El Ejército hondureño derroca al presidente Zelaya para evitar un referéndum reeleccionista
El Ejército hondureño secuestró y mandó ayer en avión al exilio en Costa Rica al presidente Manuel Zelaya, para impedir que se celebrara un referéndum sobre la conveniencia de que los presidentes pudieran ejercer dos o más periodos, cuando según la Constitución del país sólo cabe ejercer un único mandato.
¿Acaso puede tener hoy futuro el golpismo militar en América Latina? La última asonada con éxito se produjo en Ecuador el año 2000, cuando una acción conjunta de fuerzas armadas y movimientos indígenas depuso al presidente Jamil Mahuad, y la siguiente oportunidad ya no pasó de intentona, con ocasión de que el Ejército venezolano depusiera al presidente Hugo Chávez, aunque volvió al poder 48 horas después. La condena era general en América y Europa.
La Casa Blanca negaba ayer toda implicación en el golpe, el presidente Obama y su secretaria de Estado, Hillary Clinton, subrayaban que la toma del poder militar era antidemocrática, y la condena se hacía unánime en el seno de la UE, como expresaba el ministro español de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, en la OEA y en la organización de Estados centroamericanos. Más contundentes eran aún los aliados de Zelaya, el bloque chavista, al que se había sumado en los últimos años Honduras, y entre los que Chávez anunciaba que ponía a sus Fuerzas Armadas en estado de alerta.
Pero aunque la condena ha de ser inequívoca y se debe exigir el inmediato regreso del presidente a Tegucigalpa para reasumir funciones, porque el Ejército no es quien para juzgar los actos de Zelaya, no parece que pretenda amodorrarse en las instituciones. Y lo cierto es que ayer domingo el presidente o los militares, unos u otros, iban inevitablemente a violar la legalidad. Zelaya, con una consulta no prevista por la Constitución, y a la que se habían opuesto el Congreso, la autoridad electoral y el Supremo, y los militares tomándose por su mano una justicia que no les corresponde. El Ejército, que ha detenido a la mayoría de los miembros del Ejecutivo y patrulla las calles, parece estar detrás de la designación por el Congreso del presidente de la propia Cámara, Roberto Micheletti, como sucesor de Zelaya. El objetivo sería quitarse el golpe de encima.
Lo que aquí se dirimía era, en definitiva, el equilibrio de fuerzas en América Latina, de forma que si Zelaya se salía con la suya en la consulta reeleccionista, ganaba terreno el chavismo en América Central, donde ya la Nicaragua de Daniel Ortega hace las veces de fiel escudero del presidente venezolano. Y la misma semana pasada se celebraba, con la asistencia de Zelaya, una solemne ceremonia en Venezuela para subrayar el ingreso de Ecuador en el ALBA, la alternativa económica de Chávez al ALCA que domina Estados Unidos. Pero sea cual fuere el conflicto de ideologías en Iberoamérica, algo ha de quedar claro: los problemas de la política los solventan los políticos, y el Ejército, calladito y encerrado en sus cuarteles.
El Ejército hondureño secuestró y mandó ayer en avión al exilio en Costa Rica al presidente Manuel Zelaya, para impedir que se celebrara un referéndum sobre la conveniencia de que los presidentes pudieran ejercer dos o más periodos, cuando según la Constitución del país sólo cabe ejercer un único mandato.
¿Acaso puede tener hoy futuro el golpismo militar en América Latina? La última asonada con éxito se produjo en Ecuador el año 2000, cuando una acción conjunta de fuerzas armadas y movimientos indígenas depuso al presidente Jamil Mahuad, y la siguiente oportunidad ya no pasó de intentona, con ocasión de que el Ejército venezolano depusiera al presidente Hugo Chávez, aunque volvió al poder 48 horas después. La condena era general en América y Europa.
La Casa Blanca negaba ayer toda implicación en el golpe, el presidente Obama y su secretaria de Estado, Hillary Clinton, subrayaban que la toma del poder militar era antidemocrática, y la condena se hacía unánime en el seno de la UE, como expresaba el ministro español de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, en la OEA y en la organización de Estados centroamericanos. Más contundentes eran aún los aliados de Zelaya, el bloque chavista, al que se había sumado en los últimos años Honduras, y entre los que Chávez anunciaba que ponía a sus Fuerzas Armadas en estado de alerta.
Pero aunque la condena ha de ser inequívoca y se debe exigir el inmediato regreso del presidente a Tegucigalpa para reasumir funciones, porque el Ejército no es quien para juzgar los actos de Zelaya, no parece que pretenda amodorrarse en las instituciones. Y lo cierto es que ayer domingo el presidente o los militares, unos u otros, iban inevitablemente a violar la legalidad. Zelaya, con una consulta no prevista por la Constitución, y a la que se habían opuesto el Congreso, la autoridad electoral y el Supremo, y los militares tomándose por su mano una justicia que no les corresponde. El Ejército, que ha detenido a la mayoría de los miembros del Ejecutivo y patrulla las calles, parece estar detrás de la designación por el Congreso del presidente de la propia Cámara, Roberto Micheletti, como sucesor de Zelaya. El objetivo sería quitarse el golpe de encima.
Lo que aquí se dirimía era, en definitiva, el equilibrio de fuerzas en América Latina, de forma que si Zelaya se salía con la suya en la consulta reeleccionista, ganaba terreno el chavismo en América Central, donde ya la Nicaragua de Daniel Ortega hace las veces de fiel escudero del presidente venezolano. Y la misma semana pasada se celebraba, con la asistencia de Zelaya, una solemne ceremonia en Venezuela para subrayar el ingreso de Ecuador en el ALBA, la alternativa económica de Chávez al ALCA que domina Estados Unidos. Pero sea cual fuere el conflicto de ideologías en Iberoamérica, algo ha de quedar claro: los problemas de la política los solventan los políticos, y el Ejército, calladito y encerrado en sus cuarteles.
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