El final del terrorismo global?Por Michel Wieviorka, profesor de la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales de París
Publicado en LA VANGUARDIA, 22/11/09;
En septiembre del 2001, tras los atentados de Nueva York y Washington, el mundo entero tuvo conocimiento, sorprendido e incrédulo, de la capacidad de acción planetaria de Al Qaeda. No era la primera acción de la red dirigida por Osama bin Laden y, desde los años 90, los que siguen la actualidad de la violencia islamista sabían perfectamente de la existencia de un terrorismo de nuevo cuño, que no se podía reducir a las imágenes del terrorismo nacionalista (vasco, por ejemplo) o extremista de izquierdas o de derechas (como en la Italia de los años 70 y 80) ni a las del terrorismo internacional, como ocurría con la causa palestina.
Bajo distintos nombres, los especialistas han difundido la idea de un hiperterrorismo o terrorismo global cuyas características eran funcionar en red y, por tanto, sin ser dependiente de un determinado anclaje en la sociedad en que se expresa; un terrorismo supra o transnacional, con posicionamientos planetarios e incluso metapolíticos y que iba más allá de la política. Este nuevo terrorismo aparentemente ya no se contentaba con intentar desestabilizar el poder de un país determinado o intentar lograr la independencia de una región o de una nación dominadas por otra. Tampoco tenía bastante con ser un problema en las relaciones entre estados. Iba mucho más lejos, tenía un objetivo religioso, llamaba a un combate total, a una guerra mundial de religiones.
Los atentados del 11 de septiembre del 2001 suministraron al paradigma del terrorismo global su expresión más extrema. Sus autores venían de fuera de Estados Unidos, no tenían una pertenencia nacional fuerte y habían transitado por los campos de entrenamiento de Bin Laden en Pakistán o en Afganistán pero también por universidades alemanas, mezquitas del Londonistán o de las banlieue francesas. Posteriormente otros atentados, especialmente los de Madrid y Londres, parecieron dibujar otro modelo, más complejo: el terrorismo global articulaba con estas acciones lógicas planetarias, sin raíces, y lógicas locales, comportaba dimensiones de inscripción en las redes y referencias religiosas mundiales y otras dimensiones que colocaban a sus actores en el mismo centro de las sociedades sobre las que actuaban, entre los inmigrantes y sus hijos.
Consideremos las acciones que, día tras día, seguimos denominando terroristas. En Iraq, en Pakistán, vemos diariamente que uno o varios atentados causan numerosas víctimas. Este terrorismo sigue siendo muy mortífero pero es también martirista, ya que sus autores frecuentemente se quitan la vida al tiempo que la quitan a otros. Pero sus actos tienen ahora menos carga global, mundial, planetaria que antes. Son acciones ligadas a conflictos locales y su significado territorial y político es a menudo evidente. Responden a lógicas de guerra pero esas guerras son locales, están vinculadas a la guerra civil más que ser geopolíticas y mundiales. Estamos lejos de un choque entre el islam y la modernidad occidental de que hablaba Samuel Huntington y mucho más cerca de luchas por el control étnico, tribal o religioso de territorios bien delimitados. Al final de los años 90, Bin Laden se aprovechó de los talibanes y del control que ejercían sobre el Estado afgano pero ya entonces estaba claro que el proyecto de los talibanes no coincidía con el suyo y que su alianza con el mulá Omar no era con un líder de un movimiento planetario. En la actualidad los talibanes no llevan su lucha más allá de Afganistán y de Pakistán.
¿Se puede decir pues que el terrorismo global ha fracasado, que Bin Laden se ha convertido en un has been, la mayor encarnación de un fenómeno que hemos dejado atrás? Evidentemente hay que ser muy prudente ya que la previsión, en materia terrorista, es un ejercicio arriesgado. Los actores que preparan atentados actúan por definición en la mayor discreción, no se les ve venir y a nadie le sorprendería saber al día siguiente que un atentado del tipo global se ha cometido aquí o allí. Pero hay que admitir que desde hace cuatro años no hemos conocido una expresión destacada de este terrorismo.
Y si aceptamos la hipótesis de un declive histórico de este fenómeno es necesario explicarla. Y aquí surgen dos explicaciones que no son necesariamente contradictorias. La primera reenvía a la creciente eficacia de los servicios de represión y prevención antiterrorista, que desde el 2001 han aprendido a enfrentarse al terrorismo global,a penetrar en organizaciones y redes y a desarticular preparativos terroristas. En este campo, los que saben no hablan (y al revés) y es muy difícil ser taxativo en las afirmaciones. No olvidemos que ocho años después del 11-S, Bin Laden sigue libre, lo que puede provocar escepticismo sobre la eficacia de estos servicios. Pero ¿quién puede aventurar lo que han logrado evitar, cómo han penetrado en las redes terroristas o cómo las vigilan?
La segunda explicación consiste en desear el agotamiento o el declive de este terrorismo global. Tras el gran impacto de los atentados del 2001 y otros hasta el 2005, parece incapaz de transformar el éxito simbólico y el golpe psicológico en acción propiamente política. Este terrorismo encontró un momento y un público dominados por el odio a Occidente, el resentimiento y la desesperanza. Pero su programa no puede influir en el curso de las cosas, no modifica para nada el destino social de las masas musulmanas, no les aporta ninguna capacidad de presión sobre los estados. Por eso retrocede mientras que proliferan las conductas de violencia extrema en sentido limitado
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