candidato más ridiculizado. Los ataques han contribuido a ponerlo en
el centro de la contienda electoral, y eso le ha facilitado el control de la
agenda pública. Para Trump -como en su día para Chávez- ha sido mucho más
importante cuánto han dicho de él, que lo que han dicho de él. Cualquier jefe
de campaña suele hacer grandes esfuerzos para intentar colocar a su candidato
en el centro del escenario, algo que el polémico Donald logra con facilidad. La
campaña republicana será más exitosa en la medida en que logre que la sociedad
se plantee como dilema electoral una pregunta: ¿Trump, sí o no?
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