The Washington Post, Viernes, 10/Ene/2020
A medida que los Estados Unidos comienza un nuevo año, los tambores de guerra suenan más fuerte que nunca. Sin embargo, con demasiada facilidad olvidamos —entre recuerdos de guerras pasadas que se desvanecen— cómo comienzan las guerras. La historia deja en claro que, con demasiada frecuencia, la causa es un liderazgo fallido: no tener un buen juicio, calcular mal lo que los otros harán, enviar señales cruzadas a los adversarios, ignorar la inteligencia y confiar en la falsa creencia de que con solo el poder es suficiente para prevalecer rápidamente en cualquier guerra.
El siglo XXI en particular ha sido definido por guerras en las que es fácil entrar pero difícil salir. El terrorismo y las guerras híbridas han hecho mucho más difícil jugar según las viejas reglas y lograr la victoria.Todos esos factores de liderazgo fallido están ahora en juego en la relación entre Estados Unidos e Irán. Ambas partes habían asumido erróneamente que podían intimidar a la otra para que hiciera lo que ellos querían. En ausencia de cualquier disposición para detenerse y entablar negociaciones serias, cada parte quedará atrapada en un ciclo de golpes y contragolpes, uno que probablemente conduciría a otra guerra prolongada en el Medio Oriente.
Los líderes de Estados Unidos e Irán no han logrado alcanzar sus objetivos. El presidente estadounidense, Donald Trump, pensó que simplemente podría alejarse del acuerdo nuclear con Irán, ignorar a las otras naciones (Gran Bretaña, Francia, Alemania, Rusia y China) que habían negociado el acuerdo, imponer nuevas sanciones, reforzar las fuerzas estadounidenses en el Golfo Pérsico y forzar al gobierno iraní. Mientras intentaba hacer discursos de fuerza , el presidente envió mensajes contradictorios sobre su voluntad de usar la fuerza y seguir involucrado en el Medio Oriente.
Trump se mostró reacio a responder a una serie de ataques iraníes contra bases y aliados durante 2019. En junio, suspendió en el último minuto un ataque de represalia contra Irán después de que derribara un avión no tripulado estadounidense. El presidente se negó a actuar después del ataque descarado de septiembre de Irán contra las instalaciones petroleras sauditas. Y cuando Trump decidió retirar repentinamente las fuerzas estadounidenses de Siria —abandonando a sus aliados kurdos y permitiendo que Turquía, Rusia e Irán expandieran su influencia ahí— y prometió salir de “guerras eternas”, señaló que los países del Medio Oriente deberían ocuparse de sus propios problemas. Creó lo que una reciente editorial del Wall Street Journal describió como “una invitación abierta a los adversarios para crear bajas que harían que el Presidente siguiera sus impulsos aislacionistas”.
Irán también calculó mal, atacando a los buques petroleros en el Golfo Pérsico en junio pasado, usando a sus fuerzas para atacar bases estadounidenses y de sus aliados en la región y, más recientemente, disparando cohetes contra una base militar cerca de Kirkuk el 27 de diciembre, lo cual causó la muerte de un contratista estadounidense. Su estrategia fue diseñada para expulsar a Trump del Medio Oriente.
Pero la estrategia fracasó: el presidente ordenó a los pilotos de sus aviones F-15E atacar a Kataib Hezbollah, una milicia iraní en Irak y Siria, con un saldo de 25 personas muertas y 50 heridas. No está claro si la Casa Blanca anticipó las consecuencias de esta acción, pero igual la ordenó.
Violentas protestas en favor de Irán pusieron en peligro a la embajada de los Estados Unidos en Bagdad. Estados Unidos respondió con el despliegue de infantes de marina y elementos de la División Aerotransportada 82. Luego, Trump tomó la fatídica decisión de ordenar el asesinato en Bagdad del general Qasem Soleimani, el comandante de la Fuerza Quds iraní. Después de los ataques con cohetes la madrugada del miércoles contra dos bases estadounidenses en Irak, el mundo ahora está esperando ver qué sucederá.
Si bien la muerte de Soleimani no debe llorarse, dada su responsabilidad por el asesinato de miles de personas inocentes y cientos de militares estadounidenses a lo largo de los años, el hecho es que su asesinato, en contra de lo que afirma el presidente, solo aumenta el riesgo de guerra con Irán. El presidente y el régimen de Teherán han estado intercambiando amenazas de nuevos ataques. Estamos al borde de otra guerra en el Medio Oriente que ninguna de las partes quería, lo que costaría innumerables vidas y no se resolvería fácilmente.
Trump enfrenta la mayor prueba de su presidencia. Durante los últimos tres años, ha cuestionado el papel del liderazgo global de Estados Unidos, criticó las alianzas y a menudo ignoró los consejos de sus asesores militares y diplomáticos más experimentados. La realidad de una guerra potencial ha alcanzado sus tuits.
El destino de su presidencia y el destino de los Estados Unidos dependen de si Trump finalmente tomará en serio la amenaza de guerra y sus responsabilidades como comandante en jefe. El poder militar por sí solo no será suficiente. La lección más aleccionadora de las guerras del siglo XXI es que, a falta de un liderazgo fuerte, se perderán más vidas estadounidenses.
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