El estilo paranoico/Jesús Silva-Herzog Márquez
en REFORMA, 25 Oct. 2021;
Hace más de cincuenta años, el historiador norteamericano Richard Hofstadter detectó una fibra en la retórica y en el pensamiento político de su país. Un estilo que, a su juicio, era más relevante que la estructura del poder mismo. Era un reflejo discursivo, una manera de entender el mundo, una trampa intelectual, una forma de responder ante cualquier evento. Consistía en la creencia de que existía una vastísima conspiración que amenazaba el alma de la nación. Se trataba, ni más ni menos, que de una amenaza existencial. La sobrevivencia de la república, de la cultura norteamericana estaba en peligro. El historiador veía en esa paranoia la secularización de un impulso religioso. Una fe que entiende nuestro paso por la vida como un combate contra el Mal. Todos los problemas, por complejos que parezcan se reducen, en el fondo, a una batalla entre los puros y los perversos.
La paranoia conduce al hombre de poder a imaginar al mundo como una conspiración en su contra. De ahí sus sospechas, su agresividad, su tono apocalíptico. De ahí también su delirio de grandeza, su pomposidad. El paranoico ve a un monstruo de manipulación que se empeña en dominarlo todo. No está en la política solamente. Controla los medios, dirige las empresas, pervierte a los jóvenes, envenena las barrigas, siembra el vicio, destruye familias. Se esconde debajo de las piedras, en los mensajes más triviales, en los grandes acontecimientos y en la vida cotidiana. Por eso la labor de la política no es administrativa sino epopéyica. El propósito no es otro que la purificación.
El psicoanalista italiano Luigi Zoja publicó Paranoia hace diez años, un libro que parece describir la marca esencial de nuestra política o, por lo menos, de la política presidencial. Delirio de grandeza y de persecución que se expresa como una forma exagerada de desconfianza. Un padecimiento que secuestra la inteligencia. La razón no busca entonces entender el mundo, ajustar la actuación al entorno, adaptarse a las situaciones cambiantes. La razón se empeña en encontrar confirmaciones. Se los dije: los judíos controlan la banca y los medios. Se los dije: el comunismo internacional se ha apoderado de la juventud. Por eso esperaremos en balde la corrección a partir de un cotejo de hechos.
La conspiración ideada por el paranoico imprime sentido a su vida. Por eso, cualquier información que recibe se convierte en confirmación. Aún el hecho o el dato que refute directamente sus hipótesis se convierten de inmediato en validaciones. La paranoia se da cuerda a sí misma. No es un argumento puesto a prueba: es una fe. "La idea delirante es verdadera", dice Zoja, "porque tiene las mismas características de una revelación religiosa. Y la verdad revelada de una religión no se puede modificar, porque su modificación no sería una enmienda sino una herejía".
El psicoanalista junguiano agrega otras notas al perfil del paranoico. Destaco dos: la rigidez y la fragilidad. Los procesos mentales del paranoico son rígidos porque su mundo se ha petrificado. Por ello mismo, no puede cederle un centímetro a sus adversarios.
Elias Canetti habló de la paranoia como la enfermedad del poder. Es tiempo ya de hablar de eso, de esa inocultable patología que es autoengaño, megalomanía, agresividad, acoso. Desprecio de la realidad, desinterés por las consecuencias. Ahora resulta que la Universidad Nacional ha sido otra madriguera del neoliberalismo. Que en los últimos años incubó ideas perversas, que olvidó valores, que fomentó el egoísmo, que fue cómplice del viejo régimen. El desplante no puede justificarse como han hecho algunos ni trivializarse como han intentado otros. El ataque reiterado a la UNAM culmina una serie de agresiones a los centros de pensamiento crítico del país. El Presidente imagina que una universidad cumple su función histórica si se constituye como centro de formación ideológica de su movimiento. Le incomoda que la universidad sea universidad, que no sea suya, que ofrezca foro para el debate y no pancartas para sus consignas. El ataque es gravísimo. ¿Alguien puede minimizar las palabras de un Presidente cuando dice, desde el Palacio Nacional, que la UNAM necesita una "sacudida"?
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